Fuente: Universidad de Harvard, Departamento de Biología Organísmica y Evolutiva
Resumen:
Los investigadores examinaron los exudados de las raíces y su impacto en el almacenamiento de carbono del suelo revelando resultados sorprendentes y contraintuitivos.
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Los estudios de ecología de ecosistemas a menudo se centran en lo que está sucediendo con las plantas sobre el suelo, por ejemplo, explorando la fotosíntesis o la pérdida de agua en las hojas. Pero lo que está sucediendo debajo del suelo en las raíces de las plantas es igualmente importante cuando se evalúan los procesos de los ecosistemas.
En un nuevo estudio en Nature Geoscience, investigadores del Departamento de Biología Organísmica y Evolutiva de la Universidad de Harvard examinaron los exudados de las raíces y su impacto en el almacenamiento de carbono del suelo, revelando resultados sorprendentes y contraintuitivos.
Los exudados de las raíces son compuestos orgánicos de carbono (como azúcares simples, ácidos orgánicos y aminoácidos) liberados de las raíces de las plantas vivas en el suelo. Estas pequeñas moléculas pueden unirse directamente a los minerales del suelo, lo que las convierte en importantes reguladores de la formación y pérdida de carbono del suelo. A diferencia de la hojarasca vegetal (como las hojas y las raíces), que debe descomponerse antes de que pueda afectar la reserva de carbono del suelo, los exudados de las raíces pueden tener efectos inmediatos sobre la materia orgánica asociada a minerales (MAOM), que contiene carbono "estable" del suelo de ciclo prolongado.
Varios estudios muestran que el CO atmosférico antropogénicamente elevado2Es probable que las concentraciones aumenten la tasa de exudación de la raíz de la planta y cambien la composición química de los exudados de la raíz. El autor principal Nikhil R. Chari, Ph.D. candidato, y el autor principal, el profesor Benton N. Taylor, probaron cómo estos cambios pueden afectar el carbono del suelo examinando cómo el cambio de la tasa de exudación de las raíces y la composición de los exudados afectaron la dinámica nativa del carbono del suelo en un bosque templado.
Chari y Taylor recolectaron núcleos de suelo del bosque de Harvard, un bosque templado de madera dura en el centro de Massachusetts, y los incubaron directamente en tubos de centrífuga. Luego fabricaron tres "cócteles" diferentes de exudado de raíz de carbono 13 de azúcar simple, ácido orgánico y aminoácido. Entregaron los "cócteles" a los núcleos del suelo a través de "raíces artificiales" a dos velocidades diferentes durante un período de treinta días. A diferencia de otros estudios, Chari y Taylor no utilizaron suelos homogeneizados o artificiales. Su método de muestreo preservó grandes cantidades de heterogeneidad en el carbono del suelo y las comunidades microbianas presentes en el bosque.
"Queríamos saber si estos mecanismos estaban teniendo un efecto a escalas ecológicamente significativas", dijo Chari. "Utilizamos núcleos de suelo intactos para probar si el efecto de los exudados de las raíces superaría la heterogeneidad natural en el sistema".
Los investigadores midieron las reservas iniciales y finales de carbono en los núcleos. Encontraron que las contribuciones de los exudados de las raíces al carbono del suelo fueron impulsadas por las contribuciones a la fracción MAOM de ciclo largo. MAOM son recubrimientos microscópicos en partículas del suelo hechas principalmente de subproductos de bacterias y hongos. MAOM permanece en el suelo durante décadas, lo que significa que puede mantener el carbono en el suelo durante mucho tiempo.
A tasas más altas de exudación radicular, la reserva de carbono MAOM no cambió incluso cuando aumentaron las contribuciones de exudado de raíz a MAOM. Pero a tasas más bajas de exudación de la raíz, Chari y Taylor observaron una acumulación neta de carbono MAOM, a pesar de que las contribuciones de exudado no fueron tan grandes.
"Uno pensaría que si aumenta la tasa de exudación de la raíz, aumentaría la entrada de carbono en el suelo formando más carbono del suelo", dijo Chari, "pero encontramos en cambio un efecto opuesto que compensa el aumento de carbono".
Los investigadores se refieren a esto como el efecto de cebado. El cebado ocurre cuando la entrada de nuevo carbono del suelo provoca la descomposición del carbono del suelo viejo. Las tasas mejoradas de exudación radicular parecieron aumentar las tasas de cebado de MAOM en relación con las tasas de formación de MAOM.
"Los primeros principios sugerirían que cuanto más carbono empujamos hacia el suelo a través de la exudación, más carbono se acumulará en estas fracciones de MAOM. Cuando, de hecho, ese no parece ser el caso", dijo Taylor. "En realidad, obtienes más formación de MAOM, pero también obtienes más pérdida y se equilibra. En realidad, no obtienes más carbono pegado en el suelo, incluso cuando estás empujando más".
Chari y Taylor también encontraron que los diferentes compuestos de exudado tenían diferentes efectos sobre el carbono del suelo. La glucosa (azúcar simple) produjo un mayor recambio de MAOM tanto en formación como en pérdida, pero no hubo acumulación neta de MAOM. Mientras que el ácido succínico (ácido orgánico) y el ácido aspártico (aminoácido) impulsaron tasas más bajas de formación de MAOM, pero dieron como resultado una acumulación neta de carbono de MAOM. Curiosamente, los investigadores encontraron que los aminoácidos tenían un efecto positivo particularmente fuerte en el aumento de la formación de carbono de biomasa microbiana, mientras que los ácidos orgánicos no lo hicieron. Estos hallazgos nuevamente sugieren que la comunidad microbiana más grande mejora el efecto de cebado microbiano. Los resultados validan aún más que los aumentos previstos en las tasas de exudación de las raíces y un cambio hacia azúcares simples causados por el cambio global pueden reducir la capacidad de almacenamiento de carbono del suelo.
"Estos cambios están ocurriendo ubicuamente debajo de la superficie del suelo, sin embargo, incluso pequeños cambios en este proceso pueden tener una gran implicación para el almacenamiento de carbono del suelo", dijo Taylor. "La gente sabe que los procesos en una hoja son importantes, pero cada raíz debajo de nuestros pies tiene un gran impacto en el carbono en el suelo. Y CO elevado2, el calentamiento u otros factores del cambio climático podrían hacer que la pérdida de carbono del suelo aumente desproporcionadamente a la formación de carbono del suelo".
En el futuro, Chari y Taylor continúan midiendo los cambios en la tasa y composición de los exudados de la raíz bajo CO elevado.2y el calentamiento en una variedad de ecosistemas diferentes, incluidos bosques templados, pastizales y campos agrícolas de maíz y soja.
Fuente de la historia:
Materiales proporcionados por la Universidad de Harvard, Departamento de Biología Organísmica y Evolutiva.
Referencia de la revista:
Nikhil R. Chari, Benton N. Taylor. La formación y pérdida de materia orgánica del suelo está mediada por exudados de raíces en un bosque templado. Geociencia de la naturaleza, 2022; DOI:10.1038/s41561-022-01079-x
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Universidad de Harvard, Departamento de Biología Organísmica y Evolutiva. "Los investigadores descubren que los exudados de las raíces tienen un impacto sorprendente y contrario a la intuición en el almacenamiento de carbono del suelo". ScienceDaily. ScienceDaily, 28 de noviembre de 2022. <www.sciencedaily.com/releases/2022/11/221128112957.htm>.
Un nuevo estudio recopila datos sobre más de 3.000 especies para mostrar cómo los cambios climáticos y geológicos en Asia en los últimos 66 millones de años han dado forma a la evolución de los mamíferos del continente.
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Un nuevo estudio enPNASrecopila datos sobre más de 3.000 especies para mostrar cómo los cambios climáticos y geológicos en Asia en los últimos 66 millones de años han dado forma a la evolución de los mamíferos del continente.
La idea de que el cambio climático y los eventos geológicos pueden dar forma a la evolución no es nueva: cualquiera que haya oído hablar de los dinosaurios sabe que un gran cambio en el medio ambiente (como, por ejemplo, un meteorito que golpeó la Tierra hace 66 millones de años y causó una reacción en cadena de tormentas, terremotos, frío y oscuridad) puede dictar cómo viven y mueren los animales. y evolucionar. Pero si bien es un concepto generalmente acordado, los científicos se basan en datos minuciosamente precisos para mapear cómo este tipo de cambios afectan el curso de la evolución incluso para una especie. Un nuevo estudio enPNASrecopila datos sobre más de 3.000 especies para mostrar cómo los cambios climáticos y geológicos en Asia en los últimos 66 millones de años han dado forma a la evolución de los mamíferos del continente.
Asia es el continente más grande del mundo, y es el hogar de casi todos los tipos de biomas. "Asia tiene desierto en el norte, bosques tropicales en el sur, bosques templados en el este", dice Anderson Feijó, autor principal del estudio, investigador del Instituto de Zoología de la Academia China de Ciencias y ex investigador en el Field Museum de Chicago. "Mi idea era entender cómo todas estas regiones estaban conectadas y cómo terminamos con diferentes especies de mamíferos en diferentes áreas".
"Para comprender los eventos históricos, los científicos buscan asociaciones con su momento y ubicación: cuándo y dónde aparecieron las especies, y qué más estaba sucediendo en ese momento. Este documento hace eso para toda la fauna de mamíferos asiáticos", dice Bruce Patterson, curador emérito del Field Museum y coautor del artículo.
Asia no tiene la mayoría de las especies de mamíferos del mundo, o los tipos más diferentes de hábitats, pero "lo que lo hace especial son sus conexiones", dice Patterson. "Es una encrucijada para las conexiones con América del Norte, África, Europa y Australasia". Los investigadores querían ver cómo los diferentes mamíferos llegaron a Asia y salieron de allí a lo largo del tiempo, así como cómo evolucionaron las nuevas especies, y determinar si podían vincular estos cambios en la diversidad de mamíferos de Asia con los cambios en la geología de la región (como las placas tectónicas cambiantes que forman montañas) y el clima.
"Un gran paso de este proyecto fue construir una muy buena comprensión de la distribución de las especies de mamíferos. Y esto me llevó bastante tiempo porque necesitaba revisar la literatura, las bases de datos públicas y las colecciones de los museos", dice Feijó. Museos como el Field y el Museo Zoológico Nacional de China albergan colecciones que incluyen especímenes de animales preservados y fósiles junto con información sobre dónde se encontró el animal y cuándo. También utilizaron árboles genealógicos que muestran cómo se relacionan las diferentes especies para arrojar luz sobre el panorama más amplio de la evolución de los mamíferos. Combinando ambas informaciones, Feijó y sus colegas pudieron mapear dónde se han encontrado diferentes especies a lo largo del tiempo.
En general, los investigadores encontraron vínculos claros entre los cambios en el clima de la Tierra en los últimos 66 millones de años y los mamíferos encontrados en diferentes regiones de Asia. A medida que el clima se calentaba y enfriaba lentamente, algunas especies se extinguieron o se trasladaron a nuevos hábitats, mientras que otras prosperaron. Del mismo modo, la actividad de las placas tectónicas, como cuando el subcontinente indio avanzó hacia el resto de Asia y finalmente se estrelló contra ella, doblando la tierra y formando el Himalaya, jugó un papel importante en el movimiento, la extinción y la evolución de los mamíferos.
Los investigadores incluso pudieron explorar los efectos del clima y la geología en la evolución de especies individuales; Feijó pone el ejemplo de las pikas. Las pikas se parecen a sus parientes cercanos, conejos, pero tienen orejas pequeñas y redondeadas, y están adaptadas para vivir en grandes altitudes con bajos niveles de oxígeno. "Las pikas se originaron hace unos 15 millones de años en la meseta tibetana, y creemos que la formación de esta meseta fue un gran impulsor de la evolución de este grupo", dice Feijó. "Luego, a partir de ahí, colonizaron las tierras bajas del norte de Asia y luego invadieron América del Norte, donde todavía se encuentran hoy".
En general, "este documento dejó muy claro que todo está conectado". dice Feijó. "Estamos viendo que hoy ocurre mucho cambio climático, y este documento muestra que cada evento geológico de cambio climático ha llevado a la diversificación, extinción o migración, y podemos esperar que suceda lo mismo en el futuro".
Fuente de la historia:
Materiales proporcionados por Field Museum.
Referencia de la revista:
Anderson Feijó, Deyan Ge, Zhixin Wen, Jilong Cheng, Lin Xia, Bruce D. Patterson, Qisen Yang. Las explosiones de diversificación de mamíferos y los recambios bióticos son sincrónicos con los eventos geoclimáticos cenozoicos en Asia. Actas de la Academia Nacional de Ciencias, 2022; 119 (49) DOI:10.1073/pnas.2207845119
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Museo de campo. "La evolución de los mamíferos de Asia fue dictada por el antiguo cambio climático y el aumento de las montañas". ScienceDaily. ScienceDaily, 28 de noviembre de 2022. <www.sciencedaily.com/releases/2022/11/221128162123.htm>.
Un nuevo análisis de más de 20,000 árboles en los cinco continentes muestra que los árboles viejos son más tolerantes a la sequía que los árboles más jóvenes en el dosel del bosque y pueden ser más capaces de soportar futuros extremos climáticos. Los hallazgos resaltan la importancia de preservar los bosques antiguos que quedan en el mundo, que son bastiones de biodiversidad que almacenan grandes cantidades de carbono que calientan el planeta, según los ecologistas forestales.
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Un nuevo análisis de más de 20,000 árboles en los cinco continentes muestra que los árboles viejos son más tolerantes a la sequía que los árboles más jóvenes en el dosel del bosque y pueden ser más capaces de soportar futuros extremos climáticos.
Los hallazgos resaltan la importancia de preservar los bosques antiguos que quedan en el mundo, que son bastiones de biodiversidad que almacenan grandes cantidades de carbono que calienta el planeta, según el ecologista forestal de la Universidad de Michigan Tsun Fung (Tom) Au, becario postdoctoral en el Instituto de Biología del Cambio Global.
"El número de bosques antiguos en el planeta está disminuyendo, mientras que se prevé que la sequía sea más frecuente y más intensa en el futuro", dijo Au, autor principal del estudio, que aparece en la edición en línea del 1 de diciembre de la revistaNature Climate Change.
"Dada su alta resistencia a la sequía y su excepcional capacidad de almacenamiento de carbono, la conservación de los árboles más viejos en el dosel superior debería ser la máxima prioridad desde una perspectiva de mitigación climática".
Los investigadores también encontraron que los árboles más jóvenes en el dosel superior, si logran sobrevivir a la sequía, mostraron una mayor resiliencia, definida como la capacidad de volver a las tasas de crecimiento anteriores a la sequía.
Si bien la deforestación, la tala selectiva y otras amenazas han llevado a la disminución global de los bosques antiguos, la reforestación posterior, ya sea a través de la sucesión natural o mediante la plantación de árboles, ha llevado a bosques dominados por árboles cada vez más jóvenes.
Por ejemplo, el área cubierta por árboles más jóvenes (<140 años) en la capa superior del dosel de los bosques templados en todo el mundo ya supera con creces el área cubierta por árboles más viejos. A medida que la demografía forestal continúa cambiando, se espera que los árboles más jóvenes desempeñen un papel cada vez más importante en el secuestro de carbono y el funcionamiento de los ecosistemas.
"Nuestros hallazgos, que los árboles más viejos en el dosel superior son más tolerantes a la sequía, mientras que los árboles más jóvenes en el dosel superior son más resistentes a la sequía, tienen implicaciones importantes para el futuro almacenamiento de carbono en los bosques", dijo Au.
"Estos resultados implican que, a corto plazo, el impacto de la sequía en los bosques puede ser grave debido a la prevalencia de árboles más jóvenes y su mayor sensibilidad a la sequía. Pero a largo plazo, esos árboles más jóvenes tienen una mayor capacidad para recuperarse de la sequía, lo que podría ser beneficioso para las reservas de carbono".
Esas implicaciones requerirán más estudios, según Au y sus colegas, dado que la reforestación ha sido identificada por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático como una posible solución basada en la naturaleza para ayudar a mitigar el cambio climático.
El Plan de Implementación de Sharm el-Sheikh publicado durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022 en Egipto (COP27) también reafirmó la importancia de mantener intacta la cubierta forestal y el almacenamiento de carbono asociado como salvaguardia social y ambiental.
"Estos hallazgos tienen implicaciones sobre cómo manejamos nuestros bosques. Históricamente, hemos manejado bosques para promover especies de árboles que tienen la mejor calidad de madera", dijo Justin Maxwell de la Universidad de Indiana, autor principal del estudio.
"Nuestros hallazgos sugieren que la gestión de los bosques por su capacidad de almacenar carbono y ser resistentes a la sequía podría ser una herramienta importante para responder al cambio climático, y pensar en la edad del bosque es un aspecto importante de cómo el bosque responderá a la sequía".
Los investigadores utilizaron datos a largo plazo de anillos de árboles del Banco Internacional de Datos de Anillos de Árboles para analizar la respuesta de crecimiento de 21.964 árboles de 119 especies sensibles a la sequía, durante y después de las sequías del siglo pasado.
Se centraron en los árboles en el dosel superior. El dosel del bosque es una zona de múltiples capas, estructuralmente compleja y ecológicamente importante formada por copas de árboles maduras y superpuestas.
Los árboles del dosel superior se separaron en tres grupos de edad: jóvenes, intermedios y viejos, y los investigadores examinaron cómo la edad influyó en la respuesta a la sequía para diferentes especies de maderas duras y coníferas.
Encontraron que las maderas duras jóvenes en el dosel superior experimentaron una reducción del crecimiento del 28% durante la sequía, en comparación con una reducción del crecimiento del 21% para las maderas duras viejas. La diferencia del 7% entre las maderas duras jóvenes y viejas creció al 17% durante la sequía extrema.
Si bien esas diferencias relacionadas con la edad pueden parecer bastante menores, cuando se aplican a escala global podrían tener "enormes impactos" en el almacenamiento regional de carbono y el presupuesto global de carbono, según los autores del estudio. Eso es especialmente cierto en los bosques templados que se encuentran entre los sumideros de carbono más grandes del mundo.
En el estudio, las diferencias de respuesta a la sequía relacionadas con la edad en las coníferas fueron menores que en las maderas duras, probablemente porque los árboles con agujas tienden a habitar ambientes más áridos, dicen los investigadores.
El estudio actual fue parte de la tesis doctoral de Au en la Universidad de Indiana, y continuó el trabajo después de unirse al Instituto de Biología del Cambio Global de la UM, que tiene su sede en la Escuela de Medio Ambiente y Sostenibilidad.
El nuevo estudio es una síntesis que representa los efectos netos de miles de árboles en diversos bosques en los cinco continentes, en lugar de centrarse en tipos de bosques individuales. Además, el nuevo estudio es único en su enfoque en los árboles en el dosel del bosque superior, lo que reduce los efectos de confusión de la altura y el tamaño de los árboles, según los autores.
Además de Au y Maxwell, los autores del estudio incluyen a Scott Robeson, Sacha Siani, Kimberly Novick y Richard Phillips de la Universidad de Indiana; Jinbao Li, de la Universidad de Hong Kong; Matthew Dannenberg de la Universidad de Iowa; Teng Li de la Universidad de Guangzhou; Zhenju Chen de la Universidad Agrícola de Shenyang; y Jonathan Lenoir de la UMR CNRS 7058 en la Universidad de Picardía Julio Verne en Amiens, Francia.
Los autores del estudio recibieron apoyo de la Universidad de Indiana, el Consejo de Subvenciones de Investigación de Hong Kong y la Fundación Nacional de Ciencias Naturales de China. La investigación fue apoyada en parte por Lilly Endowment Inc., a través de su apoyo al Instituto de Tecnología Generalizada de la Universidad de Indiana.
Fuente de la historia:
Materiales proporcionados por la Universidad de Michigan.
Referencia de la revista:
Tsun Fung Au, Justin T. Maxwell, Scott M. Robeson, Jinbao Li, Sacha M. O. Siani, Kimberly A. Novick, Matthew P. Dannenberg, Richard P. Phillips, Teng Li, Zhenju Chen, Jonathan Lenoir. Los árboles más jóvenes en el dosel superior son más sensibles pero también más resistentes a la sequía. Nature Climate Change, 2022; DOI:10.1038/s41558-022-01528-w
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Universidad de Michigan. "Los árboles viejos son más tolerantes a la sequía que los más jóvenes, proporcionando un amortiguador contra el cambio climático". ScienceDaily. ScienceDaily, 1 de diciembre de 2022. <www.sciencedaily.com/releases/2022/12/221201123148.htm>.
Los medios de comunicación, de forma sesgada, suelen presentar ante la opinión pública al fenómeno del calentamiento global como un proceso exclusivamente atribuible a las actividades antrópicas, y sobre el que la Humanidad tiene capacidad para detenerlo e incluso revertirlo. Sin embargo, el registro geológico del planeta indica todo lo contrario, que a lo largo de la historia de la Tierra han existido espontáneamente muchos cambios climáticos similares e incluso mayores que el actual, dirigidos por procesos naturales que siguen activos en la actualidad y que, por lo tanto, modificarlos está fuera de nuestro alcance.
ABSTRACT
The global warming phenomenon is often portrayed in the media, in a most of the cases in a biased way, as a process exclusively attributable to anthropogenic activities, and consequently mankind would have the capacity to halt or even reverse. However, the geological record of the planet indicates the opposite, that many climate changes similar to the present or even stronger have occurred spontaneously throughout the earth’s history, driven by natural processes that are still active today, and consequently to modify them is beyond our capacities.
INTRODUCCIÓN
La ciencia en general y la geología especialmente, se vieron obligadas a mantener enconados enfrentamientos con inamovibles dogmas religiosos y probablemente, una de las más crudas batallas que debieron librarse tuvo que ver con la edad de la Tierra, ya que hasta bien avanzado el siglo XIX, la Biblia constreñía los conocimientos y las interpretaciones sobre nuestro planeta. En 1650, el arzobispo irlandés James Usser, estudiando con detalle los textos bíblicos, determinó con encomiable precisión que la Tierra y el universo fueron creados la noche anterior al 23 de octubre del año 4004 antes de Jesucristo. Aproximadamente un siglo después, el conde de Buffon calculó que la edad del planeta debía estar dentro de una horquilla que situó entre los 75.000 y 168.000 años, y del mismo modo que le ocurrió a Galileo, se vio obligado a retractarse inmediatamente para no ser excomulgado (Bryson, 2003). Cuando en los albores del siglo XIX, Hutton introdujo las primeras nociones del actualismo geológico, posteriormente confirmadas por Lyell, se hizo necesario ampliar la duración de la historia de nuestro planeta, era imprescindible proporcionar el margen temporal suficiente para que se desarrollasen los procesos (sedimentación, plegamiento, erosión, etc.) cuyo rastro había quedado registrado en las rocas. La evolución de los seres vivos propuesta por Darwin también requería periodos de tiempo más prolongados.
La Iglesia opuso una férrea resistencia a los heréticos avances científicos que dejaban descolocados a los textos bíblicos y a mediados del siglo XIX, haciendo uso del poder mediático del que disponía, fueron apareciendo multitud de ensayos dirigidos a demostrar científicamente la validez de sus dogmas. Así, por ejemplo, pueden citarse, entre muchos otros La Cosmogonía de Moisés comparada con los hechos geológicos, de Marcel de Serres, o La Teoría bíblica de la cosmogonía y de la geología, de P. J. C. De Breyne (Figura 1). La lectura de estos textos (donde se intentan demostrar hasta los más pequeños detalles de las descripciones bíblicas, buscando explicaciones inverosímiles para fenómenos como la separación de las aguas del Mar Rojo que permitió el paso de Moisés en su huida de Egipto) resulta curiosísima, y pone de manifiesto los esfuerzos desesperados por defender posturas científicamente insostenibles.
Figura 1.- Portada de la obra “La Teoría bíblica de la cosmogonía y de la geología”, de P. J. C. De Breyne, traducida del francés y publicada en castellano en 1854.
El debate entre la geología y la Biblia continuó hasta que la ciencia proporcionó argumentos suficientes para descartar definitivamente la cronología bíblica sobre el origen de nuestro planeta. A finales del siglo XIX, el científico más prestigioso de aquel momento, Lord Kelvin, estableció que la Tierra tenía la escandalosa cifra de 400 millones de años de antigüedad, aunque luego fue rebajando sus cálculos hasta dejarla en 24 millones de años, los conocimientos físicos de la época no permitían explicar que un cuerpo del tamaño del Sol permaneciese incandescente durante tanto tiempo. Unas décadas más tarde, Arthur Holmes, uno de los precursores de la Deriva Continental y la Tectónica de Placas, estiró la edad de la Tierra hasta los 3.300 millones de años, que fue aún ampliada poco después por Clair Patterson hasta los 4.550 millones de años, edad que, con mínimas variaciones, aún es considerada como válida en la actualidad.
Afortunadamente, esas batallas quedaron atrás y actualmente, el progreso de la Ciencia no necesita vencer barreras ideológicas, sino simplemente demostrar la validez de sus hipótesis. Sin embargo, curiosamente, en torno a una temática de absoluta actualidad que preocupa a todo el mundo, el calentamiento globa y el cambio climático por él inducido, se ha instalado un debate científico distorsionado que recuerda mucho al que tuvo lugar a mediados del siglo XIX en relación con la edad de la Tierra. En efecto, la interpretación sobre el origen antrópico del calentamiento global parece ser considerado por algunos estamentos políticos, sociales y científicos como un dogma inamovible que no se puede rebatir, y al que se quiere proteger a toda costa ante la opinión pública bajo el manto de una supuesta unanimidad científica que está muy lejos de ser cierta.
Hace algunos siglos, un método muy eficiente para inhibir las ideas indeseables era la excomunión, por las consecuencias sociales y económicas que implicaban para el condenado, si es que el castigo no llegaba más lejos, a morir en la hoguera como le ocurrió a Giordano Bruno, a Miguel Servet y estuvo a punto de pasarle a Galileo. Los tiempos han cambiado y afortunadamente, al menos en los países de nuestro entorno, nadie se juega la vida por defender sus ideas, pero hay otros métodos, no por menos agresivos menos eficaces, de evitar que se socaven los dogmas. El primero de todos es filtrar la información en los medios de comunicación de forma que sólo una parte de la realidad llegue al gran público. El segundo es incentivar selectivamente las investigaciones dirigidas a confirmar la verdad inamovible, y el tercero es desprestigiar a los disidentes.
Estas tres metodologías han sido aplicadas durante las últimas décadas al calentamiento global. Las informaciones que aparecen sistemáticamente en los medios de comunicación de gran difusión, los que generan opinión pública, son monolíticas, nunca informan del debate que realmente existe al respecto entre los científicos. También, existe una financiación preferente hacia los proyectos que se planteen demostrar el origen antrópico del cambio climático y sus catastróficas consecuencias. Y por último, a los investigadores que disienten del dogma climático, además de calificarles despectivamente como negacionistas, se les dificulta la difusión de sus investigaciones intentando someterles a una especie de ostracismo, intentando evitar la publicación de sus ideas en las revistas de máxima difusión.
Esta situación ha obligado a muchos profesionales y científicos a formularse preguntas cuyas respuestas no son accesibles si se atiende tan sólo a las informaciones disponibles en la prensa, la radio y la televisión. ¿Es el hombre el responsable del calentamiento que está experimentando el planeta? ¿Tiene el ser humano la capacidad de detener y revertir el calentamiento global? ¿Existe un consenso unánime entre los científicos sobre las causas de dicho calentamiento?
Como es lógico, cada colectivo científico, según su formación técnica y la visión de la naturaleza que le proporcionan sus conocimientos, tiende a elaborar hipótesis e interpretaciones basadas en los parámetros específicos de su especialidad. En la temática del cambio climático, las investigaciones y las publicaciones están cuantitativamente dominadas por una mayoría abrumadora integrada por meteorólogos, climatólogos, oceanógrafos y físicos de la atmósfera, que durante los últimos años han realizado un formidable esfuerzo por entender y parametrizar lo que está ocurriendo con la temperatura de la Tierra. Sin embargo, una gran mayoría de esas investigaciones y las interpretaciones que de ella se derivan tienen un fallo sistemático en su enfoque, ya que están centradas en un periodo reciente de la historia de la Tierra, insuficiente para que pueda ser considerado representativo, ya que ignoran lo ocurrido en el pasado geológico anterior a los últimos milenios.
Para muchos geólogos, interpretar la situación climática actual a partir de un intervalo de tiempo tan corto, haciendo caso omiso de la historia del Planeta, es como si se pretendiese analizar e interpretar lo que está ocurriendo con la Humanidad en estos mismos momentos, considerando sólo lo que aparece en los periódicos de los últimos días e ignorando toda la información almacenada en las bibliotecas sobre la historia desde los orígenes del hombre. Si se consultase adecuadamente esa biblioteca, si se tuviese en cuenta la información registrada en el hielo, en los sedimentos y en las rocas, se podría entender mejor la realidad que estamos presenciando.
En este contexto, los objetivos que se pretenden con este artículo y su continuación, consisten en presentar, a la luz de los conocimientos hoy disponibles sobre la historia de nuestro planeta, explicaciones alternativas a las comúnmente admitidas sobre los fenómenos, los procesos y los parámetros que controlan el calentamiento global.
LOS CONTROLES A LARGO PLAZO EN LA EVOLUCIÓN CLIMÁTICA DE LA TIERRA
La Figura 2, basada en Pedraza (1996), muestra la evolución estimativa de la temperatura media del planeta a lo largo del tiempo, aunque no desde la formación de su primera corteza sólida, sino desde el momento en que los restos fósiles nos proporcionan información sobre la climatología reinante durante su depósito. En la gráfica, la línea negra horizontal representa la temperatura actual y la línea en zigzag la variación de la temperatura a lo largo del tiempo. Un simple vistazo a esa gráfica permite afirmar que durante los últimos 2.800 millones de años la temperatura de la Tierra ha sufrido variaciones constantes, alcanzando valores mucho más extremos, más fríos y más cálidos, que los actuales. Ante esta evidencia, es inevitable plantearse que, si verdaderamente queremos comprender lo que está ocurriendo ahora con el clima, es imprescindible conocer cuáles han sido los parámetros que han controlado la evolución reflejada en la Figura 2, y cuál puede ser su influencia en calentamiento actual.
Figura 2.- Evolución estimativa de la temperatura media del planeta a lo largo del tiempo, a partir del momento en que los restos fósiles proporcionan información sobre condiciones atmosféricas.
Como es bien sabido, el factor fundamental del que depende la temperatura de nuestro planeta es la radiación que llega del exterior, la luz del Sol, y cualquier modificación en la iluminación que alcanza la superficie terrestre, afectará sensiblemente a dicha temperatura. Uno de los fenómenos que puede ocasionar esas consecuencias son las erupciones volcánicas, ya que además de los efectos a corto y medio plazo de las cenizas volcánicas, que dificultan la irradiación solar mientras están en suspensión, los volcanes expulsan gases y vapores de diferente composición, entre los cuales se encuentra el dióxido de azufre (SO2). Este gas, al llegar a la estratosfera, reacciona con el vapor de agua y forma pequeñas gotas de ácido sulfúrico, generándose una capa de aerosol de esta sustancia a una altura, situada entre 15 y 20 kilómetros de altura, impidiendo que una parte de la radiación solar llegue a la superficie terrestre, constituyendo así una especie de parasol responsable de un ligero enfriamiento. En los años siguientes a las erupciones de gran envergadura, como la de Tambora en 1815, Krakatoa en 1883, Agung en 1963 la de Pinatubo (Filipinas) en 1991, puede detectarse una ligera disminución de las temperaturas (Cano Sánchez, 1994). Algo similar debe estar ocurriendo como consecuencia de la reciente erupción del archipiélago de Tonga (2022).
Algunos geólogos creen que durante algunos periodos de la historia del planeta, cuando hubo una actividad volcánica excepcionalmente activa (como por ejemplo, durante la transición del Pérmico al Triásico, hace aproximadamente 250 millones de años), o en el Mesozoico (meseta del Decán en la India o en la Columbia Británica) hace unos 100 millones de años, se produjo un aumento considerable de CO2 y SO2 en la atmósfera que, además de tener consecuencias climáticas, trajo consigo también la extinción de muchas especies. Pero sin descartar esa posibilidad y sin dudar de la evidente influencia a corto y medio plazo de los fenómenos volcánicos puntuales, esos procesos, por sí mismos, no permiten explicar satisfactoriamente la evolución climática a lo largo de ciclos de millones de año, y por lo tanto, hace falta alguna otra explicación satisfactoria.
Volviendo atrás y recordando de nuevo que la fuente de energía fundamental que controla la temperatura de la superficie terrestre es la radiación solar, hemos de fijar nuestra atención en los parámetros que puedan dificultar o favorecer la llegada de dicha radiación. . Es bien conocido que la energía que el Sol nos envía no es constante, cambia a lo largo del tiempo, y sus variaciones están relacionadas con una característica que intrigó a los aficionados a observar el cielo desde los inicios de la ciencia: las manchas solares. A finales del siglo XIX, el astrónomo inglés Maunder, estudiando observaciones astronómicas antiguas, estableció que hubo, entre 1645 y 1715, un periodo sin manchas solares, que se correspondió con una etapa muy fría, denominada la Pequeña Edad de Hielo. Ya en el siglo XXI, científicos del Danish National Space Center, retrocedieron un poco más en el tiempo y analizaron sistemáticamente las observaciones realizadas sobre las manchas solares durante los últimos cuatro siglos y medio, detectando la existencia de una estrecha correlación (ver Figura 3, basada en Svensmark & Christensen, 1997) entre la temperatura y el índice de actividad solar, un parámetro numérico basado en el recuento de manchas solares observadas en un momento dado.
Figura 3.- Gráfica representativa de la evolución comparada entre la temperatura (línea roja) y la actividad solar (línea negra) durante los últimos cinco siglos.
Hoy sabemos que las manchas solares se corresponden con zonas donde tiene lugar una intensa actividad magnética, desde donde se lanzan intensas ráfagas de radiación, por lo que a mayor cantidad de manchas solares, más radiación y temperaturas más elevadas, justificando así la correlación de la Figura 3. Múltiples observaciones posteriores, realizadas en distintos lugares del planeta, han permitido comprobar esta sencilla explicación, como por ejemplo las efectuadas en la Antártida, tal y como se representan en la Figura 4, basada en datos del Harvard Smithsonian Center for Astrophisics (Soon, 2004, en Durkin, 2007), donde igualmente se observa una estrecha correlación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y la radiación solar (línea negra).
Figura 4.- Gráfica representativa de la evolución comparada entre la temperatura (línea roja) y la radiación solar (línea negra).
Pero además de las emanaciones volcánicas y de las manchas solares, existe otro fenómeno, común y cotidiano, que dificulta de manera muy efectiva la llegada de la radiación solar: las nubes. Todos hemos experimentado alguna vez una sensación de ligero enfriamiento cuando, en un día soleado, se interpone una nube en la trayectoria de los rayos solares. Evidentemente, se trata de una situación efímera, de muy corta duración, que afecta a una pequeñísima porción de la superficie terrestre y por lo tanto, de efectos insignificantes. Pero, ¿qué ocurriría si existiese un proceso que, por su naturaleza, afectase de forma continua y sistemática a la cantidad de nubes que cubren el conjunto del planeta?
El mecanismo de formación de las nubes es elemental y bien conocido desde antiguo. Cuando el aire caliente se eleva hasta que llega a su punto de rocío, se condensa el vapor de agua en forma de gotas muy pequeñas o en cristales de hielo. La formación de nubes se ve también favorecida por la presencia de partículas en suspensión (como polvo o incluso sal), que actúan como núcleos para favorecer la condensación. Pero además, ese proceso puede verse estimulado por otro fenómeno adicional, por otro tipo de radiación diferente a la proveniente del Sol. Desde principio del Siglo XX se sabe que nuestro planeta está siendo constantemente bombardeado por partículas subatómicas, la radiación cósmica, así bautizada atendiendo a su origen en el espacio exterior. Esa radiación ioniza las partículas en suspensión en la atmósfera, proporcionando un estímulo complementario para favorecer la nucleación y la formación de nubes.
Pero el flujo de radiación cósmica no es constante a lo largo del tiempo, ya que los rayos solares, el denominado viento solar, interfiere con ella, dificultando su entrada en la atmósfera terrestre. Como sabemos, la intensidad del viento solar no es constante y aumenta con el número de manchas solares. Es decir, que cuanto más activo sea el sol, menos radiación cósmica llegará a la tierra. Y con menor radiación cósmica, la formación de nubes será menor, aumentando la insolación, lo que producirá un aumento de temperatura.
El estudio sistemático de la composición de los meteoritos, que como objetos procedentes del espacio exterior han sufrido el bombardeo de la radiación cósmica, ha permitido obtener información correspondiente a las variaciones de radiación durante los últimos 500 millones de años. En paralelo, el análisis sistemático en los caparazones y conchas fósiles del isótopo O18 (cuya abundancia relativa es proporcional a la temperatura), ha permitido reconstruir la evolución de la temperatura durante ese mismo periodo.
Figura 5.- Gráfica representativa de la evolución comparada entre la temperatura (línea roja) y la radiación cósmica durante los últimos 500 millones de años.
Los datos obtenidos para ambos parámetros durante los últimos 500 millones de años, se han representado conjuntamente en la Figura 5 (basada en Shaviv y Veizer, 2003), donde la línea roja representa la evolución de la temperatura y la radiación cósmica aparece representada por la línea negra, mostrando claramente el carácter antitético de ambos parámetros. Las temperaturas tienden a ascender cuando disminuye la intensidad de la radiación cósmica, es decir, al debilitarse el proceso que favorece la formación de nubes. Pero además de los descritos anteriormente, aún existen otros procesos que afectan a la cantidad de radiación solar que llega a la superficie de la Tierra: las variaciones en la órbita terrestre. El astrofísico Milutin Milankovitch, durante el primer tercio del siglo XX, basándose en ideas previamente establecidas por James Croll (1868), calculó el ritmo y la periodicidad de las alteraciones que sufría el planeta (forma de la órbita y a la posición del eje de rotación) al girar alrededor del Sol, que afectaban también a la radiación solar que llegaban hasta la Tierra, y por lo tanto, al clima. En 1920 publicó un trabajo titulado Teoría matemática de los fenómenos térmicos producidos por la radiación solar, dónde se incluía unas gráficas que, décadas más tarde, se haría muy famosa, la curva de insolación sobre la superficie terrestre (Figura 6).
En la Figura 6, la curva ondulada representa la variación de la temperatura media de la Tierra a partir del momento actual, señalado como una línea vertical en el centro del gráfico, el año cero. Hacia la izquierda, la curva representa la variación de la temperatura que ya ha ocurrido, la del tiempo ya transcurrido, mientras que la continuación hacia la derecha representa la evolución prevista hacia el futuro. La escala horizontal en la parte superior de la figura corresponde al tiempo, en intervalos de 10.000 años. En la escala vertical se representa el porcentaje de variación de la temperatura media terrestre, con aumentos o disminuciones que oscilan en torno al 3% respecto del valor medio de las oscilaciones registradas.
A pesar de la indudable importancia de los resultados obtenidos por Milankovitch, estos cayeron pronto en el olvido, hasta que fueron resucitados por las investigaciones realizadas mediante sondeos en el casquete glaciar de Groenlandia, donde el hielo acumulado y estratificado en pequeñas capas, cada una de ellas correspondiente a la precipitación de un año, alcanza varios miles de metros de espesor (Figura 7, obtenida de NSF, Ice Core Facility, Doug Clark, University of Washington).
Figura 7.- Sondeos en el casquete glaciar de Groenlandia.
La tecnología actual permite extraer y analizar el aire ocluido entre los cristales de hielo, y su estudio sistemático ha permitido obtener una valiosísima información sobre la evolución en la composición de la atmósfera terrestre en tiempos pasados. De estos análisis, resultan especialmente interesantes los resultados del contenido en el aire del O18, isótopo al que ya se ha hecho referencia anteriormente, que han permitido establecer con precisión la evolución térmica del planeta para los últimos 800.000 años, tal y como se representa en la Figura 8 (Jouzel et al., 2007).
Figura 8.- Evolución de la temperatura del planeta durante los últimos 800.000 años, obtenida a partir de los sondeos en el hielo del casquete glaciar de Groenlandia.
La gráfica de la Figura 8 muestra cómo las variaciones de temperatura se ajustan a un ritmo cíclico cuya duración tiende a situarse en torno a los 100.000 años. La coincidencia de estos ciclos con las predicciones de Milankovitch es muy fuerte, como se puede apreciar con mayor detalle en la Figura 9, donde, utilizando la misma información de las figuras 6 y 8, se han representado conjuntamente los resultados correspondientes a los últimos 150.000 años obtenidos en los sondeos de Groenlandia (línea negra) y las predicciones de Milankovitch (línea roja). El paralelismo entre ambas líneas es muy significativo, con una disposición muy similar de los máximos y los mínimos, así como de los periodos de ascenso y descenso.
Figura 9.- Comparación entre la evolución durante los últimos 150.000 años de la temperatura prevista por Milankovitch (línea roja) y la obtenida mediante los sondeos de hielo en Groenlandia (línea negra).
En un primer momento, algunos científicos fueron reacios a aceptar la representatividad de los resultados obtenidos, argumentando que debía tratarse de efectos locales, válidos tan sólo para Groenlandia y no extrapolables a la evolución climática del conjunto del planeta. Sin embargo, investigaciones similares realizadas posteriormente en otros lugares, donde también existen importantes acumulaciones de hielo (como por ejemplo en la Antártida), han confirmado que las tendencias detectadas corresponden a un fenómeno global, detectable en ambos hemisferios (Pedro et al., 2018).
RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS
Tomando como base las informaciones anteriormente expuestas, es posible ya encontrar algunas repuestas para las preguntas formuladas en la introducción de este artículo. En primer lugar, ¿es el hombre responsable del calentamiento que está experimentando el planeta? Los datos presentados indican que no, que el cambio climático no se ha desencadenado como consecuencia de las actividades antrópicas y se trata de un proceso cíclico que viene repitiéndose desde tiempos muy remotos, desde muchísimo antes de que la Humanidad hiciese acto de presencia. Los ritmos de variación de la temperatura parecen ser constantes o aleatorios según la escala de observación elegida. Si atendemos al conjunto de la historia del planeta (Figura 1), no se aprecia ninguna secuencia rítmica. En cambio, si atendemos a lo que ha ocurrido durante los últimos 800.000 años y de acuerdo con las previsiones de Milankovitch, se trata de un proceso claramente cíclico.
Puede concluirse entonces que las causas de los sucesivos cambios climáticos que nuestro planeta viene experimentando desde sus remotos orígenes, no tiene un origen simple, y que la interacción entre todos ellos configura un complejo proceso, al cual, evidentemente, pueden estar contribuyendo las actividades humanas, que se superpondrían a la tendencia natural y por lo tanto representarían sólo una parte del proceso total del calentamiento. Determinar cuál es el porcentaje de esa contribución (es decir, saber si es importante o insignificante), constituye realmente el quid de la cuestión, el verdadero nudo gordiano, la cuestión clave en el debate sobre el calentamiento global y el cambio climático: ¿cuál es la importancia relativa de las emisiones producidas por el Hombre en comparación con los factores naturales? Podemos dejar de momento aparcada esta crucial cuestión, a la que se dedicará la segunda parte de este artículo. Mientras tanto, la información expuesta permite ya reformular la segunda de las preguntas pendientes: ¿tiene el ser humano la capacidad de detener y revertir el calentamiento global?
Durante millones de años, el cambio climático ha estado controlado por los fenómenos naturales anteriormente descritos: las erupciones volcánicas, las manchas solares, la radiación cósmica y las variaciones orbitales. Sea cual sea la contribución humana al cambio climático, las acciones que se emprendan para intentar corregir sus impactos, tendrían sólo un efecto parcial. Porque, hagamos lo que hagamos, los volcanes seguirán en actividad, la superficie del Sol continuará desarrollando manchas y variando la intensidad del calor que nos envía, la radiación cósmica seguirá llegando a la Tierra y la órbita de nuestro planeta seguirá variando, obedeciendo los dictados de la mecánica celeste.
Es decir, que por mucho que nos empeñemos, será totalmente imposible detener, y mucho menos revertir, el actual ciclo de calentamiento (el último de una larga serie), que se inició hace algo más de 18.000 años (ver figuras 8 y 9). Como mucho, suponiendo que nuestras actividades están modificando el clima de forma significativa, a lo máximo que podríamos aspirar es a devolver el proceso de calentamiento a su ritmo natural, esperando a que llegue el momento en que las leyes de la naturaleza decidan que el planeta debe volver a enfriarse. Sin embargo, a pesar de que los mecanismos naturales que han controlado el cambio climático de nuestro planeta son bien conocidos desde hace tiempo, de acuerdo con las observaciones, mediciones y datos contrastados obtenidos por cientos o miles de investigadores de todo el mundo, en la conciencia colectiva de la Humanidad se ha instalado el convencimiento de todo lo contrario.
Actualmente, un elevado porcentaje de la población cree que las actividades antrópicas son las únicas responsables del cambio climático y que la Humanidad tiene la capacidad de detener y revertir el proceso de calentamiento global. Además, esa creencia viene acompañada de una fuerte sensación de pesimismo, de miedo sobre el futuro del planeta, con el convencimiento incluso de que ya es demasiado tarde para reaccionar y el mundo se dirige hacia un catastrófico final. No parece descabellado afirmar que hay algo que no se ha hecho bien cuando a la opinión pública sólo se le ha transmitido una parte sesgada de los conocimientos científicos disponibles, con el agravante de que dicha información se presenta como el punto de vista unánime de todo el mundo de la ciencia. Lo cual nos lleva ya a intentar responder la última de las tres preguntas que se formulaban en la introducción de este artículo.
¿EXISTE UN CONSENSO UNÁNIME ENTRE LOS CIENTÍFICOS SOBRE LAS CAUSAS DEL CALENTAMIENTO GLOBAL?
A juzgar por las informaciones que aparecen en los medios de comunicación sobre el calentamiento global, podría considerarse que el debate sobre el origen y la dinámica del cambio climático ya está cerrado, no queda más que hablar porque los científicos han alcanzado un consenso, todos los investigadores están de acuerdo (así lo sugiere la abrumadora mayoría de publicaciones e informes) en que el planeta se halla ante una grave emergencia y nosotros tenemos la culpa de su rápido calentamiento. Como ejemplo, puede citarse una reciente noticia, publicada por diversos periódicos del mundo, informando que se ha realizado una revisión de 88.125 estudios publicados entre 2012 y 2020 en revistas científicas, y que el 99,9% de los artículos coinciden en que el cambio climático está causado por actividades humanas.
La impresión de unanimidad que se ha implantado en la conciencia colectiva por abrumadora mayoría, se ve reforzada por los informes que periódicamente emite el IPCC (International Panel on Climatic Change), un grupo de estudio integrado por numerosísimos científicos de todo el mundo, promovido y financiado por la ONU. El nivel global de dicha institución, juntamente con el prestigio de los científicos que lo integran, hace que las conclusiones de sus informes tiendan a ser consideradas como verdades inamovibles, como auténticos dogmas (la validez y la representatividad de dichas conclusiones serán analizadas en la segunda parte de este artículo), aunque en realidad han existido y existen serias discrepancias sobre las conclusiones reflejadas en los informes del IPCC. El contenido de esas divergencias suele airearse muy poco en los medios de comunicación.
En 1996, al inicio de la andadura de ese comité de expertos, un prestigioso científico norteamericano (el profesor Federick Seitz, que llegó a ser presidente de la Academia Americana de Ciencias), publicó en el Wall Street Journal una carta denunciando que el primer informe del IPCC había sido manipulado a espaldas de sus autores, ya que algunos puntos importantes de las conclusiones habían sido suprimidos. La omisión más significativa, se refería a la falta de correlación entre el cambio climático y los gases de efecto invernadero, estableciendo que no podía atribuirse el calentamiento observado a las actividades humanas. El comité coordinador del IPCC se vio obligado a reconocer públicamente que, en efecto, se habían suprimido esas conclusiones atendiendo a los comentarios recibidos de algunos gobiernos, algunas ONGs y otros científicos.
También fue muy sonado el escándalo que estalló en 2009, cuando un pirata informático filtró a la prensa una serie de correos electrónicos entre miembros del IPCC, donde quedaba en evidencia la manipulación de datos, la destrucción de pruebas y la realización de fuertes presiones para acallar a los científicos escépticos. Esas informaciones llegaron a las páginas de los periódicos (en las televisiones tuvieron un impacto mucho menor) y permanecieron en ellas unos días, pero poco a poco fueron cayendo en el olvido. Para aclarar lo ocurrido, se realizaron varias investigaciones oficiales, pero ninguna de ellas, a pesar de las profundas dudas generadas, encontró evidencias de fraude o de mala praxis científica. Las monolíticas y contundentes conclusiones de los informes posteriores emitidos por el IPCC, sugieren que todas las voces discrepantes han desaparecido.
No obstante, de forma aislada pero muy significativa, llegan de cuando en cuando a los medios de comunicación (aunque nunca a los informativos televisivos ni a las primeras páginas de los periódicos) las voces disidentes de personalidades científicas y medioambientalistas cuyo prestigio es, como mínimo, tan elevado como el de los integrantes del IPCC. Este es el caso, por ejemplo de Bjorn Lomborg, un profesor universitario de estadística en Dinamarca, vinculado durante años a organizaciones ecologistas de primer nivel, quien ha denunciado (Lomborg 2003) que muchos grupos ecologistas exageran su discurso catastrofista para infundir miedo, simplemente como método rentable para recaudar más fondos.
Algo similar puede decirse de Michael Shellenberger, un experto en energía y activista medioambiental de primera fila durante décadas, que se opone igualmente al tremendismo catastrofista. En un libro de reciente publicación (Shellenberger 2021) denuncia que no es cierto que miles de millones de personas vayan a morir en un futuro próximo, que el peligro por sobrecalentamiento del planeta es cada vez más bajo y que el ambientalismo apocalíptico está dirigido por poderosos intereses financieros. La misma opinión tiene Steven Koonin (2021), un físico teórico que fue asesor del presidente Obama en los Estados Unidos, quien ha denunciado la falta de objetividad con que se enfoca el problema del cambio climático, ya que no existen evidencias sólidas para afirmar que el mundo afronta una emergencia climática, añadiendo que además, las metas que se pretenden alcanzar para frenar el calentamiento, no son realistas. La misma opinión tiene el famoso físico italiano Antonino Zichichi, Presidente de la Sociedad Europea de Física y de la Federación Mundial de Científicos, quien recientemente ha declarado que “el calentamiento global depende del motor meteorológico dominado por la potencia del Sol, que controla el 95 % del proceso del cambio climático. Atribuir a las actividades humanas el calentamiento global, carece de fundamento científico”. Son también contundentes y expeditivas las opiniones de Ivar Giaever (2012), premio Nobel en Física y ex – integrante del IPCC (de donde salió voluntariamente), quien además de coincidir en sus ideas con los investigadores antes mencionados, ha denunciado públicamente las presiones existentes para que no se publiquen en las revistas científicas más importantes, aquellos artículos cuyo contenido contradiga las conclusiones del grupo científico financiado por la ONU.
La lista de investigadores críticos sobre los trabajos del IPCC sería muy larga, ya que las voces disonantes no llegan tan sólo desde personalidades individuales. En 2006, treinta y dos científicos con prestigio internacional en el ámbito de la climatología, firmaron la Declaración de Hohenkammer, asegurando que no hay bases científicas para aseverar que el calentamiento global se deba a los llamados gases de efecto invernadero. En marzo de 2009, un centenar de científicos norteamericanos publicaron en diversos periódicos (previo pago, ya que los medios se negaban a publicarlo) un artículo con un expresivo título: Con el debido respeto, señor Presidente, eso no es cierto, refiriéndose a las tesis del IPCC sobre el cambio climático.
En junio de ese mismo año, 60 científicos alemanes publicaron una carta abierta a la canciller alemana Ángela Merkel, en la que se expresaban en el mismo sentido. Y en 2010, mil investigadores de diversos países y disciplinas científicas, firmaron un manifiesto similar y lo presentaron en la Conferencia sobre el Clima de ese mismo año. Más recientemente, en septiembre de 2019, la Fundación de Inteligencia Climática (CLINTEL), una entidad que agrupa a más de 500 científicos de todo el mundo, envió al secretario General de la ONU un documento negando el papel del dióxido de carbono en el calentamiento global, afirmando que no existe emergencia climática y por lo tanto, no hay motivo para el pánico y la alarma.
Por último, es imprescindible recordar por su rotundidad a Pascal Richet, investigador del Institut de Physique du Globe de Paris desde hace 35 años, quien ha recibido numerosos premios en su trayectoria científica, y que ha publicado recientemente un artículo con el ilustrativo título de Clima y CO2 : la evidencia frente al dogma, donde además de incidir en la falta de relaciones causa – efecto entre los datos y las conclusiones que se están publicando sobre el cambio climático, dice textualmente :
Que los efectos del CO2 sobre el clima son mínimos no es, ni mucho menos, una conclusión nueva, aunque los que ya lo han establecido sobre otras bases científicas chocan con el pretendido “consenso” sobre la cuestión. En realidad, esta noción de consenso no es pertinente aquí, porque la historia de la ciencia no es más que un largo paseo por el cementerio donde descansan en paz las ideas aceptadas sin discusión durante mucho tiempo. Más bien, sirve de justificación para desterrar del debate cualquier idea heterodoxa que cuestione el dogma. Como ha experimentado el autor de estas líneas, el rasgo más inquietante del debate sobre el clima es el deseo de descalificar de entrada al adversario arrastrándolo a otros campos no relacionados con el problema, en lugar de ofrecerle comentarios críticos a los que podría responder científicamente. Sorprendentemente, el libre debate en que se ha basado el progreso científico en la Historia ha sido sustituido por acciones propias del totalitarismo como la difamación, el intento de silenciamiento y la persecución del disidente bajo amenaza de ostracismo. Quizá Aristóteles, con su lógica, pensaría que esta violencia y esta imposición son en sí mismas un indicio de en qué lado del debate se encuentra la verdad.
Recientemente, también autores españoles se han posicionado claramente en contra de las falsas informaciones sobre el cambio climático. Este es el caso por ejemplo del geólogo Alejando Robador Moreno (2015), con abundantes datos sobre los cambios climáticos acaecidos en el pasado, y de Hugo Rubio (2021), quien aporta detalladas informaciones contradiciendo las noticias que aparecen habitualmente en la prensa.
CONCLUSIONES
Las informaciones climáticas registradas en las rocas, en los sedimentos, en los fósiles y en el hielo, permiten afirmar sin ningún género de dudas que a lo largo de miles de millones de años de historia de nuestro planeta, se han registrado múltiples cambios climáticos, similares o incluso más extremos que el calentamiento actual, que por lo tanto no ha sido iniciado por las actividades humanas.
La evolución de la temperatura media del planeta está estrechamente relacionada con la variación de la iluminación solar que recibe, controlada fundamentalmente por la actividad volcánica, la evolución de las manchas solares, la radiación cósmica y los cambios cíclicos en la órbita terrestre. Dichos procesos, espontáneos y naturales, están fuera del control antrópico, tan activos en la actualidad como lo estaban hace millones de años, y por lo tanto, es imposible que el hombre sea capaz de detener y revertir el cambio climático. Estas evidencias hacen que la opinión de los científicos sobre el origen y la causa del calentamiento global no sea unánime y esté muy lejos de existir un consenso al respecto. Sin embargo, mientras los medios de comunicación otorgan los grandes titulares a las hipótesis que atribuyen un origen antrópico al cambio climático, las informaciones científicas que contradicen los informes del IPCC tienen un escaso o prácticamente nulo eco mediático.
Además, el enfoque sesgado en la difusión de los datos sobre el calentamiento global no se restringe a los medios de comunicación, porque se está educando a las nuevas generaciones con esa realidad distorsionada, presentando como verdades absolutas lo que no son más que meras hipótesis, que están lejos de haber sido demostradas. En cualquiera de los libros de texto que se utilizan hoy en Enseñanza Primaria, se enseña a las nuevas generaciones que la Tierra está sufriendo un calentamiento provocado por las actividades humanas, y que es necesario detenerlo para salvaguardar la salud del planeta.
La implantación en la conciencia colectiva de dónde está la verdad, ha sido tan eficiente que además del ostracismo científico (recuérdense las denuncias al respecto realizadas por Ivar Giaever o Pascal Richet), se ha instalado una presión social sobre las posiciones que, independientemente de criterios científicos, se consideran como políticamente incorrectas y peligrosas para el planeta. A este respecto, es interesante recordar aquí las ideas de la politóloga alemana Elizabeth Noelle – Neumann, que en su obra La espiral del silencio (2010), establece que la opinión pública es una poderosa forma de control social en la que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no, tendiendo a asumir como buenas las posturas predominantes. Como consecuencia, la sociedad amenaza con el aislamiento a quienes adoptan las posturas contrarias haciéndolas enmudecer en una espiral de silencio.
Es difícil no recordar que hace casi cuatro siglos, un grupo de expertos cualificados, del máximo prestigio científico, alentados por la autoridad global del momento, evaluó las ideas de Galileo sobre la posición de la Tierra respecto del Sol, y decidió por abrumadora mayoría que Galileo estaba equivocado, que nuestro planeta estaba fijo en el centro del Universo. ¡E PUR SI MUOVE!
AGRADECIMIENTOS
El texto del presente trabajo ha sido extraído y refundido a partir de una serie de artículos sobre cambio climático y calentamiento global publicados entre 2021 y 2022 en la revista digital www.Entrevisttas.com. Mi agradecimiento a Carmen Nikol, promotora y directora de la misma, por su apoyo para la edición de las publicaciones mencionadas y también por las facilidades prestadas para la publicación del presente artículo.
También, mi más sincero agradecimiento para mis colegas (y sin embargo amigos) Miguel Arbizu Senosiáin, Fernado Bastida Ibáñez y Jose Antonio Sáenz de Santa María Benedet por sus aportaciones y sus comentarios constructivos para mejorar la claridad y el contenido de este artículo.
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Publicado en Tierra y Tecnología, Blog oficial del Ilustre Colegio Oficial de Geólogos de España
Vías forestales hacia la recuperación verde y la creación de economías inclusivas, resilientes y sostenibles
Fecha de publicación: 2022
Lugar de publicacion: Rome, Italy
Páginas: #181 p.
ISBN: 978-92-5-136479-6
Autor: FAO
Título de la serie: El estado de los bosques del mundo (SOFO)
Número de serie: 2022
Editor: FAO
Agrovoc: sector forestal; Deforestación; degradación forestal; Ecosistemas forestales; Servicios de los ecosistemas; Restauración del paisaje forestal; Resiliencia forestal; Agroforesteria; Ordenación forestal sostenible; Inversiones; Pequeños agricultores; Comunidades locales; Pueblos Indígenas; Derechos de tierras; Revolución verde; Economía circular
Fragmento:
En el contexto de la Declaración de los Dirigentes reunidos en Glasgow sobre los bosques y el uso de la tierra, y del compromiso contraído por más de 140 países para poner fin a la pérdida de bosques para 2030 y brindar apoyo a la restauración y las actividades forestales sostenibles, la edición de 2022 de El estado de los bosques del mundo analiza el potencial de las tres vías forestales para lograr la recuperación verde y gestionar las crisis planetarias multidimensionales, en especial el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
Las tres vías de solución forestal interrelacionadas son las siguientes: detener la deforestación y conservar los bosques, restaurar las tierras degradadas y ampliar la agroforestería, y manejar los bosques de manera sostenible creando cadenas de valor verdes. La exploración equilibrada y simultánea de estas vías puede producir beneficios económicos y sociales sostenibles para los países y sus comunidades rurales, ayudar a satisfacer la creciente demanda mundial de materiales de manera sostenible y hacer frente a los desafíos ambientales.
El estado de los bosques del mundo 2022 presenta datos empíricos sobre la viabilidad y el valor de las vías de solución forestal y resume las medidas iniciales que podrían adoptarse para seguir trabajando en ellas. No hay tiempo que perder: es necesario actuar ya para mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de 1,5 °C, reducir el riesgo de futuras pandemias, garantizar la seguridad alimentaria y la nutrición para todos, eliminar la pobreza, conservar la biodiversidad del planeta y ofrecer a los jóvenes la esperanza de un mundo mejor, así como un futuro mejor para todos.
Citar el contenido como:
FAO. 2022. El estado de los bosques del mundo 2022. Vías forestales hacia la recuperación verde y la creación de economías inclusivas, resilientes y sostenibles. Roma, FAO.