En algunos montes, especialmente en espacios protegidos, se ha tomado a veces la decisión de dejar abandonados los árboles secos o caídos por vendavales sobre el monte sin retirar la madera ni destruir los restos de las copas.
El argumento es que así se aumentan las poblaciones de algunos insectos xilófagos, artrópodos detritivoros y hongos de pudrición que, de otra manera, tendrían sus poblaciones muy disminuidas.
Se arguye que no se observa un incremento de daños por plagas después de haber iniciado con esa práctica, lo que a un corto plazo puede ser cierto, ya que se parte de una situación previa de limpieza del monte que ha mantenido a las poblaciones de los agentes nocivos en unos niveles muy bajos, que no son capaces de provocar una plaga, pero con esta práctica estamos aumentando sus poblaciones, lo que entraña, como explicaremos, un grave riesgo a medio o largo plazo.
La retirada de los restos de madera muerta y de los árboles que morían como consecuencia de enfermedades, plagas, la edad, o los vendavales para prevenir plagas y enfermedades es una técnica que era conocida de antiguo y muy anterior al establecimiento de las ciencias dasonómicas hace más de dos siglos. Cuando miramos a las ordenanzas de montes medievales o las instrucciones del siglo XVIII, siempre se recomienda retirar la madera muerta lo antes posible de los montes. Y desde el principio los dasónomos y selvicultores aconsejaron la retirada de la madera muerta, dedicando incluso un tipo de corta específica para estos casos, las cortas de policía, llamadas así porque consistían en cortas que se destinaban a los árboles muertos que tras una vigilancia, de ahí el nombre de cortas de policía, se encontraran en el monte.
En aquellos tiempos se conocía por la experiencia y sentido común que si un árbol había muerto la causa podía, tal vez propagarse, extenderse y morir más árboles. Dado que hasta bien entrado el siglo XX la demanda de leñas por las poblaciones rurales era muy grande no había mucho problema en la eliminación de la madera muerta. De hecho en cuanto el árbol se secaba era retirado por los vecinos de las poblaciones cercanas. Aunque aún no había sido enunciado en los términos actuales aplicaban los selvicultores y vecinos de los pueblos el denominado principio de precaución, aislando y retirando del contacto con los demás árboles al que había muerto.
Las cortas de policía siguen en el mundo forestal los mismos principios que las cuarentenas en la medicina o la veterinaria. No ejecutarlas es lo mismo que si los veterinarios, ante un caso de peste porcina, dijeran que los cerdos enfermos podían seguir conviviendo con el resto de la piara hasta que se murieran, en vez de retirarlos para evitar el contagio, y que era una buena práctica pues aumentaba la biodiversidad de la dehesa dado que el cadáver del cerdo incrementaría las poblaciones de los dípteros de la carne. Sin lugar a dudas quien así obrara sería expulsado del colegio de veterinarios ipso facto.
A medida que la ciencia ha ido avanzando, se ha desarrollado el conocimiento de las plagas y enfermedades forestales. Y de algunas plagas como los insectos escolítidos del género Ips poseemos herramientas de control mediante feromonas, que han demostrado su eficacia en el control de poblaciones bajas, pero está por ver si el control mediante feromonas podría funcionar ante una plaga extendida. Pero, si bien son estos insectos los que pueden hacer daños graves en nuestros pinares, aún no tenemos herramientas que funcionen para tratar a otras plagas o a los hongos de pudrición. Al respecto las normativas de la Unión Europea en materia de usos fitosanitarios junto con las restricciones al uso de plaguicidas que suelen aparecer en los Planes de Uso y Gestión de Parques Nacionales o Parques Naturales hacen que en estos espacios, casi no haya herramientas contra casi ninguna enfermedad y contra muchas plagas. Estas limitaciones conllevan que no hay alternativa para la salud de los bosques en un Parque Nacional que la aplicación, con el máximo rigor de las cortas de policía.
Cabe exponer, con un poco de sentido común, que si la causa de la muerte de un árbol es una plaga o enfermedad contagiosa, o que si sobre el árbol derribado por los vientos se puede desarrollar un agente nocivo que puede propagarse por el bosque, dejar el árbol muerto, o que se está secando, en el monte, no solo no es buena idea, sino que es actuar exactamente igual que el veterinario del hipotético ejemplo citado arriba.
A mayor abundamiento las temperaturas medias se han incrementado en más de 2 grados en los últimos veinte años. Junto a una disminución de las precipitaciones, especialmente de las caídas en forma de nieve. Esta elevación de las temperaturas y menores precipitaciones ocasionan una seria elevación de la evapotranspiración potencial del arbolado junto con menor disponibilidad de agua lo que redunda en un debilitamiento del arbolado y un incremento de la susceptibilidad a ser infectado por plagas o enfermedades.
Haciendo resumen de lo anterior nos encontramos con unas masas forestales con unas condiciones medioambientales modificadas hacia una mayor debilidad del arbolado y unas condiciones legales que dificultan (casi impiden) los tratamientos de las plagas y enfermedades en los espacios naturales por lo que casi las únicas medidas que se pueden tomar son las derivadas de una selvicultura encaminada a reducir las amenazas y fortalecer el vigor de las masas forestales.
Al respecto de la salud y vitalidad de los bosques el informe Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales. 2010 de la FAO, indica que:
En décadas recientes se han combinado dos importantes factores que aumentan las amenazas que para los bosques suponen las plagas.
- El volumen, la velocidad y la diversidad del comercio mundial ha incrementado las oportunidades para que las plagas se propaguen a nivel internacional.
- El cambio climático está intensificando la probabilidad de que se establezcan las plagas y de que las plagas nativas y las introducidas tengan efectos más graves.
A pesar de los daños considerables causados por las plagas forestales, y de que las epidemias de plagas van en aumento, no se tienen en cuenta suficientemente en la planificación de los programas para la ordenación y conservación de los bosques.
(el subrayado es mío)
En los periodos de crisis económica es frecuente que los estados renuncien a invertir en el control de plagas y enfermedades forestales con consecuencias gravísimas. Respecto a las enfermedades se puede decir que FAO calculaba que el 1.3 % de la superficie boscosa del continente europeo estaba afectada de enfermedades graves en el año 2010. La tendencia en el tiempo es muy alarmante, ya que hemos pasado en Europa de 838.000 ha. de bosques afectados por enfermedades graves en 1990 a 2.069.000 ha en 2005.
Se ha considerado que vamos hacia una situación de stress crónico de las masas forestales con una mayor vulnerabilidad hacia plagas y enfermedades y que las temperaturas máximas más altas y olas de calor exacerbarían los episodios de muerte regresiva (IPCC 2007). Dado que la mortandad no se produce, casi nunca, directamente por el clima, sino por insectos y enfermedades que se aprovechan de la debilidad del arbolado, se precisa hacer un seguimiento escrupuloso de la salud forestal, tomar medidas para vigorizar las masas y controlar las poblaciones de las potenciales plagas y enfermedades.
Sería un error despreciar la influencia que pueda haber en el desarrollo de plagas como consecuencia de la sequía y la falta de limpieza con el abandono de la madera en el monte; valga como ejemplo que en el occidente de Canadá, debido a la plaga, que tuvo su pico en el año 2006, se han tenido que retirar de los montes el arbolado muerto de los pinares de montaña, Pinus ponderosa y otras coníferas derivado del ataque favorecido por las condiciones climáticas de inviernos sucesivos de temperaturas muy cálidas, de escolítidos de la especie Dendroctonus ponderosae en 13 millones de ha, que con frecuencia afectó a la totalidad del arbolado de rodales muy extensos de latizales y fustales. En la actualidad sigue el daño de la plaga, lejos de estar erradicada. La plaga generó millones de metros cúbicos de madera azulada lo que ocasionó su exportación barata a Estados Unidos, donde se empleó en la construcción y permitió el boom inmobiliario en Estados Unidos entre 1998-2008. Y tras el boom la crisis económica en la que estamos. El efecto mariposa en acción.
Las recomendaciones generales para actuar se saben de sobra, siguiendo el artículo “Repercusiones del cambio climático en los bienes y servicios proporcionados por los bosques de montaña de Europa” (Moroschek, Seidl, Netherer y Laser, Unasylva, año 2009), serían mitigar la influencia del cambio climático mediante densidades menores de arbolado y cortas de policía muy estrictas, ejecutar acciones preventivas mediante el seguimiento de plagas y enfermedades actuando contundentemente para eliminarlas al principio de su aparición, antes de que provoquen graves daños, reduciendo al mínimo los efectos adversos en la provisión de bienes y servicios.
No solo en el extranjero se han llegado a las conclusiones antedichas. En 1995 la Sociedad Española de Ciencias Forestales celebró la Reunión de Montes y Cambio Climático coordinada por J.L. Allué y Andrade (Madrid 1995). En dicha reunión se concluyó con la estimación de que los daños por cambio climático exigían la implementación de las cortas de policía.
Todo apunta a que una práctica consistente en dejar madera muerta en el monte o restos de leñas gruesas, técnicamente hablando, arriesgada para la sostenibilidad de los ecosistemas forestales. Y que es una práctica que debería eliminarse de cualquier plan de gestión u ordenación, aunque solo sea por el famoso principio de precaución para evitar daños mayores que puedan traer graves consecuencias.
Veamos un ejemplo concreto. En el monte Pinar de Valsaín, en el cuartel de Siete Picos, que actualmente forma parte del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, se tomó la decisión hace unos años, de no retirar los pinos derribados por vendavales o que se fueran secando y no ha habido plagas de Ips acuminatus. Parecería que no hubiese un gran problema pero nos estaríamos engañando. En primer lugar porque la madera está pudriéndose lo que supone un incremento en la población de los hongos de pudrición, lo que aumenta la probabilidad de inoculación de estas enfermedades en árboles sanos. Pero si bien por la altura a la que está el cuartel de Siete Picos, más de 1600 m, no hay presencia abundante de Tomicus piniperda ni Tomicus destruens, la limitación no es por geografía sino por las temperaturas y los otoños cálidos e inviernos benignos, como estamos teniendo desde hace años, favorecen su multiplicación y contra el género Tomicus no hay tratamiento mediante feromonas posible, ni casi químico mediante puntos cebo con insecticida debido a la normativa comunitaria y a las disposiciones de gestión del Parque. Eso por no hablar de que el tiempo más cálido y seco hace que tengamos un arbolado más debilitado y, por tanto, más susceptible a la colonización por escolítidos. Además hay que tener en cuenta que al estar las masas debilitadas la posibilidad de que se extienda una plaga de perforadores es mucho mayor. Y no está probado que un tratamiento mediante trampas de feromonas sea suficiente ante una plaga generalizada de escolítidos.
Es verdad que la filosofía dominante en la conservación de espacios protegidos, sobre todo en Parques Nacionales es buscar e imitar, en lo posible, las dinámicas naturales, pero dejar en el pinar todos los árboles derribados por un vendaval, lo que creó un riesgo alto para el desarrollo de plagas, ¿es razonable? ¿No hubiese sido más adecuado retirar del monte casi todos los árboles derribados, dejando solo un corto número para cumplir con la finalidad de favorecer a los artrópodos xilófagos y detritívoros, minimizando riesgos? Como escribió Aristóteles, en el término medio está la virtud, la mejor opción. Dejar tras un vendaval seis o siete árboles en cada hectárea afectada por el vendaval, o algún árbol muerto por sequía por hectárea retirando el resto, sería suficiente para mantener e incluso incrementar las poblaciones de los artrópodos xilófagos y detritívoros, reduciendo el riesgo de tener problemas sanitarios y no debemos olvidar que una plaga o una enfermedad extendida en una masa forestal es incompatible con la sostenibilidad del bosque. En las dos fotografías adjuntas, obtenidas en octubre de 2017 puede apreciarse el estado de algunos rodales del cuartel de Siete Picos que, quien haya leído hasta aquí, podrá opinar sí es una situación recomendable, o no hubiese sido mejor haber retirado la mayor parte de la madera del monte.