Sobre la base de la Resolución Ministerial de Bratislava «Adaptación de los bosques paneuropeos al cambio climático» (2021), FOREST EUROPE está trabajando para que el Fondo Paneuropeo de Riesgos Forestales (FoRISK) apoye la adaptación de los bosques a las condiciones climáticas y de los lugares cambiantes, así como para mantener y mejorar la resiliencia y el potencial de mitigación de los bosques a nivel paneuropeo (B1, B2).
Un estudio encuentra que los incendios contemporáneos en bosques secos de coníferas están ardiendo con mayor severidad en comparación con los períodos históricos
Fecha: julio 25, 2023
Fuente: Servicio Forestal del USDA - Estación de Investigación de las Montañas Rocosas
Resumen:
Los científicos descubrieron que los incendios en los bosques secos de coníferas de Estados Unidos están ardiendo más y matando más árboles hoy que en siglos anteriores. ¿El principal culpable? Paradójicamente, la falta de incendios.
En un estudio publicado recientemente en Forest Ecology and Management, los científicos descubrieron que los incendios en los bosques secos de coníferas de Estados Unidos están ardiendo más y matando más árboles hoy que en siglos anteriores. ¿El principal culpable? Paradójicamente, la falta de incendios.
El Dr. Sean Parks es un ecologista investigador de la Estación de Investigación de las Montañas Rocosas del Servicio Forestal del USDA. Él y sus colegas utilizaron datos satelitales para caracterizar la gravedad del fuego en bosques secos de coníferas durante un período de tiempo contemporáneo (1985-2020), y luego lo compararon con la gravedad del fuego durante un período histórico (1600-1875). Sus resultados muestran que sin incendios frecuentes y de baja gravedad, como los experimentados en el pasado, los incendios que arden hoy son más severos y más propensos a matar árboles. Una quema tan extensa y severa a lo largo del tiempo amenaza la supervivencia a largo plazo de los bosques secos de coníferas en el paisaje.
Los bosques secos de coníferas de Estados Unidos no son ajenos al fuego; Históricamente, estos bosques se quemaban cada 5-35 años. Los incendios históricos fueron generalmente de gravedad baja a moderada, lo que significó que muchos árboles sobrevivieron. Sin embargo, a partir de finales de 1800, el fuego fue efectivamente excluido de los bosques secos de coníferas. Esto se debió principalmente a un trío de causas: extinción directa de incendios, pastoreo intensivo de ganado y la interrupción forzada de la quema cultural, una práctica bien documentada para muchas comunidades indígenas antes de la colonización. En ausencia de fuego, estos bosques se han vuelto más densos a medida que se han acumulado materiales inflamables como la hojarasca y los árboles muertos. Esto ha provocado la preocupación de que los incendios de hoy serán más calientes y más severos en comparación con los que ardieron antes de 1875.
"Nuestros hallazgos demuestran que los regímenes contemporáneos de incendios forestales secos de coníferas están muy alejados de las condiciones históricas, ardiendo con mayor severidad en una mayor proporción de área y amenazando la persistencia a largo plazo de los bosques secos de coníferas en el paisaje", dijo Parks.
Los científicos también pudieron comparar las áreas designadas como áreas silvestres federales con las que no lo son. Encontraron que las áreas no silvestres experimentaron incendios ligeramente más severos que las áreas silvestres. Como las empresas comerciales como la tala están restringidas en la mayoría de las áreas silvestres, esto sugiere que la ausencia de incendios históricos y la acumulación resultante de materiales inflamables juegan un papel más importante en los incendios cada vez más severos de hoy que las actividades históricas de tala.
Como estudio de caso, los científicos observaron el desierto de Gila. En Gila, encontraron que una política de décadas de manejo del fuego, incluido permitir que se queme en ciertos escenarios, disminuyó la gravedad de los incendios en bosques secos de coníferas de 1985 a 2020 en comparación con otras áreas en la región suroeste que fueron un foco del estudio.
Este estudio de caso refuerza el concepto de que el fuego de baja gravedad engendra fuego de baja severidad, y demuestra que los incendios frecuentes de baja gravedad son posibles incluso cuando nuestro clima se ha vuelto más cálido y seco. Los científicos creen que este enfoque, además de los incendios prescritos y otras acciones de manejo que reducen los combustibles, podría servir como una hoja de ruta para restaurar la resiliencia de los bosques secos de coníferas en el oeste de los Estados Unidos.
"Nuestros hallazgos enfatizan la indispensabilidad de la restauración y las medidas proactivas para salvaguardar nuestros bosques", dijo Parks.
Fuente de la historia:
Materiales proporcionados por USDA Forest Service - Rocky Mountain Research Station. Nota: El contenido puede ser editado por estilo y longitud.
Referencia de la revista:
Sean A. Parks, Lisa M. Holsinger, Kori Blankenship, Gregory K. Dillon, Sara A. Goeking, Randy Swaty. Los incendios forestales contemporáneos son más severos en comparación con el período de referencia histórico en los bosques secos de coníferas del oeste de los Estados Unidos. Ecología y gestión forestal, 2023; 544: 121232 DOI: 10.1016/j.foreco.2023.121232
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Servicio Forestal del USDA - Estación de Investigación de las Montañas Rocosas. "La investigación apoya el uso de incendios controlados y prescritos para reducir la gravedad del fuego: un estudio encuentra que los incendios contemporáneos en bosques secos de coníferas están ardiendo con una gravedad cada vez mayor en comparación con los períodos históricos". ScienceDaily. ScienceDaily, 25 de julio de 2023. <www.sciencedaily.com/releases/2023/07/230725123108.htm>.
Asociación Española de Sociedades de Protección contra Incendios
2023 figurará en la historia como el año en el que se han producido los incendios más voraces y agresivos que se conocen. Todos los expertos apuntan que esta tendencia se va a quedar o, peor aún, va a ir en aumento. Las condiciones climáticas, retroalimentadas por el cambio climático, que empujan a nuevas circunstancias medioambientales, y los hábitos de vida (segundas residencias cercanas a bosques, despoblación y abandono rural), unidos a la falta de reacción y toma de conciencia real por parte de los gestores públicos para acometer las medidas necesarias de concienciación, prevención y protección, señalan una preocupante situación.
En Evros, Grecia, se sitúa el incendio forestal más grande que se ha registrado nunca en la Unión Europea, con 90.000 hectáreas quemadas y 20 fallecidos, que ha desatado la mayor operación aérea de extinción de la historia comunitaria. Copernicus, Programa de Observación de la Tierra de la UE, ha calificado el desastre de Evros, en la frontera con Turquía, como el «incendio forestal más grande en la historia de la UE» desde que en 2000 comenzaron a registrarse este tipo de datos.
El incendio de Tenerife, que se inició el 15 de agosto y está estabilizado en estos momentos, ha quemado 15.000 hectáreas en un perímetro de 90 kilómetros, afectando a 12 municipios y 600 fincas y edificaciones, sin causar daños personales afortunadamente. El Cabildo ha hecho una valoración inicial de los daños económicos, sólo en infraestructuras, provocados por el incendio forestal que asciende a 80,4 millones de euros. Los daños ecológicos y de patrimonio natural destruidos son imposibles de valorar.
Al otro lado del Atlántico, el incendio en la isla de Maui, en Hawái, ha dejado más de 100 fallecidos, destruyendo la ciudad turística de Lahaina. La Asociación de prevención de incendios NFPA ha informado que «debido a la combinación mortal de causas humanas y naturales, ahora vemos incendios forestales sin precedentes en todos los rincones del mundo y en comunidades que antes no se consideraban de alto riesgo». Ahondando en ello, la investigación de la NFPA, destaca que cuatro de los incendios forestales más mortíferos en los EE. UU., incluido este, han ocurrido desde 2017.
Según el Centro Nacional de Bomberos de EEUU, unos 71,8 millones de propiedades en Estados Unidos corren algún nivel de riesgo de incendio forestal. En este sentido, desde NFPA señalan que “el gran volumen de comunidades en riesgo requiere cambios en dónde construimos, cómo construimos y qué hacemos con las propiedades existentes a través de políticas más sólidas para crear un entorno construido con mayor capacidad para hacer frente a este tipo de incendios”.
En total, el dramático recuento mundial alcanza los 82 millones de hectáreas de bosques (o lo que es lo mismo, 82 millones de campos de fútbol) que han ardido en los últimos 10 años y un aumento del agujero en la capa de ozono del 10 %. Según investigaciones científicas, publicadas recientemente en prensa, en los últimos tres años el humo generado por los megaincendios agrandó el agujero de la capa de ozono un 10 %, debilitando la protección de la atmósfera y por tanto la de los seres vivos que habitamos el planeta.
La solución pasa por medidas transversales
Es difícil soportar mental y físicamente tanta devastación. Desde TECNIFUEGO, Asociación Española de Sociedades de Protección contra Incendios, no nos cansamos de repetir algunas de las medidas que creemos pueden mitigar esta catástrofe.
Es ya un adelanto tomar conciencia del alcance del problema, y poder así pasar de la idea a la acción. Creemos que las claves para la solución pasan por actuaciones colectivas y preventivas, adoptando una gestión eficaz del paisaje, una política preventiva todo el año, una intensa concienciación a la población que entienda que la autoprotección sirve para combatir esta situación, y una intensificación de la inversión pública en medios, investigación y desarrollo de tecnologías para combatir los incendios.
La adaptación urbanística y edificatoria a este riesgo creciente en las urbanizaciones, municipios, viviendas y las fincas cercanas a bosques para que tengan una mejor reacción y resistencia al fuego es posible y debe ser un objetivo prioritario. Por ejemplo, al reformar o construir la vivienda se debe pensar siempre en la implementación de protección pasiva contra incendios en la edificación, que integre reacción y resistencia al fuego; e instalando equipos y sistemas de prevención y extinción, como detector y alarma, extintores, mantas ignífugas, BIES o rociadores automáticos. Fuera de la vivienda, sembrar solo jardinería preventiva; realizar periódicamente limpieza perimetral y tipos de cortafuegos, tanto en cada parcela como en la urbanización; e instalación de hidrantes exteriores suficientes en las urbanizaciones y poblaciones.
Por su parte, los gestores públicos deben crear equipos multidisciplinares de expertos, que puedan evaluar de manera adecuada las partidas específicas, con una inversión en material y equipo humano suficiente para hacer frente a los megaincendios futuros.
En definitiva, minimizar los daños que se puedan producir debido a estas circunstancias pasan por un conjunto de actuaciones y una conciencia colectiva. A corto plazo, incentivando la prevención y concienciación, apostando por soluciones constructivas con mayores prestaciones de reacción y resistencia al fuego; planificando y gestionando el paisaje e invirtiendo en medios y medidas de protección y extinción.
A medio y largo plazo, creando una red sólida de profesionales y medios dedicados a la prevención y extinción; apoyando la implementación de soluciones constructivas con mayor resistencia y reacción al fuego, y medidas de protección en las viviendas; invirtiendo en infraestructura y planes que faciliten iniciativas de economía rural como el pastoreo, o la gestión económica de los bosques.
Autoría: Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida
Una oleada de incendios está afectando a varios países de la cuenca del Mediterráneo: Italia, Grecia, Argelia, Croacia y Túnez, además de Portugal, luchan contra el fuego, en algunas áreas aún fuera de control. Las llamas han causado ya una decena de muertos, han obligado a evacuar diversas poblaciones y han dejado a su paso miles de hectáreas calcinadas.
Decía Tolstói en Ana Karenina aquello de que “todas las familias felices se parecen”. Lo mismo pasa con los megaincendios forestales: todos comparten la misma receta.
Una receta que se cocina con cuatro ingredientes: suficiente cantidad de vegetación (combustible); que ese combustible esté lo suficientemente seco como para arder; que tengamos una fuente de ignición y, por último, que se den las condiciones meteorológicas apropiadas para la propagación del incendio.
Muchos de los bosques que se dan a ambas orillas del Mediterráneo están en un estado permanente de alta inflamabilidad, solo a la espera de que salte la chispa, y de la ola de calor que reseque el combustible.
Pero también decía Tolstoi que “cada familia infeliz, lo es a su manera”. Y es que, aun cuando las causas de los grandes incendios forestales son siempre las mismas, la razones por las que un incendio se convierte en letal difieren en cada caso.
Edificaciones en zona de riesgo
Cuando los humanos interaccionamos con el medio natural, nos parecemos más a un elefante en una cacharrería que a un animal con capacidad racional. Construimos casas en las zonas de inundación de los ríos. O rodeados de bosques, donde es fácil que sean pasto de las llamas. Y nos parece que vivimos en un sitio idílico, cuando en realidad estamos en la Santa Bárbara de la naturaleza.
Primero construimos, luego vemos las consecuencias, buscamos culpables que sirvan como chivos expiatorios y seguimos haciendo exactamente lo mismo. Actuamos antes de pensar y, cuando pensamos sobre nuestros errores, actuamos como antes.
Hacemos estudios, evaluamos las causas y enterramos en un cajón todos los informes… Y así hasta la siguiente.
Lo que vemos estos días en Grecia recuerda demasiado a la desgracia de Mati en 2018, con más de 100 fallecidos. O lo que estuvo a punto de pasar en la urbanización River Park, a las afueras de Barcelona, el año pasado.
La falacia de la protección pasiva
Consideramos que el hombre es el mayor enemigo de la naturaleza, ignorando que la ciencia nos enseña que más del 95 % de nuestros bosques llevan siendo gestionados más de 12 000 años. Consideramos que la naturaleza primigenia es un estado de bosques puros, ignorando que las perturbaciones derivadas de los incendios, o de los herbívoros, han moldeado de forma natural paisajes en mosaico.
En lugar de reintroducir un régimen natural de incendios a través del fuego técnico, y de otras perturbaciones, buscamos proteger nuestros ecosistemas como si fueran castillos. Es decir, intentando que todo se quede igual, sin tocar ni una piedra, e ignorando la dinámica forestal natural.
Las estadísticas forestales nos indican que los bosques están aumentando en el norte global, a expensas de la deforestación en el sur global. Mientras aumentamos la protección de la naturaleza en el mundo rico, exportamos al mundo pobre los impactos derivados de nuestro estilo de vida.
Ese aumento en la superficie forestal, derivado del abandono de la naturaleza o de la protección pasiva, está detrás del 75 % del área quemada en la Unión Europea, y es lo que explica, por lo menos en parte, la degradación de los bosques tropicales.
La paradoja de la extinción
Quienes vivimos en España tenemos la gran suerte de contar con uno de los mejores sistemas de extinción de incendios a nivel global. Hemos visto en los incendios recientes de Canadá, y también en Chile, cómo bomberos españoles viajaban hasta allí para ayudar a combatir las llamas.
Estos bomberos están evitando un colapso que es cada vez más inminente. En países que no tienen la misma capacidad de respuesta que España, como vemos estos días en Grecia, Italia o Argelia, el colapso se está dando con mayor frecuencia.
Somos líderes en formación, tecnología, investigación y extinción. Pero todo ello se queda corto cuando entramos en la era de los incendios que no se pueden apagar. No podemos luchar contra llamas de 60 metros. Solo podemos disminuir la probabilidad de que ocurran a través de la gestión activa del territorio y de las actuaciones de prevención a gran escala.
Efectos del cambio climático
El creciente rigor climático nos impone unas condiciones nuevas, sin parangón desde nuestra existencia. Ya el año pasado documentamos unos niveles récord de sequedad del combustible y de diferentes variables meteorológicas.
Dentro de una década y media, será promedio lo que ahora es anomalía. Y dentro de 25 años, la anomalía actual será vista como una situación particularmente benigna.
Nuestros modelos indican que la temporada de incendios se alargará entre uno y dos días por año de aquí a finales de siglo. No solo la duración de la temporada de incendios cambia, sino que veremos megaincendios en zonas de montaña donde en la actualidad son raros. Además, aun cuando el número de igniciones humanas disminuye, vemos un aumento en los megaincendios que empiezan tras una descarga de rayos, lo que podría aumentar aún más bajo un cambio climático.
Volviendo a Tolstói y Ana Karenina, son muchos los factores que hacen que los incendios sean cada vez más letales. Aunque no siempre se dan las mismas razones. Estamos entrando en territorios que nunca antes habíamos explorado y debemos comenzar a actuar de forma distinta a como lo hemos hecho hasta ahora.