A lo largo de las anotaciones anteriores hemos visto como, desde una tradición anterior al siglo XX en la que no cabían cuestiones de orden axiológico, durante el primer tercio de ese siglo se pasó, no sin resistencia, a incorporar la noción de los valores al acervo de los estudios de sociología y filosofía de la ciencia. Ello tuvo mucho que ver con las cada vez mayores implicaciones sociales, económicas e ideológicas de la ciencia y sus productos. Fueron sobre todo consideraciones relativas a los efectos de la tecnología que se derivaba del desarrollo de la ciencia y a la contraposición de determinados valores muy extendidos socialmente con los principios propios de la empresa científica lo que llevó a Merton (1942) a enunciar el conocido como ethos de la ciencia, ethos al que también iba asociado su propio conjunto de valores.
Como vimos en la anotación anterior, no obstante, este asunto sigue siendo controvertido en el marco de la filosofía de la ciencia. Por esa razón, y al objeto de disponer de una perspectiva más amplia, y dado que el tema tratado ha concitado el interés no sólo de sociólogos y filósofos de la ciencia, sino también de científicos y divulgadores, he considerado de interés incluir de forma sumaria, lo que algunos de esos científicos y divulgadores han afirmado en relación con el tema. No pretendo que este repaso mínimo sirva para elaborar una reflexión meditada sobre la noción de los valores de la ciencia y sus implicaciones. Mi intención se limita a ilustrar la gran diversidad de rasgos, cualidades, actitudes y virtudes que son consideradas al tratarlo.
Santiago Ramón y Cajal (1898), en su “Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad”, incluye un capítulo, el tercero, titulado “Cualidades de orden moral que debe poseer el investigador”. Si bien es cierto que, en sentido estricto, quizás estas cualidades no sean del todo asimilables a la noción de valores utilizada por Merton (1942), no lo es menos que pueden considerarse perfectamente homologables a muchas otras cualidades que han venido siendo consideradas como valores. Por esa razón se han incluido aquí, y porque al fin y al cabo, no deja de ser una de las primeras referencias a estos temas escritas por un científico español. Para Ramón y Cajal, el científico ha de tener independencia de juicio, perseverancia, pasión por la gloria, patriotismo y gusto por la originalidad.
En un libro muy conocido del físico y divulgador científico norteamericano Carl Sagan (1995), “El mundo y sus demonios”, en el capítulo II, “Ciencia y esperanza”, hace una reflexión acerca de la ciencia, de su relación con la sociedad y de lo que cree que significa para la humanidad. En ese contexto, va desgranando una serie de ideas y atribuyendo a la ciencia una serie de cualidades. He recopilado la siguiente lista: cautela (escepticismo), racionalidad, autocrítica, apertura, independencia de juicio, humildad, imaginación, disciplina, coherencia, espíritu crítico, honestidad, y libre intercambio de ideas.
He incluido en esta breve relación a Ramón Núñez (2010), creador de los museos científicos coruñeses y a quien se considera padre de la museología científica española. Núñez, en una intervención en el Senado, enunció lo que su autor denomina “valores culturales de la ciencia”. Son los siguientes: curiosidad, escepticismo, racionalidad, universalidad, provisionalidad, relatividad, autocrítica, iniciativa, apertura y creatividad.
Por último, me ha parecido de interés incluir aquí los resultados de una encuesta en la que unas pocas personas, dedicadas a la investigación, a la docencia de materias de ciencia y a la divulgación científica respondían a la pregunta de cuáles son a su juicio los tres principales valores de la ciencia. No pretendo que los resultados de esta encuesta sean extrapolables, por supuesto. He reformulado algunas respuestas para agrupar las que tenían contenidos muy similares, y he puesto entre paréntesis el número de veces en que se daba la respuesta en cuestión. Comprobé que las respuestas dadas eran clasificables en dos grandes categorías: funciones que cumple la ciencia, una, y sus cualidades (o virtudes), la otra. Y cada una de esas dos categorías podía subdividirse, a su vez, en otras dos, atendiendo a si eran rasgos de carácter general o de carácter epistémico. Así pues, relaciono a continuación las respuestas dadas, agrupadas en las cuatro subcategorías indicadas.
Funciones
Proporciona progreso y bienestar (8); es fuente de criterio (5); promueve la educación y la cultura (1); proporciona placer y asombro (1).
Funciones epistémicas
Proporciona conocimiento objetivo (4); hace uso de y promueve el pensamiento crítico (4); busca respuestas (2); ofrece certezas (2); proporciona experiencia vital (2); atrae la inteligencia (1); desmitifica (1); permite comparar (1); facilita el intercambio de ideas (1).
Cualidades
Humildad (5); cooperatividad (3); honradez (2); belleza (1); generosidad (1); transparencia (1); valentía (1); resiliencia frente a sus demonios (1).
Cualidades epistémicas
Universalidad (7); curiosidad (7); objetividad (3); revisable/provisional (3); creatividad (3); escepticismo (2); racionalidad (2); realismo (1); rigor (1).
Conclusión
Si nos fijamos hoy en lo que diferentes filósofos, científicos y divulgadores de la ciencia han escrito al respecto (la relación contenida en este texto no es, ni de lejos, exhaustiva), vemos fácilmente que las dificultades a las que se refería Menéndez Viso (2005) son reales. Los resultados de la encuesta, aunque carentes de rigor estadístico, dan cuenta de una gran diversidad de visiones que no hace sino confirmar esas dificultades. En definitiva, no puedo sino concluir que la noción “valores de la ciencia” se encuentra sumida en una gran confusión.
Y sin embargo, si pretendemos que esa noción resulte de alguna utilidad, más allá de formular un desiderátum acerca de cómo nos gustaría a cada uno que fuese la ciencia o qué requisitos éticos deberían cumplir la práctica científica, y sus bienes y productos, debería clarificarse esta noción, precisar su significado. Menéndez Viso (2005) propone recuperar la noción aristotélica de la prudencia. Es una idea sugerente, pero creo que es una noción útil sobre todo en relación con la aplicación práctica de los resultados de la ciencia. Dudo que lo sea si de lo que se trata es de caracterizar a la empresa científica en sí.
Me parece una tarea necesaria. La ciencia se sigue encontrando en el punto de mira de ideologías que le son adversas. Me refiero a las ideologías políticas totalitarias y a las corrientes de pensamiento que niegan a la ciencia su valor epistémico atribuyéndole la condición de mera construcción social. Por esa razón, y dado que la ciencia, como cualquier otra empresa humana, requiere de un grado suficiente de legitimación y apoyo social, es necesario clarificar el dominio de los valores de la ciencia de manera que sirvan para proporcionárselos. Para ello, es importante determinar con precisión a qué nos referimos cuando hablamos de valores de la ciencia, si a principios, cualidades, virtudes, actitudes, normas o bienes, por citar algunas de las nociones potencialmente válidas. Sin esa clarificación, la de los valores de la ciencia será una noción inútil, por confusa. Y es que también en este dominio vale el aserto baconiano: “se aprende más del error que de la confusión”.
Fuentes
Menéndez Viso, Armando (2005): Las ciencias y el origen de los valores Siglo XXI, Madrid
Merton, Robert K (1942): “Science and Technology in a Democratic Order” Journal of Legal and Political Sociology 1: 115-126. [Traducción al español como “La estructura normativa de la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]
Núñez Centella, Ramón (2010): “La cultura científica” (Intervención en la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo; 25 de marzo de 2010).
Ramón y Cajal, Santiago (1898): Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad. Espasa Calpe, Madrid, 1941.
Sagan, Carl (1995): The Demon haunted World, Random House, New York [Traducción al español: El Mundo y sus demonios, Planeta, Barcelona (2006)]
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Reproducido de Cuaderno de Cultura Científica