El calentamiento climático está relacionado con un intervalo de ampliación entre el desdoblamiento de las hojas y la floración en los árboles europeos, con implicaciones para la aptitud de los árboles y el medio ambiente más amplio, según una nueva investigación.
La distribución de las especies, tal y como la conocemos ahora, puede desaparecer en unas décadas y algunos bosques se verán gravemente afectados. El límite que marca el peligro de no retorno es un aumento de 2 °C sobre los niveles preindustriales de finales del siglo XIX, según el informe First Mediterranean Assessment Report elaborado por la red de expertos sobre cambio climático en el Mediterráneo MedEcc, en el que ha participado el Centro Tecnológico y Forestal de Cataluña CTFC y la Universidad de Lleida.
El informe First Mediterranean Assessment Report es fruto del trabajo de 190 investigadores de 25 países que analizan de forma transversal los efectos del cambio climático sobre los recursos naturales, la disponibilidad de alimentos o la seguridad de las personas. Aitor Ameztegui, investigador de la Universidad de Lleida (UdL) y el CTFC y Alejandra Morán, investigadora del Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Cataluña (CTFC) han trabajado en el apartado de ecosistemas terrestres, concretamente en la afectación a los bosques.
El umbral de peligro lo han fijado los investigadores en un aumento de 2 °C respecto a los valores preindustriales, “aunque esto dependerá de los ecosistemas y de cada especie”. Hasta esa temperatura los bosques, en un sentido amplio, podrían adaptarse. «Si se consigue limitar la subida de las temperaturas, la mayoría de especies forestales presentan mecanismos de adaptación, y podrían hacer frente al nuevo clima«, según Aitor Ameztegui. Sin embargo, «si el aumento de las temperaturas supera los 2 °C respecto a los valores preindustriales, los bosques mediterráneos se verán sometidos a unas condiciones sin precedentes en los últimos 10.000 años, frente a las cuales serían muy vulnerables».
Una proyección de la evolución de la temperatura apunta a que en 2040 el aumento será de 2,2 °C y, en 2100, en algunas regiones superaría los 3,8 °C. De producirse ese escenario las consecuencias serían irreversibles para especies y ecosistemas en zonas más áridas. De hecho, las consecuencias ya son visibles en algunas especies, como los Quercus en la península ibérica, y creará unas condiciones ideales para grandes incendios forestales. «Algunas especies se verán especialmente afectadas, pudiendo producirse mortalidades masivas tras sequías intensas, como ya estamos viendo en algunas especies de robles y alcornoques en España o Italia», comenta Aitor Ameztegui.
Menos capacidad de fijación de carbono
Junto a la pérdida de especies o posibles bosques está la pérdida de los servicios ambientales que prestan. «La reducción en la capacidad de almacenar carbono y la provisión de agua son especialmente preocupantes porque representan la base de muchos otros servicios ecosistémicos (por ejemplo, la producción de madera, corcho, piñones) y por el papel que juegan en la mitigación de los impactos del cambio climático «, señala Alejandra Morán.
La capacidad de fijación de CO2 por parte de la vegetación no depende solo de una mayor temperatura media, dependerá también de la disponibilidad de agua. “Si no hay escasez de agua sucederá todo lo contrario: calor y agua harán que la planta crezca y por tanto fije más CO2”, comenta Aitor. Pero el problema no es cuánto sino cómo llueve. “Al final del año la media de precipitaciones puede mantenerse pero, si el agua se ha concentrado en menos jornadas y de forma torrencial, la capacidad de retenerla por la vegetación va a ser menor, además de implicar periodos de sequía más prolongados”.
De ahí que una de sus recomendaciones es que se adopten “medidas de adaptación planificadas”, es decir, gestión forestal orientada a la adaptación de los bosques al cambio climático: “aumentar la diversidad de especies en los bosques, reducir densidades para repartir el agua, reducir la continuidad, etcétera. En realidad, nada nuevo, pero no se hace. Si pensamos en los megaincendios se trata de crear paisajes resilientes que permitan dar un respiro a los dispositivos de extinción y disponer de una oportunidad para atacar al incendio”, comenta Ameztegui.
Falta de gestión del territorio, acumulación de combustible, periodos de sequía más largos y olas de calor extremas dibujan un paisaje muy beneficioso para los grandes incendios, “solo hace falta la chispa”, comenta Aitor. Sin embargo, considera que “asociar un fenómeno concreto de un incendio al cambio climático es imposible. Lo que hace este cambio es que sea más probable este tipo de fenómenos junto con otras circunstancias”.
Pero no solo incendios, un bosque más debilitado es más fácil que sea presa de plagas y enfermedades. Por ejemplo, la seca de encinas y alcornoques es uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los equipos de sanidad forestal españoles. Los últimos trabajos van dirigidos a encontrar ejemplares resistentes que se puedan reproducir.
Dentro del grupo de trabajo “Seca de los Quercus” coordinado por el MAPA-MITERD, se creó en 2017 el subgrupo “Mejora genética y fisiológica”. El objetivo del programa es la obtención y propagación de plantas de Quercus ilex y Q. suber capaces de soportar el estrés hídrico y la podredumbre radical que provoca la Phytophthora cinnamomi. Otra combinación perfecta de circunstancias adversas: condiciones extremas de falta de agua y un hongo. Los trabajos esperan encontrar árboles “escape” en zonas castigadas por la enfermedad.
¿Qué tiempo tenemos?
Es una pregunta obligada, necesitamos saber de cuánto tiempo disponemos antes de que el aumento de temperatura media haga irreversible la pérdida de especies. “No me atrevería a dar una cifra exacta de años, pero me temo que es cosa de décadas como no cambiemos la situación, como no creemos bosques adaptados a estas exigentes condiciones o tomemos medidas con determinadas especies” indica Aitor Ameztegui.
En su opinión, las que más pueden sufrir en España son las hayas y abetos “aunque no sean de ecosistema mediterráneo. Por otro lado, hay estudios que consideran que serán los robles y otros que serán los pinos las especies que más van a sufrir el cambio”.
Aunque el clima mediterráneo es de por sí inestable, con fuertes contrastes entre el invierno y el verano, “los cambios observados van muy rápido, lo que plantea serias dudas sobre la capacidad de las especies mediterráneas para adaptarse por si solas”.
Aitor utiliza el símil de la rana para explicar la situación. “Si echas una rana en agua hirviendo la rana salta y huye. Si la echas en un recipiente con agua que calientas muy lentamente, cuando se quiera dar cuenta ya será tarde y acabará muriendo. Algo así nos sucede con el cambio climático, es un asesino silencioso”.
La Cumbre del Clima de París (Conferencia de las Partes CP21, en 2015) fijó el acuerdo político de impedir que aumentase la temperatura de la Tierra 2 °C por encima de los niveles preindustriales. En concreto, dice el acuerdo «mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales».
En estos momentos, el aumento de la temperatura media supera 1 °C, según un estudio de la NASA. Otra fuente, la Universidad de Arizona, coincide con la NASA en que la temperatura había aumentado hasta 2013 en 0,96 °C desde 1900, pero afirma que “en los últimos tres años se ha producido un aumento sin precedentes de esta temperatura, de 0,24 °C”. De confirmarse estos datos estaríamos con un incremento de la temperatura media entre 1,2 y 1,3 °C, lo que nos acercaría al límite ideal de 1,5 °C que el Acuerdo de París no quiere superar.
Researchers from Australia's national science agency CSIRO joined scientists from 17 other countries to publish a first of its kind, 'wall-to-wall' global, 1km resolution map that highlights areas with the greatest carbon returns, when they are allowed to reforest naturally.
Investigadores de la Universidad Tecnológica de Luleå (LUT), en Suecia, han diseñado y construido una máquina forestal autónoma que ya está lista para realizar las primeras pruebas en el bosque.
El vehículo, de diez toneladas de peso, se puede controlar con un mando a distancia, pero también se puede programar para que realice el trabajo por sí mismo. Actualmente, el equipo funciona con biodiésel y carece de cabina, aunque cuenta con un sistema convencional de accionamiento, grúa, brazos pendulares y sensores.
Según Magnus Karlberg, profesor de Diseño de Máquinas en la Universidad Tecnológica de Luleå, el propósito de las pruebas en condiciones reales es continuar desarrollando la tecnología autónoma para implementarla en otras máquinas y equipos utilizados en la agricultura y la selvicultura.
El vehículo autónomo es capaz de percibir su entorno. Los sensores con lo que está equipo le permiten tomar buenas decisiones y aumentar la seguridad. “Por ejemplo, si una persona se acerca demasiado, la máquina debería detenerse sola”, explica Magnus Karlberg.
Por otra parte, el desarrollo del vehículo todoterreno autónomo está abierto a colaboraciones con empresas forestales y universidades en Suecia y en el extranjero.
Otro frente de trabajo es preparar el equipo para que sea capaz de realizar tareas como la preparación del terreno o el transporte de los restos de los aprovechamientos de una manera más sostenible, eficiente y rentable.
El profesor Karlberg está convencido de que los vehículos todoterreno autónomos cambiarán la agricultura y la silvicultura, con el operario “humano” controlando varios vehículos a través de controles remotos, en lugar de manejar un solo equipo.
Global maps of places where people and forests coexist show that an estimated 1.6 billion people live within 5 kilometers of a forest. The assessment, based on data from 2000 and 2012, showed that of these 1.6 billion 'forest-proximate people,' 64.5 percent were located in tropical countries, and 71.3 percent lived in countries classified as low or middle income by the World Bank.