Marc Castellnou, jefe del Grupo de Actuaciones Forestales (GRAF) de los Bomberos de Cataluña
“O gestionas el territorio con selvicultura, ganadería o agricultura o no tendrás capacidad de apagar estos incendios”
Con motivo de la celebración del 8º Congreso Forestal Español entrevisté a Marc Castellnou para la revista Foresta. Era una entrevista que teníamos también pendiente para osbodigital.es como ganador del último premio Batefuegos de Oro. Fue una entrevista extensa, con reflexiones que no dejarán indiferente a nadie, llena de información concreta que compartimos ahora aquí con alguna pregunta añadida. Para un público especializado Castellnou no necesita presentación, mejor leer sus reflexiones.
Desde siempre el mundo forestal ha reclamado más gestión forestal, sin demasiado éxito, como forma de prevenir o evitar grandes incendios forestales. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un fenómeno inverso, han sido los equipos de extinción los que han avisado de que o se gestiona el territorio o no podrán apagar esos grandes incendios. ¿Podemos llegar a una mayor gestión del paisaje forestal a partir de la llamada de atención de los equipos de extinción?
El mundo de los incendios empezó a apagar incendios para proteger a los bosques, pero, a finales del siglo XX, además apagamos incendios para proteger a la sociedad. Cuando los dispositivos de incendios decimos “cuidado, hay que gestionar el bosque” empieza a cambiar el paradigma, con mucha resistencia, porque la gente de la biodiversidad quiere más restricción y nosotros decimos “más restricción no porque no tenemos capacidad de extinción”.
La sociedad demonizó al sector forestal con las historias de repoblaciones, pinos e intereses industriales, y puso sus esperanzas en el mundo de la extinción. Ahora este mundo le dice que no puede con todo y la sociedad, cuando ve que su seguridad y sus intereses se pueden ver afectados, es cuando acepta que hay que intervenir antes. Este es el proceso que estamos viviendo ahora.
Sin embargo, los presupuestos aún no varían, los dispositivos de extinción reciben gran parte de la inversión que se hace en el mundo forestal.
Eso es cierto, hemos pasado del 30 % de inversión en incendios forestales al 90 %, lo que sucede es que no se recoge en las mismas partidas y por eso no se ve. Pero, cuando sumas todas las partidas, la inversión en extinción, o para facilitar la extinción, alcanza el 90 % de la inversión pública en el monte.
¿Es esa la estrategia adecuada?, ¿mayor inversión en medios va a garantizarnos mayor éxito en la extinción?
No, eso está claro, tenemos la necesidad de mantener nuestros equipos actualizados y modernizados, pero no es necesario seguir invirtiendo en extinción porque no tenemos mayor capacidad con los incendios tan intensos que estamos teniendo. Ya hemos llegado al máximo, al final de la curva. El límite de un bombero con todo su equipo delante de un frente de fuego son 10.000 kw/m de energía. Cuando tenemos incendios que están emitiendo 100.000 o 140.000 Kw/m es evidente que no podemos trabajar, no hay capacidad de supervivencia.
No queremos más medios de extinción. Lo que queremos son paisajes para que, con los medios que tenemos, podamos extinguir el incendio.
Despoblación rural, falta de gestión del territorio y cambio climático, el cóctel perfecto que crea las condiciones favorables para grandes incendios forestales ¿Cómo rompemos este triángulo?
Es muy difícil romperlo a estas alturas, tendríamos que haber visto el problema mucho antes. Básicamente, tienes que conseguir diversidad estructural en tu paisaje. Esta sociedad se ha urbanizado y no tiene intención de vivir en la España vaciada. Sin economía rural que cree un mosaico agrícola forestal tendremos que conseguir un mosaico forestal sano.
Comparo el incendio con una bola de nieve que baja por una ladera bien cubierta de nieve y homogénea. Cuando llega abajo ha cogido inercia y un gran peso. Con el incendio sucede lo mismo, sin una estructura variada coge inercia y no hay quien lo pare. Tendremos que generar economía forestal.
El cambio climático parece la excusa perfecta para cualquier problema en el medio natural, el paraguas que todo lo cubre ¿no puede sonar a excusa?
El cambio climático tiene tanta importancia porque es un problema sobre otro problema estructural, que es la falta de gestión de los paisajes. Le echamos la culpa al cambio climático pero ha quedado demostrado que, incluso con el cambio climático, si nuestros montes están gestionados no tenemos intensidades que nos superen.
Necesitamos diversidad en la estructura de los paisajes para poder limitar esos incendios. Si no tenemos ese paisaje no podemos hacer extinción.
Otra cosa es que el mundo de los incendios tiene que entender más de ecología del fuego. Los incendios son perturbaciones que crean espacios de regeneración en estos bosques para seguir adaptándose a un clima cambiante. No podemos entrar en la próxima década con bosques que nacieron en un clima que ya no existe y que desapareció décadas atrás. La forma de adaptar nuestros bosques al cambio climático es generando espacios y eso lo logramos con gestión o con perturbaciones. Los incendios son la perturbación que está generando nuestros montes ante nuestra incompetencia para hacerlo.
¿Cómo generamos economía forestal si el mercado no quiere esos productos y, además, el precio que paga por ellos no es rentable?
El mundo primario agrícola y forestal no solo está generando productos económicos para vender, está creando seguridad para el mundo turístico e industrial. El perímetro agrícola que supone el vino del Penedés alrededor de la zona sur de Barcelona es lo que la protege de los grandes incendios de la zona interior. Si perdemos esa zona agrícola esos incendios serán un problema y vamos a tener que invertir gran cantidad de dinero y esfuerzos públicos, que era lo que teníamos que haber hecho antes para no perder ese paisaje mosaico. Hay que cambiar la manera en la que pensamos el paisaje y en la que mantenemos esa economía rural. El sector primario es ya un sector terciario porque está dando un servicio de seguridad. Hay que valorarlo y revertirlo en quien lo produce.
Sin embargo, las estadísticas muestran que hay menos incendios y que incluso el número de grandes incendios ha disminuido ¿Hasta qué punto la reducción del número de incendios y de la superficie quemada es un logro de los dispositivos de extinción?
Es atribuible a que cada vez hemos creado un monstruo más grande y más rápido para apagar incendios. El sistema de extinción de los años sesenta apagaba incendios de baja intensidad, el de los años 80 apaga los incendios de media intensidad y el actual apaga los incendios de alta intensidad. Apagamos todos los incendios que hacen menos daño, pero el incendio de extrema intensidad es el que se escapa al sistema de extinción. Con toda la inversión que estamos haciendo siempre estamos evitando el problema por la parte baja, nunca por la parte alta. Además, cuando tú aumentas tu capacidad de extinción lo que haces es aumentar la capacidad de extinguir incendios que antes no eliminabas. Es decir, sigues acumulando vegetación, con lo cual, el siguiente será más intenso que el anterior. Y la respuesta que damos es invertir más en extinción para apagar el siguiente incendio, lo que aumentará el combustible que arderá en el próximo.
Pero la sociedad quiere evitar alarmas y situaciones de riesgo, no quiere perder superficie forestal porque cree que cada hectárea que se quema es una catástrofe
Conseguimos reducir el número de incendios y superficie quemada, pero cuando se nos escapa uno de ellos se convierte en el más rápido, el más intenso y peligroso que hemos visto. Lo que vimos en el incendio de Navalacruz, Sierra Bermeja, California, Pedrograo y Australia es esto: nunca habíamos tenido incendios quemando 14.000 hectáreas hora. Naciones Unidas los ha denominado incendios a escala de paisaje, cambian todo un ecosistema.
Tenemos que entender que no estamos aquí para defender un pasado. Las decisiones que toma ahora el dispositivo de extinción conforman el paisaje del mañana. Hace cuarenta años que tomamos decisiones para apagar llamas y hemos creado un mundo de incendios incontrolable. Ahora hay que tomar decisiones para tener un mundo donde se pueda vivir con esos incendios, que son perturbaciones.
El problema va a venir para el centro y norte de Europa, que no conocían los incendios forestales y van a tener que acostumbrarse a ellos.
¿Está hablando de utilizar el incendio como la primera herramienta de gestión forestal o de prevención para el siguiente? ¿Se puede utilizar el mismo incendio forestal para hacer prevención?
La única manera en la que hemos apagado grandes incendios últimamente es con las manchas de los incendios anteriores. O gestionas el territorio con selvicultura, ganadería o agricultura o no tendrás capacidad de apagar esos incendios. Estamos en una tesitura en la que será el propio incendio, con las manchas que cree, el que servirá para apagar el siguiente.
¿Está la sociedad capacitada para entender este mensaje? ¿Podrá admitir que para que no haya otro incendio el próximo verano quizás sea necesario que el de ahora queme más hectáreas?
La sociedad puede que no esté preparada, pero habrá que hacer el esfuerzo de explicárselo. Hasta ahora solo hemos explicado todos contra el fuego. Ahora hay que explicarle que no es solo ir contra las llamas sino que es consumir con conciencia, que así favoreces un paisaje u otro. Nuestra manera de vivir tiene un impacto en nuestro entorno. Y, a nivel fiscal, deberíamos tener en cuenta las actividades que tienen un impacto en la seguridad de la sociedad.
Las actuaciones de prevención más habituales son, en realidad, facilitadoras de la extinción (cortafuegos, fajas, puntos de agua, pistas), no producen cambios estructurales en el paisaje que dificulten la propagación de los grandes incendios ¿pueden impedir, por falta de presupuesto público, una inversión mayor en la gestión forestal del monte?
En el marco político actual esto pasa. Invertimos en fajas cortafuegos, puntos de agua, pistas, etcétera, eso no es invertir en prevención eso es hacerlo en preextinción. Invertir en prevención es evitar que el incendio propague en alta intensidad y eso es gestión forestal. Hay que separar las dos cosas. La gestión permite reducir la cantidad de energía emitida por estos incendios, lo que supone para nosotros una oportunidad de extinción.
También tenemos que analizar la parte de culpa que tenemos los servicios forestales porque cuando el político ha preguntado qué necesitáis para apagar incendios hemos dicho medios de extinción. Ahora le decimos que no podemos y la sociedad pensará que no somos buenos en nuestro trabajo.
¿Qué es necesario para cambiar ese enfoque?
Educar a la sociedad en ecología forestal. Tiene que entender que un bosque no es un decorado, es un ecosistema vivo que evoluciona y cambia constantemente. Tiene que entender que no puede mantener el bosque viejo de toda la vida, que ese bosque va a morir y vendrá otro bosque parecido pero diferente.
¿Cuáles de estas actuaciones de prevención o preextinción que siguen siendo imprescindibles para los dispositivos de extinción?
Mantener los accesos es básico y también mantener la autoprotección de las zonas en interfaz. Si esto no se hace tendremos que desviar recursos para proteger esas zonas y abandonaremos el monte. Esto es un tema peliagudo porque no puede ser que el dinero de gestión forestal vaya a autoprotección de viviendas. Sus propietarios tienen que encargarse de autoprotegerse. Si no lo hacen así, son personas que están segando la protección del resto frente al riesgo de incendios.
El dispositivo de extinción no puede ser un sistema de extinción sesgado hacia el capital, debe ser un servicio público que busca el bien común.
Cuando se menciona el fuego prescrito como una de las herramientas para ese nuevo enfoque de la prevención (en el que los GRAF han sido un referente) ¿hasta qué punto las quemas prescritas pueden producir ese cambio cualitativo o cuantitativo que la prevención necesita en la gestión de los combustibles?
Digamos que es una vacuna contra los grandes incendios. Otra cosa es que la podamos aplicar a gran escala. La cuestión es que o vacunamos una superficie alta frente a incendios o no nos va a servir. El problema es la cantidad de fuego prescrito que podemos utilizar, hay muchas zonas protegidas y el mundo de la biodiversidad que no lo entiende. Llevamos 25 años de programas de quemas en Cataluña y estamos por debajo de lo que deberíamos haber hecho.
Frente a los reacios a utilizar las quemas prescritas están los que consideran que se puede utilizar muy fácilmente, con frecuencia y con efectos siempre positivos
Años de experiencia nos ha permitido observar que cuando quemas en invierno consigues efectos diferentes a cuando lo haces en verano. En invierno favorecemos las rebrotadoras, en verano favorecemos los bancos de semilla. Una quema de invierno en una ladera del Pirineo pierde efecto en cinco años, si la hacemos en verano dura veinte. Es debido al momento fenológico de las plantas. En verano eliminas las reservas que pueden acumular las rebrotadoras, con lo cual favoreces pasto y zonas adehesadas. El ecosistema está acostumbrado a quemar en la época de incendios, cuando introduces el fuego en otra época, más segura para quemar, favoreces otros efectos sobre el ecosistema. Hay que tener en cuenta muchas variables.
Qué problemas hay para que las quemas se conviertan en una solución más importante?
Las quemas prescritas tienen dos problemas: la capacidad de producir la cantidad que sería necesaria, que también la tienen los americanos y los australianos, y la necesidad de llevarlas al periodo natural de los incendios.
Las quemas son una herramienta más que pueden tener una gran utilidad, pero hay que saber gestionar incendios en verano. Lo ideal sería transformar incendios de alta intensidad en incendios de baja intensidad, pero estamos lejos de lograrlo.
¿Qué relación existe entre el mundo de la extinción de incendios y el de la ciencia forestal?
El mundo de los incendios ha crecido estos años y ha dejado de ser un peón que aplica conocimientos para ser una parte de la investigación. Nuestros cinco mil bomberos de Cataluña son cinco mil sensores recogiendo datos para esa investigación. Nos hemos convertido en parte del laboratorio de investigación. Por otra parte, nuestra gente de extinción ha entrado mucho en el de la investigación, son campos muy conectados.
Pero, aún así, quiero destacar que el mundo de la extinción anda solo por ahí delante y no es extraño que el mundo científico discuta lo que describes que has observado. La ciencia está para dar explicación a lo que sucede en el mundo, no para discutir incluso lo que has visto y cuestionar que sea real. Lo vimos en el incendio de Pedrograo donde nos discutían las velocidades de avance del incendio. Otra cosa es que la ciencia no pueda explicarlo, pero debería utilizar la información de nuestra experiencia.
¿Qué campos científicos considera que serán los más necesarios para los equipos de extinción en los próximos años?
Por un lado, el factor humano y la gestión de incertidumbre, saber cómo nuestra sociedad tiene capacidad de absorber el impacto de los incendios masivos que vamos a tener. Las decisiones que vamos a tomar están muy ligadas a la aceptación social y la forma que tenemos de comunicar para que la sociedad lo acepte. Esto es lo que nos va a permitir tener margen de maniobra.
Por otro lado, necesitamos modelos de simulación físicos nuevos, estamos trabajando con los modelos de los años 70. Otra cuestión es la certificación del mundo científico de que el incendio no es malo per sé, que es una cuestión de intensidad y momento fenológico, un proceso natural de reciclaje de nutrientes, de favorecer evolución del ecosistema, resiliencia y adaptación.
La línea de más conocimiento de la física del comportamiento del fuego y la aceptación del fuego en el mundo de la ecología como un proceso natural son las dos cosas que más están ayudando a evolucionar.
¿Cómo ayuda a la lucha contra los incendios categorizar los incendios en generaciones?
Como todo lo que esté mal usado puede generar confusión. Lo inventamos nosotros en 2002 para explicarle a nuestros políticos cómo estaban evolucionando los incendios. Creamos un concepto simplificado para explicar muchos conceptos complejos y al final tuvo fortuna y se viralizó. Lo de la sexta generación es porque vimos cosas nuevas en Chile y Portugal: el cambio climático está provocando unas intensidades nuevas que provocan tormentas de fuego. Es un salto de intensidad. Lo que sucede es que entre la prensa y los políticos parece que hay una carrera para ver quién tiene el incendio más grave. Cuando oyes al presidente de Estados Unidos hablar de incendios de sexta generación dices ¿pero, qué hemos hecho?
¿Habrá incendio de séptima generación?
En estos momentos mi mente no da para imaginar más elementos que nos lleven a otra generación, yo creo que estamos en el tope. Lo que vamos a ver es una reducción de estos incendios hacia la cuarta o tercera generación en la medida en que nuestros ecosistemas vayan adaptándose al cambio climático, sea la adaptación de forma brusca o controlada.
¿Unos premios como los Batefuegos de Oro o cualquier otro tipo de visibilización ante la sociedad de los profesionales que luchan contra los incendios forestales aporta valor al colectivo y a lo que hace?
Evidentemente que tiene valor, es un reconocimiento a lo que estás haciendo y es una motivación para las nuevas generaciones. Tenemos un problema grave de captación de talento y necesitamos talento en el mundo forestal en general. Si reconoces al personal le estás diciendo no estás solo, no es tu manía, hay una comunidad que se respeta a sí misma, se reconoce su valor, y tiene capacidad para presentarse delante de la sociedad. Esto tiene un valor intangible que a lo mejor no vemos ahora pero que acabaremos notándolo.
Osbo Digital