Ciencia y Técnica

25
Ene
2022

 

Autoría

Lucía Ramírez

Catedrática. Departamento de Producción Agraria. Grupo de investigación Genetics and Microbiology Research Group, Universidad Pública de Navarra

Su presencia en la cultura humana se remonta a la noche de los tiempos. Desde la más remota antigüedad, los hongos del bosque se han usado como alimentos y fármacos. El hombre de las nieves, Ötzi, descubierto en la frontera ítalo-austriaca, llevaba, hace más de 5 000 años, hongos secos en su equipaje como apoyo medicinal.

En la medicina tradicional china e india los hongos juegan un papel fundamental, y especies como Ganoderma lucidum son la base de importantes trabajos de investigación en la búsqueda de glucósidos anticancerígenos.

Un uso alternativo de los hongos es el que cuentan que hizo Agripina de la seta venenosa Amanita phalloides para agasajar a su hermano Calígula y, de paso, despejar el camino imperial a su hijo Nerón.

Las necesidades del futuro

Hoy, los hongos se muestran más importantes que nunca. El futuro de nuestra especie requiere una transición ecológica urgente, objetivo prioritario de la Unión Europea para alcanzar la neutralidad climática en 2050. Para lograrlo, hay importantes iniciativas en marcha para recuperar la biodiversidad del planeta; para transformar el actual modelo alimentario en un sistema sostenible , y para impulsar la economía circular. Los hongos juegan un papel crucial si queremos que estos objetivos se cumplan.

Ellos son los principales descomponedores de biomasa, además, son una fuente de proteínas alternativa para la alimentación de una humanidad que crece, y son esenciales para la estabilidad de los sistemas forestales.

Por todo esto, están, más que nunca, en el punto de mira de la ciencia.

En el grupo de investigación de Genética, Genómica y Microbiología GenMic, de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) trabajamos desde hace treinta años en la biología molecular, la genética y la genómica de las setas (basidiomicetos superiores), para desarrollar aplicaciones en estos campos.

Los hongos más desconocidos

Hay dos grupos de hongos: los ascomicetos, que se presentan generalmente como organismos unicelulares (levaduras) o filamentosos (mohos), y los basidiomicetos, que producen cuerpos fructíferos grandes (setas) asociados en su mayoría a plantas formando micorrizas.

Los ascomicetos han sido ampliamente estudiados, ya que a este grupo pertenecen especies tan importantes desde el punto de vista tecnológico como la levadura del pan, del vino y la cerveza (Saccharomyces cerevisiae), la levadura Candida albicans y el hongo filamentoso Aspergillus fumigatus, causantes, entre otras cosas, de infecciones oportunistas en humanos.

En el grupo de los ascomicetos también están los productores de antibióticos, como la penicilina (Penicllium notatum), y la ciclosporina (Tolypocladium inflatum) o la lovastatina (Aspergillyus terreus), utilizada como medicamento contra el colesterol.

Sin embargo, el segundo grupo de hongos, los basidiomicetos, son mucho menos conocidos, y nuestro grupo de trabajo se ha especializado en ellos.

En busca de nuevos fármacos y productos industriales

En cualquier bosque de nuestro entorno, en otoño o primavera, se pueden ver en el suelo, o creciendo sobre los troncos de los árboles, diversos tipos de setas que reflejan una enorme red de filamentos invisibles.

Esta red es la biomasa vegetativa que forman las setas. De hecho, el mayor organismo vivo identificado en la tierra es un hongo basidiomiceto (Armillaria ostoyae) cuyo micelio cubre una superficie de más de 900 hectáreas en un bosque de Oregón.

La gran variedad de ecosistemas forestales con su diversidad de interacciones con plantas, animales, bacterias y otros hongos permite suponer que los basidiomicetos de estos ecosistemas, que aparecen como bisagra entre el reino vegetal y animal, han de producir una inexplorada variedad de enzimas y de metabolitos secundarios que pueden enriquecer el arsenal de fármacos y productos industriales del que actualmente disponemos.

Una de las líneas de trabajo de nuestro grupo es identificar esas enzimas de interés producidas por basidiomicetos para producirlas y usarlas en aplicaciones industriales o farmacéuticas.

Atrapar el carbono imitando a los hongos

Los hongos son, junto con animales y plantas, el tercer grupo de organismos macroscópicos de nuestro mundo. Comparten con las plantas su inmovilidad, aunque, a diferencia de ellas, no son capaces de hacer la fotosíntesis, por lo que deben descomponer la materia de su entorno para alimentarse.

Este sistema para obtener alimento hace de los hongos los principales agentes descomponedores de la biomasa vegetal, y les convierte en esenciales en el ciclo del carbono en los ambientes forestales.

Los hongos basidiomicetos han tenido un papel fundamental en la acumulación geológica de depósitos de carbono en forma de combustibles fósiles. Incluso se ha asociado la aparición de un grupo de ellos (los llamados de podredumbre blanca) al fin de esta acumulación y, por tanto, al final del periodo carbonífero. Esto refleja el enorme trabajo de reciclaje de biomasa en el planeta, a lo largo de toda su historia, que han desarrollado estos hongos.

Nuestro grupo ha colaborado intensamente con el Joint Genome Institute de la Universidad de California en proyectos de secuenciación genómica y metagenómica de basidiomicetos. Queremos identificar nuevas variantes de enzimas y procesos que nos permitan comprender mejor el ciclo del carbono y desarrollar aplicaciones a partir de esas enzimas fúngicas que intervienen en él.

Cultivar níscalos y trufas negras

Son un alimento rico en proteínas y altamente apreciado en gastronomía. Sin embargo, a día de hoy, muchas especies no se pueden cultivar. El boleto (Boletus edulis), el níscalo (Lactarius deliciosus) y la trufa negra (Tuber melanosporum) son algunos ejemplos.

Hay otras especies que sí se han logrado cultivar, como el champiñón (Agaricus bisporus), la seta ostra (Pleurotus ostreatus), la de cardo (P. eryngii), el Shiitake (Lentinula edodes) y muchas otras también muy apreciadas en la cocina y el mercado.

Nuestro grupo ha participado en el desarrollo de herramientas genéticas y moleculares para mejorar el cultivo y la producción de la seta ostra. Conseguimos la secuenciación de su genoma en un proyecto de colaboración internacional desarrollado en el JGI.

Ahora estamos trabajando para entender la compleja reproducción de los basidiomicetos, y esto nos permitirá desarrollar estrategias para su manipulación y para inducir la fructificación en cultivos de setas que hasta ahora sólo se pueden recolectar estacionalmente.

Los biocombustibles como futuro

La seta ostra P. ostreatus es un hongo de podredumbre blanca (white rot) que degrada la lignina de la madera. Al degradarla, deja la celulosa accesible al ataque por otros microorganismos y enzimas.

Estas enzimas ponen a disposición de los procesos fermentativos la enorme cantidad de carbono almacenado en la lignocelulosa: el principal depósito de carbono sobre la Tierra.

Este proceso es de enorme interés para el tratamiento biológico de residuos vegetales y forestales que permitirá la obtención de biocombustibles de segunda generación.

Nuestro grupo participó en la secuenciación del genoma de Serpula lacrymans en un proyecto que permitió arrojar luz sobre el mecanismo por el que este tipo de hongos realiza su función ecológica.

Nuevos alimentos y nuevos vestidos

Para terminar, miremos al futuro de la alimentación y del vestido. Los hongos pueden producir nuevas proteínas que complementen o sustituyan a las de origen animal en forma de suplementos o de base para producir alternativas a la carne con un mayor aporte de fibra y una ausencia total de colesterol.

Pero quizá un reciente avance espectacular ha sido la utilización de hongos para producir alternativas al cuero en la fabricación no sólo de complementos (bolsos de alta gama, zapatillas deportivas) sino también de líneas de moda como la presentada recientemente por Stella McCartney en Paris basada en el uso de cuero vegano de hongos.

19
Ene
2022

CREAF SO logo ESP print

9 de diciembre 2021

El nuevo mapa de alta resolución del arbolado de Cataluña, elaborado por el Instituto Cartográfico y Geológico de Cataluña (ICGC) y el CREAF, permite determinar las variables biofísicas de los bosques catalanes, como el carbono almacenado, con una resolución 2500 veces mayor que los inventarios forestales tradicionales. Este conocimiento profundo supone un salto cualitativo en la planificación y gestión forestal, y se traducirá en el desarrollo de políticas más efectivas, una mejor prevención de los incendios y el desarrollo de proyectos de carácter medioambiental y de ordenación más eficientes.

En Cataluña, cada habitante emite anualmente una media de 5,78t de CO2. Hoy, gracias a los mapas de alta resolución de los bosques que han generado el Instituto Cartográfico y Geológico de Cataluña (ICGC) adscrito al Departamento de la Vicepresidencia y de Políticas Digitales y Territorio y el CREAF a partir de datos LiDAR podemos saber que los bosques de Cataluña tienen almacenados el equivalente a 195 millones de toneladas de CO2, esto corresponde, en promedio, a 4,4 años de emisiones de CO2 . Este dato es un promedio que ofrecen los mapas y varía por comarca en función de la cantidad de bosque que tiene y su población, por ejemplo, los stocks de carbono de los bosques del Pallars Sobirà equivalen a 291 años de las sus emisiones, en el caso de la Alta Ribagorça, 129 años, en cambio, otras comarcas como el Pla d’Urgell o el Barcelonès se corresponden a mucho menos de un año de emisiones. El ICGC y el CREAF, con la colaboración del Departamento de Acción Climática Agricultura y desarrollo Rural, han presentado la segunda edición de los mapas de alta resolución de los bosques catalanes. Esta segunda edición se puede descargar de forma gratuita y están hechos con tecnología LiDAR, lo que permite, por un lado, trabajar a una resolución 2.500 veces mayor que la de los inventarios forestales tradicionales, y por otra, disponer de los datos más actuales disponibles (en esta edición son datos de 2016-17). El mapa describe variables tan relevantes como el carbono almacenado, el diámetro de los árboles, la su altura media o el volumen de madera, entre otros, y son claves para desarrollar y realizar seguimiento de políticas forestales más efectivas, así como para analizar los cambios e impactos, planificar una mejor prevención de los incendios o diseñar y ejecutar proyectos de tipo medioambiental y de ordenación.

El CREAF ha desarrollado los modelos para describir cada una de las diez variables forestales a partir de datos de campo y métricas obtenidas de los datos LiDAR por parte del ICGC. A partir de estos modelos, el ICGC ha generado y distribuido los mapas, de una resolución excepcional.

Según Ariadna Just, técnica del ICGC, “La monitorización del territorio que hace el ICGC proporciona herramientas clave para la toma de decisiones, dado que aportan un conocimiento con una precisión y detalle que hasta ahora era impensable. En concreto, los datos LiDAR nos permiten medir las complejidades de las estructuras forestales y proveer información por la generación de aplicaciones de gestión de las masas forestales”.

“Unos bosques bien gestionados permiten aumentar su capacidad como sumidero de CO2 y, por tanto, contribuyen en la lucha contra el cambio climático. Por eso es tan útil tener información precisa, como lo que ofrecen los nuevos mapas que hoy presentamos, para tomar las medidas más adecuadas para preservar los bosques en general y las áreas protegidas, en particular”. JORDI VAYREDA, INVESTIGADOR DEL CREAF.

10
Ene
2022

 

 

Autoría

César Menor-Salván

Profesor Ayudante Doctor. Bioquímica y Astrobiología. Departamento de Biología de Sistemas., Universidad de Alcalá

En la festividad de Reyes Magos se celebra el momento en el que estos acuden a adorar al recién nacido Jesucristo. Tal vez el lector no conozca de dónde proviene la tradición española de los tres reyes magos (Melchor, Gaspar y Baltasar), pues en la Biblia no se especifica ni cuántos eran, ni sus nombres. Tampoco se decía que fueran reyes, ni magos tal como lo entendemos ahora. Es posible que fueran sabios o astrónomos, y que la famosa estrella de Belén fuera un evento astronómico que ellos supieron ver e interpretar. Pero, aunque no fueran reyes, desde luego si debían ser personajes influyentes:

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿dónde esta el rey de los judíos, que ha nacido? porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle.[…] y he aquí que la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño […] y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.”

 

Mateo:2

No es casual el conjunto de tesoros que presentaron al niño. El oro es obvio, pero nuestra imagen del incienso no es la misma que se tenía en la antigüedad, cuando era un bien muy valioso. Incienso es el nombre colectivo de resinas de olor agradable, obtenidas tanto de coníferas como de otros árboles aromáticos. Las resinas eran productos de lujo en aquel momento.

De todas ellas, era especialmente valorada la mirra. Esta se obtiene de unos pequeños árboles del genero Commiphora, en especial de un arbusto endémico del noreste de África, el árbol de la mirra o Commiphora myrrha. La mirra se utilizó ampliamente con fines medicinales, para la elaboración de perfumes y, en general, como una valiosa inversión.

El árbol de la mirra pertenece a la familia Burseraceae. Esta familia produce resinas compuestas por terpenos o terpenoides (el colesterol, un compuesto de origen animal, pertenece a ésta misma familia química). Los terpenoides tienen dos características interesantes: son químicamente muy estables y su composición varía según el género, familia y, a veces, la especie que los produce.

Esta propiedad la utilizamos en un campo de estudio llamado quimiotaxonomía: el conocimiento de las características distintivas en la composición de diferentes especies, géneros o familias biológicas. La composición de terpenos es variable, de modo que podemos identificar con bastante precisión la planta de procedencia de cualquier muestra de resina.

Las resinas pueden conservar su composición original durante millones de años. En este largo sueño geológico, sufren transformaciones químicas, dando lugar a un material que conocemos, colectivamente, como resinitas. Cuando la transformación es mas profunda, la resina original se convierte en ámbar. Cuando están parcialmente transformadas y preservan su composición original, se conocen como copal y preámbar.

El estudio de la composición de las resinas de plantas y las transformaciones químicas que sufren tras ser enterradas en los sedimentos nos puede ayudar a conocer la evolución de los ecosistemas. Gracias a ello podemos saber qué árboles existían hace millones de años, identificar cambios climáticos o cuándo aparecen nuevas familias biológicas.

Una mirra de 40 millones de años

Hace algo mas de 40 millones de años, durante el Eoceno, Europa era distinta a la actual. Hay un lugar que ofreció muchos restos de los ecosistemas de aquella época: las minas de carbón del valle de Geisel, en Alemania. Allí se encontraron abundantes fósiles, bien preservados gracias a las condiciones en las que quedaron depositados. También encontramos muestras de resinas en estado de preámbar.

Esto nos ha permitido determinar que aquellos bosques estaban formados por coníferas de la familia del ciprés de los pantanos, árboles tropicales propios de zonas húmedas y antecesores del árbol de la mirra, que nos dejaron abundantes muestras de la mirra hace mas de 40 millones de años. Todavía conservaba su aroma.

Las resinas sugieren que la Europa de aquella época estaba cubierta por selvas húmedas, algo consistente con el resto de estudios geológicos y paleontológicos. De esta época también son los yacimientos del famoso ámbar báltico, formados en bosques de coníferas tropicales. El Eoceno fue una época muy cálida que culminó con un enfriamiento global: glaciaciones, la formación de los casquetes polares actuales y la desaparición de las grandes selvas en lo que hoy es Europa.

Estos ciclos se han repetido a lo largo de la historia de la vida, condicionando la evolución o extinción de los organismos.

El ámbar español del Cretácico

Hace unos 100 millones de años, durante el Cretácico, la península Ibérica era un conjunto de grandes islas. La actual cuenca del Ebro era un brazo de mar que bañaba costas cubiertas de cálidos bosques pantanosos, similares a los actuales manglares.

Cantabria, Alava y Teruel estaban cubiertos de bosques de coníferas tropicales, entre los que vivían los dinosaurios. Los bosques estaban dominados por araucarias y una familia de coníferas relacionadas con los cipreses actuales, llamadas Cheirolepidiáceas. Esos bosques dejaron ricos yacimientos de ámbar.

Leer el libro molecular del ámbar revela el drama de la vida y cuenta cómo cambian los ecosistemas. Nos cuenta que, hace unos 93 millones de años, un cambio climático, que llamamos crisis cenomaniense hizo decaer aquellos bosques cálidos. Las Cheirolepidiáceas se extinguieron. El clima suave y seco erigió al nuevo líder de las coníferas ibéricas: la familia de los pinos.

La humilde resina de pino no formaba parte de los regalos de Reyes Magos. Sin embargo, es la fuente principal del aguarrás y la colofonia, dos productos de gran importancia industrial. No es tan estable como otras resinas y el ámbar de pinos es sumamente raro.

Afortunadamente, en los terrenos cretácicos de la Comunidad de Madrid, posteriores a la crisis cenomaniense, se ha preservado suficiente ámbar de pinos como para permitirnos seguir leyendo el libro de la evolución de los ecosistemas. Un auténtico regalo de reyes para los científicos que queremos aprender a usar las bellas pistas moleculares que los árboles nos han dejado desde hace millones de años, y entender cómo han evolucionado los ecosistemas.

11
Ene
2022

 

Autoría

Víctor Resco de Dios

Profesor de Incendios Forestales y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida

El negocio de las editoriales científicas se ha convertido en uno particularmente rentable. Los beneficios empresariales, cifrados en varios miles de millones de euros, son solo comparables a los de las grandes empresas tecnológicas. Pero no se trata solamente de un negocio lucrativo. Las editoriales científicas han transformado profundamente las reglas sobre cómo se desempeña lo que para muchos es el mayor espectáculo del mundo: la ciencia y su avance.

Este artículo analiza algunas de las figuras más destacadas en la evolución de las editoriales científicas, junto con su influencia sobre la práctica misma de la ciencia.

El gigante editorial Pergamon Press

La que tal vez fuera la primera editorial moderna, Pergamon Press, fue fundada en 1951 por Robert Maxwell. Maxwell atraía a los científicos más afamados en diferentes campos: viajaba a congresos y los seducía para fundar y editar nuevas revistas especializadas en su campo. A cambio, les ofrecía financiación para congresos, distinción académica y oportunidades para su crecimiento profesional.

Ser editor académico de una revista es un mérito de prestigio: un prurito de distinción que no está al alcance de cualquiera. El editor debe nombrar a los editores asociados y atraer nuevos artículos. Este negocio es atractivo ya que ninguno de los involucrados en la creación de contenidos cobra: ni los editores asociados, ni los autores, ni los revisores de los artículos.

El crecimiento de Pergamon en sus primeros años fue vertiginoso. Llegó a los 150 títulos en sus primeros 15 años y a las 700 revistas y 7 000 monografías al final de sus 40 años de vida.

Pero Maxwell buscaba erigir todo un imperio en la comunicación yendo más allá de la ciencia. Con más dinero que cabeza, y con más deudas todavía, acabaría encarnando el prototipo de magnate mafioso y fraudulento.

Su fundador tuvo que vender Pergamon a Elsevier, la editorial científica que tomaría entonces el testigo como la principal del mundo. Maxwell fallecía en las Canarias, en circunstancias todavía no esclarecidas, apenas unos meses después de esa venta en 1991.

Cell Press, la editorial elitista de Benjamín Lewin

Pergamon solo buscaba artículos científicamente correctos: que pasaran la revisión por pares. Por aquellos tiempos, ningún científico daba importancia a qué revista publicaba su artículo. Lo importante era el contenido y no la casa. Pero las cosas cambiarían a partir de 1974.

Benjamín Lewin, entonces un joven biólogo molecular, fundó la revista Cell y, posteriormente, la editorial Cell Press. Esta revista destacaría por su carácter elitista y en poco tiempo logró rivalizar con Science y Nature. Cell solo aceptaba trabajos excepcionales. Publicar en sus páginas se convirtió en señal de prestigio.

Lewin entendió que la vanidad en algunos científicos era comparable, cuando no mayor, a su ingenio, y les convenció de que publicar en Cell proporcionaba un sello de calidad. Así es como el escenario iría cambiando: ya no bastaba con publicar, sino que se debía hacer en revistas de prestigio. Pero ¿quién medía ese prestigio?

El índice de impacto de Eugenio Garfield

Un bibliotecario norteamericano, Eugenio Garfield, desarrolló en la década de los 60 el “factor de impacto”. Se trata de un índice que mide el promedio normalizado de citas recibidas en los dos últimos años.

Garfield y su empresa, conocida como Instituto para la Información Científica (ISI, por sus siglas en inglés), también desarrollaron índices para medir qué artículos eran los más citados (highly cited paper o citation classics), así como los autores de artículos altamente citados (highly cited scientists). Se trata de una estrategia de mercado inteligente ya que casi todas las universidades cuentan con algún artículo o científico dentro de esa categoría, por lo que les sirve de reclamo.

Repercusiones

Los índices bibliométricos y el prestigio de la revista irían poco a poco conformando el tablero en el que se desempeña el oficio científico. Las instituciones adoptaron este modelo para dotar a la evaluación científica de una aureola de objetividad. Permite cargar los méritos sobre la balanza y ver de qué lado bascula.

Y así, asemejando la actividad científica a la del paleta que trabaja a destajo, se deshumaniza la actividad científica. Los aspirantes a científicos ya no buscan el avance de la humanidad, sino que se transforman en escribidores de artículos de impacto. Deberán desarrollar estrategias de tahúr para sobrevivir a las reglas de un juego que han sido dictadas por empresas editoriales y bibliométricas.

La escena científica actual consta casi exclusivamente de estudios centrados en sortear el filtro editorial de prestigio y rápidos para no mermar la mal llamada productividad científica. Una práctica que, por otro lado, tiene efectos muy positivos, como la vertiginosa carrera que hemos visto recientemente en busca de una vacuna eficaz y segura en tiempos de pandemia.

Pero que también tiene un precio. Las investigaciones más creativas y arriesgadas languidecen bajo un sistema donde los cancerberos editoriales les dificultan el paso. También lo hacen aquellas que mejoran los sistemas productivos o que son de aplicación al mundo profesional, alejado del académico.

El espacio para las monografías, y todo aquel trabajo sesudo que requiera de varias décadas de investigación, es cada vez más reducido. Y así, poco a poco, se vacía la despensa de investigaciones básicas, que son las que realmente hacen avanzar el conocimiento.

07
Ene
2022

 

En Distrito Forestal queremos comenzar el año recuperando un documento excepcional la Conferencia del Dr. Barlett, Aritmética, Población y Energía. Es un documento básico para saber bien cuál es la envergadura de la crisis energética.

 La conferencia el Dr. Barlett la impartió más de 100 veces, pero a pesar de la importancia que tuvo hoy está casi olvidada, aunque no haya habido nadie que haya podido refutar sus datos y conclusiones. En fin, en este mundo en que vivimos lo que no es inmediato no existe y las conferencias se impartieron hace 10 años.

Es habitual que dos fenómenos que se interfieren en la mente del hombre se confundan. Así sucede con la crisis energética y el Cambio Climático. Pero aunque tenga influencia el consumo de energía en la Crisis Climática sería conveniente que las separaramos en nuestros análisis ya que aunque no hubiera efecto invernadero por las emisiones de gases, la crisis energética seguiría existiendo.

No conocemos un documento mejor que éste para poder entender la Crisis Energética con rigor y sencillez para entenderla.

En Youtube se puede ver una adaptación a España de la Conferencia de Barlett y leer la traducción del original al castellano.

Recomendamos vivamente a nuestros lectores que vean el video e, incluso lean la conferencia. Debajo exponemos los dos enlaces

https://www.youtube.com/watch?v=uvpBXQbxezU

https://personal.unizar.es/garciala/publicaciones/aritmeticabartlett.pdf

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