Incendios Forestales

03
Ene
2019

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De acuerdo con los datos provisionales a 30 de noviembre


La campaña 2018 finaliza con menor incidencia de incendios forestales
Se han registrado 6.874 incendios a lo largo de este año, frente a los 12.541 siniestros de la media del decenio, con una superficie afectada de 23.683 hectáreas, frente a las 99.175 de la media de los últimos diez años
En 2018 se han producido 3 grandes incendios forestales, que son aquellos que afectan a más de 500 hectáreas, frente a la media de 23 en el decenio
España ha apoyado a Portugal en la extinción de un grave incendio forestal en el distrito de Faro y participará en la propuesta resCU de la Comisión Europea para apoyar a los Estado miembros con medios aéreos
El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación elabora una Estrategia nacional de prevención de incendios forestales

De acuerdo con los datos provisionales a 30 de noviembre
Los incendios forestales en 2018 se sitúan en el 54% de la media del decenio y la superficie quemada en el 23%


§ La campaña 2018 finaliza con menor incidencia de incendios forestales

§ Se han registrado 6.874 incendios a lo largo de este año, frente a los 12.541 siniestros de la media del decenio, con una superficie afectada de 23.683 hectáreas, frente a las 99.175 de la media de los últimos diez años

§ En 2018 se han producido 3 grandes incendios forestales, que son aquellos que afectan a más de 500 hectáreas, frente a la media de 23 en el decenio

§ España ha apoyado a Portugal en la extinción de un grave incendio forestal en el distrito de Faro y participará en la propuesta resCU de la Comisión Europea para apoyar a los Estado miembros con medios aéreos

§ El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación elabora una Estrategia nacional de prevención de incendios forestales

21 de diciembre de 2018.La campaña de prevención y lucha contra los incendios forestales finaliza este año con menor incidencia de siniestros. Así se desprende de las cifras recopiladas por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación que, con datos provisionales a 31 de noviembre, constatan como este año se han registrado 6.874 incendios, frente a los 12.541 siniestros de la media del decenio, con una superficie afectada de 23.683 hectáreas, frente a las 99.175 de la media de los últimos diez años.

De esta forma los incendios forestales de 2018, se sitúan en el 54% de la media del decenio y la superficie quemada en el 23%.

En cuanto a los grandes incendios, que son aquellos que afectan a más de 500 hectáreas, frente a la media del decenio, situada en 23 incendios, este año se han registrado tres, declarados en Santa Coloma de Curueño (León), durante el mes de mayo, que afecto a 645 hectáreas; Nerva (Huelva) en agosto, con una superficie afectada de 1.484 hectáreas y Llutxent (Valencia) también en agosto que fue el que afectó a una superficie mayor de 3.146 hectáreas.

MEDIOS DE EXTINCIÓN
Para apoyar a las Comunidades Autónomas en la lucha contra los incendios forestales, el Ministerio cuenta con medios propios de extinción que se refuerzan considerablemente en las campañas de invierno-primavera y en la campaña de verano. Un despliegue que se realiza paulatinamente. El dispositivo de este verano ha contado con:

- 18 aviones anfibios de gran capacidad
- 6 aviones anfibios de capacidad media
- 10 aviones de carga en tierra
- 8 helicópteros bombarderos de gran capacidad
- 19 helicópteros de 1.200 litros
- 10 Brigadas de Refuerzo contra Incendios Forestales (BRIF)
- 4 aviones de coordinación y observación (ACO)
- 7 unidades móviles de análisis y planificación (UMAP)
- 4 RPAS (drones)

España también ha colaborado con Portugal, enviando este año 3 aviones anfibios de gran capacidad, para apoyar al país vecino en la extinción del grave incendio forestal que se declaró en el Concelho de Monchique en el Distrito de Faro. Estos medios aéreos trabajaron del 6 al 9 de agosto, realizando más de 84 horas de vuelo y 244 descargas.

NUEVAS INICIATIVAS
España participará también en la propuesta resCU de la Comisión Europea, basada en la creación de una reserva a nivel europeo de capacidades de protección civil, que contaría entre otros elementos con aviones de extinción en incendios forestales, con el fin de ayudar a los Estados miembros a hacer frente a las catástrofes cuando las capacidades nacionales se vieran desbordadas.
El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación está también trabajando en la elaboración de una Estrategia nacional de prevención de incendios forestales y ha iniciado la renovación completa de las bases de las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF), comenzando por las de Lubia (Soria); La Iglesuela (Toledo) y Tineo (Asturias).

Fuente.- Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. 21/12/2018

 

28
Oct
2018


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Un bombero participa en la extinción de un incendio en Bárcena Mayor (Cantabria), en un bosque lleno de arbustos y maleza, en 2015. / ANDRÉS FERNÁNDEZ

 

Este es el año con menos incendios desde 1963. Dado el estado del monte, es más madera para futuros fuegos. Este año se perfila como el segundo con menos superficie arrasada por el fuego desde que existen registros en España, hace 57. Solo en 1963, con 22.679 hectáreas, se quemaron menos que entre el 1 de enero y el 14 de octubre de este año, 23.204. Se trata de una buena noticia: menos incendios suponen menos paisajes desolados y menos vidas y propiedades en peligro. Pero, en un país con muchas masas arbóreas envejecidas, bosques tupidos, vegetación continua y olas de calor extremo, también significa más combustible. Es la llamada 'paradoja de la extinción': los buenos veranos en materia de siniestros van montando, pieza a pieza, la maquinaria de una bomba de relojería de enorme potencial destructor, preparando el terreno para futuros fuegos devastadores como los de Grecia, Portugal o California. Y en este diagnóstico inquietante coinciden los expertos en ordenación forestal, los investigadores y los ecologistas: el monte está abandonado y es urgente intervenir. «Si nosotros no gestionamos el paisaje, las llamas lo harán», alertan.


Hace tres años, Greenpeace España advertía en el informe 'El verano que no queremos que ocurra' de que, tras años excepcionalmente buenos, no tomar medidas de prevención era «jugar a la ruleta rusa». Los datos lo confirman: después de los tranquilos 2010 y 2011, llegó 2012, el peor ejercicio de la década, con más de 200.000 hectáreas calcinadas. Y tras la relativa calma de 2013 a 2016, vino el devastador 2017. La lucha contra el fuego no puede estar basada solo en la extinción. La sequía provocada por el cambio climático, el abandono del pastoreo y de los cultivos causado por la despoblación rural, la falta de aprovechamiento de la biomasa y los recortes presupuestarios en labores de prevención y vigilancia son los ingredientes de un «cóctel explosivo», recuerda Mónica Parrilla, responsable de la campaña de bosques de la ONG: «Tenemos un paisaje inflamable».


Coincide en ese diagnóstico Distrito Forestal, un colectivo de ingenieros de montes con amplia experiencia profesional. En muchas áreas, un factor de riesgo es que los árboles están demasiado juntos, compitiendo por la luz y el agua, y es necesario realizar 'claras', es decir, cortar algunos para permitir que otros tengan espacio vital. Hay bosques envejecidos, con escasa capacidad de regeneración. «Más de la mitad de las dehesas de encinares superan los 150 años y la superficie de arbolado joven es de apenas el 3%», resalta José Miguel Sierra, miembro del grupo, que abrió su portal en internet este año. Para garantizar la pervivencia del conjunto, hay que eliminar los ejemplares sobrantes antes de que mueran. El problema, lamenta, es que, mientras la gente del campo entiende perfectamente esa necesidad, los urbanitas biempensantes consideran que talar plantas vivas es una atrocidad.


Romper la masa vegetal


«Nuestros montes están enfermos de colesterol y el infarto es el incendio», afirma su colega Gregorio Montero, que fue cabrero y capataz antes de convertirse en uno de los más prestigiosos expertos en selvicultura del país. Y la 'cura' pasa por «limpiar las venas», o sea, quitar troncos y ramas muertos, maleza y matorrales que, en época de calor y viento fuerte, propagan el fuego.


Pero los recortes han reducido los fondos y las plantillas para realizar esas labores. «En los años 80, el Icona ejecutaba unas 150.000 hectáreas anuales de tratamientos selvícolas, como 'claras', desbroces, podas o limpieza de cortafuegos. El Plan Forestal Español de 2003 preveía la ejecución de 693.000 hectáreas en 30 años, es decir, unas 23.000 anuales, cuando deberían ser diez veces más», señala.


Como consecuencia del éxodo rural, se han abandonado muchas actividades agrícolas, ganaderas y forestales que contribuían a romper la continuidad de la masa vegetal y frenar el fuego cuando se producía. Por si fuera poco, el aprovechamiento maderero es bajísimo. «Producimos anualmente 45 millones de metros cúbicos de madera y extraemos solo entre 15 y 18 millones. Como nuestro consumo anual es de 34 a 36 millones de m3, tenemos que importar unos 18. Podríamos tener una tasa de autoabastecimiento del 100%, sin menoscabo para el cumplimiento del resto de las funciones ecológicas y sociales de nuestros montes, y la tenemos del 50% -lamenta Montero-. La selvicultura no daña al monte; se limita a extraer la biomasa que le sobra. Pero no hemos sabido transmitirlo. La sociedad considera que es mejor dejar los árboles como están».


España, aclara el colectivo, tiene ahora el triple de superficie verde que hace 150 años, gracias a medidas de gestión forestal sostenible que hoy en día, por «desinformación o conservacionismo mal entendido», se desprecian. «Hay que dinamizar el sector. El bosque tiene que ser rentable», subraya la ecologista Mónica Parrilla.


Al fuego también se le combate con fuego. Hemos interiorizado que los incendios constituyen un desastre a evitar, pero en realidad son un elemento natural de los ecosistemas mediterráneos. La quema de rastrojos o la creación de pastizales por combustión son prácticas antiguas, recuerda Javier Madrigal, investigador del Instituto Nacional de Investigación Agraria y Alimentaria (INIA), que se han actualizado con técnicas científicas para garantizar la seguridad. Las quemas prescritas para prevenir siniestros son cada vez más habituales «en zonas de poda, restos de sacas o desbroces de zonas madereras».


Pero el presupuesto disponible para modificar un paisaje que acumula el efecto de décadas de abandono es insuficiente. «Hay que actuar en puntos estratégicos», subraya el investigador del INIA. «Para atajar los incendios somos más eficaces cuando nos favorece la meteorología», ironiza Madrigal. Este año llegamos a mitad del verano con la tierra húmeda y la vegetación aún verde. Hubo suerte. El próximo, con los bosques rebosantes de leña, habrá que mirar al cielo y esperar. En ascuas.


INÉS GALLASTEGUI Jueves, 25 octubre 2018, Diario Las Provincias

 

26
Sep
2018

 


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Sección de Medio Ambiente del Ateneo de Madrid

Conferencia:  El fuego forestal,fenómeno global

 

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Conferenciante: Ricardo Vélez Muñoz.Ingeniero de Montes, consultor de FAO y Expresidente de la Sociedad Española de Ciencias Forestales

Presenta: Gregorio Montero González


Modera: María Angustias Neira


Fecha 5 de octubre. Sala Nueva Estafeta. Hora: 19 horas


Convoca la Sección de Medio Ambiente del Ateneo de Madrid en colaboración con el colectivo Distrito Forestal

29
Jul
2018

El éxodo rural, los cambios socioeconómicos y el cambio climático facilitan una acumulación inmensa de combustible vegetal listo para arder con intensidades y velocidades nunca vistas. Antes vivíamos del bosque; ahora nos defendemos de él

 
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Es sabido que los incendios forestales son cada vez más grandes, más veloces y más intensos. Aún así, lo que la comunidad científica observó atónita en 2017 en diversos puntos del planeta es algo escalofriante hasta para los especialistas en la materia.
Los incendios forestales del 2017 pusieron más cenizas en la atmósfera que respiramos que diez años de erupciones volcánicas. Las intensidades caloríficas emitidas por los incendios de junio y octubre en Portugal fueron respectivamente de 68 y 142 veces la de la bomba atómica de Hiroshima. En el episodio de octubre, además, se registró el mayor ratio de superficie quemada por hora de los que se tiene noticia, mas de 14.000 ha/h.
El cambio climático enfrenta a los países nórdicos a un riesgo que hasta este momento desconocían. Por primera vez los bosques de Finlandia, Noruega, Suecia o Dinamarca están sufriendo las temperaturas y el estrés hídrico que hacen posible los grandes incendios, y no están preparados para enfrentarse a ellos. Mientras tanto la situación en el Mediterráneo se extrema y la construcción indiscriminada en las zonas de interfaz activa las peores situaciones de protección civil vividas en Europa desde la última guerra, como estamos viendo ahora mismo en Grecia.
El éxodo rural y los cambios socioeconómicos hacen aumentar la continuidad de la vegetación forestal en nuestros campos, el paso del tiempo incrementa la acumulación de combustibles continuos, el cambio climático predispone ese combustible para arder en cualquier estación y las políticas de exterminio del fuego evitan que se vaya consumiendo naturalmente. El resultado de todo ello es la inmensa acumulación continua de combustible vegetal listo para arder con intensidades y velocidades nunca antes vistas en incendios forestales; y todo ello en zonas pobladas.
En unas pocas décadas hemos pasado de vivir del bosque a tener que defendernos de él.
A pesar de ello, la lucha contra incendios se ha basado en su extinción y en la prohibición de los usos del fuego en el monte, sin mirar a los orígenes del problema.
El resultado más evidente de este planteamiento ha sido que la economía forestal ha pasado a sustentarse de la extinción de incendios, y que el abandono de los aprovechamientos y de la gestión del paisaje ha venido a alimentar esta nueva forma de economía forestal. Es decir, la pretendida solución al problema, más que contenerlo, lo ha cronificado.
Esta estrategia se ha demostrado equivocada y la estadística nos lleva a plantear la paradoja de la extinción, esto es, que cuanto más eficaces somos apagando incendios de pequeña y media envergadura, más inducimos la acumulación de combustibles “salvados inicialmente” que alimentarán al próximo megaincendio, haciéndonos por tanto más ineficaces en la lucha contra los incendios verdaderamente dañinos, lo que nos enseña que el camino recorrido, lejos de mejorar la situación, la está empeorando.
Es decir, cada vez tenemos menos incendios, pero los grandes se hacen muy grandes, superando con creces la capacidad de extinción, de forma que en España, Francia y Portugal el 98% de los incendios consume el 4,6% de la superficie quemada, pero el 2% de los restantes arrasan el otro 95,4% de dicha superficie.
Nuestros operativos son altamente eficaces en la extinción de los pequeños y medianos incendios, pero a un altísimo coste, lo que los hace también tremendamente ineficientes.
La extinción no es una solución al problema, sino únicamente la respuesta del sistema a la alarma puntual.
El límite de la capacidad de extinción. Hay un umbral de intensidad a partir del cual la multiplicación de los recursos de extinción no puede influir en el comportamiento del fuego, la energía emitida hace físicamente imposible su control. Si no se identifica ese umbral en el que todo empeño por apagar las llamas resulta inútil, no solo se desperdiciarán recursos pagados con dinero público, sino que se estarán perdiendo oportunidades para cuando haya un cambio de condiciones y, lo que es peor, poniendo inútilmente en riesgo al personal que se mantenga en el empeño.
La intensidad máxima admisible para el ataque directo a las llamas se sitúa entorno a los 4.000 kw/m, mientras que para el ataque indirecto y por tanto umbral absoluto de la capacidad de extinción el límite se estima en los 10.000 kw/m.
Las intensidades generadas por incendios en zonas forestales con vegetación disponible en cantidades superiores a 10 Tn/ha en las condiciones meteorológicas propicias ya superan la capacidad de extinción. Es decir, por muchos medios que destinemos a ello no existe posibilidad de control mientras se mantengan las condiciones que alimentan la reacción, puesto que, recordemos, el fuego es un fenómeno de naturaleza química.
La carga efectiva de muchos de nuestros bosques supera con creces las 30 Th/ha, por lo que sus potenciales incendios superarían la capacidad de extinción en amplias zonas del territorio.
Incendios forestales de última generación (6ª). Este nuevo tipo de incendio surge como consecuencia del cambio climático y consiguen dominar la situación meteorológica en la que crecen creando su propia dinámica de propagación generando columnas de convección que atraviesan la troposfera hasta grandes altitudes. En presencia de humedad y frío en las capas altas, la condensación de la columna de convección hace que esta se desplome, lo que a nivel de superficie tiene un efecto multiplicador en la expansión superficial del incendio, pues amplias zonas en el entorno del incendio inicial se ven afectadas por cientos e incluso miles de nuevos focos secundarios que dan lugar a una extensa tormenta de fuego.
Como consecuencia de ello, zonas que parecían seguras por estar suficientemente alejadas de los frentes activos se incorporan de forma casi instantánea al incendio con el consiguiente e inesperado atrapamiento de la población que las habita, dejando decenas de muertos, comarcas completamente arrasadas y modificaciones en la atmósfera de duración variable, lo que a su vez trae aparejados cambios meteorológicos con influencia en centenares de kilómetros a la redonda.
El proceso que se desencadenó en Portugal en los episodios de junio y octubre del pasado año tardó dos meses en entenderse, y nunca antes se había observado ni en Europa ni en ninguna zona del planeta de clima mediterráneo.
Lo que ocurrió en Pedrógão Grande en Portugal el 17 junio 2017 es que el incendio desarrolló una columna convectiva de tal intensidad que el pirocúmulo generado por la combustión evolucionó a pirocumulonimbus. Mientras las condiciones eran favorables el incendio siguió creciendo y alimentando la nube de tormenta, pero cuando el cambio de las condiciones meteorológicas empezó a dificultar la combustión, el incendio no pudo mantener suficiente energía para sustentar la convección y la nube, ya a 15.000 m, condensó en altura y su propio peso hizo que se viniera abajo con vientos de hasta 100 km/h ensanchando el incendio en todas direcciones. A partir de ese momento el incendio empezó a crecer desmesuradamente quemando 4.800 ha en 21 minutos y matando por atrapamiento a 64 civiles.
Política de emergencias. En la lucha contra incendios estamos conformándonos con políticas de ganancia marginal, de pequeñas victorias, lejos aún de la revolución que el sistema necesita imperiosamente.
Como los esfuerzos en extinción funcionan el 98% de las veces, la respuesta oficial es insistir y seguir invirtiendo en ello asumiendo que en ese 2 % de las veces se aguantará el tipo haciendo “lo que se pueda” en el megaincendio (que viene a ser solicitar más medios a otros operativos para su incorporación al intento de controlar lo incontrolable o, al menos, aparentarlo), sin sopesar el hecho estadístico de que ese 2 % de las veces en que el incendio sobrepasa la capacidad de extinción supone más del 80 % de la superficie quemada anualmente en nuestro país, malgastando en el empeño ingentes cantidades de dinero público que hubiera sido verdaderamente útil en la gestión previa de los montes, que es lo único que puede revertir la situación.
Esta incapacidad demostrada reiteradamente para entender la situación y aprender de los errores pasados está retrasando las decisiones necesarias para empezar a poner soluciones duraderas que eviten la repetición de tragedias de protección civil.
Lecciones aprendidas.
1. La letal paradoja es que en la 6ª generación, cuando las condiciones meteorológicas hacen pensar que el incendio va a ir perdiendo virulencia progresivamente es cuando realmente desarrolla su mayor agresividad.

2. Un problema de paisaje. No es un problema de medios de extinción, es la situación de continuidad y acumulación de vegetación bajo estrés hídrico en la que se encuentran nuestros montes.

3. Protección Civil. Ya no hablamos de los incendios como perturbaciones medioambientales; el nuevo paisaje ha hecho vulnerable a la población, lo que da una nueva dimensión al problema convirtíendolo en un riesgo para una ciudadanía en principio lejana y ajena al foco del incendio.

4. Aprendizaje colectivo. No podemos asumir que cada operativo aprenda la lección al sufrir su primera tormenta de fuego, demasiados muertos. Es vital capitalizar la experiencia y el conocimiento extraído de Portugal en junio y octubre de 2017. Hay que compartir experiencias y concentrarse en desactivar los detonantes de la situación en lugar de en la mitigación de las llamas.

5.
Revisión de criterios. El dogma en la atención a emergencias es “primero personas, después bienes y solo después la masa forestal”. Sin lugar a dudas es correcto a nivel de maniobra, pero ha de ser modificado para las decisiones estratégicas y tácticas según lo aprendido en las grandes emergencias por incendio forestal de la última década:
La clave está en evitar el colapso de los sistemas de emergencias para no dejar a su suerte a la población en ningún caso. Para ello hemos de seleccionar objetivos realistas para nuestra capacidad de respuesta y tener la valentía y honestidad profesional necesarias para dar por perdido aquello que no es técnicamente posible defender, lo que nos permitirá gestionar esa derrota y, posiblemente, salvaguardar a la población potencialmente afectada.
Seleccionar como prioridad el bien común por encima del bien individual es emocionalmente complicado, pero ya se hace por ejemplo en accidentes y atentados con múltiples víctimas, donde la asistencia sanitaria se prioriza en función de las probabilidades de supervivencia. No podemos permitirnos derivar recursos y esfuerzos a salvar una vida improbable a costa de perder otras que se hubieran salvado con mayor probabilidad. Es el concepto de triaje. Incorporar este principio a la gestión de grandes desastres naturales implica tener claro que dos vidas valen más que una y 100 casas más que 10. El triaje operativo nos permite ser proactivos y evitar el colapso del sistema al intentar dar respuesta a todo.
Es necesario abandonar el cómodo relato de víctimas de una situación heredada que se agrava cada día de forma irremediable y abrazar el de la oportunidad creativa que supone la creación de un paisaje resiliente para el mañana.
Se hace verdaderamente urgente un cambio de paradigma en la gestión de incendios forestales y la experiencia y el conocimiento científico apuntan a la gestión del paisaje como única alternativa con garantías.


Marc Castellnou Ribau y Alejandro García Hernández son ingenieros de Montes.

Publicado en El País, el 24 de julio de 2018.

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