El monte arde porque lo hemos abandonado. Las 300.000 hectáreas forestales calcinadas en lo que llevamos de año dan buena prueba de ese desdén hacia tan valioso patrimonio.
Vivimos en un país de bosques, lo que nos concede un patrimonio de alto valor, pero carecemos de la necesaria cultura forestal para custodiarlo debidamente. Los terribles datos de los incendios de este año, el peor en lo que llevamos de siglo, demuestran la alta vulnerabilidad de nuestro paisaje a los llamados megaincendios climáticos o incendios de sexta generación, así como nuestra incapacidad para prevenirlos y mitigar sus devastadores efectos. Una de las causas principales es el mal estado de conservación que presentan nuestros bosques. Hemos convertido el monte en las afueras, alejándonos de él y descuidando su mantenimiento. Por eso, cuando los pronósticos de los científicos se cumplen y el cambio climático alarga y dispara los períodos de altas temperaturas, cuando las sequías se tornan cada vez más persistentes y extremas, las llamas se hacen ingobernables y los daños del fuego se multiplican.
Pero la crisis climática solo es la chispa de los incendios. La mecha, lo que tan solo estaba aguardando a prender, es el abandono de las actividades agrícolas y silvícolas que han provocado que la superficie forestal no pare de crecer. Que cada vez haya más bosque (la producción de madera crece cerca de 50 millones de m3/año), algo que, pese a lo que pudiera parecer, no es una buena noticia para la naturaleza, sino más bien al contrario. En los últimos años, y a consecuencia del abandono rural, los paisajes en mosaico, aquellos que combinan cultivos y pastos con garrigas y arboledas, han sido conquistados por el bosque, que no ha dejado de avanzar de forma incontrolada hasta alcanzar un notable aumento en las últimas décadas. Ello ha dado origen a la formación de grandes extensiones de monte arbolado que llegan a enlazar varias provincias, aumentando el riego de grandes incendios.
Porque en la mayoría de los casos son bosques enfermos, sometidos a largos períodos de estrés hídrico y a la recurrencia de las olas de calor, cada vez más extremas. Bosques desequilibrados, carentes de la debida atención, con una presencia cada vez mayor de flora invasora, hostigados por las plagas forestales que debilitan su capacidad de resistencia y los hacen más vulnerables al fuego.
Montes que son abatidos por el paso de temporales cada vez más violentos: nevadas y vendavales que derriban las ramas de los árboles enfermos y convierten el sotobosque en una leñera, sobrecargada de combustible. Espesuras donde dejamos de entrar hace años y en las que han desaparecido los cortafuegos, los caminos forestales y los hidrantes están vacíos y requemados por el sol. Así están la mayor parte de los bosques que se extienden de punta a punta en nuestro mapa. Por eso es tan urgente poner en marcha un gran plan nacional de regeneración forestal basado en la gestión sostenible de tan valioso patrimonio. Urgen unos ecosistemas forestales más diversos y resilientes, regenerados y mejor adaptados a los efectos del cambio climático. Bosques maduros, atendidos y sanos, aprovechados de manera responsable. Superficies forestales mixtas salpicadas de campos y pastizales, donde las fincas de cultivo y los pastos ganaderos actúan como multiplicadores de biodiversidad, además de cortafuegos.
España tiene, tras Suecia, la segunda masa forestal más grande de la UE, pero su estado de abandono la hace muy vulnerable al fuego
Bosques en producción donde el aprovechamiento sostenible de los recursos forestales genere oportunidades de desarrollo local y las actividades vinculadas a la conservación de la naturaleza den lugar a una auténtica bioeconomía circular que permita atraer y fijar población rural. Porque no nos cansaremos de repetir que los bosques bien gestionados favorecen la biodiversidad y no arden.
En ese sentido, tal vez sea necesario revisar algunos modelos de protección basados en las restricciones de uso que están demostrándose poco eficaces. Como los que prohíben todo tipo de aprovechamientos, por sostenibles y compatibles con la conservación de la biodiversidad que sean, como por ejemplo el de la biomasa forestal. Y es que aprovechar de manera sostenible y responsable los recursos forestales no significa deforestar. Muy al contrario, y como estamos comprobando este verano, retirar combustible del bosque es lo que urge. De igual modo que la tala selectiva es a menudo necesaria para sanear y fortalecer el bosque, incluso para aumentar su contribución a mitigar el cambio climático, la mejor manera de conservar nuestro rico y variado patrimonio forestal no puede basarse en prohibir y abandonar, sino en gestionar, custodiar y aprovechar sus recursos de manera sostenible. Y esa es, a su vez, la mejor manera de prevenir los grandes incendios. Algo que requiere un debate sereno y con voluntad de acuerdo sobre la gestión de nuestro capital bosque. No olvidemos que casi la mitad de la superficie forestal española, unos 13 millones de hectáreas, corresponde a espacios protegidos. Pero además de protegida, necesitamos que toda esa masa arbóreas este sana y bien conservada.
Necesitamos al bosque porque es mucho más que paisaje y naturaleza. Es nuestro principal aliado para mitigar el cambio climático, prevenir su avance y eludir los peores escenarios hacia los que nos empuja. Es el mayor obstáculo que podemos interponer al avance de la desertificación y la erosión del suelo. Es la fábrica del aire que respiramos y uno de los principales garantes del buen funcionamiento del ciclo del agua. Pero es que, además de todos los servicios ambientales que nos presta, el bosque es uno de los mayores yacimientos de empleo y principales motores económicos en el medio rural: ese entorno del que tanto nos hemos alejado, que representa el 84% de nuestro territorio y en el que tan solo vive el 15% de la población española. El bosque es la mejor oportunidad de hacer frente al abandono del campo y el reto demográfico.
Hace unas semanas, uno de los máximos expertos en incendios forestales a nivel internacional, Marc Castellnou, inspector jefe del cuerpo de Bomberos de la Generalitat de Cataluña y profesor de la Universidad de Lleida, declaraba en una entrevista para Planeta A que "es inviable cerrar los bosques en una vitrina para protegerlos y que estén como nos gustan para ir de excursión de vez en cuando", atendiendo a esa errónea conceptualización del bosque como santuario vegetal. Para este experto, mucho antes que debatir sobre cómo abordar la extinción de los grandes incendios que nos acechan, "el problema real sobre el que debemos discutir es la falta absoluta de conocimiento forestal" porque "sin economía rural, sin paisajes variados y bosques sanos, no vamos a poder evitar los megaincendios", pues "cuando tenemos el ecosistema desequilibrado, el fuego hace su trabajo". Y es que en materia de política forestal, como en tantas otras, prohibir es la manera más fácil y cómoda de proteger, pero no siempre resulta la más eficaz.
Fuente:El Confidencial