Actualidad y noticias

20
Ene
2021

De Catástrofe a Oportunidad: Lo que nos enseña Filomena

 

La tormenta “Filomena” dejó entre las 12 horas del 8 de enero y las 18 horas del 9 de enero de 2021 un total de 50,8 mm de precipitación en forma de nieve en el observatorio del Parque del Retiro, de acuerdo con los datos de la Agencia Estatal de Meteorología, repartidos al 50% entre ambos días. Parce ser la nevada más copiosa que ha sufrido la ciudad de Madrid desde el año 1971, esto es, un periodo de recurrencia de 50 años.

Los daños, aún sin conocer los datos de una manera precisa, a partir de un inventario con unos niveles de confianza e intervalos de confianza conocidos, se están calificando como “catastróficos” por parte de medios de comunicación y algunos colectivos.

Dejando a un lado la cuestión del desconocimiento de los datos del arbolado afectado y la gradación de dicha afección de una manera estadísticamente fiable, pueden hacerse algunas reflexiones sobre esta calificación de “catastrófico”. Las nevadas en el ámbito mediterráneo, en el que obviamente se encuadra la ciudad de Madrid, no suelen ser de la magnitud de la de Filomena, y si en nevadas de menor cuantía los daños en las masas forestales suelen ser bastante aparatosos, puede imaginarse que con Filomena serán, esperablemente, aún más. Claro, que en las nevadas en el medio mediterráneo (y no hay que sino ir al Levante español para corroborarlo), los daños se producen, las más de las veces por tronchado de ramas, descopes parciales, descopes totales, rotura de fustes o desarraigo de árboles completos. Exactamente lo que parece que ha ocurrido en la ciudad de Madrid con Filomena. Seguramente, en Madrid, donde el microclima es el propio de una gran urbe con escasez de espacios verdes y abundancia de asfalto, las nevadas son siempre menores que las de sus alrededores, por lo que su arbolado, de carácter mediterráneo, aún está menos acostumbrado a tales meteoros. Por tanto, los daños producidos en el arbolado viario, de jardines y parques y de parques periurbanos de carácter forestal, serán los mayores de las últimas décadas, por supuesto.

Pero, sin trivializar ni minimizar estos daños, posiblemente cuantiosos, una catástrofe es algo diferente. Una catástrofe es un suceso desdichado en el que se produce gran destrucción y muchas desgracias con grave alteración del desarrollo normal de las cosas. Afortunadamente la destrucción parece que solo ha afectado, fundamentalmente, al arbolado, pero una buena parte, se insiste que por ahora solo de visu, sigue en pie con solo daños parciales en sus copas; la proporción aparente de arbolado derribado parece que no es muy elevada, por lo que no es un arbolado destruido por completo. En cuanto a las desgracias, la pérdida de arbolado lo es, pero en comparación con pérdidas de vidas humanas no tiene parangón. Una desgracia puede ser, incluso, el aplastamiento de vehículos por ramas tronchadas que hayan caído sobre ellos o por los árboles que hayan caído, y más si el seguro no lo cubre, pero tampoco tiene parangón con según qué otras desgracias realmente trágicas.

Pero, dejando al margen la calificación o no de catastrófica la situación que deja Filomena en la ciudad de Madrid, hay algunas enseñanzas que puede aportarnos y las oportunidades que abre esa situación.

En primer lugar, Filomena ha realizado una poda drástica, en efecto, en muchos ejemplares; no es la poda que técnicamente habría que haber realizado, pero sí ha realizado una poda que puede haber afectado, en una buena proporción, a ramas que no serían, precisamente, las más fuertes. O sea, a ramas que, potencialmente, podrían haber supuesto un riesgo para las personas o los bienes en otras situaciones, como por ejemplo, en un vendaval. Y lo mismo cabe decir de los árboles desarraigados o partidos en su fuste o rotas sus copas parcialmente. Filomena ha podido hacer un “favor” si es que ha puesto de manifiesto que el arbolado peor instalado, debilitado o con daños es el que se ha visto afectado.

Por otro lado, aunque muchos de los daños se concentran en arbolado de carácter mediterráneo, como los pinos piñoneros o encinas, de ramas patentes y copas amplias, no acostumbrados a las nevadas, también ha afectado a arbolado de hoja perenne, como los aligustres de Japón, plantados en muchas calles por su frondosidad para el verano y por su resistencia al ambiente hostil de una ciudad, con contaminación y daños mecánicos frecuentes. Y a arbolado situado en calles estrechas, con copas descompensadas por su crecimiento hacia el centro de la calle buscando la luz. O al situado en alcorques pequeños, constreñidos por las aceras y las calzadas, y con un crecimiento de sus raíces posiblemente también limitado por las infraestructuras subterráneas y, seguramente, con menor potencia de anclaje que cualesquiera otros situados en parques, jardines o parques periurbanos forestales.

La oportunidad está en estos casos, pues, en la elección de las especies de sustitución de los árboles derribados o muy dañados, por otras más idóneas para soportar no solo la contaminación y los daños mecánicos, sino también las estrecheces para su desarrollo en sitios angostos (aéreos y subterráneos), preferiblemente caducifolias (que proporcionan, al fin y al cabo, sombra en verano, pero permiten el paso del sol en invierno). Y continuar con el programa de mantenimiento (sanidad, podas, etc.) que se hace sobre el arbolado urbano por parte del Ayuntamiento.

Y en cuanto a los daños en estas especies mediterráneas poco acostumbradas a nevadas tan copiosas como Filomena en los parques periurbanos forestales (la Casa de Campo como ejemplo más evidente), la oportunidad es la de aprovechar los huecos que haya dejado el arbolado desarraigado o muy dañados para comenzar la regeneración de bosques que presentan cierto déficit de edades jóvenes y que, por lo tanto, no es el estado óptimo de conservación, deseable para cualquier ecosistema, en el que un cierto equilibrio en la distribución de clases de edad es deseable.

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