Ciencia y Técnica

28
Ene
2019

El poder sanador de la naturaleza


POR PILAR QUIJADA GARABALLÚ 23/01/2019
Los baños forestales están de moda. Desde Japón llega el poder sanador de la Naturaleza y los galenos japoneses los recetan cual “paracetamol” del alma. Pero la idea de que los bosques tienen la virtud de aquietar la mente no es nueva.
Santiago Ramón y Cajal, Nobel de Medicina en 1906, y padre de la Neurociencia moderna, ya lo sabía. Lo describió muy bien en “Recuerdos de mi vida”. En 1899, escribió, “mi salud dejaba harto que desear. Invadiome la neurastenia, acompañada de palpitaciones, arritmias, insomnios, etc., con el consiguiente abatimiento de ánimo. Semejantes crisis cardíacas atacan frecuentemente a las personas nerviosas fatigadas, sobre todo durante esa fase de la vida en que declina la madurez y asoman los primeros desfallecimientos de la vejez [tenía 46 años]. Naturalmente, mis dolencias agriaron aún más mi natural triste e hipocondríaco. Y, por reacción fisiológica y moral, acometiome violenta pasión por el campo”.

Así que, como terapia, puso su afán en “disponer de quinta modesta y solitaria, rodeada de jardín, de cuyas ventanas se descubrieran, de día, las ingentes cimas del Guadarrama, y de noche, sector celeste dilatadísimo, no mermado por aleros ni empañado por chimeneas”, dos de las muchas aficiones de Cajal: la naturaleza y la astronomía.
Aquella inmersión forestal, que permitió trabajo y aficiones, en el hoy barrio madrileño de Cuatro Caminos, le permitió recuperarse de su melancolía. “Procediendo a lo temerario”, señala, Cajal destinó todos sus ahorros a la construcción de Villa Amaniel.
La inversión fue muy rentable, como él mismo explica: “Mi curación honró poco a la Farmacopea. Una vez más triunfó el mejor de los médicos: el instinto, es decir, la profunda vis medicatrix. Porque luego de instalado con la familia en la campestre residencia, mi salud mejoró notablemente. Al fin alboreó en mi espíritu, con la nueva savia, hecha de sol, oxígeno y aromas silvestres, alentador optimismo. Y, por añadidura, llovieron sobre mí impensadas satisfacciones y venturas”.

Reproducido del blog del Colegio de Ingenieros de Montes

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