Selvicultura y Pascicultura

22
May
2019

La mala prensa de los pinares en España: un mito del ideario social

Es de dominio popular que los pinos proceden de repoblaciones franquistas, que desplazaron a la vegetación primigenia, que son alóctonos, que acidifican el suelo, que según dónde tienen carácter invasor, que favorecen los incendios forestales. En ningún país de Europa se ha atacado de forma tan inmisericorde a un género del reino vegetal, excepción hecha del eucalipto.


Recibí afirmaciones como estas siendo alumno de Biológicas, entre 1973-76, en Botánica, Geografía Física o Fitosociología, impartidas mayoritariamente por farmacéuticos. Se explicaba que los pinares, excepto los de alta montaña, eran obra de los ingenieros de montes. Como alumno inmaduro abierto a toda novedad acepté este planteamiento como verdad absoluta, dados el prestigio y la excelencia docente de sus transmisores.


Mi vocación entomológica mutó al mundo de los árboles. También influyó mi paso por la Escuela de Ingenieros de Montes, donde inicié mi duda sobre las opiniones previas. En sus memorias, José Antonio Valverde, el biólogo promotor de Doñana, señala que la selvicultura del profesor de la Escuela de Montes González Vázquez le enseñó “lo que eran y dónde estaban los bosques ibéricos”. El libro me entusiasmó y me dio la primera visión ecológica de España.
Durante 45 años en el mundo científico, en los que he ahondado en la historia y ciencia forestal, jamás he encontrado justificación a las afirmaciones vertidas a miles de alumnos de Biología, de Ciencias Medioambientales o de escuelas de Agronomía. Opiniones trasvasadas a estudiantes de secundaria y ecologistas. Y ahí siguen, aunque en las aulas universitarias estén hoy matizadas. El desarrollo de la paleobotánica ha evidenciado lo erróneo de negar la presencia natural y extensa de nuestros pinares.


Alusiones a los pinos y paisajes empinados


¿Por qué el olvido de su espontaneidad? La causa es su extinción local y regional desde la antigüedad. El botánico griego Teofrasto (siglos III-IV a. C.) narra que el carbón procedía de pinos especificando sus nombre en griego (pitys y peuke). El historiador griego Plutarco (siglos I-II d. C.) menciona otro uso: “El pino (pitys), con sus especies próximas (peukai) y el piñonero (strobiloi), proporcionan la madera más apreciada para las construcciones navales y para calafatear con pez y resina, sin ellas los barcos no serían utilizables en el agua”.


El naturalista Plinio el Viejo (siglo I d. C.) alude a los pinos que producen pez con los nombres de la época: pinus (es el pino piñonero), pinaster, picea, larix (se refiere al pino laricio) y taeda (pino tea). San Isidoro de Sevilla comenta: “Hay un pino al que los griegos llaman pítys y otro que denominan peúke, que nosotros conocemos por picea porque destila resina (pix, picis)”. Picea aparece en nuestro Fuero Juzgo en la ley sobre los que queman bosques.
En el siglo XIX, el botánico Boutelou (1806), el ingeniero de montes Pascual (1859-61) y el archiduque Luis Salvador de Austria comentan la infinidad de pinos que se talan en Cuenca o Baleares para las ferrerías.


Como España es el segundo país montañoso de Europa, en nuestro territorio abundan las laderas empinadas, formando suelos poco evolucionados y rústicos, impropios de especies exigentes, y abundan los rasos extensos.


Empinado es palabra de formación romance con prefijo en- (latín in-) más un derivado de pino (pinus), en su forma colectiva, pinar (pinetum). Cuando se redactan los primeros diccionarios del español (Covarrubias, 1611), las montañas estaban sin pinos. Según la RAE, la palabra empinado (inclinado) viene de empinar, cuando empinar, en su sentido morfológico, alude a la cualidad de derecho del árbol. Resulta curioso que, para la RAE, empinado derive de empinar, dado que implican lo contrario: recto (para empinar) e inclinado (para empinado).

 

Topónimos que delatan su presencia


La presencia de pinares la avala una toponimia que encubre su pasado. En Valsaín (Segovia), el pinar lo registra la palinología desde los 1 250 metros y apoya que Vallis sapinorum (origen latino del nombre) vale por “Valle de los pinos para la construcción”, como explica el arquitecto romano Vitrubio (siglo I a. C.).
El médico Andrés Laguna (1555) alude al sapinus en Valsaín. En otro pasaje de sus anotaciones a Dióscorides dice: “Difieren entre sí el Pino y la Picea, como lo legitimo y lo bastardo; porque ciertamente la Picea no parece otra cosa sino un Pino bastardo”. De sapinus deriva sapo, como El Sapero, bosque en Campo de Caso (Asturias). O la antigua Sisapo (Almadén) que viene de Siccus sapinus (pino seco).


Peguera o Peguerinos derivan de horno de pez, pega. Aparece en Jaén, Barcelona (Rasos de Peguera), Valladolid, León, Cádiz, Lérida, Huesca y Gran Canaria (Llanos de la Pez). En catalán calafatear es espalmar, de donde viene Espalmador como lugar donde se calafateaba.


Ibiza (Iboshim, Ebysos), fue fundada por los fenicios y significa islas de los pinos. Pithyousas (abundante en pinos), fue un nombre dado por los foceos traduciendo el nombre fenicio.


Para Azkue (1905) ler significa pino en los valles de Salazar y Roncal (Navarra). Cerler (Huesca) es bosque de pinos. Narbarte (1968) señala que ler y lerrondo se refieren a pinar y dicha raíz está en: Lemona (pinar en la colina), Leranoz (pinar frío), Lerate (paso entre pinos), Lerga (lugar de pinos), Lerki (resina), Letamendia, Lete, Letona, Leturia o Leturiaga. Alvar (1956-57) deriva Lérez (Pontevedra) de una base prerromana (ler), con un sufijo locativo, que equivale al románico pinar.


Las Canarias fueron pobladas por bereberes, al igual que Gredos. El pico del Teide (Tenerife) o el río Tiétar (Ávila) significan pinar: en el Rif (Marruecos), pino se trascribe hoy por taida, teida o zayda.


Pobres pinos, nuestros ancestros los eliminaron y hoy los denostamos por inadecuados e invasores.

 

Autor Luis Gil Sánchez

 Fuente: Theconversation.com

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