El monte arde porque lo hemos abandonado. Las 300.000 hectáreas forestales calcinadas en lo que llevamos de año dan buena prueba de ese desdén hacia tan valioso patrimonio.
Vivimos en un país de bosques, lo que nos concede un patrimonio de alto valor, pero carecemos de la necesaria cultura forestal para custodiarlo debidamente. Los terribles datos de los incendios de este año, el peor en lo que llevamos de siglo, demuestran la alta vulnerabilidad de nuestro paisaje a los llamados megaincendios climáticos o incendios de sexta generación, así como nuestra incapacidad para prevenirlos y mitigar sus devastadores efectos. Una de las causas principales es el mal estado de conservación que presentan nuestros bosques. Hemos convertido el monte en las afueras, alejándonos de él y descuidando su mantenimiento. Por eso, cuando los pronósticos de los científicos se cumplen y el cambio climático alarga y dispara los períodos de altas temperaturas, cuando las sequías se tornan cada vez más persistentes y extremas, las llamas se hacen ingobernables y los daños del fuego se multiplican.
El Heraldo de Aragón ha publicado recientemente esta entrevista con Ignacio Pérez-Soba, doctor Ingeniero de Montes, decano del Colegio de Ingenieros de Montes de Aragón y funcionario del Cuerpo de Ingenieros de Montes de la DGA. En dicha entrevista, aporta su visión sobre la gestión forestal en Aragón y analiza las razones de los últimos grandes incendios en un verano catastrófico para dicha Comunidad.
Los trabajos se han adjudicado a cuatro empresas locales por un importe total de dos millones de euros y tendrán una duración estimada de siete meses
Las actuaciones se centran en estabilizar los suelos frente al peligro de erosión por lluvias y en recuperar la integridad de los ecosistemas afectados
Este incendio forestal es el de mayor superficie quemada de la historia de Castilla y León, y uno de los más graves de la historia de España
La zona quemada comprende 24.737,95 hectáreas zonas de alto valor ecológico y, de ellas, 15.114,88 hectáreas de superficie forestal arbolada.
El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) ha autorizado la adjudicación de los trabajos de restauración forestal de emergencia en el área afectada por el incendio de la Sierra de la Culebra (Zamora), el de mayor superficie quemada de la historia de Castilla y León, y uno de los más grandes de la historia de España.
Así, la zona quemada comprende 24.737,95 hectáreas zonas de alto valor ecológico y 15.114,88 hectáreas de ellas de superficie forestal arbolada. El fuego ha afectado a importantes enclaves de la Red Natura 2000, como son las Zonas de Especial Conservación de las Lagunas de Tera y Vidríales, la Sierra de la Culebra, la Riberas del Río Aliste y afluentes y las Riberas del Río Tera y afluentes. También se han visto dañados 15 hábitats de interés comunitario diferentes, de los cuales 3 son considerados como prioritarios.
Por otro lado, también se han visto afectadas 16.853 ha dentro de la Reserva Regional de Caza de la Sierra de la Culebra, de gran importancia económica para la zona.
Las repoblaciones, cuando sean necesarias, deben realizarse con especies que puedan soportar el clima que viene y gestionarse correctamente para evitar que el bosque vuelva a arder.
Europa está sumida en una de las peores sequías registradas hasta la fecha mientras los incendios se ceban con sus debilitados bosques.
Los matorrales conforman el ecosistema antrópico por excelencia en el sur del continente (aun cuando algunos puedan ser naturales). Fueron forjados con el fuego que renovaba el pasto para la Mesta, con la sobreexplotación al tratar de sostener a un imperio naval o con los intereses de la propiedad privada en las desamortizaciones, según el país.
Aunque esta tendencia se ha revertido en las últimas décadas y la superficie forestal ha aumentado, la sequía y los incendios incrementan el potencial para un nuevo episodio de deforestación y matorralización generalizada.
Estos ecosistemas pueden ser fuente de biodiversidad, pero la matorralización es reconocida como una de las principales amenazas para la amortiguación climática que nos aportan los bosques, desde el Amazonas hasta el Mediterráneo. No solo disminuye la asimilación de carbono en los matorrales, sino que también lo hace la lluvia en zonas de influencia convectiva y se altera el balance energético, amplificando el cambio climático.
¿Cómo podemos evitar la deforestación ahora que hemos entrado en la era de los megaincendios?
Autoría: Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida
Europa está sumida en una de las peores sequías registradas hasta la fecha mientras los incendios se ceban con sus debilitados bosques.
Los matorrales conforman el ecosistema antrópico por excelencia en el sur del continente (aun cuando algunos puedan ser naturales). Fueron forjados con el fuego que renovaba el pasto para la Mesta, con la sobreexplotación al tratar de sostener a un imperio naval o con los intereses de la propiedad privada en las desamortizaciones, según el país.
Aunque esta tendencia se ha revertido en las últimas décadas y la superficie forestal ha aumentado, la sequía y los incendios incrementan el potencial para un nuevo episodio de deforestación y matorralización generalizada.
Estos ecosistemas pueden ser fuente de biodiversidad, pero la matorralización es reconocida como una de las principales amenazas para la amortiguación climática que nos aportan los bosques, desde el Amazonas hasta el Mediterráneo. No solo disminuye la asimilación de carbono en los matorrales, sino que también lo hace la lluvia en zonas de influencia convectiva y se altera el balance energético, amplificando el cambio climático.
¿Cómo podemos evitar la deforestación ahora que hemos entrado en la era de los megaincendios?
Restauraciones que miran al pasado
En primer lugar, debemos aclarar qué tipo de bosque queremos restaurar: ¿el ecosistema de antes del incendio o uno adaptado al clima futuro? Y, de elegir esto último, ¿a qué futuro? ¿Al del año 2050, 2100 o a otro todavía más lejano?
La restauración forestal siempre ha mirado atrás: buscaba establecer el tipo de bosque más maduro que fuera posible, en base al suelo disponible y al clima pasado. La propia palabra restaurar indica recuperar o volver a poner en el estado que antes tenía.
Pero en un escenario de clima cambiante, la reencarnación melancólica de un pasado que no volverá carece de sentido. Tampoco lo tiene volver a crear los ecosistemas que nos han llevado a la situación actual. ¿Qué podemos hacer entonces?
¿Repoblar o no repoblar?
Los incendios llevan 420 millones de años en la Tierra y la mayoría de las especies logran sobrevivir en el régimen de incendios al que están adaptadas.
En ocasiones, la repoblación será una necesidad urgente. Por ejemplo, cuando se ha quemado un bosque que está en la cabecera de una cuenca, en zonas con procesos erosivos importantes y donde haya problemas de corrimientos de tierras o de torrencialidad.
Pero cuando no haya urgencia, conviene dar una oportunidad a la regeneración natural y esperar unos años antes de actuar.
Especies resistentes al clima futuro
Se ha discutido mucho sobre si las repoblaciones deben ser con especies autóctonas o foráneas. Bajo un escenario de cambio climático este debate carece de sentido. Si plantamos las especies adaptadas al clima del pasado, corremos el riesgo de que mueran en unas pocas décadas. Por tanto, deberemos seleccionar las plantas adaptadas al clima por venir, que pueden ser especies que actualmente no crezcan en ese sitio, sino en otro más caluroso.
Para ello, disponemos de tres opciones diferentes. En primer lugar, deberemos echar mano de la variación intraespecífica. Esto es, para aquellas especies de distribución amplia, como lo son la mayoría de árboles, podemos seleccionar aquellas que procedan de una localidad más calurosa.
En segundo lugar, nos podemos plantear la sustitución de especies, como el carballo por la encina, por ejemplo. Este proceso se conoce como migración asistida.
Las plantaciones con especies foráneas, como los eucaliptos, también son una opción adecuada para la restauración de zonas agrícolas y baldíos, ya que, aparte de aportar cierto rendimiento económico que favorece a la estabilización de la población rural, se aumenta la fijación de carbono y se mejora la calidad de los suelos. Así se desprende de las conclusiones del mayor estudio global realizado hasta la fecha.
Las repoblaciones con eucaliptos también pueden servir de plantas nodrizas. Esto es, aportan sombra y mejoran las condiciones edáficas para la regeneración de árboles característicos de estadíos maduros que son más exigentes que el frugal árbol australiano. La literatura ecológica lleva tiempo pidiendo que dejemos de demonizar a los eucaliptos y cabe recordar que, en contra de la opinión popular, estos bosques no arden más que otros tipos de vegetación.
En tercer lugar, podemos plantearnos el uso de árboles transgénicos, que vayan a soportar mejor la aridez. En nuestro laboratorio, por ejemplo, hemos desarrollado variedades de chopo que resisten mejor la sequía y la salinidad bajo condiciones de escasa fertilidad.
Los transgénicos se han criticado porque pueden contaminar el polen de los árboles no modificados genéticamente. Pero los que hemos desarrollado son estériles, por lo que son totalmente seguros desde un punto de vista ecológico. Por desgracia, la legislación actual está a años luz de la ciencia y todavía no permite este tipo de actuaciones, por lo menos en Europa.
Gestionar la regeneración (natural o artificial)
Incluso cuando apostamos por la regeneración natural, nos enfrentamos al mismo dilema del clima futuro. Tras el terrible incendio de Guadalajara (España) en 2005, por ejemplo, los robles, que son capaces de rebrotar, se recuperaron antes que los pinos, que carecen de esa facultad.
Si un incendio se vuelve a producir, es probable que los pinos se extingan de la zona, ya que no son capaces de soportar múltiples incendios, pero el roble sobrevivirá. Ahora bien, los modelos nos indican que el calor y la sequía que habrá en esa zona en unas décadas estará más allá del límite tolerable para los robles que, en consecuencia, sucumbirán frente a estas condiciones.
Los incendios recurrentes se llevarán por delante a los pinos y el cambio climático a los robles en zonas como la del incendio de Guadalajara (aunque el ejemplo es extensible a otras zonas). Por tanto, deberemos llevar a cabo diferentes actuaciones de gestión para preparar ese bosque ante el clima futuro: actuaciones de reducción de combustible como las quemas prescritas para que los incendios sean menos dañinos, claras para disminuir la competencia entre árboles y, si fuera necesario, plantaciones siguiendo alguna de las tres opciones antes planteadas.
Cuando decidamos repoblar debemos tener claro que es como tener un hijo: un compromiso que se establece durante muchos años y al que deberemos mantener y asignar recursos económicos durante 20 años, o más, para asegurar su correcto desarrollo. Plantar un bosque y olvidarse de él es como no volver a preocuparse del niño: puede comprometer su futuro. En el caso de las repoblaciones, porque estaremos plantando los fuegos del futuro: acabarán ardiendo en incendios de alta intensidad debido a la elevada carga de combustible.
Actualmente, vivimos de espaldas al cambio climático. No estamos preparando nuestros ecosistemas para la sequía ni para el fuego y, por tanto, estamos por la senda de la matorralización tras los megaincendios.