Ciencia y Técnica

17
Jul
2021

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Por primera vez, se revisan las evidencias científicas sobre cómo el riesgo de incendio y los servicios ecosistémicos en los bosques mediterráneos se ven afectados por un aumento o disminución de la temperatura global por encima de los 2°C.

Los beneficios de los bosques mediterráneos están en riesgo si las temperaturas globales aumentan más de 2°C

Si el calentamiento en la cuenca mediterránea aumenta por encima de los 2°C, los numerosos indicadores sobre el riesgo de incendios y el clima aumentan una media del 64%.

Los bosques con especies templadas –propios de zonas con 4 estaciones– se espera que vivan un declive significativo si el aumento de la temperatura media de la cuenca Mediterránea se mantiene el umbral de los 2 grados. Ahora bien, si el termómetro sube por encima de este límite establecido por el Acuerdo de París de 2015, incluso las especies acostumbradas a la sequía, como la encina o el pino blanco, sufrirán las consecuencias y se verán comprometidas. Esta es una de las principales conclusiones del estudio ‘Ecosystem Services provision by Mediterranean forests will be compromised above 2ºC warming’, publicado hoy en la revista científica Global Change Biology, liderado por Alejandra Morán-Ordóñez, investigadora del CREAF y asociada del Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Cataluña (CTFC), y Aitor Ameztegui, investigador de la Universidad de Lleida (UdL) y de la Joint Research Unit CTFC-Agrotecnio, entre otros.

El trabajo constituye la primera revisión sistemática y cuantitativa que se hace de los potenciales impactos del cambio climático sobre la provisión de servicios ecosistémicos (beneficios que se aportan) y el riesgo de incendio, tanto por encima como por debajo del umbral de los 2 grados de temperatura respecto a los niveles preindustriales, los países del norte y el sur del Mediterráneo.

Si el calentamiento en la cuenca Mediterránea aumenta por encima de los 2 grados de temperatura, los numerosos indicadores sobre incendios y riesgos climáticos experimentan un aumento medio del 64%.

 

Asimismo, se apunta como tendencia que, si la temperatura sube por encima de los 2 grados, los indicadores sobre incendios y otros riesgos relacionados con el clima aumentan un 64% en los territorios del Mediterráneo. Estos indicadores utilizados para extraer este porcentaje son muy diversos e incluyen el Fire Weather Index, el número de hectáreas quemadas, el número de días con riesgo elevado de fuego, el número de jornadas con sequías prolongadas y otros riesgos relacionados con el clima, entre muchos otros.

El artículo publicado en Global Change Biology forma parte de un informe más amplio impulsado por el equipo de coordinación del proyecto MedECC, con la voluntad de evaluar las consecuencias del calentamiento global y otros factores de cambio antrópico –por ejemplo, cambio de usos del suelo y la sobre explotación de recursos– sobre los servicios ecosistémicos en el Mediterráneo. De esta manera se busca complementar los recientes informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), sobre las particularidades geográficas mediterráneas con realidades climáticas comunes.

Un mar pequeño

“El Mediterráneo es un mar pequeño y relativamente cerrado, que se calienta de media un 20% más rápidamente que la temperatura media anual global y con particularidades que no son asimilables a las tendencias del resto de Europa, ni de África”, explica Alejandra Morán-Ordóñez. Esta realidad geográfica condiciona el incremento de los riesgos de incendio vinculados al clima de esta zona.

El aumento de sequías en la cuenca Mediterránea tiene muchas posibilidades de transformar los bosques: “podemos llegar al momento en que el bosque absorba una buena proporción del agua disponible, que fluya menos a los ríos y, por tanto, que la disponibilidad sea menor para el consumo humano y para mantener los caudales ecológicos sostenibles de los ríos”, apunta Morán-Ordóñez. En la línea de ayudar a identificar escenarios posibles, el trabajo publicado en Global Change Biology hace una aproximación cuantitativa relacionada con los servicios ecosistémicos. “Resumimos la evidencia científica sobre cómo afectará el cambio climático a la provisión de madera, a la fijación de carbono, la producción de setas, etc., intentando poner cifras, con una clara voluntad de “huir del catastrofismo”, explica Aitor Ameztegui. Y añade que su intención es “sintetizar la evidencia científica sobre los impactos del cambio climático sobre los bosques mediterráneos, para aportar información que ayude a limitar los efectos del calentamiento en el Mediterráneo”.

La tarea de los investigadores ha supuesto revisar los 78 trabajos publicados hasta el día de hoy sobre esta cuestión, evaluando las predicciones actuales y futuras (gracias a la elaboración de modelos predictivos) de los bosques respecto a su capacidad de adaptación y mitigación del cambio climático. Dada la dificultad de cuantificar muchos impactos con medidas comunes, Morán-Ordóñez y Ameztegui  han impulsado una revisión sistemática, en la que se compara el valor de la predicción de futuro con la cifra actual de provisión de cada servicio, a fin de aportar un sentido de conjunto.

La pregunta que el artículo busca contestar es si los trabajos que evalúan la provisión de servicios a futuro detectan la diferencia de comportamiento posible por encima y por debajo de los 2 grados de temperatura. Y qué situación se esboza si no somos capaces de mantenernos por debajo de este límite.

Referencia:

El estudio ‘Ecosystem Services provision by Mediterranean forests will be compromised above 2ºC warming’, por Alejandra Morán-Ordóñez, Aitor Ameztegui, Lluís Brotons et al. se publica el 7 de julio de 2021 en Global Change Biology.

CREAF

22
Jun
2021

 

16 junio 2021 21:00 CEST

Autor

Ángeles Sánchez Díez

Dpto. Estructura Económica y Economía del Desarrollo. Coordinadora del Grupo de Estudio de las Transformaciones de la Economía Mundial (GETEM), Universidad Autónoma de Madrid

Sin energía no hay vida. Ni producción, ni transporte, ni consumo. El consumo de energía forma parte de la vida humana desde la prehistoria y su intensidad ha ido creciendo a medida que se sofisticaban las actividades económicas de los hombres y las mujeres.

En el pasado reciente, la revolución industrial del siglo XIX no se puede entender sin el carbón, ni el desarrollo del siglo XX sin el petróleo. Ahora, el futuro inmediato estará determinado por las transformaciones energéticas en el marco de la sostenibilidad medioambiental.

Panorama energético mundial de 1973 a 2021

En 1973 se produjo la primera gran crisis del petróleo: los países árabes productores de crudo cesaron sus exportaciones a los países occidentales que dieron apoyo a Israel durante la guerra de Yom Kipur.

Ahí comenzó la transformación de la estructura energética mundial. Desde entonces, el oro negro ha pasado de suponer el 46,2% de la oferta de energía primaria mundial al 31,9% en 2019.

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Mix de consumo energético mundial. Fuente: BP Statistical Review of World Energy 2020. https://www.bp.com/en/global/corporate/energy-economics/statistical-review-of-world-energy.html

Aunque la sostenibilidad se ha incorporado a la agenda energética global, también se observa cómo está creciendo el consumo de recursos energéticos altamente contaminantes. La cuota de mercado del carbón ha pasado del 24% al 27% entre 1973 y 2019, en gran medida porque China e India son sus principales consumidores a nivel mundial.

 

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Consumo de carbón por regiones. Fuente: BP Statistical Review of World Energy 2020. https://www.bp.com/en/global/corporate/energy-economics/statistical-review-of-world-energy.html

En ese mismo periodo el consumo de gas natural ha pasado del 16% al 24%. La causa de este aumento es la expansión de las centrales de ciclo combinado, que usan de forma preferencial el gas para la generación de electricidad. Las energías limpias todavía representan una pequeña parte de la oferta primaria.

No obstante, hay importantes diferencias según regiones y países. Por ejemplo, Europa ha hecho un gran esfuerzo para transformar su matriz energética, dando una mayor importancia a las energías renovables, como la eólica y la solar, y reduciendo la utilización del carbón.

¿Con qué se produce la electricidad?

La electricidad no está directamente disponible en la naturaleza, como el petróleo, el gas natural o el carbón, que son fuentes primarias de energía. La electricidad se genera a partir de otros recursos: los saltos de agua (energía hidroeléctrica), los hidrocarburos y el carbón (térmica), la fisión de isótopos de uranio (nuclear), el sol, el viento, las olas, etcétera.

Ha habido cambios importantes en la generación eléctrica desde la foto fija de 1973. El petróleo ha perdido importancia en la producción de electricidad de origen térmico e hidráulico mientras crece la importancia del gas natural y las energías renovable y nuclear. En cambio, el carbón sigue representando el 38% de la generación eléctrica.

Nuevas reservas de hidrocarburos

El escenario energético internacional evoluciona rápidamente y se enfrenta a importantes desafíos. En la última década se han descubierto numerosos yacimientos en Venezuela, Brasil, Sudáfrica, Irán, Mozambique… Las reservas probadas han pasado de los 683 000 millones de barriles de petróleo de 1973 a 1'734 billones en 2019.

Desarrollos tecnológicos como la fractura hidráulica (fracking) han hecho posible la extracción de hidrocarburos no convencionales. Estados Unidos, uno de los mayores consumidores de petróleo del mundo, se ha convertido en un referente en esta técnica que le ha permitido plantearse el autoabastecimiento.

Por otro lado, el calentamiento de los polos está facilitando la explotación de los recursos que hasta ahora han estado protegidos por los hielos perpetuos del Ártico.

A diferencia de la Antártida, el Polo Norte no es un continente sino agua helada. Por lo tanto se regula por la Convención del Mar. Esto quiere decir que, según lo establecido por la soberanía de aguas territoriales, Rusia, Estados Unidas, Canadá, Noruega y Dinamarca, miembros del Consejo Ártico, podrían tener derecho a la explotación de esos recursos.

Hielo, agua y geopolítica

Estas transformaciones implican importantes cambios en la geopolítica global. El aumento de la producción de hidrocarburos no convencionales, particularmente en Estados Unidos, desencadenó una respuesta muy clara por parte de Arabia Saudí, máxima potencia de la Organización de Países Exportadores de Petroleo (OPEP).

Al incrementar la producción petrolera favoreció la caída en los precios: de 110 dólares por barril en diciembre de 2013 pasó a costar 30 dólares en enero de 2016. Y, dado que el coste de producción por fracking es muy alto (superior al precio de venta), los yacimiento estadounidenses dejaron de ser rentables. De esta forma Arabia Saudí recordaba al mundo su papel en la geopolítica del petróleo.

Respecto al Ártico, Barack Obama fue el primer presidente estadounidense en visitarlo en el transcurso de su viaje a Alaska (en 2015), mientras que el presidente ruso Vladimir Putin ha reforzado los dispositivos militares en la zona para garantizarse el control de los recursos y de los posibles pasos para el transporte marítimo.

En definitiva, las grandes potencias implicadas en la región comienzan a reafirmar su presencia ante las posibilidades económicas del deshielo ártico.

La apuesta por la sostenibilidad

Un elevado porcentaje de gases de efecto invernadero proceden del consumo energético. Se ha pasado de 21 331 millones de toneladas de CO₂ en 1980 a 34 169 millones en 2019.

El respeto y la protección al medio ambiente se han convertido en ejes fundamentales de la política internacional. El objetivo 7 de la Agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas busca garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna.

Por otro lado, el Tratado de París (2015) da cobertura internacional a las medidas de lucha contra el cambio climático. La meta es avanzar hacia sistemas productivos respetuosos con el medio ambiente.

No obstante, siguen abiertos los debates en torno a la conveniencia o no de la energía nuclear o la apuesta por las energías renovables. Los desastres de Chernóbil (1986), en Ucrania, y de Fukushima, Japón, en 2011, no han supuesto el fin de la energía nuclear.

De hecho, Francia sigue generando su electricidad esencialmente en centrales nucleares, y los países del Grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa) están apostando por la energía eléctrica de origen nuclear, en contraste con la política antinuclear de Alemania o Bélgica.

La pobreza energética

La pobreza energética tiene diferentes caras. Por un lado, en las zonas más pobres del planeta está el problema de no poder disponer de energía por la falta de infraestructuras básicas.

En países como Burundi, El Chad o Malawi, donde la cobertura del tendido eléctrico en las zonas rurales es muy limitada, el 90% de la población no tiene acceso a la electricidad. A nivel mundial, en 30 países más del 50% de la población no tiene acceso a la electricidad. En estos casos, las políticas públicas deben ir encaminadas básicamente a la ampliación de las infraestructuras básicas.

Pero, por otro lado, en los países desarrollados la pobreza energética también es un problema creciente. El gasto que supone la factura eléctrica para las familias en riesgo de exclusión social hace inviable que puedan tener sus hogares en las condiciones energéticas adecuadas.

En este caso las políticas públicas han de definir acciones como limitar el monto de la factura en función de la renta o mejorar las condiciones del hogar para evitar ineficiencias energéticas.

Algunas de las medidas de apoyo social tomadas a raíz de la crisis de la covid-19 han ido en esta línea.

Un futuro eficiente y sostenible

En el futuro, los patrones de producción, distribución y consumo serán cada vez más sostenibles. Todo apunta a ello, pese a los grandes retos que hay que enfrentar aún y los desiguales ritmos de cambio entre los países.

Propuestas como el Pacto Verde Europeo suponen un gran avance. El camino hacia la sostenibilidad y la eficiencia energética no estará libre de obstáculos. Esperemos estar a la altura de los desafíos.

Este artículo tiene su origen en un capítulo del libro: Las transformaciones de la economía mundial (Ángeles Sánchez Díez, coord., 2021, Grupo de Estudio de Transformaciones de la Economía Mundial-UAM, Madrid).

Fuente THe Conversation

02
May
2021

 

 

Vivimos en un siglo caracterizado por cambios globales que están estrechamente vinculados entre sí: la emergencia climática, el pico del petróleo, la crisis de biodiversidad, el abuso de fertilizantes, herbicidas e insecticidas y el desmesurado crecimiento poblacional, entre otros.

Además, todos estos fenómenos están relacionados con nuestro planeta y sus habitantes, con el lugar y los seres con quienes compartimos tiempo y espacio. Y todos se nos presentan como retos importantes. Amenazan directamente nuestro bienestar y, en muchos casos, también nuestras vidas.

Afortunadamente, comenzamos a reaccionar. Tanto Europa como España están emprendiendo acciones para frenar algunos de estos cambios. Principalmente, los que involucran al calentamiento global (mediante la descarbonización energética) y a la crisis de biodiversidad (empleando las sucesivas estrategias de la UE sobre biodiversidad).

Puesto que ambos procesos están íntimamente interconectados, cualquier posible solución pasa por abordarlos de manera sincrónica, conjunta y equilibrada. Desde luego, la resolución de uno de ellos no puede, en ningún caso, suponer efectos negativos para el otro.

Sin embargo, el proceso actual de transición energética parece totalmente ajeno a esta última afirmación. Se observa un tsunami de proyectos de energías renovables, en muchas ocasiones con dimensiones desorbitadas, que superan los objetivos propuestos por las Estrategias del Plan Integrado de Energía y Clima 2021-2030 (PNIEC).

Estos proyectos se localizan sobre y cerca de áreas de alto valor ambiental y, en ningún caso, contemplan los impactos, ni locales ni sinérgicos, sobre el medio ambiente y la biodiversidad.

Lo que subyace es más de lo mismo. Más de lo que nos ha traído a esta situación de crisis que ahora tenemos que afrontar: megaempresas que venden su producto como “energía limpia”, pero cuyos objetivos son los beneficios económicos rápidos. En muchas ocasiones, buscan recibir subvenciones destinadas a la protección medioambiental, pero con resultados que no solo no ayudan a conservar el medio ambiente, sino que implican una importante degradación del mismo.

Grupos de trabajo especializados

Un buen número de iniciativas están haciendo frente a esta situación. Están promovidas por estamentos sociales muy diversos: población local directamente perjudicada por los proyectos, incluyendo a empresas que desarrollan actividades económicas en las zonas afectadas, colectivos conservacionistas preocupados por el deterioro medioambiental y también técnicos e investigadores en diversas disciplinas relacionadas con el patrimonio natural.

En esta última categoría entra MEDINAT, un grupo de trabajo abierto formado por especialistas en diferentes aspectos del medio natural y centrado en el ámbito de la Cordillera Cantábrica. Sus principales objetivos son los siguientes:

  • Documentar diversas afecciones al medio natural relacionadas con proyectos de producción energética industrial.
  • Poner a disposición pública los informes que se generan, así como la normativa relacionada.
  • Prestar apoyo a diversos colectivos en el trabajo de alegaciones.

De cara al futuro, MEDINAT tiene como objetivo analizar posibles escenarios para que la transición energética tenga un efecto favorable para el medio ambiente.

¿Cómo diseñar los proyectos?

La pregunta clave es qué aspectos habría que tener en cuenta para que la transición energética se haga de forma beneficiosa para la conservación de la biodiversidad.

Es importante comprender que existe una serie de factores que degradan la biodiversidad. Su desarrollo solo es posible si permitimos la existencia de territorios naturalizados, donde la intervención humana no afecte a los delicados ciclos y cascadas tróficas que la sustentan.

Con esta problemática en mente, indicamos algunos aspectos que habría que considerar:

1.      Zonificación adecuada. Implica una planificación previa y vinculante realizada por técnicos y especialistas que determinen las zonas más adecuadas para la instalación de las energías renovables y sus redes de evacuación. Deberían evitar zonas de alto valor ambiental y paisajístico y ubicarse preferentemente en suelo industrial o en lugares como tejados, superficies urbanas o carreteras.

2.     Dimensiones adecuadas. Puesto que los macroproyectos tienen un mayor impacto, es necesario llevar a cabo esta transición mediante actuaciones de pequeño tamaño, descentralizadas y, siempre que sea posible, vinculadas al autoconsumo local. Es necesario promover la creación de proyectos diferentes a los que han funcionado hasta ahora, como pueden ser las comunidades y cooperativas energéticas locales.

3.     Investigación y desarrollo de nuevas tecnologías por parte de las empresas promotoras de grandes proyectos en energías renovables. Urge la creación de prototipos de aerogeneradores y placas solares que generen un menor impacto ambiental y que puedan ser más polivalentes en cuanto a sus lugares de instalación. Existen ya alternativas, pero necesitan un empuje para mejorar su eficiencia y para ser implementadas a una escala real.

4.     Preferencia por las empresas con actuaciones a largo plazo que favorezcan la salud medioambiental y la conservación. Estas son complementarias a la creación y distribución de energía procedente de fuentes renovables y se ejecutan en los territorios donde se implantan. Al mismo tiempo, rechazo sistemático a aquellas empresas que promuevan actuaciones poco éticas o directamente contrarias al medio ambiente (como la fragmentación de proyectos o la localización de los mismos en zonas de alta sensibilidad ambiental, entre otras).

5.     Estudios de impacto ambiental analizados por especialistas. La Administración debe exigir que no sean un mero trámite administrativo y que, tanto estos como las alegaciones a los mismos, sean analizados por técnicos expertos en cada disciplina. Los estudios de impacto han de ser estrictos, eficientes e independientes. Deben representar la realidad mediante un trabajo previamente documentado y comprobado en campo, y siempre realizado teniendo en cuenta la estacionalidad de muchos seres vivos.

¿De quién es la responsabilidad?

Es la Administración, y no las grandes empresas, quien, mediante una planificación previa y ordenada, debe establecer el cuándo, el cómo y el dónde de los proyectos de generación de energía renovable.

Los problemas complejos que involucran múltiples factores no pueden ser resueltos solucionando solo uno de ellos. En este contexto, MEDINAT es solo una pieza de un enorme puzle que crece por momentos, ya que el número de colectivos y personas sensibilizados con este problema aumenta de forma continua.

El trabajo que todas estas personas están realizando y compartiendo de forma altruista está permitiendo matizar la visión romántica y poco realista de lo que significa utilizar espacios con alto valor ambiental para establecer infraestructuras de energías renovables.

Pero nos queda el desafío más importante: aprender formas nuevas de vivir, de relacionarnos entre nosotros y con el medio ambiente y de impedir la inercia de las empresas y las Administraciones que aún trabajan con formas y objetivos del siglo XX.

Autores

Estrella Alfaro Saiz

Conservadora del Herbario LEB. Profesora asociada del Área de Botánica, Universidad de León

Esperanza Fernández

Profesora de Universidad. Especialista en patrimonio geológico, Universidad de León

20
Jun
2021

 

16 junio 2021 20:56 CEST

Las zonas áridas ocupan un tercio de la superficie terrestre y la desertización crece al 1 % anualmente. Este aumento pone en peligro el modo de vida de los quinientos millones de personas que viven a las puertas del desierto. Se trata de un problema serio. Pero también de un problema que sabemos cómo resolver.

La Convención para Combatir la Desertización de las Naciones Unidas propone el lema “Restaurar la tierra y recuperarnos” para celebrar el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía de este año. Afortunadamente, también hay buenas noticias:

1. La desertización se puede frenar

La desertización no es el resultado directo del cambio climático, sino de su interacción con actividades agrícolas que redundan en la degradación forestal.

La actividad humana está casi siempre detrás de la desertización a día de hoy y, por tanto, frenarla está en nuestra mano.

2. La sequía no ha aumentado globalmente

El cambio climático no altera la cantidad de lluvia que cae en el planeta. Solo la redistribuye. Esto es, en algunas zonas llueve más y en otras menos como consecuencia de este fenómeno. Pero a nivel global, la sequía no ha aumentado.

Además, algunos de los cambios en las variables climáticas acontecidos durante las últimas décadas han permitido aumentar la disponibilidad hídrica. Un ejemplo es la velocidad del viento, que ha disminuido un 20 % en los últimos 50 años. Eso disminuye la evaporación y, por ende, aumenta el agua dulce disponible.

3. El cambio climático no es más severo en las zonas más pobres

Existe la creencia de que el cambio climático aumentará las desigualdades socioeconómicas entre países: que acentuará la sequía en las zonas desiertas y áridas y que aumentará la lluvia en las zonas húmedas.

Esta creencia es falsa: la redistribución hídrica derivada del cambio climático no se rige por criterios geopolíticos. Los efectos del cambio climático no son una simple intensificación de los patrones de lluvia actuales. En algunas zonas áridas llueve más y en otras menos, y lo mismo ocurre en las zonas húmedas.

4. El Sahel está reverdeciendo

El Sahel es un ejemplo que nos muestra como la aridez no aumenta en mayor medida en las zonas áridas y pobres. De hecho, la precipitación se ha incrementado durante los últimos 30 años y también lo ha hecho la cobertura vegetal.

5. Combatir la desertificación genera trabajo y riqueza

El 6 % de la población mundial vive en desiertos y entre esas comunidades se encuentran algunas de las más pobres y marginales del mundo. El reverdecimiento que está ocurriendo en el Sahel, y en otras partes del mundo, es el fruto de la interacción entre procesos naturales y obras de ingeniería forestal como los programas de restauración. Estos programas permiten el uso sostenible de los recursos y el aumento de los ingresos.

Un ejemplo es el programa de Regeneración natural gestionado por granjeros (FNMR, por sus siglas en inglés), que se inició hace 20 años en Nigeria. Dicho programa ha logrado regenerar y gestionar 200 millones de árboles. Como resultado, los ingresos en las 900 000 granjas involucradas se han doblado y cada familia ingresa unos mil euros más al año.

El programa de Regeneración natural gestionado por granjeros ha logrado regenerar y gestionar 200 millones de árboles en Nigeria. Xuechan Ma / Naciones Unidas

6. Las nuevas técnicas de cultivo duplican la producción agraria y crean energía

Uno de los principales motores de la desertificación es la necesidad de tierras para la producción de alimentos. Este problema podría aumentar ya que la población humana sigue en aumento y está lejos de estabilizarse. Sin embargo, las técnicas de ingeniería agraria han estado en continua evolución desde la revolución verde.

Un ejemplo son los cultivos agrivoltaicos, donde los cultivos crecen a la sombra de paneles solares. Esta técnica, apta para desiertos cálidos, aumenta la producción agraria ya que los paneles solares protegen a los cultivos del exceso de radiación, permiten el ahorro de agua y, además, generan energía eléctrica. Con este proyecto, por ejemplo, se ha duplicado la producción de varios cultivos en el desierto de Sonora.

7. La ciencia ha progresado notablemente

El corpus de textos científicos sobre desertificación asciende a casi ocho mil artículos científicos. Es un proceso, por tanto, que entendemos relativamente bien y que ha permitido adaptar las técnicas de gestión ancestrales a la realidad actual.

La información de los satélites, junto con los modelos meteorológicos, nos permiten desarrollar sistemas de detección temprana de la sequía. Con ello se puede evaluar el riesgo para las cosechas y para la vegetación y tomar las medidas de mitigación más adecuadas de forma anticipada.

También contamos con avances en el área de la biotecnología, que desarrolla árboles mejor adaptados a las condiciones extremas del desierto y que aporta leñas a la población local. O con avances en el campo de la gestión agroforestal, que permiten aumentar la fertilidad del suelo y la producción, en comparación con las técnicas tradicionales de roza y quema.

8. Cada vez hay más bosque

La superficie forestal ha aumentado en 224 millones de hectáreas en los últimos 35 años. Esa superficie equivale al tamaño a Argelia y es ligeramente inferior a la de Argentina. La deforestación, la degradación forestal y la desertización constituyen un problema importante. Pero un problema que está localizado en algunas zonas de bosques tropicales o en el borde de los desiertos. El avance de la superficie forestal es mayor que el de la desertificación.

9. Tenemos experiencia en proyectos que revierten la desertificación

Los programas para frenar la deforestación no son algo nuevo. Tanto en Europa como en América, tenemos más de un siglo de experiencia en proyectos de restauración. En 1889, por ejemplo, el ingeniero Ricardo Codorniu dirigió la emblemática restauración de Sierra Espuña, en Murcia. Con esta operación logró revertir la desertificación que amenazaba la zona.

Otro ejemplo es la restauración en La Pampa del Tamarugal, en Tarapacá (Chile). Allí se ejecutaron obras de restauración con tamarugo (Prosopis tamarugo), un endemismo chileno, en la década de los sesenta. Estas obras de restauración son consideradas como ejemplares por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

10. Los desiertos son ecosistemas singulares con gran biodiversidad

Por último, no podemos, ni queremos, olvidar que los desiertos son ecosistemas singulares que albergan una gran biodiversidad. Los camellos, las serpientes de cascabel, los cactus gigantes… Hay un sinfín de especies que habitan los desiertos y que muestran adaptaciones excepcionales para poder vivir en estos ambientes extremos. Muchas de ellas están en peligro de extinción.

Que aumente la desertización es un problema, y grave. Que haya desiertos, sin embargo, es natural y vigilar por su estado de conservación es también una acción sensata.

Autor

Víctor Resco de Dios

Profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida

Fuente The Conversation

21
Abr
2021

 

Tienen más impacto que el cambio climático, son más omnipresentes que la deforestación o la destrucción de los corales, hacen más daño a la biodiversidad que la contaminación –plástico o glifosato– y, sin embargo, es probable que no las conozca.

Se extienden silenciosamente por todo el mundo, delante de nuestras narices sin preocuparse de que las descubramos. Quienes toman las decisiones les dejan imponerse poco a poco, siendo generalmente tan inconscientes de su presencia y de su impacto como el resto de la población… ¡No, no se trata de otra conspiración! Las invasiones biológicas son una realidad.

Los científicos llevan décadas estudiando este fenómeno, cada vez más preocupados por su aumento exponencial y los daños ecológicos que causan.

Allí donde van los humanos

Se llaman invasores, pero no vienen del espacio… vienen de diferentes regiones del mundo.

Son plantas de Sudamérica, estrellas de mar de África, insectos de Europa y aves de Asia. Estas especies proceden de bosques tropicales, sabanas secas, lagos templados y océanos fríos. Invaden todos los lugares del planeta donde ha pisado ser humano.

Están aquí porque las hemos traído, como mascotas, ornamentos o como polizones en nuestros viajes turísticos y comerciales. Miles de especies exóticas invasoras, de todas las regiones, están invadiendo todas las regiones, como han hecho durante siglos.

jacinto de agua

Originario de Sudamérica, el jacinto de agua (aquí florecido) está clasificado como una de las especies invasoras más graves. Anna Turbelin / Universite Paris-Saclay, CC BY-NC-ND

Tener plantas y animales exóticos no es necesariamente un problema. El problema es que una parte de ellos causa daños al establecerse y extenderse en su nuevo entorno.

Estos daños pueden ser ecológicos (por ejemplo, la extinción de especies), sanitarios (por ejemplo, alergias, picaduras, enfermedades) y económicos (por ejemplo, daños a las infraestructuras).

Pero, ¿cómo pueden una hermosa planta, un pequeño cangrejo, un bonito pez o incluso un majestuoso ciervo ser un problema?

Perca del Nilo, pitones gigantes y temibles hormigas…

Imagine ser una de las cientos de especies de cíclidos que han evolucionado en el lago Victoria africano (y en ningún otro lugar de la Tierra), esos simpáticos pececitos adorados por los acuaristas. Ahora, imagine que comparte su lago con un recién llegado, la enorme perca carnívora del Nilo, que puede llegar a medir 2 metros y pesar 200 kg. No encontrará ningún lugar para esconderse o ni podrá huir.

El resto es fácil de imaginar: en pocas décadas, la perca del Nilo ha diezmado más de 200 de las 300 especies de peces cíclidos del lago. Como estos cíclidos eran herbívoros, detritívoros o insectívoros, toda la cadena alimentaria quedo interrumpida y todo el ecosistema resultó irremediablemente dañado.

Del mismo modo, ser un pequeño mamífero en los Everglades de Florida invadidos por decenas de miles de pitones gigantes de 5 metros no es nada envidiable; ni tampoco ser uno de los pequeños insectos presentes en una de las innumerables zonas invadidas por una de las muchas especies de temidas hormigas.

pez leon

Originario de las cálidas aguas marinas de los océanos Pacífico Sur e Índico, el pez león ha causado daños muy importantes a la biodiversidad mediterránea. Unsplash

O ser una planta en el camino de destrucción del gusano militar del otoño, que se ha extendido desde África a Asia y Australia en menos de cinco años, asolando las plantas silvestres y cultivadas –más de 80 especies en total–.

O incluso ser una planta que muere lentamente a la sombra del espeso manto del árbol Miconia, apodado el «cáncer verde», que elimina todas las demás plantas en kilómetros a la redonda. O, en resumen, cualquier organismo vivo que se enfrente a una de las miles de especies exóticas invasoras en todo el mundo. Cuando llegan, las especies locales suelen tener pocas posibilidades de salir indemnes.

hormiga argentina

La hormiga argentina (Linepithema humile), una especie nativa de Sudamérica, se ha expandido a todos los continentes, excepto la Antártida. Elena Angulo, Author provided

Cifras para tomar conciencia

Hace tiempo que los científicos demostraron que las invasiones biológicas son una amenaza global para la biodiversidad, al mismo nivel que la destrucción del hábitat o el cambio climático, y que suponen una grave amenaza para la salud y la economía humanas.

Entonces, ¿por qué se les da menos publicidad? ¿Por qué la gente no las conoce? ¿Por qué quienes toman decisiones no actúan? Tal vez, simplemente, porque los científicos no hemos utilizado todavía el lenguaje adecuado o las vías adecuadas para que la gente se dé cuenta de la amenaza.

Por eso, hemos dejado de hablar de las extinciones de aves y de la degradación del hábitat, y nos hemos propuesto recopilar los costes económicos de las invasiones biológicas registradas en todo el mundo. Desgraciadamente, cuando se habla de dinero, se presta más atención.

No ha sido fácil, porque los costes son muy diversos. Además, no se pueden comparar (o sumar), por ejemplo, los daños del mejillón cebra en las infraestructuras de Canadá en los años 90 con las pérdidas agrícolas en China por todos los insectos invasores en 2004-2005.

Hemos recogido miles de costes, recopilados y analizados en nuestra base de datos InvaCost, que sigue evolucionando y creciendo con el tiempo y la investigación. Los resultados de nuestro trabajo acaban de publicarse en la revista especializada Nature.

Presentación del proyecto de investigación InvaCost (Fundación BNP Paribas, 2015).

Así que, tras varios años de recogida de datos, normalización y ajustes metodológicos con economistas y ecologistas, llegamos a una suma global. Y la cifra nos sorprendió… Más de un billón de dólares. Más concretamente, 1'288 billones de dólares en costes económicos relacionados con las invasiones biológicas en todo el mundo.

163 000 millones de dólares solo en 2017

Lo más preocupante es que este coste global está relacionado esencialmente con los daños y las pérdidas, que han costado entre diez y cien veces más que las inversiones realizadas para evitar o controlar estas invasiones.

Además, estos costes aumentan exponencialmente con el tiempo: el coste medio se ha triplicado cada década desde 1970. Solo para 2017, nuestra estimación supera los 163 000 millones de dólares, una cifra que representa más de 20 veces los presupuestos combinados de la Organización Mundial de la Salud y las Naciones Unidas para el mismo año.

A pesar de la impresionante magnitud de estos costes, están muy subestimados. Solo hemos analizado la mitad más robusta de los datos disponibles (si hubiéramos utilizado todos los datos, tendríamos una estimación total cuatro veces mayor).

Además, no todos los impactos de las invasiones están monetizados o son monetizables. Y no todos los que están monetizados o son monetizables han sido estimados –menos del 10 % de las especies exóticas invasoras han sido estudiadas por sus costes– y a menudo en un número muy limitado de países.

Por lo tanto, los enormes costes estimados aquí representan solo la punta del iceberg de la carga económica real de las invasiones biológicas en todo el mundo.

La prevención primero

La legislación actual es claramente insuficiente, especialmente cuando miramos al rápido aumento de las invasiones.

El adagio «más vale prevenir que curar» adquiere aquí todo su significado: las medidas proactivas para evitar las invasiones deben convertirse en una prioridad. Una vez que se ha producido una invasión, cuanto más rápido se responda, más eficaz –y menos costoso– será el control.

Si se retrasa la intervención, solo son posibles las medidas de mitigación, y la eliminación de la invasión se vuelve rápidamente ilusoria. La invasión de la ardilla gris en Italia es un ejemplo llamativo. Procedente de América, este simpático roedor amenaza con extinguir la ardilla roja, la local europea, que está desapareciendo en las zonas invadidas. Sin embargo, las cuestiones éticas han retrasado la realización de campañas de erradicación, dejando tiempo para que la especie se establezca y se extienda por el territorio.

ardilla gris americana

La ardilla gris americana, que elimina a la ardilla roja europea por competencia y transmisión de enfermedades. Anna Turbelin / Universite Paris-Saclay, CC BY-NC-ND

Las especies exóticas invasoras no conocen fronteras: son una amenaza mundial a la que hay que hacer frente a la misma escala. Para ser eficaz, la cooperación internacional debería dar prioridad a la inversión en la gestión de las especies invasoras para los países de bajos ingresos (especialmente en Asia Central y Sudoriental y en África), donde a menudo se carece de legislación y capacidad de gestión.

Por último, es necesario investigar más sobre los costes económicos de las invasiones biológicas, ya que los conocimientos actuales siguen siendo fragmentarios. Esta falta de datos dificulta nuestra comprensión general del fenómeno y nuestra capacidad para abordarlo con eficacia.

Sin embargo, el objetivo inicial de nuestro trabajo es estimar los enormes costes económicos de las invasiones biológicas para concienciar sobre el impacto más importante: el que amenaza a la biodiversidad y los ecosistemas. Esperemos que los miles de millones de dólares sean suficientes para concienciar a la población.

Los trabajos mencionados en este artículo han sido posibles gracias a la financiación de la base de datos InvaCost por parte de la Fundación BNP Paribas y el Fondo de Investigación Axa en el marco de la cátedra Biología de las invasiones de la Fondation Paris-Saclay Université.

Autores

Camille Bernery

Doctorante en écologie des invasions, Université Paris-Saclay

Boris Leroy

Maître de conférences en écologie et biogéographie, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN)

Christophe Diagne

Chercheur post-doctorant en écologie des invasions, Université Paris-Saclay

Franck Courchamp

Directeur de recherche CNRS, Université Paris-Saclay

Fuente.- The Conversation

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