Ahora, cuando ha terminado el año, y tenemos una distancia temporal suficiente, es cuando cabe hacer un análisis racional sobre los incendios forestales en 2017. Durante la campaña, la presencia continua de noticias sobre incendios impide hacer un análisis sereno que, además, se ve distorsionado por las afirmaciones de periodistas y responsables políticos, hechas con precipitación y poco rigor, debido a la necesidad de buscar las causas para ilustrar la noticia.
Los datos hablan por sí solos. Han ardido 178.436 ha y hubo 56 grandes incendios, aquellos que superan las 500 ha quemadas. Unos datos pocas veces superados. Llamativo es que se produjeron no solo en verano sino que hubo incendios hasta en el mes de diciembre cuando ardieron 1.849 ha. Hubo 13.822 fuegos de los que 8.721 afectaron a menos de una hectárea de superficie.
Las dos terceras partes de la superficie eran superficies cubiertas de matorral o pastos y pero 66.903 ha lo fueron de monte arbolado. Las dos terceras partes de la superficie arbolada ardieron en el Noroeste, así como el 73% del total. La mitad de los incendios forestales se produjeron en esta zona. El resto se repartió por todo el país con una mayor incidencia en el Mediterráneo.
Los 6 mayores incendios ocurrieron en Moguer (8.486 ha) y La Granada (4.167 ha) en Andalucía. Yeste (3.300 ha) en Castilla-La Mancha, Encinedo (9.964 ha) y Fermoselle (2.844 ha) en Castilla y León, y Verín (1.460 ha) y el inmenso de otoño en Galicia (más de 40.000 ha). En total más de 69.000 ha se produjeron en estos siete incendios. Casi el 39 % de la superficie quemada.
En principio se sabía, con anterioridad al verano, que 2017 iba a ser un año muy complicado pues las previsiones meteorológicas indicaban que el periodo de máximo peligro, aquel en que se darían las condiciones de más de 30 grados de temperatura, menos de un 30% de humedad relativa y posibles vientos de más de 30 Km/hora, la llamada regla del treinta, podían presentarse a lo largo de muchos meses y muchos lugares. Algo que no es inusual y que se presenta en cada decenio en 2 ó 3 años.
Por tanto el riesgo de incremento del número de incendios forestales y, también la probabilidad de que se generaran grandes incendios era muy alta en 2017 y se sabía por anticipado.
Sin embargo no hubo, en general, por las administraciones, modificaciones en la planificación de las campañas para incrementar los efectivos de extinción durante el verano así como para extender el tiempo de la campaña a los meses anteriores y posteriores al verano.
En 2017 hubo incendios a lo largo de todo el año, puesto que el otoño fue extraordinariamente seco, estación durante la cual se produjeron incendios con bastante frecuencia, cerrando el año con incendios activos a 31 de diciembre como el de Culla (Castellón). Mientras que a 16 de septiembre la superficie quemada era de 99.460 ha (Fuente Diario El Mundo 17/09/2017), el resto ardió en otoño, es decir 78.976 ha, lo que significa que el 44.26 % de la superficie quemada lo fue durante el otoño, aunque la cifra está distorsionada por la superficie del gran incendio gallego del mes de octubre.
Los incendios más habituales, la moda en términos estadísticos, se mantuvo constante en una superficie pequeña, menos de 2 ha, prueba de la eficacia de los profesionales de los servicios contra incendios forestales. No obstante hubo más de 170.000 ha quemadas y, esto es lo llamativo, grandes incendios en otoño. Se escribió a la ligera que el causante de estos incendios era el cambio climático y, aunque un tiempo más cálido propicia más días con las condiciones de peligro extremo para los incendios forestales, muchos años ha habido así y en países como Marruecos en que las condiciones meteorológicas extremas son más frecuentes no hubo ni tanta superficie quemada, ni tantos grandes incendios.
Si nos fijamos en el modo de extinción de esos millares de incendios que son extinguidos con poca superficie quemada, esos que nunca son noticia en los medios, vemos que la técnica usual ha sido casi siempre la misma: el puesto de vigilancia, frecuentemente una torreta en un alto, avisa de un humo y un técnico ordena el desplazamiento de un retén de brigadistas que hacen un ataque al fuego directo, con batefuegos y otras herramientas manuales; entretanto llega un coche motobomba para humedecer y tras varias horas de trabajo el fuego queda extinguido. Este guion podría verse perturbado si el fuego llegara a las copas de los árboles o si la superficie del incendio al llegar el retén es tan grande como para que no pudiera controlarlo.
Es habitual cuando en un mismo día surgen varios focos que lleguen a estar todos los retenes trabajando simultáneamente y de haber más focos que retenes es muy posible que a alguno de los incendios se llegue demasiado tarde y se escape fuera de control. Por tanto cuantos más retenes haya más difícil es que tengamos grandes incendios. Aquí hay una cuestión a destacar, que es que en general, desde la crisis las administraciones con sus recortes han reducido los medios de extinción en las campañas contra incendios forestales lo que ha propiciado que la probabilidad de un conato se transforme en un gran incendio, por falta de medios para llegar a tiempo, se incremente substancialmente.
Dos ejemplos transcendieron a la opinión pública. La noticia de que desde que empezó la crisis el INFOCA (dispositivo de campaña contra incendios forestales de la Junta de Andalucía) había reducido su inversión en más de treinta millones de euros anuales; y que a primero de octubre, pese a la situación de peligro extremo, la Xunta de Galicia envió a casa a 900 brigadistas el primero de octubre al finalizar sus contratos y no prorrogárselos, reduciendo los medios para la extinción de incendios forestales a la mínima expresión.
Menos brigadistas y menos bomberos generan más tiempo hasta que se llega a un incendio; y la situación de producirse más conatos que retenes simultáneamente es más fácil que surja.
Haciendo un pequeño excurso, todos los años, cuando llega el verano, aparecen en los medios algunos salvadores que nos cuentan que los incendios pueden apagarse mejor con el uso de satélites artificiales, o cámaras de vigilancia en los montes, etc. En el caso de los satélites para ofrecernos donde se pueden generar las situaciones de mayor riesgo. Estos ofrecimientos son, en mi opinión, poco adecuados, pues los servicios forestales saben muy bien, por la experiencia acumulada de muchos años, cuándo y dónde hay más peligro de incendios sin necesidad de imágenes de satélite.
Ya hemos citado la importancia de la forma de la masa forestal y es que la disposición y tipo de combustible son muy importantes. También aquí los medios de comunicación dan una idea distorsionada hablando de eucaliptos o pinos como causa de los incendios; como si la causa de que algo se queme estuviera en el tipo de combustible. Ya hace más de treinta años que el INRA (Instituto de Investigaciones Agrarias de Francia) hizo el experimento de introducir en túnel material vegetal de las distintas especies mediterráneas existentes en Francia (que son las mismas que hay en España) y hacerlas arder con igual temperatura y velocidad del aire, para comprobar la velocidad del fuego en condiciones controladas. Los resultados fueron que las diferencias entre las distintas especies fueron muy pequeñas.
La influencia del tipo de combustible no se deriva de la especie que haya en el monte sino de la forma de la masa. Es conocido que para que un incendio aumente su tamaño rápidamente ha de haber en la masa forestal continuidad vertical y horizontal. La continuidad horizontal en que la proximidad de un vegetal ardiendo del siguiente sin arder permita que se prenda el vegetal colindante; así un jaral denso en que haya poca distancia entre mata y mata vería como las llamas pasan con facilidad de una planta a otra extendiéndose el fuego con rapidez. La continuidad vertical consiste en el contacto o cercanía suficiente de las partes más altas de matorral con las ramas más bajas de los árboles lo que propicia que del matorral un fuego llegue a copas. La forma de masa adecuada para mejorar la resistencia de los montes al fuego exige romper estas continuidades. Un bosque aclarado en la espesura adecuada, sin copas tangentes y en el que las ramas más bajas de las copas de los árboles no tengan matorral debajo de ellas es la forma ideal para evitar grandes incendios.
También tiene gran importancia el diseño de pistas forestales suficientes para que las brigadas acudan en un lapso de tiempo corto, y los cortafuegos que, al actuar conjuntamente con las pistas dividiendo el monte en cuadrículas, reducen la probabilidad del gran incendio.
Pero si algo está abandonado desde hace más de treinta años en los presupuestos del Estado y las Comunidades Autónomas es la selvicultura: los desbroces y claras en nuestros montes.
No siempre fue así. Tomemos los datos de la Memoria del ICONA (Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza) de 1981; en ella aparece la cifra de tratamientos selvícolas realizados que ascendió a 210.264 ha, de las que hubo 65.284 de desbroces. Incluso estas cifras son inferiores a las necesarias, pero ¿qué superficies se hacen ahora en España anualmente?
Si hemos tomado 1981 es porque España estaba, como ahora, en una profunda crisis económica, pero no fue excusa para desatender a las necesidades de los montes. Es verdad que en 2017 estamos en crisis, pero si en 1981 el PIB de España fue de 173.339 millones de euros en 2017 fue de 1.118.522 millones es decir seis y media veces superior, incluso descontando el IPC entre 1981 y 2017 el valor actual es un 99,22% superior.
De modo que España, aún en plena crisis, es el doble de rica que en 1981 por lo que si hubiera voluntad política habría medios suficientes para afrontar anualmente una superficie similar, e incluso superior, a la del año 1981. Pero no es lugar para dar detalles de la urgente necesidad de recuperar la selvicultura en la gestión forestal española, así que volvamos a los incendios forestales.
Hubo, como otros años grandes y graves incendios en España, Portugal, Estados Unidos, o Grecia, pero ¿por qué en Marruecos no hay grandes incendios? Por descontado que las condiciones de sequedad ambiental y temperaturas extremas, cuando en la Península Ibérica existen, se manifiestan con mayor rigor en Marruecos. Esta nación cuenta con 4.378.400 ha de bosques arbolados y, sin embargo, nunca hay grandes incendios. La respuesta está en que las condiciones de vida de las poblaciones rurales son bastante pobres por lo que necesitan usar los matorrales y leñas como fuente de energía para calentarse y cocinar y desbrozando exhaustivamente los montes para obtener biomasa, lo que hace que los montes sean poco susceptibles a un incendio sobre todo de copas, porque la continuidad vertical para que las llamas lleguen a las copas es casi imposible al no existir el subpiso de matorral.
La lección es sencilla, aunque las condiciones climáticas hubieran sido más extremas, como las que hubo en Marruecos, no hubiera habido tantísima superficie quemada en grandes incendios si las masa forestales españolas hubieran estado en las condiciones selvícolas adecuadas de forma de masa sin continuidades verticales y horizontales.
Sin salir de nuestro país, masas forestales como las dehesas en Extremadura o los pinares de piñonero en Valladolid, en las que existe esa discontinuidad horizontal y están limpias de matorral, solo registran conatos de incendio y rarísima vez sufren fuegos de copas.
A la inversa debemos llamar la atención sobre el incremento de incendios importantes en los espacios naturales. Nada debe extrañar en ello. En aras de un conservacionismo mal entendido, las normativas de los espacios naturales limitan los desbroces de matorral y las claras en los bosques, llegando en algunos casos, casi a la prohibición. Además es frecuente la prohibición de nuevas pistas y cortafuegos. ¿Tiene algo de extraño que cada vez sean más frecuentes los incendios en Espacios Naturales? Incluso llama la atención que sean más frecuentes ahora que antes de ser declarados.
Llega la cuestión siempre candente del qué se debe hacer. Lo primero y urgente sería la recuperación de los presupuestos para la lucha contra incendios que existían antes de la crisis. Además deberían extenderse los medios durante todo el año pues no es admisible que al llegar un otoño tan seco como el de 2017 los medios de extinción sufrieran drásticas reducciones. Hay que recuperar la selvicultura en los montes, al menos podríamos volver a hacer 210.000 ha de tratamientos como se hizo en 1981, lo que no sería suficiente, pues al menos habría que doblar la superficie para que en un plazo razonable (pongamos 15 años) podamos tener nuestras masas preparadas contra el riesgo de un gran incendio. Desde luego si hay voluntad política se puede hacer pues no olvidemos que España es el doble de rica que en 1981. Relacionado con lo anterior, habría que corregir la tendencia al abandono de la selvicultura en los Espacios Naturales.
Ya que la sensibilidad por la conservación de los montes no parece suficiente, hagamos un esbozo de análisis coste/beneficio con el ahorro de unos pocos millones de euros al reducir los efectivos en otoño en Galicia, contra las pérdidas económicas que han supuesto las 48.000 ha quemadas en octubre en esa Comunidad.
No sería justo terminar sin indicar que las administraciones, aunque insuficientemente, en algunos casos han tomado nota. El Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente ha decidido reforzar los medios para la extinción de incendios forestales, prolongándolos desde febrero hasta junio. El País Valenciano ha anunciado la contratación de 744 brigadistas durante seis meses y la Junta de Andalucía que invertiría en 2018 diez millones más en el INFOCA. Es demasiado poco, pero al menos es algo. Aunque tiene pinta que como no llueva mucho y las temperaturas sean menos altas que el año pasado, en 2018 puede volver a repetirse otro año infame de incendios forestales.