o de la importancia de una política forestal más allá de la política
futuro. 2. adj. Que todavía no es pero va a ser.
Diccionario de la lengua española (Real Academia Española), 2021
Gabriel A. Gutiérrez Tejada
Presidente de la Asociación Forestal Andaluza
Giuseppe Aloisio
Director General de Política Forestal y Biodiversidad de la Junta de Andalucía
El filósofo australiano Roman Krznaric, en su obra The Good Ancestor, reivindica el pensamiento a largo plazo -y su principal derivada, la planificación- frente a las actuales frustrantes tendencias cortoplacistas, proponiendo conectar el ritmo de vida de hoy con los largos ciclos propios de la Naturaleza. En definitiva, se trata de recobrar el espíritu de lo que este autor ha venido a llamar el “pensamiento catedral”: los maestros de obras medievales, conscientes de sus limitaciones personales y vitales, proyectaban la construcción de las catedrales apoyándose inevitablemente en la idea de que otra generación terminaría el trabajo comenzado por la suya. No había otra posibilidad, si se quería llevar a buen puerto aquella grandiosa labor.
El manejo del monte, su gestión sosegada, comparte esta cualidad de la construcción de las catedrales. La vida profesional de un gestor forestal apenas alcanzará para atisbar los resultados de su acción sobre el territorio. En el caso de los responsables políticos las limitaciones se agudizan, pues los plazos de legislatura son insignificantes frente a los tiempos de la evolución forestal. Es necesario, pues, un compromiso de acción conjunta entre todos los actores implicados en la línea del tiempo, por mandato social. El desafío moderno del gobierno del monte nos enfrenta a retos a muy largo plazo como el alivio de los efectos del cambio climático, o el riesgo permanente de menoscabo de la biodiversidad, entre otros, que exigen políticas de largo recorrido.
Pero a la planificación debe seguir, inexorablemente, la acción decidida y permanente. Sin esta, los proyectos se quedan en aspiraciones vanas. Sugería el Nobel Thomas Mann: “Pensad como hombres de acción. Actuad como hombres que piensan”. El pensamiento forestal debe construirse, como el pensamiento catedral, sustentado en firmes convicciones de perdurabilidad, sin miedo a la experimentación, basándose en los resultados de la investigación y la experiencia acumulada por la gestión histórica. Y debe dar a luz, a renglón seguido, a la acción forestal continuada, hija legítima y necesaria para la conquista de los objetivos perseguidos.
En 1975, comisionado por el Instituto para la Conservación de la Naturaleza, el ingeniero de montes Manuel Camarero Quirós, del Servicio Provincial de Cádiz, redactó el informe de valoración de las fincas que pasarían a conformar el monte de utilidad pública “Sierra de Líjar”, en el término de Algodonales. En su propuesta de forma futura de explotación, consignó “monte alto de pinsapos en mezcla con las frondosas actuales regeneradas”, por pertenecer al ámbito “del ecosistema del abeto pinsapo” donde solo resistía un único ejemplar de esta especie. Casi 50 años después, un equipo de la actual administración forestal andaluza se afana en la recuperación de aquella población ancestral de pinsapos, donde ahora medran por fin más de tres mil ejemplares de distintas edades, algunos produciendo semilla ya. En el futuro, nuevos ímpetus habrán de tomar necesariamente el relevo de este trabajo, en lo que será la culminación de la propuesta del señor Camarero, tal vez un siglo después. Un ejemplo nada más, entre muchos, de la necesidad de establecer una cadena de cooperación en el manejo del monte, que no admite bandazos ni en el espacio ni en el tiempo.
La política forestal en Andalucía, España o en el conjunto de Europa, debe mirar más allá de limitaciones legislativas, siempre finitas, y proyectarse hacia el futuro con espíritu perdurable, contribuyendo con su actividad al desarrollo inmediato de las comunidades rurales y al beneficio colateral del conjunto de la sociedad, conservando y mejorando los montes -andaluces, españoles, europeos- y su permanente y renovable potencial ecológico, económico y cultural.
Decía recientemente Nicolás de Benito Ontañón, otro ilustre forestal andaluz, al ser distinguido en Madrid por una trayectoria profesional de indudable servicio público, que “había trabajado durante más de cuarenta años para que la gente pudiera vivir del monte”. Serán necesarios otros cuarenta, y cuarenta más, para que su labor -la de todos, al cabo- se proyecte hacia el futuro del mismo modo que hubo esta de apoyarse en la de generaciones anteriores.
La ordenación de los usos humanos del territorio, muy especialmente en aquellas regiones de marcado carácter forestal como la andaluza, deben incorporar el manejo del monte y sus consecuencias en la médula de la acción política, considerada esta en su sentido más amplio. Para ello, deberá dotarse de los necesarios cuadros humanos -científicos, técnicos, prácticos y políticos- y presupuestos materiales suficientes -públicos y privados-, pues la obra es inmensa. Y contar con los habitantes del propio monte será, esta vez sí, la clave del éxito de una empresa titánica sin los cuales nacería muerta, una vez más. Propietarios, empresarios, trabajadores especializados y, en general, usufructuarios del monte deben ser los nuevos protagonistas del resurgir de la gestión forestal, auxiliados por una administración experimentada, solvente, dispuesta al servicio público, que desbroce el sendero burocrático y promueva las bases de un tejido empresarial forestal sólido y no obstaculice la consolidación de la necesaria industria forestal.
Otras industrias están redescubriendo las materias primas procedentes del monte. Madera, resina, corcho y otras cortezas, leñas, biomasa y un largo etcétera, se hacen indispensables en otros sectores como el de la construcción, la aeronáutica o la energía. Esta demanda constituye un nuevo motor de puesta en valor de nuestros mejores recursos naturales renovables. La selvicultura del siglo XXI no puede permanecer ajena a estos nuevos requerimientos de la sociedad del futuro. Así, las propias ciudades se constituirán en espacios neoforestales y las nuevas viviendas y otras construcciones basadas en soluciones naturales prolongarán, entre otras, la capacidad fijadora de los bosques vivos.
Para ello, ningún camino será más eficaz que el recorrido juntos: profesionales del sector y gestores políticos; pero, también, otros grupos de interés forestal como los ecologistas, además del resto de sectores para los que el monte puede y debe ser fuente de materia prima y energía. Organizados, como en las clásicas estructuras que hicieron posible la construcción de Notre Dame en París, il Duomo en Florencia o la Mezquita-catedral en Córdoba, calzando las botas de próximas generaciones y superando viejas rencillas y enconados debates estériles, emulemos a esos viejos maestros de obras y construyamos juntos, como gremio de gremios, los paisajes forestales del futuro, el monte de los que están por venir.
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