Hidrología

12
Abr
2022

 

Los investigadores del IIAMA, María González y Antonio del Campo, ponen en valor el papel protector de los bosques como generador de oportunidades y actividad económica.

El proyecto LIFE RESILIENT FORESTS está desarrollando un software que determina el tipo de gestión forestal es más óptimo para maximizar la rentabilidad de los servicios ecosistémicos.

“Es necesario impulsar la gestión forestal de base ecohidrológica, como medida efectiva de adaptación de los bosques mediterráneos al cambio climático ya que sitúa el agua en el centro de la planificación forestal, modulando y optimizando la producción de alimentos y biomasa, regulando la humedad del suelo, hidratando la planta y por tanto, mejorando la prevención del riesgo de incendios".

De esta forma se expresaron los investigadores del IIAMA-UPV (Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente de la Universitat Politècnica de ValènciaI), Antonio del Campo y María González, con motivo del Día Internacional de los Bosques celebrado el pasado 21 de marzo. 

La afirmación tiene su punto de partida en la escasa rentabilidad de los bosques mediterráneos y consecuentemente, en la situación de abandono o de nula o muy escasa gestión que se manifiesta especialmente en dos vertientes: la disminución de las aportaciones hídricas -tanto superficiales como subterráneas- provocadas por la densificación de las masas y el incremento sustancial del riesgo de incendios.

Por este motivo, durante la última década el grupo de Ciencia y Tecnología Forestal (Re-ForeST) del IIAMA, liderado por el profesor Del Campo, ha desarrollado diferentes estudios y proyectos de investigación con el objetivo de mejorar la resiliencia de los bosques semiáridos al cambio climático. 

“A la baja productividad de las masas forestales de los bosques mediterráneos, hay que añadir las devastadores consecuencias que tendrá el impacto del cambio climático, por sus efectos en la estación de crecimiento y en el régimen hídrico del suelo, así como en el incremento del riesgo de incendios. Por ello, antes de que las consecuencias sean irreversibles, debemos promover prácticas que mejoren su adaptación y conservación”, afirma el Dr. Del Campo.

Un buen ejemplo de estrategia de adaptación es el proyecto LIFE RESILIENT FORESTS que cuantificará la rentabilidad de servicios ecosistémicos como el agua, la biomasa, el riesgo de incendio y la resiliencia climática

El proyecto LIFE RESILIENT FORESTS y la gestión forestal

Un buen ejemplo de estrategia de adaptación es el proyecto LIFE RESILIENT FORESTS, liderado por Antonio del Campo y María González, y en el que se está desarrollado un software de soporte a la decisión que determinará qué tipo de gestión foresta es más óptima, para maximizar la rentabilidad de servicios ecosistémicos como el  “agua”, la “biomasa”, el “riesgo de incendio” y la “resiliencia climática.

“Tras comprobar las ventajas de la gestión forestal ecohidrológica, queremos cuantificar sus beneficios directos realizando para ello una estimación económica de dicha rentabilidad mediante la comparación de la relación coste-beneficio de los escenarios administrados y no administrados”, señala María González.

Recientes estudios realizados por el grupo Re-ForeST en parcelas experimentales, determinan que la gestión forestal ecohidrológica puede reducir el riesgo de incendio en un 27%

Los profesores de la UPV recuerdan que recientes estudios realizados por el grupo Re-ForeST en parcelas experimentales, determinan que la gestión forestal ecohidrológica puede reducir el riesgo de incendio en un 27%, “por lo que consecuentemente disminuye un 27% el área de propagación, un 27% la superficie quemada, otro 27% el área de actuación en la extinción y por último otro 27% la zona de restauración posterior del incendio, que es el factor económico clave que determina que es menos rentable no realizar gestión forestal”, sostienen los investigadores del IIAMA.

En este sentido, los primeros resultados alcanzados en el proyecto han suscitado el interés de diferentes agencias y administraciones europeas y nacionales, que han mostrado su predisposición a usar la herramienta.

“Nos ha contactado la “Belgium Royal Forestry Society” para implementar la herramienta en alguno de los más 3000 propietarios asociados a la entidad y de esta forma, conocer la resiliencia de dichas superficies al cambio climático, así como la “European Forestry Institute”. A nivel nacional, por ahora van a realizar pruebas con el software técnicos de DIVALTERRA y la Diputación de Bizkaia, quien a través del proyecto SINCERE lo va a aplicar en dos cuencas del País Vasco”, explican los miembros del grupo Re-ForeST.

Finalmente, los investigadores del IIAMA destacan que el proyecto busca poner en valor el papel protector de los bosques de una forma práctica, y evitar así la necesidad de abandono de estas zonas rurales por la falta de actividad económica.

“La gestión forestal no debe plantearse como una opción, sino que es una obligación que deben impulsar las administraciones para dotar de oportunidades a nuestros municipios de interior tan afectados por la despoblación. Aún estamos a tiempo de evitar que sucedan en España incendios forestales tan devastadores como los acontecidos en los últimos meses en Australia o California, pero para ello es necesario articular medidas y estrategias de gestión como las que se promueven desde la silvicultura eco-hidrológica ”, concluyen resaltando Antonio y María.

IAGUA 30 marzo de 2022

08
Abr
2022


Las obras de ingeniería concebidas hace un siglo por Benito Ayerbe, que han librado al pueblo y a la estación de quedar sepultados bajo la nieve, se restaurarán para resistir 100 años más.
MARÍA JOSÉ VILLANUEVA


Si nevara intensamente y se cargara el barranco de Estiviellas, el cura de Canfranc sabe que tendría que suspender la misa. Desde que llegó el último sacerdote hace cuatro años no se ha dado el caso, pero ya se lo advirtieron en el Ayuntamiento al recordarle lo sucedido el 2 de febrero de 1986, cuando después de cinco días sin parar de caer nieve, una avalancha sepultó la iglesia y obligó a evacuar los edificios vecinos. Las defensas antialudes de la ladera oeste no fueron capaces de detenerla, aunque sin ellas los daños hubieran sido catastróficos, quién sabe si también con pérdida de vidas humanas.

Desde hace un siglo, Canfranc y su estación de ferrocarril están protegidos por estas asombrosas obras, construidas entre 1908 y 1930, un proyecto de ingeniería único en España y en Europa, que ahora se va a revitalizar para seguir deteniendo las avalanchas otros cien años.

El Gobierno de Aragón invertirá 4,5 millones de euros, de los fondos europeos de Recuperación y Resiliencia, en el control de aludes en la explanada de los Arañones, a 1.195 metros de altitud, donde se asienta la estación de ferrocarril. La intención es restaurar los diques y otras estructuras diseñadas a principios del siglo XX, e incorporar sistemas más modernos. La protección, si cabe, es más necesaria que nunca con el plan urbanístico del recinto ferroviario en marcha, que incluye un hotel, edificios de viviendas y equipamientos. De hecho, el riesgo ha obligado a modificarlo para reducir el uso comercial y de servicios en favor del residencial, menos vulnerable.

Victoria Sánchez, Ángel Sánchez y Mercedes Barba son historia viva de Canfranc. En el puente de acceso a la estación, Victoria habla de la primera gran avalancha que recuerda, cuando apenas tenía 12 años. "Vivíamos en el ayuntamiento porque mi padre era alguacil, ese invierno nevó mucho. Cayó un alud y nos desalojaron". Tampoco olvida el de la iglesia de 1986. "Entró por la sacristía y la arrasó arrastrando árboles. Alguno se quedó en el primer banco. Había nevado toda la semana. Y eso que la iglesia ya se construyó para resistir avalanchas. Si no hubiera estado el muro, habría plantado la iglesia en el río", dice.

Ángel Sánchez trabajó en la construcción de algunas de las últimas defensas. Él también rememora algunos episodios de frentes de nieve arrastrando los pinos, pero "hace un montón de años que no llega ninguno hasta aquí", tranquiliza. "Ahora no nieva como antes", añade Mercedes Barba, pero aún con todo es necesario renovar las defensas. "Si subes al monte lo ves. Ojalá que las obras que hagan, sean como las de aquellos años, tan resistentes", concluye.

"La estación se construyó en el lugar más peligroso posible", afirma sin dudarlo el decano del Colegio de Ingenieros de Montes de Aragón, Ignacio Pérez-Soba, que ha investigado sobre esas defensas. Peligro que se hace extensivo al pueblo nacido a su sombra. Los franceses recelaron del emplazamiento, pero el Ministerio de la Guerra español hizo valer su interés militar: en suelo nacional y junto a la frontera y el fuerte de Coll de Ladrones.

En la explanada de los Arañones sobre la que se asienta la estación desembocan cuatro torrentes por la ladera este (Picaubé, Cargates, San Epifanio y Borreguil de Samán), y otro por la oeste (Estiviellas), todos con gran riesgo torrencial, de desprendimientos y caída de aludes. La pendiente media de la primera es del 55%, con un desnivel de 1.450 m. La oeste, del 52% y 1.300 m. "De las cuencas altas se desprendían grandes aludes que llegaban al fondo del valle y remontaban incluso la ladera opuesta. Su estado forestal era desolador: no había arbolado, ni casi maleza, por lo que se deslizaban sin ningún obstáculo", explica Pérez-Soba, recordando el estado original de estas montañas, hoy cubiertas de bosques.

Él es un gran admirador del legado del ingeniero de Montes Benito Ayerbe, quien en 1907 recibió el encargo de proteger la estación en construcción. En ello trabajó 11 años, hasta su muerte. Dicen que le costó la salud. "Se enfrentó a fuerzas naturales que parecían indomables y las supo corregir basándose en la ciencia, la imaginación y la capacidad de comprensión y observación de la naturaleza", dice el decano, concibiendo unas obras "extremadamente originales y acertadas", únicas en España, donde nunca se había acometido un proyecto de tal magnitud. Prueba de su relevancia más allá de nuestras fronteras son las frecuentes visitas de colegios de ingenieros y universidades de todo el mundo, aunque en Aragón apenas son conocidas.
Dos millones de árboles
Al principio, a Benito Ayerbe apenas se le asignó presupuesto, pero entre 1914 y 1916 varios aludes destruyeron seis edificios en la explanada de la estación y las autoridades decidieron aumentarlo para que progresaran las obras, inauguradas en 1928. La inversión ascendió a 8.224.199 pesetas. Se construyeron 9 diques vacíos (el mayor, de 25 metros de altura y 9 de espesor en la base), 49.210 metros lineales de banquetas, 8.538 metros de redes metálicas, 17.407 metros de estacadas entrelazadas y un gran número de estructuras para sujeción de nieve, como puentes, muros, cajones, etcétera.

Los bosques que ahora rodean Canfranc también se plantaron en esa época como parte de la estrategia de contención de la nieve: 290 hectáreas por regeneración natural y acotamiento de pastos, y en otras 350 se abrieron 2.343.573 hoyos para plantar pino negro y silvestre, hayas, avellanos, arces, sauces, olmos, serbales… hasta 23 especies. "El observador no informado cree que son bosques espontáneos e inmemoriales, y sin embargo son fruto de la ingeniería de montes española, y del esfuerzo de tantos operarios que con sus manos pusieron millones de árboles", explica Pérez-Soba. En viveros forestales se producían las plantas para la repoblación, y en otros volantes se aclimataban a su lugar definitivo.

En el camino al collado de Estiviellas, una ruta conocida por los montañeros, se pueden ir apreciando los diques y los restos de las construcciones auxiliares: cinco albergues para alojar a los trabajadores por encima de los 2.000 metros, 21 almacenes pequeños a pie de obra y 8 viviendas; además de 76 km de caminos.
El invento de los diques vacíos
Sorprenden sobre todo las inmensas moles de piedra de los diques vacíos, un invento de Benito Ayerbe. En su visita al valle de Barèges comprobó la escasa eficacia de las estructuras antialudes francesas. Se llenaban de rocas y árboles por el arrastre de las avalanchas y la nieve saltaba por encima. Por eso, él diseñó sus muros con una abertura en la base para dejar pasar los materiales y el agua de fusión de la nieve, de manera que siempre quedara espacio para detener el siguiente alud.

Gracias a obras forestales como estas puede existir el casco urbano de Canfranc-Estación, donde han mitigado el poder destructivo de las avalanchas sobre el fondo del valle. En 1970, cayó una desde San Epifanio alcanzando la playa de vías y derribando varios vagones de mercancías. Más peligrosos fueron los episodios del barranco de Estiviellas, en 1986 y 1993, al estar situado sobre el casco urbano.

Pese a que han transcurrido cien años, siguen resultando eficaces. "Muchas llevan casi un siglo funcionando en condiciones climáticas extremas", aclara el decano, aunque reclama un plan para su recuperación, porque han retenido toneladas de materiales sólidos, como árboles y grandes rocas arrastrados por las avenidas y "exigen una importante inversión en su mantenimiento, que hasta ahora no se ha hecho".

Pérez-Soba también reivindica su reconocimiento como un patrimonio que desborda lo técnico y llega al ámbito de lo histórico-cultural. Así lo pidió en una carta enviada a la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón, donde dijo que las defensas proyectadas por los ingenieros de montes Benito Ayerbe, el pionero, y sus sucesores, Florentino Azpeitia y José María Ayerbe, son "estructuras únicas en España y de las más importantes de su género en Europa, que en algún caso han cumplido más de un siglo de perfecto funcionamiento".
Las últimas obras
Es cierto que en los últimos años se han acometido algunas actuaciones, aunque lejos de devolver a su estado original el gran proyecto forestal de principios de siglo. El exalcalde Víctor López, muy vinculado al centro pirenaico de aludes A Lurte de Canfranc, trabajó en las últimas defensas construidas en 1981 y 1982 en unos barrancos en la subida al carretón de Ip. Fueron los dos últimos diques de la ladera este. "Los hicimos en dos veranos, y a partir de ahí prácticamente no ha habido ninguna obra ni ningún mantenimiento", cuenta mientras muestra, sobre uno de los muros de Estiviellas, las grandes rocas y restos de árboles desprendidos de la montaña, arrastrados por las avalanchas y las lluvias torrenciales.

Para él, es importante que ahora se acometan labores de reparación. "Algunos ya han cumplido su misión, pero como a la vez se hizo la repoblación forestal y los árboles han crecido mucho y se están cayendo, se generan un montón de residuos en el propio monte", señala. Junto a la madera y las piedras, se acumulan también restos de redes y otros elementos instalados en la parte alta de los barrancos para sujetar las primeras nieves, tanto en Estiviellas como en San Epifanio. "Al final, entre 50 y 100 años, las medidas de corrección pierden efectividad. Si no se mantiene lo que hay, dentro de 100 años Canfranc- Estación volverá a estar como al principio", advierte Víctor López.

El proyecto de rehabilitación anunciado hace un mes por el Gobierno de Aragón cuenta con la ventaja de tener los senderos ya trazados, abiertos en su día para subir el material en caballerías. También se levantaron casetas donde pernoctaban los trabajadores, una ya restaurada. López sostiene que, aunque se utilicen helicópteros, se podría seguir recurriendo a los animales, y sobre todo "hay que generar trabajo para la gente".

El riesgo para Canfranc sigue existiendo, insiste, y cada vez es mayor si no se rehabilitan esas defensas. "Si este invierno, con todo lo que llovió, hubiéramos tenido 5 o 6 grados menos, habría sido nieve. Ha habido inviernos que en Astún se han llegado a medir 14 o 16 metros sumando todo", señala López. "Que tengamos un invierno o dos sin nieve no garantiza que al siguiente no se produzca una gran nevada y haya un alud de arrastre grande en alguna de las laderas. Puede llegar hasta el fondo del valle, y eso afectar al ferrocarril, la carretera o cualquier sitio habitado". Él reclama continuar el legado del ingeniero de montes Benito Ayerbe, porque "si se hizo un esfuerzo para tener la estación y las viviendas bien protegidas, hay que pensar en el mantenimiento. Ha llegado el momento de hacerlo, y en condiciones".

«Envejecidas y deterioradas»
El Gobierno de Aragón ya ha anunciado su intención de acometer la rehabilitación respetando esas "impresionantes" defensas. Es la idea principal, afirma el director general de Medio Natural y Gestión Forestal, Diego Bayona, "por su propia importancia patrimonial y porque es algo que ha funcionado tantos años, aunque haya que hacer un esfuerzo extra en repararlas y reforzarlas".

Nunca desde su construcción ha habido una inversión tan importante como la que se va a acometer. En 2021 se realizaron trabajos en el barranco de Estiviellas, "en lo más urgente, como la colocación de mallas", asegura Bayona. Según el responsable de Gestión Forestal, "siempre ha habido un seguimiento, lo que no ha habido es una inversión presupuestaria tan importante".

El alcalde de Canfranc, Fernando Sánchez, lleva años reivindicando la necesidad de rehabilitar esos elementos. "Tenemos unas infraestructuras que han funcionado bien, pero hay que mejorarlas y modernizarlas porque están envejecidas y deterioradas. Lógicamente habrá que implementarlas con medidas de protección modernas, y además hacer un tratamiento de las masas forestales, envejecidas", declara.

No es extraño que Canfranc-Estación inaugurara en 2011 el centro A Lurte (alud en aragonés), dedicado al estudio de la nieve y otras situaciones de riesgo en la montaña. Es el único con una predicción local de avalanchas para el Pirineo. Precisamente está ubicado en la casa donde residía Benito Ayerbe, una figura muy presente en la exposición permanente. Sus obras ha protegido durante un siglo las vidas de los vecinos de Canfranc, donde no ha habido víctimas mortales, mientras en el conjunto del macizo aragonés, desde el año 1953 (primer registro oficial), han fallecido mas de 80 personas sepultadas.
La última gran avalancha
No hubo daños personales aquel 2 de febrero de 1986, cuando quedó enterrada la iglesia. "Nevaba desde hacía 10 días, los últimos cinco sin parar". A las siete de la tarde, horas después de la misa dominical, Canfranc presentaba un aspecto fantasmal, narraba el cronista local Jesús Ezquerra, con una capa de metro y medio de nieve sobre el asfalto. Ni los quitanieves podían avanzar. Situada al fondo de un valle muy cerrado, a veces la nieve se saca de la localidad con camiones porque no hay espacio donde depositarla cuando se despejan las vías públicas.

Afortunadamente el pueblo estaba casi vacío aquella tarde cuando la avalancha bajó por el barranco de Estiviellas arrancando los árboles a su paso. Si hubiera descendido por la otra ladera, habría caído en la playa de vías, pero en la oeste se precipitó sobre el casco urbano. Los daños se limitaron a la iglesia, aunque se desalojaron edificios cercanos por temor a una réplica y quedó una gran cicatriz en el bosque. La nieve y los materiales arrastrados invadieron la iglesia, destrozaron las ventanas y la cubierta. El dique grande de Estiviellas minimizó los efectos pero no fue capaz de parar la avalancha.
"Hay un riesgo real, las defensas se deterioran"
"Cuando hay mucha nieve, los ves caer. Hay un riesgo real. Las defensas han funcionado durante 100 años, pero se han deteriorado y perdido eficacia. Por eso llevamos mucho tiempo pidiendo su rehabilitación". Inés Veintemilla es concejala de Medio Ambiente y como tal responsable del centro A Lurte, desde cuyo balcón señala los diques que jalonan los barrancos en la ladera este, frente del edificio. Insiste en protegerlos como patrimonio local, "porque es algo que nos identifica, lo mismo que la estación de tren".

"La colocaron en los Arañones porque tenía que estar controlada y cerca de la frontera. Se levantó una explanada de 12 metros de alto con 135.000 metros cúbicos de residuos de excavación del túnel de 8 km del monte del Tobazo. Pero vieron que todo se vendría abajo por los aludes si no protegían las laderas", recuerda, mientras muestra en las salas de exposiciones de A Lurte reproducciones a escala de los diques vacíos y el traje de gala del cuerpo de Ingenieros de Montes de la familia Ayerbe.

Heraldo de Aragón

22
Mar
2022


Autoría
David Cunillera-Montcusí
Postdoc en ecología entre UdG, UB y UdelaR, Universitat de Girona


La salinidad del agua es la concentración de sales disueltas. No solamente la sal común contribuye a la salinidad del agua, también todos aquellos compuestos que puedan disolverse en iones en el medio acuático (por ejemplo, bicarbonato de sodio, nitrato de potasio, cloruro de magnesio).

El cambio en la salinidad de los sistemas acuáticos a causa de la acción humana se denomina salinización o síndrome de la salinización de las aguas dulces y puede tener consecuencias dramáticas para los ecosistemas acuáticos.

¿Cuál es su origen y sus causas principales?
La actividad humana ha alterado la entrada de sales en los sistemas naturales contribuyendo a la salinización de muchos sistemas acuáticos, como ramblas saladas que se dulcifican o ríos de alta montaña que se salinizan.

Las actividades que favorecen la salinización son muy diversas. La agricultura –por ejemplo, irrigación excesiva, fertilizantes que incluyen diferentes iones– es una gran fuente de sales hacia los sistemas acuáticos (a través de la lluvia y el drenaje), especialmente en las zonas más áridas.
l uso de sal para prevenir la formación de hielo en zonas frías, como Canadá, representa otra fuente de salinización. Causas más globales son la minería, la industria textil o la intrusión marina debida, por ejemplo, al aumento del nivel del mar o la sobreexplotación de los acuíferos.

Finalmente, el cambio climático, que altera el ciclo del agua, contribuye a aumentar la concentración de sales en muchas regiones, como la mediterránea. Esto altera la cantidad y los tipos de sales que naturalmente están presentes.

¿Cómo afecta a los ecosistemas acuáticos?
Cualquier cambio, aumento o disminución que modifique la concentración natural de sales de un ecosistema puede impactar en sus diferentes niveles de organización.

Las especies que viven en hábitats de agua dulce (ríos, lagos, humedales) necesitan mantener un balance osmótico entre las concentraciones de sales en su medio interno (la sangre, las células) y el medio en el que viven (el agua). Así pues, un cambio en la concentración de sales puede afectar gravemente a su desarrollo y conllevar su muerte.

Al mismo tiempo, la pérdida de especies puede generar reacciones en cascada en las comunidades (conjunto de especies que habitan un mismo hábitat). Un ejemplo sería la pérdida de especies que filtran algas microscópicas como los crustáceos del género Daphnia (pulga de agua). Su desaparición favorece el aumento del fitoplancton, que causa mayor turbidez y disminuye el oxígeno disuelto en el agua.

A nivel de ecosistema, los iones que forman las sales interaccionan con otros elementos químicos alterando los ciclos del fósforo, nitrógeno y carbono, lo que puede llevar a la eutrofización de las aguas y a mayores emisiones de dióxido de carbono.

Finalmente, estas consecuencias afectan a la calidad de las aguas de uso y consumo humano, provocando efectos en su uso agrícola o su potabilidad. Por ejemplo, la salinización de las aguas causó una crisis sanitaria en Flint (Michigan) debida a la movilización de plomo en la red de abastecimiento. En Bangladesh, la salinización de los pozos por la intrusión de agua marina ha provocado un éxodo humano hacia el interior de la región.

Conocer mejor el fenómeno
Recientemente se ha propuesto una agenda de investigación para intentar esclarecer cuestiones aún poco claras sobre la salinización.

El conocimiento actual sobre este fenómeno a escala mundial es bastante desigual geográficamente. Por ejemplo, solo en Norteamérica se ha documentado el impacto de la sal en las carreteras, y en África o Sudamérica la salinización prácticamente no ha sido estudiada.

Asimismo, los trabajos actuales ignoran en gran parte los hábitats de menor tamaño, como los estanques o charcas, que son clave para la biodiversidad regional. Falta también información sobre los efectos de los distintos tipos de sales en el medio acuático, así como sobre su impacto medioambiental a escala paisajística (por ejemplo, a nivel de cuenca hidrográfica).

A nivel biogeoquímico, los cambios en las emisiones de gases de efecto invernadero o concentraciones de nutrientes al aumentar la salinidad aún no se han estudiado en profundidad.

Poco se sabe sobre el impacto de la salinización en los niveles bajos y altos de la red trófica, por ejemplo, en los microorganismos, que tienen un rol clave en el ciclo de los nutrientes.

Finalmente, los impactos a nivel genético –adaptación de algunas especies– y sus consecuencias a nivel evolutivo siguen siendo un campo poco conocido.

¿Por qué es difícil su gestión?
La gestión de la salinización es complicada a nivel técnico, pero también a nivel político y social. Un ejemplo podría ser el río Llobregat y la actividad minera de Súria y Cardona (Cataluña). La empresa minera negó durante un tiempo su responsabilidad basándose en el hecho de que las sales son un elemento natural de todos los cuerpos de agua y, al mismo tiempo, las respuestas de carácter técnico se han mostrado insuficientes.

Actualmente no hay una legislación específica que regule los límites de sales que se pueden encontrar en sistemas naturales.
¿Dónde nos lleva la tendencia actual?
En las regiones del planeta donde habrá menores precipitaciones se espera un incremento de la salinización; un menor volumen de agua implica una mayor concentración de sales en esta. Así, una disminución de los caudales y niveles de agua desembocará irremediablemente en su salinización.

Modelar la salinidad de los ecosistemas acuáticos en base a escenarios futuros de cambio climático es por tanto una prioridad para poder anticipar sus efectos y adaptarnos a vivir en un mundo más salado. Los pocos estudios que se han hecho al respecto apuntan que la concentración de sales puede duplicarse en algunas regiones hacia finales de este siglo.

The Conversation

25
Mar
2022

Science Daily thumb
Fecha: marzo 15, 2022
Fuente: S.J. & Jessie E. Quinney College of Natural Resources, Universidad Estatal de Utah


Resumen:
Los árboles tienen una relación compleja con la nieve y la energía a medida que la estación se calienta, pero una nueva investigación muestra que los árboles grandes pueden proteger las acumulaciones de nieve que se derriten en ambientes con estrés hídrico.

HISTORIA COMPLETA
Los árboles grandes desempeñan un papel descomunal en los bosques antiguos: desde ofrecer resistencia al fuego hasta producir descendencia genética fuerte, los árboles grandes brindan a los bosques múltiples ventajas ecológicas. Una nueva investigación les da a los gerentes otra razón para honrar a los gigantes: los grandes árboles protegen las acumulaciones de nieve que se derriten en ambientes con estrés hídrico. La investigación de Michaela Teich, Kendall Becker y Jim Lutz del Departamento de Recursos de Tierras Silvestres de la Universidad Estatal de Utah y su colega Mark Raleigh de la Universidad Estatal de Oregón, detalla el rompecabezas ecológico de cómo los grandes árboles interactúan con la nieve del bosque.

Un buen suministro de agua permite a los árboles soportar las altas temperaturas del verano, sobrevivir a los incendios forestales y combatir los ataques de las invasiones de escarabajos de la corteza. Pero durante los veranos calurosos en el oeste, las precipitaciones tienden a ser escasas. Una buena y espesa capa de nieve es el agua en el banco en lo que respecta a los bosques; cuanto más tiempo dure la capa de nieve de invierno en los meses de primavera y verano, más tiempo se libera agua en el suelo y está disponible para los árboles sedientos. Esa nieve derretida también es parte de la escorrentía que llena los embalses del oeste y beneficia a las comunidades. El objetivo de la investigación era encontrar formas para que los gerentes ayudaran a que esta fuente esencial de agua persistiera durante más tiempo en los meses de primavera y verano.

Un obstáculo para construir una capa de nieve en un bosque son, irónicamente, los propios árboles. Las ramas de los árboles atrapan la nieve antes de que golpee el suelo y la ofrece de vuelta a la atmósfera a través de la evaporación o la sublimación. El suelo directamente debajo de los grandes árboles, cortado del cielo por las ramas, tiende a construir solo una capa de nieve poco profunda, mientras que los pisos del bosque más alejados disfrutan de acumulaciones más profundas. Agregue a esa ecuación la radiación de onda larga: cualquier árbol con un peso bueno y sólido a sus troncos emite una energía invisible que los humanos no pueden ver (como luz) o sentir (como calor). Pero el constante bombardeo sutil infligido a la capa de nieve adyacente agrega la energía suficiente para sacar la nieve del umbral de congelación y limitar cuánto tiempo puede durar hasta la estación cálida.

Pero los árboles grandes no son todas malas noticias para las capas de nieve. Las mismas ramas anchas que evitan que la nieve llegue al suelo directamente debajo de un árbol también proporcionan un tramo de sombra refrescante que bloquea la luz solar directa de la nieve derretida en un radio bastante amplio que rodea un árbol. Y el ahorro es significativo; pueden superar tanto el detrimento de la cubierta del dosel como la energía de onda larga.

Con el equilibrio entre estos factores en mente, los investigadores realizaron cálculos para determinar cómo se veía un bosque que maximizaba los beneficios de la sombra y minimizaba los factores negativos del dosel y la energía de onda larga. Lo que encontraron fue una rosquilla.... al menos una zona en forma de rosquilla que rodea grandes árboles donde la capa de nieve podría soportar mejor, lejos de la energía de onda larga producida por el tronco y aún al alcance de la sombra refrescante. Los mejores bosques para la capa de nieve de larga duración tenían árboles que estaban espaciados de tal manera que estas zonas en forma de rosquilla chocaban entre sí, pero no se superponían.

"La nieve es un recurso clave para el suministro de agua dulce y la función del ecosistema. Nuestro estudio destaca que la conservación de árboles grandes, los mismos árboles que a menudo sobreviven a los incendios forestales, en ecosistemas forestales donde el fuego es parte del ciclo ecológico puede ayudar a facilitar ambos", dijo Teich.

Pero los árboles espaciados deben ser saludables y grandes para que la ecuación funcione, dicen los investigadores. Saludable, porque las copas gruesas de los árboles proyectan la mayor cantidad de sombra. Y grande, porque esos árboles son altos y proyectan más sombra, además de ser más propensos a resistir los incendios forestales que ocurren en el oeste.

"Este trabajo, en un gran sitio de investigación afiliado al Smithsonian, expone los problemas fundamentales involucrados en la retención de nieve en el suelo", dice Lutz. "Lo que necesitamos ahora es más investigación sobre las especies, tamaños y densidades de árboles específicos que optimizan la retención de nieve en los diferentes tipos de bosques del oeste estadounidense".

Fuente de la historia:

Materiales proporcionados por S.J. & Jessie E. Quinney College of Natural Resources, Utah State University. Original escrito por Lael Gilbert. Nota: El contenido se puede editar por estilo y longitud.

Referencia de la revista:

Michaela Teich, Kendall M. L. Becker, Mark S. Raleigh, James A. Lutz. Los árboles de gran diámetro afectan la duración de la nieve en los bosques antiguos posteriores al incendio. Ecohidrología, 2022; DOI: 10.1002/eco.2414
S.J. & Jessie E. Quinney College of Natural Resources, Utah State University. "Snowbound: Los árboles grandes aumentan el agua en los bosques al proteger la capa de nieve". ScienceDaily. ScienceDaily, 15 de marzo de 2022. <www.sciencedaily.com/releases/2022/03/220315141844.htm>.

22
Mar
2022


Autoría: José Martínez Fernández
Catedrático de Geografía Física, Universidad de Salamanca

Una definición clásica y popular de un río nos dice que es una corriente continua de agua. La mayor parte de las definiciones que se han dado coinciden en la condición y el carácter “permanente” de esa corriente natural de agua. Esto significa que solo aquellas cuyas aguas fluyan permanentemente pueden tener la consideración de ríos y que, de no darse esa condición, estaríamos ante otra cosa.

La mediterraneidad
Muchos de los ríos de la región mediterránea, sobre todo aquellos cuyas cuencas se sitúan en territorios bajo condiciones bioclimáticas estrictamente mediterráneas, difícilmente pueden hacerse acreedores de la citada definición. Un buen número de ellos, en modo alguno.

Para que se genere escorrentía suficiente para dar lugar a una corriente continua de agua se tienen que concitar una serie de factores relacionados, sobre todo, con el terreno y el clima. Pero el factor fundamental es la existencia de un balance de agua (lluvia menos evaporación) positivo, que permita un exceso de agua continuado en el tiempo, capaz de alimentar un sistema fluvial de forma permanente.

En las regiones bajo clima mediterráneo esas condiciones rara vez se dan y, cuando ocurren, tiene un alcance temporal limitado. La precipitación es muy irregular en el espacio y en el tiempo y, en promedio, no suele ser muy abundante. Cuando lo es, frecuentemente se trata de episodios muy localizados de gran intensidad y, en ocasiones, de consecuencias catastróficas.
Sin embargo, las condiciones térmicas –indicadoras de la energía disponible para llevar a cabo la evaporación– son muy benignas, especialmente en una época, la estival, que cada vez se extiende más en el tiempo, sobrepasando los límites de la propia estación. En España, por ejemplo, los veranos son ahora más cálidos y casi cinco semanas más largos que a inicio de los años 80.

Todo ello hace que la cantidad de precipitación sea casi siempre inferior, o muy inferior, a aquella que la atmósfera es capaz de evaporar. El resultado es un balance hídrico negativo y la ausencia del exceso de agua necesario para que se genere escorrentía.

Un paisaje de cauces secos
Muchas de las cuencas españolas se sitúan en esas casi tres cuartas partes del territorio que están bajo condiciones mediterráneas. Eso significa que en dichas cuencas no se dan las condiciones que posibilitan la existencia de ríos, tal y como se han definido.

Lo podemos comprobar directamente paseando cualquier verano junto a los centenares de cauces completamente secos que surcan el territorio nacional. Cauces de aquellos que comúnmente seguimos denominando ríos, como así reza en los carteles ubicados junto a los puentes de las carreteras que los cruzan. Esos que llamamos ríos dejan de serlo, pues, durante semanas o meses cada año y, por tanto, adolecen de la condición de corriente continua de agua.

En determinadas ocasiones nos encontramos con cauces por los que discurre agua todo el tiempo, pero se trata de sistemas intervenidos y regulados. Es decir, la gestión es la que determina el mantenimiento de ese caudal y no la dinámica natural. Esto hace que, por ejemplo, por los cauces que atraviesan muchas ciudades de la España mediterránea discurra agua en verano, de forma extemporánea. En ocasiones se trata de un recurso demandado por la ciudadanía, meramente paisajístico y estético, mantenido de manera artificial.

Bajo la protección de Airón
Sin embargo, también es verdad que, si viajamos por España o cualquier otro país mediterráneo, vemos que hay sistemas fluviales no regulados en los que el caudal, aunque pueda ser muy variable, se mantiene en el tiempo, sin que su cauce se seque nunca.

Dada la precariedad de los recursos hídricos de muchas de las regiones mediterráneas se podría pensar en un hecho casi milagroso o, al menos, providencial. En relación con esto último, por qué no mirar al cielo en busca de alguna señal que nos ayude a encontrar una explicación.

Echemos, pues, mano del panteón en búsqueda de ayuda divina. Las pesquisas nos llevan a Airón, que era una de las decenas de deidades que en época prerromana adoptaron las tribus que poblaban lo que posteriormente se llamó Hispania.

La mayor parte de aquellos pobladores adoraban a dioses directamente ligados a elementos de la naturaleza, desde el convencimiento de que dicha veneración podría, por un lado, serles beneficiosa para satisfacer sus necesidades y, por otro, protegerles frente a las inclemencias de los fenómenos naturales.

A Airón le tocó ser el dios de las fuentes, manantiales y pozos y, por tanto, de las aguas subterráneas. Era, al mismo tiempo, el dios de las aguas que les daban la vida y también el del inframundo, que se situaba en lo más hondo de esos pozos de donde la extraían. De hecho, todavía hoy día existen numerosos topónimos de lugares y pozos que hacen referencia a dicha deidad.
Los acuíferos como mecanismo de supervivencia
La componente subterránea es una más de las que dan como resultado la escorrentía que acaba circulando por los cauces de los ríos. En el caso de los mediterráneos, desempeña un papel esencial en el mantenimiento del caudal.

Entre otras funciones, los acuíferos tienen la capacidad de regular los recursos hídricos. Para muchas actividades que desarrolla el ser humano constituyen un depósito esencial. Para los ríos, suponen una fuente fiable de aportación de agua, independiente de las veleidades de la atmósfera. Es decir, llueva o no llueva.

La aportación de las aguas subterráneas a los ríos en las regiones mediterráneas es lo que explica que, a pesar del balance hídrico negativo, algunos mantengan el caudal en el tiempo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en verano o en épocas de sequía cuando observamos que, a pesar de la ausencia prologada de lluvia, sigue discurriendo el agua. Por lo tanto, esos ríos mediterráneos merecen que se les identifique como tales gracias a las aguas subterráneas.

En las cuencas en las que no hay acuíferos que ejerzan esa función, las corrientes de agua sufren frecuentes periodos de estiaje, incluso bajo condiciones climáticas relativamente húmedas.

Ríos que agonizan y mueren
Es crucial que se gestionen adecuadamente, de un modo sostenible, las aguas subterráneas. No solo son un recurso fundamental para muchas actividades humanas, como es el caso de la agricultura. Intervienen decisivamente en el funcionamiento de sistemas naturales tan esenciales como los fluviales.

Lamentablemente, en España cada vez conocemos más casos de ríos (Guareña, Trabancos, Zapardiel) que dejaron de existir o están agonizando como consecuencia de la sobreexplotación del acuífero al que estaban conectados.

La muerte o desaparición de un río no es noticia y rara vez sale reflejada en la prensa. Sin embargo, es un acontecimiento tremendamente grave y luctuoso por la enorme cantidad de consecuencias negativas que acarrea para el funcionamiento de la naturaleza. Pero también, directamente para el hombre.

Su desaparición supone la pérdida de actividades económicas, de cultura, de paisaje, de memoria… Sin esa gestión racional de los acuíferos es seguro que habrá más casos de ríos en extinción. Y no les quedará más remedio a ellos (y a nosotros, como víctimas igualmente) que invocar la protección del venerado dios Airón.
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