16 junio 2021 20:56 CEST
Las zonas áridas ocupan un tercio de la superficie terrestre y la desertización crece al 1 % anualmente. Este aumento pone en peligro el modo de vida de los quinientos millones de personas que viven a las puertas del desierto. Se trata de un problema serio. Pero también de un problema que sabemos cómo resolver.
La Convención para Combatir la Desertización de las Naciones Unidas propone el lema “Restaurar la tierra y recuperarnos” para celebrar el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía de este año. Afortunadamente, también hay buenas noticias:
1. La desertización se puede frenar
La desertización no es el resultado directo del cambio climático, sino de su interacción con actividades agrícolas que redundan en la degradación forestal.
La actividad humana está casi siempre detrás de la desertización a día de hoy y, por tanto, frenarla está en nuestra mano.
2. La sequía no ha aumentado globalmente
El cambio climático no altera la cantidad de lluvia que cae en el planeta. Solo la redistribuye. Esto es, en algunas zonas llueve más y en otras menos como consecuencia de este fenómeno. Pero a nivel global, la sequía no ha aumentado.
Además, algunos de los cambios en las variables climáticas acontecidos durante las últimas décadas han permitido aumentar la disponibilidad hídrica. Un ejemplo es la velocidad del viento, que ha disminuido un 20 % en los últimos 50 años. Eso disminuye la evaporación y, por ende, aumenta el agua dulce disponible.
3. El cambio climático no es más severo en las zonas más pobres
Existe la creencia de que el cambio climático aumentará las desigualdades socioeconómicas entre países: que acentuará la sequía en las zonas desiertas y áridas y que aumentará la lluvia en las zonas húmedas.
Esta creencia es falsa: la redistribución hídrica derivada del cambio climático no se rige por criterios geopolíticos. Los efectos del cambio climático no son una simple intensificación de los patrones de lluvia actuales. En algunas zonas áridas llueve más y en otras menos, y lo mismo ocurre en las zonas húmedas.
4. El Sahel está reverdeciendo
El Sahel es un ejemplo que nos muestra como la aridez no aumenta en mayor medida en las zonas áridas y pobres. De hecho, la precipitación se ha incrementado durante los últimos 30 años y también lo ha hecho la cobertura vegetal.
5. Combatir la desertificación genera trabajo y riqueza
El 6 % de la población mundial vive en desiertos y entre esas comunidades se encuentran algunas de las más pobres y marginales del mundo. El reverdecimiento que está ocurriendo en el Sahel, y en otras partes del mundo, es el fruto de la interacción entre procesos naturales y obras de ingeniería forestal como los programas de restauración. Estos programas permiten el uso sostenible de los recursos y el aumento de los ingresos.
Un ejemplo es el programa de Regeneración natural gestionado por granjeros (FNMR, por sus siglas en inglés), que se inició hace 20 años en Nigeria. Dicho programa ha logrado regenerar y gestionar 200 millones de árboles. Como resultado, los ingresos en las 900 000 granjas involucradas se han doblado y cada familia ingresa unos mil euros más al año.
El programa de Regeneración natural gestionado por granjeros ha logrado regenerar y gestionar 200 millones de árboles en Nigeria. Xuechan Ma / Naciones Unidas
6. Las nuevas técnicas de cultivo duplican la producción agraria y crean energía
Uno de los principales motores de la desertificación es la necesidad de tierras para la producción de alimentos. Este problema podría aumentar ya que la población humana sigue en aumento y está lejos de estabilizarse. Sin embargo, las técnicas de ingeniería agraria han estado en continua evolución desde la revolución verde.
Un ejemplo son los cultivos agrivoltaicos, donde los cultivos crecen a la sombra de paneles solares. Esta técnica, apta para desiertos cálidos, aumenta la producción agraria ya que los paneles solares protegen a los cultivos del exceso de radiación, permiten el ahorro de agua y, además, generan energía eléctrica. Con este proyecto, por ejemplo, se ha duplicado la producción de varios cultivos en el desierto de Sonora.
7. La ciencia ha progresado notablemente
El corpus de textos científicos sobre desertificación asciende a casi ocho mil artículos científicos. Es un proceso, por tanto, que entendemos relativamente bien y que ha permitido adaptar las técnicas de gestión ancestrales a la realidad actual.
La información de los satélites, junto con los modelos meteorológicos, nos permiten desarrollar sistemas de detección temprana de la sequía. Con ello se puede evaluar el riesgo para las cosechas y para la vegetación y tomar las medidas de mitigación más adecuadas de forma anticipada.
También contamos con avances en el área de la biotecnología, que desarrolla árboles mejor adaptados a las condiciones extremas del desierto y que aporta leñas a la población local. O con avances en el campo de la gestión agroforestal, que permiten aumentar la fertilidad del suelo y la producción, en comparación con las técnicas tradicionales de roza y quema.
8. Cada vez hay más bosque
La superficie forestal ha aumentado en 224 millones de hectáreas en los últimos 35 años. Esa superficie equivale al tamaño a Argelia y es ligeramente inferior a la de Argentina. La deforestación, la degradación forestal y la desertización constituyen un problema importante. Pero un problema que está localizado en algunas zonas de bosques tropicales o en el borde de los desiertos. El avance de la superficie forestal es mayor que el de la desertificación.
9. Tenemos experiencia en proyectos que revierten la desertificación
Los programas para frenar la deforestación no son algo nuevo. Tanto en Europa como en América, tenemos más de un siglo de experiencia en proyectos de restauración. En 1889, por ejemplo, el ingeniero Ricardo Codorniu dirigió la emblemática restauración de Sierra Espuña, en Murcia. Con esta operación logró revertir la desertificación que amenazaba la zona.
Otro ejemplo es la restauración en La Pampa del Tamarugal, en Tarapacá (Chile). Allí se ejecutaron obras de restauración con tamarugo (Prosopis tamarugo), un endemismo chileno, en la década de los sesenta. Estas obras de restauración son consideradas como ejemplares por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
10. Los desiertos son ecosistemas singulares con gran biodiversidad
Por último, no podemos, ni queremos, olvidar que los desiertos son ecosistemas singulares que albergan una gran biodiversidad. Los camellos, las serpientes de cascabel, los cactus gigantes… Hay un sinfín de especies que habitan los desiertos y que muestran adaptaciones excepcionales para poder vivir en estos ambientes extremos. Muchas de ellas están en peligro de extinción.
Que aumente la desertización es un problema, y grave. Que haya desiertos, sin embargo, es natural y vigilar por su estado de conservación es también una acción sensata.
Autor
Víctor Resco de Dios
Profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida
Fuente The Conversation