Los ungulados amenazan a especies vulnerables y a la vegetación de algunos de los ecosistemas más protegidos, donde la caza está prohibida y se buscan alternativas
Por José Pichel
Los parques nacionales son la joya de la corona de los ecosistemas en España, 16 espacios tan diversos como el país, donde prima la conservación de sus singulares valores naturales. Sin embargo, no siempre hay consenso sobre cómo garantizar su protección. El mejor ejemplo está en uno de los más emblemáticos, Doñana, escenario habitual de confrontación política con polémicas como la ampliación de regadíos en su entorno, que en los últimos tiempos amenazaba con dejar sin agua a las aves. Sin embargo, no es este el único problema al que se enfrenta Doñana, ni es Doñana el único parque nacional que sufre graves amenazas. Desde hace años, los biólogos observan con preocupación el incremento de un peligro natural, pero demoledor para algunas especies vulnerables y para el patrimonio vegetal: la población de animales como el jabalí y otros ungulados se ha disparado y está arrasando con todo. Lo cierto es que ocurre en todo el territorio, pero la Red de Parques Nacionales cuenta con una peculiaridad: la caza comercial y deportiva está prohibida en estos espacios naturales desde diciembre de 2020. Mientras algunos colectivos aseguran que la ausencia de actividad cinegética es contraproducente para la conservación, otros reclaman mejorar la gestión a través de medidas alternativas. El problema es complejo y las posturas, irreconciliables.
Sin embargo, todo el mundo está de acuerdo en que algunos animales están causando estragos en los parques nacionales. Empezando por Doñana, en mayo la Sociedad Española de Ornitología (SEO/Birdlife) difundía que el 90% de los nidos de morito común y de garza imperial habían sido depredados en su casi totalidad por los jabalíes. Los de otras especies también habían sufrido daños irreparables. Tras años de sequía, las lluvias de esta primavera hacían concebir esperanzas de recuperar algunas de las aves más destacadas del humedal más grande de Europa, pero todo se truncó. “La malla instalada es ineficaz”, lamentaba la ONG conservacionista. Otro parque nacional que teme un desastre ecológico es el de Cañaberos, ubicado entre Ciudad Real y Toledo, especialmente valorado por su bosque mediterráneo. La Asociación de Afectados por el Parque de Cabañeros anunció antes del verano la presentación de una denuncia formal ante la Comisión Europea por "la gestión deficiente y negligente" que está sufriendo este espacio natural, según aseguran, "por la ausencia práctica de un plan de gestión de poblaciones de ungulados silvestres". Aunque ese plan existe, no tiene efectos prácticos hasta ahora, según este colectivo, que calcula que desde 2020 la población de ciervos se ha multiplicado por 2,35 y la de jabalíes, por 2,74. El exceso de animales degrada árboles, suelo y vegetación.
Algo parecido ha sucedido en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama con la cabra montés. Este animal había desaparecido de este entorno en el siglo XIX y se reintrodujo en 1989 con una protección especial y un éxito fulgurante. Hace casi 10 años, un estudio publicado en la revista Biological Conservation ya alertaba sobre una sobreabundancia de ejemplares que resultaba dañina para especies vegetales protegidas como el abedul o el acebo, que podrían no sobrevivir. "Tan malo es tener pocos herbívoros como tener un claro exceso", señala Ramón Perea, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid, uno de los mayores expertos en este tema. Investigaciones más recientes indican que el número, como mínimo, triplica lo deseable. Por el contrario, otros informes alertan sobre la existencia de caza furtiva.
En las Tablas de Daimiel, un grupo de científicos está realizando un experimento: han colocado nidos artificiales para comprobar cuál es el efecto de los depredadores y las pruebas documentales no dejan lugar a dudas. "Hemos puesto cámaras de fototrampeo y vemos cómo el jabalí es el principal depredador, seguido del zorro y la urraca", explica a El Confidencial Antonio Carpio, experto del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC, centro mixto del CSIC, la Universidad de Castilla-La Mancha y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha). Los investigadores simulan los lugares de puesta de distintas especies de patos, los dejan 28 días, el tiempo de incubación habitual de la familia de las anátidas, y cuando vuelven comprueban que los daños son considerables.
El análisis científico de la situación
Sin duda, el problema tiene muchos ángulos y estudiarlo con objetividad es un reto complejo, aunque muchos lo intentan. Precisamente, Antonio Carpio y otros colegas han analizado la prohibición de la caza de ungulados en los parques nacionales españoles en un artículo publicado recientemente por la revista Science of The Total Environment. Se trata de un “trabajo de discusión”, aclaran, que detalla tanto los desafíos como las oportunidades que se abren paso tras la medida. Para empezar, identifican tres claras consecuencias: un decrecimiento de la biodiversidad, un mayor riesgo de zoonosis (enfermedades procedentes de animales) y las posibilidades de que se produzcan accidentes de tráfico por culpa de la fauna.
El diagnóstico coincide con el que realiza la Fundación Artemisan: "Es evidente que la medida de prohibir la caza se aplicó sin mucho sentido", afirma su director, Luis Fernando Villanueva. "Es populista", porque "no todos los parques nacionales son iguales". En ese sentido, reconoce que, en lugares de alta montaña como los Picos de Europa, probablemente, "se nota menos" o que, en espacios netamente turísticos, como Timanfaya (Lanzarote), carece de sentido cazar. En cambio, en Cabañeros y en Monfragüe, "la pérdida de hábitat está siendo brutal" porque "en cuatro años el incremento de las especies cinegéticas ha sido exponencial". Según algunos expertos, el cambio en la vegetación se nota ya incluso en imágenes aéreas y de satélite.
Dentro de parques que ya soportaban una carga excesiva, la prohibición de la caza tiene consecuencias "sobre todo el ecosistema", afirma Antonio Carpio. "Esto se ve mucho en Cabañeros, donde hay tal densidad de ungulados que hace que la vegetación esté muy alterada", destaca. En este espacio natural, el número ideal de ciervos es de unos 20 por cada 100 hectáreas, pero algunas estimaciones apuntan a que habría entre 40 y 50. Según los expertos, estos cambios son especialmente graves si tenemos en cuenta que la primera misión de un parque nacional, la principal figura de protección que hay en España, es, precisamente, la conservación. Sin embargo, para las organizaciones conservacionistas, la caza también es un elemento que altera gravemente el entorno natural. Ecologistas en Acción, que alentó la prohibición de 2020, destaca que la actividad cinegética provoca la persecución y extinción de predadores, el fomento de especies exóticas e invasoras, desequilibrios poblacionales, fragmentación de los hábitats por vallados, el deterioro debido a caminos e infraestructuras y la contaminación por plomo. También destacan, para el ser humano, las limitaciones en el uso público de los espacios naturales. Teniendo en cuenta que los parques naturales solo representan el 0,75 % de la superficie de España, consideran ético que al menos estos enclaves se mantengan totalmente libres de las escopetas. En su opinión, puede haber soluciones alternativas para el control de las poblaciones de jabalíes o ciervos cuando resultan dañinas.
Las alternativas
También el análisis publicado por el investigador del IREC y otros expertos propone otras posibilidades. En Doñana, donde la caza ya estaba prohibida antes de la nueva regulación de 2020, los agentes medioambientales llevan mucho tiempo encargándose de controlar las poblaciones de depredadores problemáticos. En realidad, uno de los principales métodos que utilizan no difiere mucho de la actividad cinegética comercial y deportiva: los responsables del parque se encargan de abatir los jabalíes. Generalizar esta solución implicaría "muchos más recursos" para contratar a profesionales que se encarguen de esta labor, "como se hace en Noruega", apunta. Las dimensiones y las características de otros parques nacionales hacen que eliminar a los ungulados sea mucho más complicado. Monfragüe y Cabañeros han recurrido a la captura de animales en vivo mediante jaulas. Posteriormente, se venden a cotos de caza o se sacrifican para carne. Esta alternativa, "¿es más ética que una caza sostenible?", se pregunta Villanueva. En cualquier caso, "la comunidad científica ya ha concluido que esto no es suficiente, ni muchísimo menos, mediante estos métodos es muy difícil reducir las poblaciones". Por otra parte, recuerda que antes la caza se llevaba a cabo en recintos privados y ahora "hay que indemnizar a propietarios para que dejen de cazar, es un sinsentido todo".
Los científicos ponen sobre la mesa otras propuestas, pero lo cierto es que ninguna está totalmente libre de inconvenientes. Por ejemplo, los tratamientos contra la fertilidad son una de las herramientas de gestión de la fauna salvaje más usadas en las últimas décadas. Sin embargo, en este caso, "la contracepción en los ungulados no es efectiva", explica Carpio, principalmente, porque "son especies polígamas muy difíciles de controlar".
Percepciones y efectos colaterales
Tampoco parece muy viable recurrir masivamente a otros métodos más naturales. Tradicionalmente, el equilibrio entre los ungulados y su entorno se podía mantener gracias a la existencia de depredadores, precisamente, lo que no tienen ni el jabalí ni el ciervo en amplias zonas del país. En España, podría ser el lobo, pero en la actualidad su presencia se circunscribe al norte de la península, lejos de los parques más afectados por el problema, y plantear algún tipo de introducción implica avivar el conflicto con el mundo rural, precisamente, el mayor defensor de la caza.
Por el contrario, recuperar la actividad cinegética en los parques naturales chocaría con la percepción que tiene la inmensa mayoría de la sociedad, tal y como reflejan estudios y encuestas. "El único problema que ve la sociedad es el jabalí en zonas urbanas", resume el investigador del IREC, principalmente, por la difusión de algunas de sus apariciones en ciudades o playas. Nadie parece preocuparse por otros entornos, como los agrícolas, forestales o naturales. De hecho, “en general, la gente rechaza que se intervenga en los parques nacionales, porque los ven como una zona prístina que nunca ha sido alterada”, cuando la realidad es que la presencia humana ha sido constante. En cualquier caso, también hay que tener en cuenta que para los animales no existen los límites que los humanos dibujamos en los mapas. A menudo, "el jabalí vive donde no se puede cazar, pero los daños los hace en los cultivos que hay fuera de la zona protegida", destaca Carpio. En las Tablas de Daimiel, "duerme dentro del parque y come los cultivos que hay fuera, así que no es un problema interno del parque, sino también de los alrededores". Por si fuera poco, este animal actúa como reservorio de la tuberculosis bovina, que puede transmitir a las vacas porque, al final, "todos los animales beben de la misma charca".
El Confidencial