Hidrología

13
Nov
2024

 

Autoría

Carolina Boix Fayos, Investigadora científica, Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC)

Adolfo Calvo-Cases, Catedrático de Geografía Física Jubilado, Universitat de València

Eva Arnau Rosalen, Investigadora Postdoctoral en Earth Sciences/Observation, Manchester Metropolitan University

Jorge López Carratalá, Docente/investigador. Doctor en Geografía Física, Universitat de València

Joris de Vente, Científico titular, Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC)

La catástrofe provocada por la dana nos ha atravesado, causando una conmoción y un profundísimo dolor colectivo: las pérdidas humanas, la angustia, el espanto, las pérdidas materiales, el futuro. Nos preguntamos: ¿cómo ha podido pasar esto en una sociedad desarrollada e hipercomunicada?

Los expertos apuntan desde hace tiempo a un incremento de las crecidas fluviales intensas y repentinas en las ramblas. El aumento de las denominadas en inglés “flash-floods” está relacionado con el cambio climático, en un contexto de riesgos crecientes.

Aunque los impactos de la dana del 29 de octubre de 2024 afectaron a varias comunidades autónomas y varias zonas de la Comunidad Valenciana, vamos a centrar este análisis en la cuenca hidrográfica del barranc de Torrent y la rambla del Poyo (622 km²), una de las áreas más devastadas debido a la concentración de tejido urbano y población en su cuenca baja.

Nuestra intención es aportar un dibujo general de los factores geográficos (físicos, geomorfológicos, socioeconómicos, espaciales) que convergieron creando una situación de gran complejidad.

1. La distribución de la precipitación

Entre las 8:00 del 29 de octubre del 2024 y la misma hora del día siguiente, la lluvia acumulada en algunos puntos de la cabecera y centro de la cuenca fue elevadísima.

En Chiva llovió 491 l/m²; dentro de su término municipal, en Los Felipes se superaron los 600 l/m². En Cheste se alcanzó una precipitación de 392 l/m².

La precipitación media anual que recibe toda la zona fue superada en muchos puntos en tan sólo 24 horas. Mientras tanto, apenas llovió en la parte baja de la cuenca, dónde se sitúan parte de los municipios más afectados. La población de estos municipios no tuvo una percepción clara del riesgo en las horas previas a la catástrofe.

2. La respuesta de los caudales

La cuenca posee una densa red de drenaje –red de ríos, barrancos y ramblas– en su parte alta que tuvo una respuesta hidrológica inmediata, con una crecida del caudal de la rambla del Poyo que se multiplicó por seis en dos horas. Alcanzó una magnitud de casi 2 000 m³/s, valor al que se asigna un período de ocurrencia estadística de una vez cada 500 años.

Esta magnitud de la crecida multiplica por cuatro el caudal medio del río Ebro y comparativamente pasa a ser casi la cuarta parte del caudal medio del Danubio, inimaginable en ramblas mediterráneas de este tamaño.

3. La geomorfología o formas del terreno

Gran parte de las poblaciones se sitúan en una zona natural de convergencia-divergencia de aguas de toda la red fluvial, entre abanicos aluviales y la llanura aluvial del Turia –área que anega el río cuando desborda el cauce–, espacios donde el agua busca su salida natural en momentos de crecida. Pero actualmente las vaguadas y cauces están cubiertos por un denso tejido urbano y, por tanto, son invisibles para la población que no tiene conocimiento de ello.

Todo este sistema desemboca en La Albufera, un humedal natural que recoge agua y sedimentos.

4. La ocupación del suelo

La cuenca tiene un elevado grado de impermeabilización (aproximadamente un 20 %), particularmente en su parte media y baja, debido al denso tejido urbano e industrial. Esta zona es además un importante nudo de comunicaciones con principales vías de entrada y salida a Valencia.

Todos estos factores facilitaron que toda la red de drenaje quedara conectada rápidamente en la tarde-noche del 29 de octubre del 2024, con unos caudales extremos de gran energía que se dispersaron por las zonas inundables impermeabilizadas, ocupadas por poblaciones, áreas industriales y comerciales con gran cantidad de obstáculos.

Los vehículos, además de ser arrastrados, obstruyeron calles y túneles. Esto provocó alturas enormes de agua y remolinos, que constituyeron una trampa mortal, arrasando todo a su paso y provocando una grandísima devastación. Todo ello encontró a la población totalmente desprevenida en una franja horaria de gran movilidad. Esta impermeabilización de la superficie, y un gran desarrollo urbanístico lleno de obstáculos (estructuras arquitectónicas, mobiliario urbano, muros, vehículos) obstruyeron, recanalizaron y concentraron los flujos en zonas donde naturalmente podría dispersarse el agua.

5. El cambio climático

El cambio climático produce eventos climáticos más extremos. En la cartografía existente, gran parte de las poblaciones arrasadas tienen un peligro de inundación cada 100 o 500 años. Sin embargo, con el cambio climático y la virulencia actual de las danas, estos períodos de retorno están cambiando.

Soluciones complejas

El cambio climático es una realidad dura y una amenaza real que aumenta la frecuencia e intensidad de los eventos con precipitaciones y temperaturas extremas. Confiemos en los expertos, no nos dejemos contaminar por los bulos y la desinformación y luchemos contra el negacionismo.

Las soluciones para adaptarnos a esta nueva realidad y disminuir los impactos son complejas. Implican desde la educación y concienciación social del riesgo de inundaciones para toda la población hasta combinaciones de soluciones de ingeniería con incorporación de medidas basadas en la naturaleza. Las cuencas hidrográficas deben convertirse en una especie de “esponjas” que absorban el agua, reduciendo la velocidad y energía de las corrientes e intentando que no se conviertan en coladas de barro.

La ordenación territorial, la planificación urbanística y rural son prioritarias, así como mejorar la percepción del riesgo e índices de vulnerabilidad que reflejen las características socioeconómicas, ambientales e institucionales de cada zona.

Es absolutamente necesario mejorar la gobernanza y los sistemas de alerta y prevención en los organismos competentes para desarrollar protocolos que permitan en el futuro evacuar lo más rápidamente a la población de las zonas de peligro y mantenerla en lugares seguros.

Ante la extraordinaria magnitud del evento no caben medidas de contención, sino de laminación de la inundación –lograr que la misma cantidad de agua pase con menos velocidad durante más tiempo– utilizando todos los elementos al alcance en cada parte de la cuenca, y una impecable gestión de los riesgos, con sistemas de alerta temprana, concienciación y protocolos interiorizados por la sociedad. Una sociedad que ha respondido con una ola de solidaridad y empatía emocionante. Una tragedia así no debería repetirse jamás.

13
Nov
2024

 

Publicado: 4 noviembre 2024

Autoría

Tewise Yurena Ortega González, Profesora Ayudante Doctor de Derecho Romano, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

José Luis Zamora Manzano, Catedrático de Derecho romano, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

 

foro romano inundado

El foro romano inundado en una imagen del fotógrafo italiano Giuseppe Primoli de 1892. Wikimedia Commons

 

 

En la capital de la antigua Roma, las inundaciones representaban una amenaza constante debido a la ubicación estratégica de la ciudad, donde convergían varias corrientes de agua.

Es cierto que esta situación brindaba ventajas significativas, como facilitar el comercio, impulsar el desarrollo industrial y asegurar el control de las rutas económicas. Sin embargo, también la hacía vulnerable a desastres naturales (inundaciones, incendios y terremotos).

No es nuestro objetivo analizar todas y cada una de las inundaciones acaecidas y los efectos de las mismas, pero sí ofrecer una visión general de cómo los romanos afrontaron este tipo de eventos catastróficos y qué se hizo para mitigar los efectos.

Aunque los romanos contaban con conocimientos avanzados en hidrología y construcción, no destacaron precisamente por la adopción de medidas preventivas. Inicialmente, esto se debió a la creencia religiosa de que las inundaciones eran respuestas divinas. No obstante, tanto el emperador Augusto (63 a. e. c.-14) como Tiberio (42 a. e. c.-37) comenzaron a alejarse de dichas concepciones tradicionales apostando por ofrecer soluciones técnicas y prácticas que sirvieran para proteger la ciudad ante un problema de gestión de las aguas.

Augusto marca el paso

Para prevenir los efectos de las inundaciones, el emperador Augusto ensanchó, limpió y encauzó el cauce del Tíber, que se había llenado de escombros con el tiempo y se había reducido. Una de las razones era que, cuando había derrumbes en la ciudad, muchas veces los restos se abandonaban en las calles o se tiraban a los ríos. Se decía que el Tíber era “un vertedero” romano, ya que no sólo se arrojaban escombros, sino también restos orgánicos, cadáveres tanto de animales como de personas, restos de industrias cárnicas, conservas o pieles, etc.

Como se realizaban construcciones en las orillas, también fue necesario delimitar las riberas y prohibir la construcción en ellas. Asimismo, Augusto ordenó la limitación de la altura de los edificios hasta un máximo de 21 metros para evitar los derrumbes espontáneos o motivados por las crecidas. Igualmente, estableció sanciones para aquellos que realizaran actividades que perjudicaran la gestión de las inundaciones, como la destrucción de los diques de contención de los ríos o la tala de árboles ubicados en las orillas, condenando a los autores a trabajos forzados o a las minas.

Por su parte, Tiberio propuso la creación de una comisión que se encargara de la vigilancia y control del cauce del río y la protección de la ciudad. Esta propuesta incluía tres intervenciones: desviar el río, realizar obras de canalización y ocluir el lago Velino. En aquel momento, fue rechazada por el Senado alegando motivos religiosos.

Otros emperadores, como Claudio (10 a. e. c.-54) y Trajano (53-117), dieron continuidad a las iniciativas, planteando la construcción de puertos, canales, acueductos y cloacas. Precisamente estas últimas fueron muy relevantes porque favorecieron la extracción de las aguas acumuladas, la canalización de las provenientes de las lluvias y el drenaje de las tierras pantanosas alrededor de la ciudad.

Vigilar el río

De entre todas las medidas adoptadas, destaca la creación de una comisión, heredada de la propuesta de Tiberio y compuesta por cinco miembros de rango senatorial, encargada de la supervisión y vigilancia del río Tíber. Para el desarrollo de sus funciones, contaron con el apoyo de personal técnico y la colaboración y cooperación de funcionarios públicos y profesionales especializados con los que celebraban contratos de prestación de servicios.

Las fuentes epigráficas, arqueológicas, literarias e históricas evidencian las actividades encomendadas a los cuidadores del río. Así, lo vigilaban y controlaban y se encargaban de delimitar las orillas, prohibiendo a los propietarios de los fundos ribereños la realización de obras, edificaciones o cualquier acción que pudiera dificultar el acceso al río, la navegabilidad, el uso o su obstrucción. En esos casos, los responsables podían ordenar derribos con la interposición de los correspondientes interdictos, como describe el jurista romano Ulpiano.

Asimismo, procuraban protección a los particulares que realizaban labores de limpieza frente a la perturbación de terceros y resolvían los conflictos relativos a los límites fluviales. También asumieron el mantenimiento constante y la limpieza de los cauces y las orillas, ya fuera por la acumulación de sedimentos, el abandono consciente de residuos o por el crecimiento espontáneo de la vegetación, con el objetivo de favorecer el uso público y el tránsito de las naves.

Realizaban todas estas intervenciones empleando a su propio personal, utilizando a esclavos y condenados o mediante la contratación de profesionales como los urinatores. Estos se encargaban de remover y extraer periódicamente la acumulación de residuos en los puertos derivados de la actividad comercial, doméstica o constructiva, así como los sedimentos, escombros y residuos depositados en las orillas o en los cauces por los incrementos fluviales o por las cloacas. Utilizaban para ello ruedas de madera a las que se acoplaban una especie de palas para limpiar el fondo del puerto.

Como encargados de la vigilancia y la seguridad de las aguas, los curadores del río asumieron el deber de asegurar el funcionamiento, mantenimiento y conservación de cloacas. Para ello, también limpiaban y mantenían las cloacas privadas que se conectaban a la red de saneamiento pública.

Ayer y hoy

Sin caer en el presentismo, podemos observar que los romanos se enfrentaron al problema de las inundaciones con un enfoque que combinaba medidas correctivas, normas urbanísticas y avances técnicos, reconociendo su vulnerabilidad ante las crecidas.

Si bien su respuesta no fue sistemática ni plenamente preventiva, las medidas que llevaron a cabo evidencian una comprensión técnica y estratégica de los riesgos fluviales. Sus acciones no solo buscaban paliar los efectos inmediatos, sino también mitigar sus consecuencias en el funcionamiento de la ciudad.

En la actualidad, la gestión de inundaciones se ha convertido en un tema prioritario con objetivos más integrales y preventivos. Los marcos legales europeos reflejan un compromiso por proteger la vida humana, el medio ambiente y la infraestructura urbana de manera proactiva, promoviendo la adaptación al cambio climático y la resiliencia social.

Aunque el enfoque actual es más amplio y apunta a prevenir desastres en lugar de únicamente mitigarlos, las medidas implementadas en la antigua Roma fueron un precedente en el desarrollo de estrategias de control de inundaciones.

Para evitar desastres como los acaecidos en el Levante español en estos últimos días, las confederaciones hidrográficas deberían realizar actuaciones más allá de la conservación de los cauces. Es decir, invertir en infraestructuras de protección y realizar una mayor limpieza de cauces, barrancos y cloacas, entre otras.

21
Jun
2024

 

Estos ecosistemas son reserva de agua estratégica, sin embargo, para 2045 se reducirá su recarga un 11 % por el cambio climático, según los últimos planes hidrológicos.

El Instituto Geológico y Minero de España (IGME) alerta de la preocupante situación de las masas de agua subterránea del territorio nacional. Según los planes hidrológicos, un 44 % de esas aguas está en mala situación.

Para el instituto, el apoyo a las administraciones en la definición de estrategias de gestión eficientes y sostenibles es clave en el actual contexto de creciente escasez de recursos en un escenario de cambio climático como el actual, en el que hay sequías cada vez más intensas. El IGME, en el que trabajan unas 50 personas especializadas en hidrogeología, lleva realizando un seguimiento del estado de estas aguas subterráneas desde la década de 1960.

Un reciente artículo publicado en Nature Communications destaca que la escasez de agua potable a nivel mundial se ha multiplicado por tres debido a la contaminación por nitratos.

David Pulido, director del departamento de Aguas y Cambio Global del IGME, apunta que las aguas subterráneas, con más inercia que las superficiales, son un recurso estratégico para la gestión de sequías. La sobreexplotación de las aguas subterráneas es una realidad en zonas como Doñana o el Alto Guadiana, afectando a humedales y espacios naturales. “Hay acuíferos en España que han registrado descensos de hasta 10 metros al año, y que pueden tardar un siglo en recuperar su nivel, algo a lo que también afecta el cambio climático”, señala.

  egún los resultados de una investigación desarrollada por el IGME y publicada en la revista Journal of Hydrology, si se siguen incrementado las emisiones de CO2 como hasta ahora, para el año 2045 la recarga o entrada de agua a los acuíferos disminuirá, de media, un 11%. Esta cifra puede llegar a más de un 20 % en más del 10 % del territorio peninsular.

La situación es especialmente alarmante en las zonas costeras, según han constatado las investigaciones del IGME, donde al bajar el nivel de los acuíferos se producen entradas de aguas salinas en el sistema. Son situaciones que tienen una compleja solución.

Las posibilidades de la IA

Miguel Mejías, jefe del Área de Hidrogeología Aplicada, recuerda que el mantenimiento de las aguas subterráneas “es fundamental para el suministro a la población y para el desarrollo económico”. Apunta, también, que, gracias a las redes de control que están distribuidas por todas las demarcaciones hidrográficas, es posible conocer el estado en el que se encuentra de cada acuífero.

Mejías asegura que es un conocimiento en el que se ha avanzado mucho. Esta mejora se debe, por un lado, a nuevas tecnologías, como es la instrumentación de piezómetros (sensores en sondeos), capaces de transmitir datos en tiempo real, y, por otro lado, a las nuevas posibilidades que ofrece la inteligencia artificial.

Referencias:

Wang et al. "A triple increase in global river basins with water scarcity due to future pollution". Nature Communications. 2024

Pulido-Velazquez et al. "Assessing impacts of future potential climate change scenarios on aquifer recharge in continental Spain". Journal of Hydrology. 2024

21
May
2024

 

Autoría

Rubén Ladrera Fernández

Profesor de Enseñanza Secundaria y Profesor Asociado del Área de Didáctica de las Ciencias Experimentales, Universidad de La Rioja

Jose Ramon Díez López

Profesor de Didáctica de Ciencias Experimentales, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

El ciclo del agua es uno de los contenidos cruciales para conocer el funcionamiento básico de la hidrosfera en el currículo de la educación obligatoria. ¿Quién no lo recuerda? Precipitaciones que en la superficie continental conforman la escorrentía, o que se infiltran en el suelo y alimentan las aguas subterráneas. La evaporación devuelve este elemento en forma gaseosa a la atmósfera que, tras la condensación, forma las nubes que darán lugar de nuevo a las precipitaciones.

Menor atención se ha prestado a procesos geofísicos de gran importancia como la evapotranspiración asociada a los seres vivos o la interconexión entre los diferentes componentes del ciclo, fundamentalmente los del suelo, el gran olvidado.

Lo cierto es que lo que aprendimos en el colegio resulta incompleto para comprender el complejo funcionamiento de la hidrosfera. Sobre todo, si no se consideran otros procesos que interfieren directa o indirectamente. En especial, la dominación humana del ciclo del agua está ausente de representaciones y percepciones, a pesar de que las personas dependemos absolutamente del agua para nuestra supervivencia: la ingesta directa, la higiene, la producción de alimentos, los procesos industriales o el ocio y bienestar.

Saqueo en las masas de agua

Las causas centrales de la actual crisis mundial del agua intervienen en el ciclo junto con los procesos geofísicos y comienzan con la sobreexplotación de este recurso. El 70 % de los acuíferos españoles se encuentran sometidos a extracciones superiores a sus recargas. Esto genera sequías de gran magnitud en zonas tan relevantes como los parques nacionales de Doñana o las Tablas de Daimiel.

Asimismo, el excesivo consumo de agua ha transformado nuestros ríos en meros canales, repletos de embalses y trasvases. De este modo, su estado ecológico se ha visto notablemente afectado, lo que pone en riesgo los numerosos servicios ecosistémicos que nos prestan.

La sobreexplotación está relacionada con nuestro modelo socioeconómico, que abarca aspectos como el consumo de alimentos que requieren enormes cantidades de agua para su producción y modelos agroganaderos intensivos con superficies de riego que siguen incrementándose cada día.

Los nuevos regadíos se asocian al cultivo de todo tipo de productos, como frutas tropicales (aguacate, mango…), cultivos con altos requerimientos de agua (maíz, alfalfa…) para alimentar al ganado, o el aumento de producción de cultivos tradicionalmente de secano como almendros, olivo o vid.

Turismo, ropa y pesticidas

Completan la ecuación otras actividades económicas, como el turismo (el consumo de agua por turista llega a quintuplicar el consumo per cápita local, asociado a piscinas, saunas, parques temáticos, mantenimiento de zonas ajardinadas o golf) y la moda (un kilo de algodón necesita 10 000 litros de agua para producirse y su cultivo genera problemas de sobreexplotación en numerosos ecosistemas acuáticos del planeta).

Otro factor a tener en cuenta es la contaminación de las masas de agua, que degrada los ecosistemas hídricos y, con ello, los servicios ecosistémicos que ríos, lagos y acuíferos aportan a la biosfera y al ser humano.

Por ejemplo, los nitratos de origen agroganadero provocan que casi el 30 % de las aguas subterráneas y el 50% de las superficiales presenten una mala calidad. Este hecho impide el acceso a agua potable a una buena parte de la población del país. Otro caso alarmante es la presencia de pesticidas en las diferentes masas de agua, especialmente tóxicos para la salud humana.

A ello se suman las alteraciones del medio físico: la intensa ocupación de diferentes zonas de la cuenca mediante cultivos o urbanizaciones modifica aspectos cruciales del ciclo del agua, como la evapotranspiración, la infiltración o la escorrentía. No solo comprometen la disponibilidad del recurso a nivel local, sino que aumentan los riesgos asociados a fenómenos climáticos extremos como las inundaciones.

Injusticia hídrica

Por último, la subida de las temperaturas asociada al cambio climático provocado por la acción humana afecta directamente a diferentes procesos del ciclo del agua: aumento de la fusión de glaciares, de las tasas de evaporación y de evapotranspiración y modificación del régimen de precipitaciones.

Como consecuencia, la disponibilidad de agua dulce va en descenso, especialmente en zonas geográficas como la mediterránea. Sin embargo, su uso no hace sino incrementarse, mostrando la nula adaptación de la población a la realidad climática actual y poniendo en mayor riesgo, si cabe, el estado ecológico de nuestras masas de agua y ecosistemas.

Por tanto, la exclusión de actividad humana de las representaciones del ciclo del agua camufla algunas de las crisis socioecológicas más acuciantes, incluidas la seguridad y la justicia hídrica. Urge solventar estas carencias y activar recursos y métodos educativos como primer paso hacia la formación de las personas y hacia una gobernanza equitativa de este recurso esencial desde una visión planetaria, pero con el foco puesto en lo cotidiano.

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