Incendios Forestales

28
Oct
2018

Un bosque en ascuas


fotoincendio

Un bombero participa en la extinción de un incendio en Bárcena Mayor (Cantabria), en un bosque lleno de arbustos y maleza, en 2015. / ANDRÉS FERNÁNDEZ

 

Este es el año con menos incendios desde 1963. Dado el estado del monte, es más madera para futuros fuegos. Este año se perfila como el segundo con menos superficie arrasada por el fuego desde que existen registros en España, hace 57. Solo en 1963, con 22.679 hectáreas, se quemaron menos que entre el 1 de enero y el 14 de octubre de este año, 23.204. Se trata de una buena noticia: menos incendios suponen menos paisajes desolados y menos vidas y propiedades en peligro. Pero, en un país con muchas masas arbóreas envejecidas, bosques tupidos, vegetación continua y olas de calor extremo, también significa más combustible. Es la llamada 'paradoja de la extinción': los buenos veranos en materia de siniestros van montando, pieza a pieza, la maquinaria de una bomba de relojería de enorme potencial destructor, preparando el terreno para futuros fuegos devastadores como los de Grecia, Portugal o California. Y en este diagnóstico inquietante coinciden los expertos en ordenación forestal, los investigadores y los ecologistas: el monte está abandonado y es urgente intervenir. «Si nosotros no gestionamos el paisaje, las llamas lo harán», alertan.


Hace tres años, Greenpeace España advertía en el informe 'El verano que no queremos que ocurra' de que, tras años excepcionalmente buenos, no tomar medidas de prevención era «jugar a la ruleta rusa». Los datos lo confirman: después de los tranquilos 2010 y 2011, llegó 2012, el peor ejercicio de la década, con más de 200.000 hectáreas calcinadas. Y tras la relativa calma de 2013 a 2016, vino el devastador 2017. La lucha contra el fuego no puede estar basada solo en la extinción. La sequía provocada por el cambio climático, el abandono del pastoreo y de los cultivos causado por la despoblación rural, la falta de aprovechamiento de la biomasa y los recortes presupuestarios en labores de prevención y vigilancia son los ingredientes de un «cóctel explosivo», recuerda Mónica Parrilla, responsable de la campaña de bosques de la ONG: «Tenemos un paisaje inflamable».


Coincide en ese diagnóstico Distrito Forestal, un colectivo de ingenieros de montes con amplia experiencia profesional. En muchas áreas, un factor de riesgo es que los árboles están demasiado juntos, compitiendo por la luz y el agua, y es necesario realizar 'claras', es decir, cortar algunos para permitir que otros tengan espacio vital. Hay bosques envejecidos, con escasa capacidad de regeneración. «Más de la mitad de las dehesas de encinares superan los 150 años y la superficie de arbolado joven es de apenas el 3%», resalta José Miguel Sierra, miembro del grupo, que abrió su portal en internet este año. Para garantizar la pervivencia del conjunto, hay que eliminar los ejemplares sobrantes antes de que mueran. El problema, lamenta, es que, mientras la gente del campo entiende perfectamente esa necesidad, los urbanitas biempensantes consideran que talar plantas vivas es una atrocidad.


Romper la masa vegetal


«Nuestros montes están enfermos de colesterol y el infarto es el incendio», afirma su colega Gregorio Montero, que fue cabrero y capataz antes de convertirse en uno de los más prestigiosos expertos en selvicultura del país. Y la 'cura' pasa por «limpiar las venas», o sea, quitar troncos y ramas muertos, maleza y matorrales que, en época de calor y viento fuerte, propagan el fuego.


Pero los recortes han reducido los fondos y las plantillas para realizar esas labores. «En los años 80, el Icona ejecutaba unas 150.000 hectáreas anuales de tratamientos selvícolas, como 'claras', desbroces, podas o limpieza de cortafuegos. El Plan Forestal Español de 2003 preveía la ejecución de 693.000 hectáreas en 30 años, es decir, unas 23.000 anuales, cuando deberían ser diez veces más», señala.


Como consecuencia del éxodo rural, se han abandonado muchas actividades agrícolas, ganaderas y forestales que contribuían a romper la continuidad de la masa vegetal y frenar el fuego cuando se producía. Por si fuera poco, el aprovechamiento maderero es bajísimo. «Producimos anualmente 45 millones de metros cúbicos de madera y extraemos solo entre 15 y 18 millones. Como nuestro consumo anual es de 34 a 36 millones de m3, tenemos que importar unos 18. Podríamos tener una tasa de autoabastecimiento del 100%, sin menoscabo para el cumplimiento del resto de las funciones ecológicas y sociales de nuestros montes, y la tenemos del 50% -lamenta Montero-. La selvicultura no daña al monte; se limita a extraer la biomasa que le sobra. Pero no hemos sabido transmitirlo. La sociedad considera que es mejor dejar los árboles como están».


España, aclara el colectivo, tiene ahora el triple de superficie verde que hace 150 años, gracias a medidas de gestión forestal sostenible que hoy en día, por «desinformación o conservacionismo mal entendido», se desprecian. «Hay que dinamizar el sector. El bosque tiene que ser rentable», subraya la ecologista Mónica Parrilla.


Al fuego también se le combate con fuego. Hemos interiorizado que los incendios constituyen un desastre a evitar, pero en realidad son un elemento natural de los ecosistemas mediterráneos. La quema de rastrojos o la creación de pastizales por combustión son prácticas antiguas, recuerda Javier Madrigal, investigador del Instituto Nacional de Investigación Agraria y Alimentaria (INIA), que se han actualizado con técnicas científicas para garantizar la seguridad. Las quemas prescritas para prevenir siniestros son cada vez más habituales «en zonas de poda, restos de sacas o desbroces de zonas madereras».


Pero el presupuesto disponible para modificar un paisaje que acumula el efecto de décadas de abandono es insuficiente. «Hay que actuar en puntos estratégicos», subraya el investigador del INIA. «Para atajar los incendios somos más eficaces cuando nos favorece la meteorología», ironiza Madrigal. Este año llegamos a mitad del verano con la tierra húmeda y la vegetación aún verde. Hubo suerte. El próximo, con los bosques rebosantes de leña, habrá que mirar al cielo y esperar. En ascuas.


INÉS GALLASTEGUI Jueves, 25 octubre 2018, Diario Las Provincias

 

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