Ciencia y Técnica

19
Abr
2022

 

La producción comercial de baquelita, el primer plástico sintético, comenzó en Alemania y en Estados Unidos en 1910. La Comisión de Aranceles de EE. UU. contó 1 millón de toneladas en 1921, aumentando a 15 millones en 1931, y a más de 60 millones unos años después.

Los datos del grupo de Roland Geyer, publicados en su artículo de 2017, permiten calcular algunas cifras sobre la producción de plásticos. Hasta 2015, el total de la producción mundial acumulada había sido de 8300 millones de toneladas. Y ese año 2015 el total de basura plástica vertido desde 1950, era de 6300 millones de toneladas; solo el 9% había sido reciclado, el 12% incinerado y el 79% acumulado en vertederos o en el medio ambiente. Los autores calcularon que para 2050 cerca de 12000 millones de toneladas de basura de plásticos se habían tirado en el entorno.

Los datos de Geyer ayudaron al público a comprender la magnitud de los plásticos producidos: aproximadamente 2 millones de toneladas en 1950, lo que nos parece escaso en comparación con la actualidad. (En 2019 la producción mundial se acercó a los 368 millones de toneladas).

La Segunda Guerra Mundial aceleró aún más el crecimiento de los plásticos: los contratos de guerra ampliaron la infraestructura para los plásticos existentes (p. ej., acrílicos, fenólicos, PVC y poliestireno), y la Armada ayudó a DuPont y Union Carbide a obtener las licencias necesarias para comenzar la producción de polietileno (entonces una industria emergente), desarrollado en Inglaterra y Estados Unidos.

Como resultado, en la década de 1940, la producción en Estados Unidos aumentó más de seis veces. Este crecimiento ha quedado reflejado en los sedimentos marinos según el estudio de Jennifer Brandon y sus colegas, de la Universidad de California en San Diego. En muestras tomadas cerca de la costa de California, los plásticos y las fibras plásticas son aparecen incluso en las capas sedimentarias de antes de la guerra, creciendo después de 1945 a un ritmo en que se dobla la cantidad cada 15 años, a medida que los plásticos llegaron a los consumidores.

Los plásticos son persistentes, no estáticos

Muchas publicaciones, incluida una de la NOAA, abordan el problema de estimar el tiempo que el plástico tarda en degradarse. Dicen, por ejemplo, que un vaso de plástico dura 50 años o una botella de plástico llega a los 450 años o una red de pesca a los 600 años o un pañal desechable a los 450 años.

Sin embargo, algunos expertos cuestionan la precisión de estas cifras pues la resistencia de los plásticos es una función de su entorno. Eso podría variar desde la superficie del mar brillante y salobre hasta el interior oscuro de un intestino rico en ácido, las capas subterráneas de paisajes terrestres o las profundidades presurizadas de una fosa de aguas profundas. Los plásticos son una clase diversa de contaminantes que contienen mezclas complejas de alrededor de 10 000 monómeros, aditivos y coadyuvantes de procesamiento diferentes, lo que dificulta estimar la longevidad, aunque grupos como Ali Chamas y sus colegas, de la Universidad de California en Santa Barbara, o Colin Ward y Christopher Reddy, del Instituto Oceanográfico de Woods Hole, llevan tiempo pidiendo más estudios y precisión en las cifras que se publican como definitivas.

Puede ser difícil afirmar con rotundidad que «los plásticos son para siempre«, como escribe en un artículo Bruce Gibb, de la Universidad Tulane de Nueva Orleans, aunque algunos se depositan en sedimentos y ya se recuperan como hallazgos arqueológicos. Muchos plásticos resisten la degradación pero no son estáticos. Los encargados de los museos que preservan los artefactos plásticos saben muy bien que se decoloran, secan, agrietan, rompen, y pasan por cambios físicos, que incluyen, sobre todo, convertirse en partículas a escala micro e incluso nanométrica. Así se convierten en contaminantes persistentes, de larga vida, móviles y que se acumulan y entran en los sistemas y ciclos de la Tierra. Estos fragmentos también cambian químicamente, liberando lixiviados y productos de degradación que pueden actuar como disruptores endocrinos.

Para terminar, la contaminación plástica está más allá de la capacidad de remediación de los sistemas tecnológicos, escribe el experto en plásticos Max Liboiron, de la Universidad de Terranova y Labrador, en Canadá. La mayoría de los plásticos son fragmentos minúsculos que se distribuyen por debajo de la superficie del mar, en la atmósfera, o están enterrados en sedimentos o arenas costeras. Otros plásticos se han propagado a través de los sistemas de agua dulce o la tierra. Algunos expertos como Hans Peter Arp y su grupo, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología de Trondheim, proponen que los suelos pueden contener cantidades aún mayores de microplásticos que los océanos. Además de los propios plásticos, sus contaminantes asociados como ftalatos o retardantes de llama con bromo también están en muchos entornos. Todos ellos podrían interferir con la capacidad de la Tierra para albergar vida, como concluyen Arp y sus colegas.

Referencias

Altman, R. 2022. Five myths about plastics. Washington Post January 14.

Arp, H.P.H. et al. 2021. Weathering plastics as a planetary boundary threat: Exposure, fate, and hazards. Environmental Science & Technology 55: 7246-7255.

Brandon, J.A. et al. 2019. Multidecadal increase in plastic particles in coastal ocean sediments. Science Advances 5: eaax0587.

Chamas, A. et al. 2020. Degradation rates of plastics in the environment. ACS Sustainable Chemistry & Engineering 8: 3494-3511.

Geyer, R. et al. 2017. Production, use, and fate of all plastics ever made. Science Advances 3: e1700872.

Gibb, B.C. 2019. Plastics are forever. Nature Chemistry 11: 394-395.

Ward, C.P. & C.M. Reddy. 2020. We need better data about the environmental persistence of plastic goods. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 17: 14618-14621.

Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

18
Abr
2022

 

Autoría:

Bàrbara Baraibar Padró

Investigadora posdoctoral Beatriu de Pinos en Malherbologia, Universitat de Lleida

Jordi Recasens Guinjuan

Catedrático de Botánica Agrícola y Malherbología, Universitat de Lleida

Llega la primavera y algunos campos de cultivo se tiñen del rojo de las amapolas. Los agricultores saben que no es una buena señal, aunque centenares de personas aparezcan, móvil en mano, en busca de la mejor fotografía.

Las amapolas, junto con otras especies que crecen en los sembrados, pueden constituir un problema para los cultivos si aparecen en grandes cantidades. Las llamamos comúnmente malas hierbas, pero ¿qué son realmente y cómo de malas son?

Imitadoras de las plantas cultivadas

Las malas hierbas son generalmente especies vegetales herbáceas anuales o plurianuales que están adaptadas a ambientes frecuentemente perturbados, como son los campos de cultivo. Su estrategia de supervivencia consiste en asemejarse lo máximo posible al cultivo. Así maximizan sus posibilidades de supervivencia y reproducción. Para ello, germinan, florecen o maduran en épocas similares al cultivo, o tienen estrategia de crecimiento similares.

Hay especies muy adaptadas al ciclo de los cereales de invierno, como son la amapola (Papaver roheas) y el vallico (Lolium rigidum). Otras, como los bledos (Chenopodium album) y los cenizos (Amaranthus retroflexus), están adaptadas a cultivos estivales (por ejemplo, el maíz), donde hay disponibilidad de agua de lluvia o de riego.

Los cultivos leñosos como el olivar y los viñedos también tienen especies propias como los jaramagos (Diplotaxis spp.). Aunque en estos casos, las hierbas están más adaptadas al manejo (siega, labores) y no tanto a la fenología del cultivo.

Desde el punto de vista de su estrategia adaptativa, las malas hierbas son plantas que crecen en ambientes con alta fertilidad y adaptadas a altas perturbaciones, estrategia definida de tipo R, de ruderal. Los campos de cultivo son escenarios donde se dan estas condiciones. Los altos niveles de fertilidad son aportados por abonos o fertilizantes y las perturbaciones incluyen labores del suelo, pases de segadora, de picadora, o aplicación de herbicidas.

Las malas hierbas ¿son siempre malas?

Las malas hierbas, al crecer en el mismo espacio que los cultivos, compiten por espacio, luz y recursos como el agua y los nutrientes. Se estima que, a nivel mundial, estas hierbas pueden llegar a producir pérdidas de hasta el 30 % de la cosecha. Son los organismos que más pérdidas causan, incluso más que las plagas y las enfermedades de los cultivos.

Aparte de las pérdidas de cosecha, estas hierbas pueden disminuir la calidad del producto cosechado (contaminación de grano o del forraje), transmitir enfermedades a los cultivos y dificultar las tareas agrícolas.

Sin embargo, algunas especies y sus semillas también contribuyen a la provisión de servicios ecosistémicos. Por ejemplo, contribuyen a la biodiversidad, alojan insectos beneficiosos y polinizadores, alimentan a las aves y disminuyen la erosión en ciertas épocas del año.

Entonces, ¿qué determina si una hierba es una mala hierba? Aunque sea una pregunta compleja, podríamos decir que será su densidad y momento de crecimiento, su competitividad con el cultivo y su producción de semillas. Esto último determinará la persistencia del problema en años sucesivos. Es cierto que algunas especies muy competitivas (como el amor del hortelano, Galium aparine) pueden, a su vez, promover servicios ecosistémicos como albergar una gran diversidad de insectos beneficiosos. Sin embargo, las especies más agresivas y dominantes no suelen ser las que más proporcionan estos efectos positivos.

Consecuencias de un manejo inadecuado

Para que una hierba se convierta en “mala hierba”, esta debe prosperar en los campos de cultivo. Y aquí viene la paradoja: muchas de las hierbas más competitivas y agresivas lo son, a menudo, como consecuencia de un manejo poco adecuado. Por ejemplo, un uso excesivo de herbicidas ligado a una pobre rotación de cultivos ha promovido, en varias especies, la selección de biotipos resistentes a estos productos químicos. Esto ha agravado su impacto sobre los cultivos y dificulta las opciones de control.

Igualmente, un uso excesivo de fertilizantes ha favorecido, en algunos casos, el desarrollo de especies nitrófilas muy competitivas y adaptadas a estos escenarios de alta fertilidad. Ello es resultado de la alta capacidad de resiliencia de estas plantas, es decir, su capacidad de adaptarse y perpetuarse ante los diferentes cambios que se impongan en su manejo.

En la mayoría de los casos en los que las malas hierbas producen pérdidas importantes de rendimiento, las responsables suelen ser una o unas pocas especies funcionalmente muy similares entre sí. Esto significa que estas especies tienen similares momentos de germinación o una similar estrategia de crecimiento y asimilación de recursos. Por ejemplo, en los campos de cereal, podemos citar el vallico, la avena loca (Avena sterilis) y la amapola, o en campos de maíz el bledo, los tomatillos (Solanum nigrum) o los almorejos (Setaria spp.).

Estas especies son las que logran atravesar todos los “filtros” ejercidos por el ambiente (temperatura, pluviometría o riego) y el manejo (labores, herbicidas). Son las especies más competitivas y desplazan a otras.

Para intentar controlarlas a veces caemos en la trampa de incrementar la presión contra ellas, pero sin dejar de usar las mismas herramientas (más dosis de herbicidas, más labores) y sin salir del mismo sistema que permitió su presencia (como el monocultivo). Existen muchas y buenas razones por las que los agricultores y las agricultoras actúan de este modo, pero lo cierto es que, a veces, esta mentalidad no hace más que agravar el problema.

¿Se puede convivir con las malas hierbas?

Para poder salir de este círculo vicioso hace falta diversificar. Diversificar cultivos, manejos del suelo, herramientas de control de hierbas, épocas de siembra y también mentalidades.

A medio y largo plazo, la diversificación de los agroecosistemas resulta también en la diversificación de las comunidades de malas hierbas. Algunos estudios recientes confirman que a mayor diversidad de hierbas, menor competitividad de la comunidad resultante con el cultivo. Esto se explica porque cuantas más especies convivan, menor es la probabilidad de ocurrencia de una especie dominante y competitiva.

Ante estos descubrimientos cabe preguntarse si podríamos diseñar comunidades de hierbas que sean menos competitivas. Y si es así, ¿cómo? Es aquí donde nos encontramos, abriendo nuevas puertas y aprendiendo junto con el sector agrícola. Intentando diseñar agroecosistemas productivos en los que el manejo vaya de la mano de los procesos ecológicos que gobiernan la vida de los cultivos y también de las (malas) hierbas.

08
Abr
2022


Autoría
Víctor Resco de Dios
Profesor de incendios forestales y cambio global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida

Elena Granda
Profesora ayudante doctor en ciencias de la vida (Ecología), Universidad de Alcalá

Hace 470 millones de años, en el Ordovícico, ocurrió un proceso que cambiaría para siempre la vida de nuestro planeta: las plantas empezaron a colonizar el medio terrestre. Ello supuso un reto enorme para unos organismos acostumbrados a vivir en un medio acuático; para sobrevivir, tuvieron que desarrollar una serie de adaptaciones fascinantes.

Muchos han planteado que la evolución muestra un “buen diseño” o, quizás, incluso un “diseño inteligente” en sentido teleológico, finalista. Sin embargo, un estudio reciente de nuestro grupo demuestra cómo, realmente, en las plantas son frecuentes las “chapuzas evolutivas”, y que no hay motivos para pensar que siguen diseños predeterminados.

Estudiamos cómo crecen y consumen agua los robles y vimos cómo las soluciones a las que ha llegado la evolución funcionan, pero están lejos de ser óptimas, y aún más de ser “perfectas”.

La colonización de la tierra
La colonización terrestre no fue fácil, ni corta. Las plantas, una vez fuera del medio acuático, tuvieron que desarrollar mecanismos para poder sobrevivir sin deshidratarse.
Una hoja es como un oasis en medio del desierto: un tejido saturado de agua en medio de un aire seco que intenta robarle ese agua. En la hoja se mezclan el agua con el CO₂ para generar azúcares durante la fotosíntesis, mientras que la atmósfera envolvente intenta succionar ese agua para convertirla en vapor.

Los estomas, unos poros en la superficie de la hoja, funcionan como agentes de tráfico: permiten la entrada de CO₂ atmosférico y evitan que se evapore un exceso de agua. Pero ¿cómo llega esa agua hasta los estomas?

Los musgos y las hepáticas, las plantas que empezaron la colonización terrestre en un medio hostil y con un paisaje seguramente parecido al de Marte en la actualidad, tenían un tejido vascular muy limitado. No alcanzaron grandes alturas ya que no podían regular eficientemente el transporte ni el uso del agua. Estas plantas carecen de un sistema de venación foliar.

Las imprescindibles venas de las hojas
Un paso clave en la evolución de las plantas, y de las que tienen flor particularmente, fue el desarrollo de un eficiente sistema de venación en las hojas. Sí, ha leído bien: las hojas tienen un sistema de venación análogo al que podrá ver, por ejemplo, en el dorso de su mano. Si no lo ha visto todavía, le animamos a que la próxima vez que salga a la calle, o que vaya al bosque, arranque la hoja de un árbol y observe las venas que se dan, especialmente, en el envés.

Una hoja sin venas tendría que ser necesariamente pequeña. Esto es porque las venas son las tuberías que transportan agua a todos los rincones de la hoja y, particularmente, a los estomas para que la fotosíntesis pueda continuar. Sin venas, sería difícil que el agua se distribuyera por la hoja. Lo mismo pasaría con un animal: la sangre no podría llegar muy lejos sin un tejido vascular.

Tradicionalmente, se ha asumido que la densidad de venación seguía criterios óptimos en lo que se refiere al retorno en la inversión de recursos. Esto es, que hay la densidad justa de venas para irrigar a toda la hoja pero no más (ya que entonces habría más gastos en la formación de tejido de los necesarios), ni menos (ya que entonces el agua sería insuficiente y mermaría el crecimiento).

En nuestro estudio, realizado conjuntamente con compañeros del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón, documentamos cómo los robles perennes (esto es, las encinas, alcornoques y parecidos) tenían mayor densidad de venas que los robles deciduos (como los carballos).

Las hojas perennes tienen costes de construcción más elevados que las deciduas: son hojas más gruesas y, por tanto, requieren de más carbono. Por tanto, al aumentar la venación en las hojas perennes, las más gruesas, se aumenta la irrigación a lo largo de todo el grosor de la hoja, con lo que aumentan las probabilidades de supervivencia a largo plazo.
Una maravillosa “chapuza evolutiva”
Pero también vimos cómo el aumento en la densidad de venas en los robles perennes, que son los que habitan en zonas más áridas, conlleva un aumento en la probabilidad de sucumbir ante la sequía. Aumentos en la densidad de venas repercutieron en un aumento en las “fugas” de agua por la noche (cuando los estomas deberían estar cerrados) y también por la cutícula, una membrana impermeable en la superficie de la hoja que disminuye las pérdidas de agua.

Resulta cuanto menos paradójico que una adaptación que sirve para sobrellevar mejor el estrés asociado con una vida larga acabe aumentando la probabilidad de sucumbir, precisamente, bajo condiciones de estrés severo.

Los diferentes mecanismos por los que actúa la evolución en realidad se asemejan bastante a una estrategia de “hacer lo que se pueda para llegar a fin de mes”: no hay planificación ni estrategias a largo plazo.

La evolución no es más que una “chapuza”. Una maravillosa “chapuza” a escala colosal cuyo resultado ha sido el desarrollo de las formas de vida más bellas y fascinantes que uno pueda imaginar.

08
Abr
2022


Autoría
Robert Nasi
Director General, Centre for International Forestry Research


Los bosques de África son una de las grandes maravillas naturales del mundo. Al ser una persona que lleva décadas estudiando la ecología y la gestión de los bosques tropicales, los ecosistemas forestales exclusivos del continente no dejan de sorprenderme.

Es muy probable que algunos de ellos sean desconocidos para el público en general y, sin embargo, son muy fascinantes e importantes para hacer frente a los problemas actuales a los que se enfrenta el mundo en materia de biodiversidad y clima. Empezando por el noroeste y terminando por el sureste, me gustaría compartir los que son especiales para mí. Se trata de una selección totalmente personal. Otras personas habrían elegido otros bosques africanos, pues hay muchas opciones. Pero ¿durante cuánto tiempo?

Los bosques africanos, como muchos otros, se ven amenazados por la sobreexplotación, la conversión a otros usos del suelo y el cambio climático. Es probable que muchos desaparezcan o se degraden hasta tal punto que superen los puntos de inflexión y se conviertan en algo más, algo menos.

Espero que este viaje a través de África contribuya a despertar el interés e inste a conservar y gestionar mejor estos ecosistemas únicos.


Los árboles de argán de Marruecos

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No muy lejos de Agadir, en la costa atlántica marroquí, crece el árbol de argán (Argania spinosa). Es el único miembro de la gran familia Sapotaceae que crece en el hemisferio norte, la única especie de su género y es endémica de un área de unas 800 000 hectáreas.
El ser humano lleva más de tres mil años explotándolo y gestionándolo para obtener aceite de argán. Este es el aceite más caro del mundo, con un coste de hasta 300 dólares por litro en un mercado de 500 millones de dólares. El aceite de argán es, quizás, el que más se usa como hidratante y se suele encontrar en productos como lociones, jabones y acondicionadores para el cabello.

Además, el árbol de argán es también una fuente de madera para cercas, así como una fuente de carbón vegetal y de forraje para las cabras. Es un árbol verdaderamente polivalente, y resulta esencial sobre todo para el sustento de las mujeres.

Por desgracia, a pesar de ser reserva de la biosfera de la UNESCO, el bosque de argán está muriendo lentamente a causa del sobrepastoreo, la deforestación y el cambio climático. Esperemos que el auge del aceite de argán ayude a conservar y restaurar este ecosistema forestal único.

La selva tropical de la cuenca del Congo


Si volamos hacia el sureste, sobre el desierto del Sahara y las sabanas sahelianas, llegamos a la selva tropical de la cuenca del Congo.

La selva tropical de la cuenca del Congo es el segundo bosque tropical más grande del mundo (después del Amazonas). Es el hogar de muchos gigantes, árboles como el Sipo o el Moabi. Estos y otros gigantes son el origen de la preciada madera, pero también de importantes recursos para la población local, como alimentos y medicinas. También es el hogar de animales como elefantes de bosque, búfalos y gorilas de tierras bajas.

En lo más profundo de los bosques de la cuenca del Congo se encuentra el mayor bosque pantanoso de turba del mundo. “Descubierto” recientemente por la ciencia, este lugar era conocido por la comunidad Aka, que lo habita con la creencia de que es el sitio por el que vagaba Mokele Mbembe, un mítico monstruo del tamaño de un elefante que se asemeja a un dinosaurio.

Nadie lo ha visto nunca, pero en la actualidad se sabe que este bosque de turba almacena más de 30.000 millones de toneladas de carbono. La tala del bosque haría que se liberase todo el carbono y, si esto ocurre, habremos desencadenado un monstruo mucho peor que el Mokele Mbembe.

Afortunadamente, debido a su lejanía y dificultad de acceso, el bosque de turbas de la cuenca del Congo ha estado protegido de forma natural hasta ahora pero, si no permanecemos atentos, pronto podría verse amenazado por las prospecciones petrolíferas.

Los bosques afromontanos de África oriental


En la frontera oriental de la cuenca del Congo se alzan las montañas Ruwenzori, en cuyas laderas yacen los últimos bosques afromontanos.

Estos bosques conforman el hábitat del árbol más alto de África, un Entandrophragma excelsum escondido en un remoto valle del Kilimanjaro que posee una sorprendente altura de 81,5 metros.
Estos bosques albergan un alto nivel de endemismo (lo que quiere decir que muchos de estos árboles solo pueden encontrarse en este lugar) y biodiversidad. También actúan como depósitos de agua, regulándola y proporcionándola a las tierras bajas y a sus habitantes.

Estos bosques afromontanos almacenan más carbono por hectárea que la selva amazónica. Lamentablemente, en los últimos 20 años se han perdido 0,8 millones de hectáreas de bosques de montaña a causa de la agricultura. La mayor parte se encuentra en la República Democrática del Congo, Uganda y Etiopía. Esto ha provocado la emisión de más de 450 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

 

Bosques de miombo


Si continuamos nuestro viaje hacia el sur, pronto llegamos a la inmensa zona de los bosques de miombo. Se calcula que abarcan una superficie total de unos 2,7 millones de km², desde Angola en el oeste hasta Tanzania en el este, y hasta el extremo septentrional de Sudáfrica.

Más de 65 millones de personas dependen de estos ecosistemas para su subsistencia, ya que hacen uso de recursos como la leña, la madera, la producción de carbón vegetal, las frutas, la miel, las setas, las plantas medicinales y el pienso para el ganado.

Solo una especie arbórea hace el dosel, el Colophospermum mopane.

Son un ecosistema importante para la diversidad y la biomasa de los grandes mamíferos de África meridional, incluidas algunas de las poblaciones más importantes que quedan de rinoceronte negro, elefante, rinoceronte blanco, hipopótamo, búfalo, jirafa y kudú mayor.

El bosque es también la única fuente de un animal menos emblemático pero muy importante: el gusano mopane. Gonimbrasia belina, por su nombre en latín, es una fuente estacional de proteínas muy importante para las poblaciones que viven cerca de los bosques de mopane.

Por desgracia, la disminución de la densidad de los árboles de mopane, las precipitaciones más bajas de lo habitual y las temperaturas más altas de lo normal han afectado considerablemente a la disponibilidad del gusano mopane y a los casos de brotes, amenazando los ya precarios medios de vida de las poblaciones locales.

El bosque espinoso de Madagascar
Cruzando el canal de Mozambique llegamos a Madagascar. En el suroeste de la «Grande Ile» crece el bosque espinoso. Se trata de un lugar como ningún otro en la Tierra, donde rarezas endémicas como el árbol pulpo (Didierea madagascariensis) y otros extraños miembros de la familia Didieraceae crecen mezclados con baobabs hinchados (Adansonia rubrostipa) y otros árboles botella (Pachypodium geayi).

El bosque espinoso está habitado por animales aún más extraños, como lémures blancos y fantasmales que son inmunes a las espinas, pájaros que cantan en comunidad y un camaleón que pasa la mayor parte de su vida en forma de huevo.

Por desgracia, al igual que las otras maravillas forestales únicas de África, el bosque espinoso se ve amenazado por la sobreexplotación para la producción de carbón vegetal, dado que los productores locales se han visto fuera del negocio debido al clima cada vez más imprevisible, y no tienen muchas otras oportunidades en el empobrecido y seco suroeste de Madagascar.
Hemos llegado al final de nuestro viaje por África. Nuestras elecciones son subjetivas y podríamos haber presentado otras maravillas forestales, pero esperamos que esto sea suficiente para convencer a los lectores de la importancia de estos ecosistemas y de que se encuentran amenazados por culpa de nosotros, los humanos. Deberíamos protegerlos y gestionarlos mejor, pues dependemos de ellos para sobrevivir.

Artículo traducido por Miriam Ojeda Cabrera para Casa África.

08
Abr
2022


Autoría
Miguel Quemada
Catedrático de Producción Agraria. ETSIAAB y CEIGRAM. Miembro del Grupo Europeo de Expertos en Nitrógeno (EUNEP), Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

José Luis Gabriel Pérez
Científico titular del INIA-CSIC especializado en sistemas agrarios sostenibles, Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA)

Mucha gente se ha sorprendido al ver que el precio de los fertilizantes se ha triplicado en unos pocos meses y que incluso se escucha en las noticias que habrá una falta de producto.

El término fertilizante es amplio y engloba a los productos que proporcionan nutrientes a las plantas para su crecimiento. Se refiere tanto a los fertilizantes minerales (que provienen de síntesis industrial o de extracción minera) como a los fertilizantes orgánicos (que son derivados de excrementos y subproductos de animales, industrias agroalimentarias e incluso residuos urbanos).

En concreto, el aumento de precios al que nos referimos afecta a los fertilizantes minerales y está muy relacionado con el alto consumo energético que requiere su fabricación.

Dependientes de los fertilizantes


El nitrógeno es el nutriente más empleado por los cultivos y los fertilizantes nitrogenados minerales, los más utilizados por los agricultores. Esto es principalmente cierto para los cereales, que reciben más de la mitad de los fertilizantes minerales nitrogenados y de los que depende buena parte de la nutrición de las personas y de los piensos para animales.
Así, se ha estimado que hoy en día entre un tercio y la mitad de la producción de alimentos para la humanidad depende directamente de la aplicación de los fertilizantes nitrogenados. Por lo tanto, la falta de estos fertilizantes podría desembocar en un alza del precio de los alimentos, con consecuencias impredecibles.

Estas grandes cifras tienen asociado cierto nivel de incertidumbre, pero son suficientemente sólidas para que nos hagamos varias preguntas: ¿por qué aumenta de esta forma el precio de los fertilizantes nitrogenados? ¿Pueden ser sustituidos por otros fertilizantes minerales? ¿Existen alternativas a corto y a medio plazo que puedan paliar nuestra dependencia de estos fertilizantes?

Un proceso con alta demanda energética


En primer lugar, el precio de los fertilizantes nitrogenados está intrínsicamente ligado al precio de la energía. Más concretamente, al de los combustibles fósiles que se utilizan para su síntesis.

La fabricación de los fertilizantes nitrogenados se basa en el proceso Haber-Bosch, inventado a principios del siglo XX. Este proceso consiste en la reacción de nitrógeno e hidrógeno gaseoso para producir amoníaco. Este compuesto es después utilizado para producir una gran variedad de fertilizantes nitrogenados o de fertilizantes complejos que contienen otros nutrientes además de nitrógeno.

La fuente inagotable de materia prima que sirve para la síntesis de amoníaco es el N₂, un gas inerte mayoritario en la atmósfera terrestre (78 %), formado por dos átomos de nitrógeno unidos por un fuerte enlace triple. Para que se produzca la ruptura de este enlace y acelerar la reacción con el hidrógeno, es necesaria una gran cantidad de energía que permita elevar la presión (150-200 atmósferas) y la temperatura (200-300 ℃).

La energía necesaria para llevar a cabo el proceso de Haber-Bosch se obtiene principalmente a partir de la quema de gas natural. Por eso los precios de los fertilizantes nitrogenados están íntimamente ligados a los de los combustibles fósiles. El proceso de Haber-Bosch y sus modificaciones (por ejemplo, Bosch-Meier para la síntesis de urea) producen más de 100 millones de toneladas de fertilizantes nitrogenados al año. Representan aproximadamente un 8,3 % de la energía consumida en el mundo.

El transporte y la distribución de los fertilizantes también tienen asociado un consumo de energía, aunque es muy bajo comparado con el de la síntesis.

Otros nutrientes
La extracción minera de roca fosfórica y potásica es imprescindible para la obtención de los dos macronutrientes (fósforo y potasio) necesarios para los cultivos, pero, nuevamente, su consumo energético es mucho menor que el de la síntesis de los nitrogenados.

Cada uno de los nutrientes tiene funciones específicas en la planta. Por eso, respondiendo a la segunda pregunta, no pueden ser reemplazados entre sí. Es decir, la falta de nitrógeno en un cultivo no puede suplirse con una mayor aplicación de potasio, sino que el suministro de nutrientes debe ser equilibrado.

En su conjunto, la UE es muy poco autosuficiente en fertilizantes minerales. Importa el 85 % de los fertilizantes potásicos, el 68 % de los fosfóricos y el 30 % de los nitrogenados. Una parte muy importante de estas importaciones (46 %) provienen de Rusia o Bielorrusia, al igual que el gas utilizado para sintetizar los fertilizantes nitrogenados.

Soluciones a corto plazo
Analicemos por lo tanto las alternativas a corto y medio plazo para paliar la dependencia europea de los fertilizantes.

Los más agoreros predicen una elevada caída de rendimiento de los principales cultivos debido a la escasez de fertilizantes para este año. Sin embargo, es muy probable que esa caída no sea tan elevada.

Los suelos agrícolas actúan como reservorio de nutrientes y, debido a las generosas aplicaciones de fertilizantes tan comunes en muchos casos, pueden contener un legado importante que se libere durante la presente campaña. Por lo tanto, es muy improbable que observemos pérdidas de rendimiento debidas a falta de nutrientes en los grandes cultivos durante este año.

Podría haber mermas en algunos casos en la calidad de los productos, como puede ser la disminución de proteína en trigo asociada con la absorción de nitrógeno o la menor acumulación de grasas en oleaginosas asociadas al potasio. De hecho, es un año en el que será importante que los agricultores empleen el dinero en análisis de suelo y planta para que los pocos fertilizantes disponibles se destinen solo a los campos y cultivos que más lo necesitan.

A su vez, muchos agricultores tienen una gran capacidad de adaptación y buenos conocimientos. Si se les dan las facilidades para que los apliquen, podrán adaptarse utilizando cultivos con alta capacidad de extracción de nutrientes.

Un ejemplo es el girasol, que con su potente sistema radicular es capaz de obtener elevados rendimientos aprovechando los nutrientes residuales del suelo. Ahora que la UE ha permitido el cultivo de las tierras que obliga a dejar en barbecho (5-6 % del total cultivado) y si las condiciones primaverales acompañan, veremos mucho girasol en los campos, lo que ayudará también a paliar las deficiencias del mercado creadas por el conflicto bélico en Ucrania.
Alternativas a largo plazo
Esta crisis en los productos agrarios nos debería empujar a pensar en soluciones más duraderas. El legado de los suelos podría suministrar nutrientes durante varios años en algunos casos (como el fósforo), pero en otros casos, como el nitrógeno, este legado se verá agotado en una o dos campañas.

Entre las estrategias a seguir están, en primer lugar, aquellas destinadas a mejorar la eficiencia de uso de los nutrientes por el cultivo. Es decir, la cantidad de nutriente que es realmente utilizada por la planta. Para ello es fundamental potenciar tecnologías digitales (sensores, teledetección, abonadoras de dosis variable) y tradicionales (análisis suelo y planta), que permitan aplicar la dosis de fertilizante ajustada a las necesidades del cultivo y en el momento adecuado.

Además, debemos potenciar la obtención de genotipos de cultivo con mayor capacidad de extracción de nutrientes y las interacciones planta-microorganismo que mejoren el acceso a nutrientes poco disponibles. Debemos potenciar rotaciones de cultivo en las que se introduzcan leguminosas, como una vía segura y bien adaptada a las condiciones mediterráneas para disminuir la dependencia de fertilizantes nitrogenados.

En este rediseño de los sistemas agrarios, es importante reforzar la conexión entre los sistemas de cultivo con los de producción ganadera, de forma que los residuos orgánicos de las granjas de animales se conviertan en una fuente de nutrientes mediante sistemas de economía circular.

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Cambios necesarios para avanzar hacia una fertilización más sostenible. Miguel Quemada y Jose L. Gabriel, Author provided
Finalmente, a nivel de cadena alimentaria, la mejora de la eficiencia de nutrientes pasa por una disminución de las pérdidas de alimentos y una transformación a dietas con mayor proporción de alimentos vegetales frente a los animales. En este sentido, los consumidores podemos colaborar para mejorar la eficiencia de nutrientes valorizando nuestros alimentos y retomando la dieta mediterránea.

Volviendo a la síntesis de fertilizantes nitrogenados, el proceso de Haber-Bosch se ha ido perfeccionando con el tiempo y se siguen buscando alternativas que quizás mejoren la eficiencia energética. A su vez, se están produciendo avances muy significativos en la fuente de energía que lo alimenta. Hoy en día ya existen plantas piloto en las que la energía es suministrada en su mayor parte mediante renovables.

En concreto, en España, el empleo de paneles solares para alimentar una planta industrial de síntesis de amoníaco estará en funcionamiento en los próximos años. Se han denominado fertilizantes nitrogenados verdes y, aunque todavía llevará un tiempo hasta que supongan una parte importante de la producción de fertilizantes, es una tecnología ya puesta apunto y con un gran potencial a largo plazo.

Finalmente, los fertilizantes son el combustible de nuestro sistema de producción de alimentos, pero su uso responsable es fundamental. En las últimas décadas hemos aprendido mucho sobre el impacto nocivo que su abuso puede tener sobre el medio ambiente y la salud humana. La mejora de la eficiencia del uso de nutrientes en el conjunto del sistema de producción va asociada a la mejora de la eficiencia energética, y ambas son el camino para aumentar la soberanía alimentaria en la UE.

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