Los trabajos se han adjudicado a cuatro empresas locales por un importe total de dos millones de euros y tendrán una duración estimada de siete meses
Las actuaciones se centran en estabilizar los suelos frente al peligro de erosión por lluvias y en recuperar la integridad de los ecosistemas afectados
Este incendio forestal es el de mayor superficie quemada de la historia de Castilla y León, y uno de los más graves de la historia de España
La zona quemada comprende 24.737,95 hectáreas zonas de alto valor ecológico y, de ellas, 15.114,88 hectáreas de superficie forestal arbolada.
El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) ha autorizado la adjudicación de los trabajos de restauración forestal de emergencia en el área afectada por el incendio de la Sierra de la Culebra (Zamora), el de mayor superficie quemada de la historia de Castilla y León, y uno de los más grandes de la historia de España.
Así, la zona quemada comprende 24.737,95 hectáreas zonas de alto valor ecológico y 15.114,88 hectáreas de ellas de superficie forestal arbolada. El fuego ha afectado a importantes enclaves de la Red Natura 2000, como son las Zonas de Especial Conservación de las Lagunas de Tera y Vidríales, la Sierra de la Culebra, la Riberas del Río Aliste y afluentes y las Riberas del Río Tera y afluentes. También se han visto dañados 15 hábitats de interés comunitario diferentes, de los cuales 3 son considerados como prioritarios.
Por otro lado, también se han visto afectadas 16.853 ha dentro de la Reserva Regional de Caza de la Sierra de la Culebra, de gran importancia económica para la zona.
Autoría: Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida
Europa está sumida en una de las peores sequías registradas hasta la fecha mientras los incendios se ceban con sus debilitados bosques.
Los matorrales conforman el ecosistema antrópico por excelencia en el sur del continente (aun cuando algunos puedan ser naturales). Fueron forjados con el fuego que renovaba el pasto para la Mesta, con la sobreexplotación al tratar de sostener a un imperio naval o con los intereses de la propiedad privada en las desamortizaciones, según el país.
Aunque esta tendencia se ha revertido en las últimas décadas y la superficie forestal ha aumentado, la sequía y los incendios incrementan el potencial para un nuevo episodio de deforestación y matorralización generalizada.
Estos ecosistemas pueden ser fuente de biodiversidad, pero la matorralización es reconocida como una de las principales amenazas para la amortiguación climática que nos aportan los bosques, desde el Amazonas hasta el Mediterráneo. No solo disminuye la asimilación de carbono en los matorrales, sino que también lo hace la lluvia en zonas de influencia convectiva y se altera el balance energético, amplificando el cambio climático.
¿Cómo podemos evitar la deforestación ahora que hemos entrado en la era de los megaincendios?
Restauraciones que miran al pasado
En primer lugar, debemos aclarar qué tipo de bosque queremos restaurar: ¿el ecosistema de antes del incendio o uno adaptado al clima futuro? Y, de elegir esto último, ¿a qué futuro? ¿Al del año 2050, 2100 o a otro todavía más lejano?
La restauración forestal siempre ha mirado atrás: buscaba establecer el tipo de bosque más maduro que fuera posible, en base al suelo disponible y al clima pasado. La propia palabra restaurar indica recuperar o volver a poner en el estado que antes tenía.
Pero en un escenario de clima cambiante, la reencarnación melancólica de un pasado que no volverá carece de sentido. Tampoco lo tiene volver a crear los ecosistemas que nos han llevado a la situación actual. ¿Qué podemos hacer entonces?
¿Repoblar o no repoblar?
Los incendios llevan 420 millones de años en la Tierra y la mayoría de las especies logran sobrevivir en el régimen de incendios al que están adaptadas.
En ocasiones, la repoblación será una necesidad urgente. Por ejemplo, cuando se ha quemado un bosque que está en la cabecera de una cuenca, en zonas con procesos erosivos importantes y donde haya problemas de corrimientos de tierras o de torrencialidad.
Pero cuando no haya urgencia, conviene dar una oportunidad a la regeneración natural y esperar unos años antes de actuar.
Especies resistentes al clima futuro
Se ha discutido mucho sobre si las repoblaciones deben ser con especies autóctonas o foráneas. Bajo un escenario de cambio climático este debate carece de sentido. Si plantamos las especies adaptadas al clima del pasado, corremos el riesgo de que mueran en unas pocas décadas. Por tanto, deberemos seleccionar las plantas adaptadas al clima por venir, que pueden ser especies que actualmente no crezcan en ese sitio, sino en otro más caluroso.
Para ello, disponemos de tres opciones diferentes. En primer lugar, deberemos echar mano de la variación intraespecífica. Esto es, para aquellas especies de distribución amplia, como lo son la mayoría de árboles, podemos seleccionar aquellas que procedan de una localidad más calurosa.
En segundo lugar, nos podemos plantear la sustitución de especies, como el carballo por la encina, por ejemplo. Este proceso se conoce como migración asistida.
Las plantaciones con especies foráneas, como los eucaliptos, también son una opción adecuada para la restauración de zonas agrícolas y baldíos, ya que, aparte de aportar cierto rendimiento económico que favorece a la estabilización de la población rural, se aumenta la fijación de carbono y se mejora la calidad de los suelos. Así se desprende de las conclusiones del mayor estudio global realizado hasta la fecha.
Las repoblaciones con eucaliptos también pueden servir de plantas nodrizas. Esto es, aportan sombra y mejoran las condiciones edáficas para la regeneración de árboles característicos de estadíos maduros que son más exigentes que el frugal árbol australiano. La literatura ecológica lleva tiempo pidiendo que dejemos de demonizar a los eucaliptos y cabe recordar que, en contra de la opinión popular, estos bosques no arden más que otros tipos de vegetación.
En tercer lugar, podemos plantearnos el uso de árboles transgénicos, que vayan a soportar mejor la aridez. En nuestro laboratorio, por ejemplo, hemos desarrollado variedades de chopo que resisten mejor la sequía y la salinidad bajo condiciones de escasa fertilidad.
Los transgénicos se han criticado porque pueden contaminar el polen de los árboles no modificados genéticamente. Pero los que hemos desarrollado son estériles, por lo que son totalmente seguros desde un punto de vista ecológico. Por desgracia, la legislación actual está a años luz de la ciencia y todavía no permite este tipo de actuaciones, por lo menos en Europa.
Gestionar la regeneración (natural o artificial)
Incluso cuando apostamos por la regeneración natural, nos enfrentamos al mismo dilema del clima futuro. Tras el terrible incendio de Guadalajara (España) en 2005, por ejemplo, los robles, que son capaces de rebrotar, se recuperaron antes que los pinos, que carecen de esa facultad.
Si un incendio se vuelve a producir, es probable que los pinos se extingan de la zona, ya que no son capaces de soportar múltiples incendios, pero el roble sobrevivirá. Ahora bien, los modelos nos indican que el calor y la sequía que habrá en esa zona en unas décadas estará más allá del límite tolerable para los robles que, en consecuencia, sucumbirán frente a estas condiciones.
Los incendios recurrentes se llevarán por delante a los pinos y el cambio climático a los robles en zonas como la del incendio de Guadalajara (aunque el ejemplo es extensible a otras zonas). Por tanto, deberemos llevar a cabo diferentes actuaciones de gestión para preparar ese bosque ante el clima futuro: actuaciones de reducción de combustible como las quemas prescritas para que los incendios sean menos dañinos, claras para disminuir la competencia entre árboles y, si fuera necesario, plantaciones siguiendo alguna de las tres opciones antes planteadas.
Cuando decidamos repoblar debemos tener claro que es como tener un hijo: un compromiso que se establece durante muchos años y al que deberemos mantener y asignar recursos económicos durante 20 años, o más, para asegurar su correcto desarrollo. Plantar un bosque y olvidarse de él es como no volver a preocuparse del niño: puede comprometer su futuro. En el caso de las repoblaciones, porque estaremos plantando los fuegos del futuro: acabarán ardiendo en incendios de alta intensidad debido a la elevada carga de combustible.
Actualmente, vivimos de espaldas al cambio climático. No estamos preparando nuestros ecosistemas para la sequía ni para el fuego y, por tanto, estamos por la senda de la matorralización tras los megaincendios.
Marc Castellnou, jefe del Grupo de Actuaciones Forestales (GRAF) de los Bomberos de Cataluña
“O gestionas el territorio con selvicultura, ganadería o agricultura o no tendrás capacidad de apagar estos incendios”
Con motivo de la celebración del 8º Congreso Forestal Español entrevisté a Marc Castellnou para la revista Foresta. Era una entrevista que teníamos también pendiente para osbodigital.es como ganador del último premio Batefuegos de Oro. Fue una entrevista extensa, con reflexiones que no dejarán indiferente a nadie, llena de información concreta que compartimos ahora aquí con alguna pregunta añadida. Para un público especializado Castellnou no necesita presentación, mejor leer sus reflexiones.
Desde siempre el mundo forestal ha reclamado más gestión forestal, sin demasiado éxito, como forma de prevenir o evitar grandes incendios forestales. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un fenómeno inverso, han sido los equipos de extinción los que han avisado de que o se gestiona el territorio o no podrán apagar esos grandes incendios. ¿Podemos llegar a una mayor gestión del paisaje forestal a partir de la llamada de atención de los equipos de extinción?
El mundo de los incendios empezó a apagar incendios para proteger a los bosques, pero, a finales del siglo XX, además apagamos incendios para proteger a la sociedad. Cuando los dispositivos de incendios decimos “cuidado, hay que gestionar el bosque” empieza a cambiar el paradigma, con mucha resistencia, porque la gente de la biodiversidad quiere más restricción y nosotros decimos “más restricción no porque no tenemos capacidad de extinción”.
La sociedad demonizó al sector forestal con las historias de repoblaciones, pinos e intereses industriales, y puso sus esperanzas en el mundo de la extinción. Ahora este mundo le dice que no puede con todo y la sociedad, cuando ve que su seguridad y sus intereses se pueden ver afectados, es cuando acepta que hay que intervenir antes. Este es el proceso que estamos viviendo ahora.
Sin embargo, los presupuestos aún no varían, los dispositivos de extinción reciben gran parte de la inversión que se hace en el mundo forestal.
Eso es cierto, hemos pasado del 30 % de inversión en incendios forestales al 90 %, lo que sucede es que no se recoge en las mismas partidas y por eso no se ve. Pero, cuando sumas todas las partidas, la inversión en extinción, o para facilitar la extinción, alcanza el 90 % de la inversión pública en el monte.
¿Es esa la estrategia adecuada?, ¿mayor inversión en medios va a garantizarnos mayor éxito en la extinción?
No, eso está claro, tenemos la necesidad de mantener nuestros equipos actualizados y modernizados, pero no es necesario seguir invirtiendo en extinción porque no tenemos mayor capacidad con los incendios tan intensos que estamos teniendo. Ya hemos llegado al máximo, al final de la curva. El límite de un bombero con todo su equipo delante de un frente de fuego son 10.000 kw/m de energía. Cuando tenemos incendios que están emitiendo 100.000 o 140.000 Kw/m es evidente que no podemos trabajar, no hay capacidad de supervivencia.
No queremos más medios de extinción. Lo que queremos son paisajes para que, con los medios que tenemos, podamos extinguir el incendio.
Despoblación rural, falta de gestión del territorio y cambio climático, el cóctel perfecto que crea las condiciones favorables para grandes incendios forestales ¿Cómo rompemos este triángulo?
Es muy difícil romperlo a estas alturas, tendríamos que haber visto el problema mucho antes. Básicamente, tienes que conseguir diversidad estructural en tu paisaje. Esta sociedad se ha urbanizado y no tiene intención de vivir en la España vaciada. Sin economía rural que cree un mosaico agrícola forestal tendremos que conseguir un mosaico forestal sano.
Comparo el incendio con una bola de nieve que baja por una ladera bien cubierta de nieve y homogénea. Cuando llega abajo ha cogido inercia y un gran peso. Con el incendio sucede lo mismo, sin una estructura variada coge inercia y no hay quien lo pare. Tendremos que generar economía forestal.
El cambio climático parece la excusa perfecta para cualquier problema en el medio natural, el paraguas que todo lo cubre ¿no puede sonar a excusa?
El cambio climático tiene tanta importancia porque es un problema sobre otro problema estructural, que es la falta de gestión de los paisajes. Le echamos la culpa al cambio climático pero ha quedado demostrado que, incluso con el cambio climático, si nuestros montes están gestionados no tenemos intensidades que nos superen.
Necesitamos diversidad en la estructura de los paisajes para poder limitar esos incendios. Si no tenemos ese paisaje no podemos hacer extinción.
Otra cosa es que el mundo de los incendios tiene que entender más de ecología del fuego. Los incendios son perturbaciones que crean espacios de regeneración en estos bosques para seguir adaptándose a un clima cambiante. No podemos entrar en la próxima década con bosques que nacieron en un clima que ya no existe y que desapareció décadas atrás. La forma de adaptar nuestros bosques al cambio climático es generando espacios y eso lo logramos con gestión o con perturbaciones. Los incendios son la perturbación que está generando nuestros montes ante nuestra incompetencia para hacerlo.
¿Cómo generamos economía forestal si el mercado no quiere esos productos y, además, el precio que paga por ellos no es rentable?
El mundo primario agrícola y forestal no solo está generando productos económicos para vender, está creando seguridad para el mundo turístico e industrial. El perímetro agrícola que supone el vino del Penedés alrededor de la zona sur de Barcelona es lo que la protege de los grandes incendios de la zona interior. Si perdemos esa zona agrícola esos incendios serán un problema y vamos a tener que invertir gran cantidad de dinero y esfuerzos públicos, que era lo que teníamos que haber hecho antes para no perder ese paisaje mosaico. Hay que cambiar la manera en la que pensamos el paisaje y en la que mantenemos esa economía rural. El sector primario es ya un sector terciario porque está dando un servicio de seguridad. Hay que valorarlo y revertirlo en quien lo produce.
Sin embargo, las estadísticas muestran que hay menos incendios y que incluso el número de grandes incendios ha disminuido ¿Hasta qué punto la reducción del número de incendios y de la superficie quemada es un logro de los dispositivos de extinción?
Es atribuible a que cada vez hemos creado un monstruo más grande y más rápido para apagar incendios. El sistema de extinción de los años sesenta apagaba incendios de baja intensidad, el de los años 80 apaga los incendios de media intensidad y el actual apaga los incendios de alta intensidad. Apagamos todos los incendios que hacen menos daño, pero el incendio de extrema intensidad es el que se escapa al sistema de extinción. Con toda la inversión que estamos haciendo siempre estamos evitando el problema por la parte baja, nunca por la parte alta. Además, cuando tú aumentas tu capacidad de extinción lo que haces es aumentar la capacidad de extinguir incendios que antes no eliminabas. Es decir, sigues acumulando vegetación, con lo cual, el siguiente será más intenso que el anterior. Y la respuesta que damos es invertir más en extinción para apagar el siguiente incendio, lo que aumentará el combustible que arderá en el próximo.
Pero la sociedad quiere evitar alarmas y situaciones de riesgo, no quiere perder superficie forestal porque cree que cada hectárea que se quema es una catástrofe
Conseguimos reducir el número de incendios y superficie quemada, pero cuando se nos escapa uno de ellos se convierte en el más rápido, el más intenso y peligroso que hemos visto. Lo que vimos en el incendio de Navalacruz, Sierra Bermeja, California, Pedrograo y Australia es esto: nunca habíamos tenido incendios quemando 14.000 hectáreas hora. Naciones Unidas los ha denominado incendios a escala de paisaje, cambian todo un ecosistema.
Tenemos que entender que no estamos aquí para defender un pasado. Las decisiones que toma ahora el dispositivo de extinción conforman el paisaje del mañana. Hace cuarenta años que tomamos decisiones para apagar llamas y hemos creado un mundo de incendios incontrolable. Ahora hay que tomar decisiones para tener un mundo donde se pueda vivir con esos incendios, que son perturbaciones.
El problema va a venir para el centro y norte de Europa, que no conocían los incendios forestales y van a tener que acostumbrarse a ellos.
¿Está hablando de utilizar el incendio como la primera herramienta de gestión forestal o de prevención para el siguiente? ¿Se puede utilizar el mismo incendio forestal para hacer prevención?
La única manera en la que hemos apagado grandes incendios últimamente es con las manchas de los incendios anteriores. O gestionas el territorio con selvicultura, ganadería o agricultura o no tendrás capacidad de apagar esos incendios. Estamos en una tesitura en la que será el propio incendio, con las manchas que cree, el que servirá para apagar el siguiente.
¿Está la sociedad capacitada para entender este mensaje? ¿Podrá admitir que para que no haya otro incendio el próximo verano quizás sea necesario que el de ahora queme más hectáreas?
La sociedad puede que no esté preparada, pero habrá que hacer el esfuerzo de explicárselo. Hasta ahora solo hemos explicado todos contra el fuego. Ahora hay que explicarle que no es solo ir contra las llamas sino que es consumir con conciencia, que así favoreces un paisaje u otro. Nuestra manera de vivir tiene un impacto en nuestro entorno. Y, a nivel fiscal, deberíamos tener en cuenta las actividades que tienen un impacto en la seguridad de la sociedad.
Las actuaciones de prevención más habituales son, en realidad, facilitadoras de la extinción (cortafuegos, fajas, puntos de agua, pistas), no producen cambios estructurales en el paisaje que dificulten la propagación de los grandes incendios ¿pueden impedir, por falta de presupuesto público, una inversión mayor en la gestión forestal del monte?
En el marco político actual esto pasa. Invertimos en fajas cortafuegos, puntos de agua, pistas, etcétera, eso no es invertir en prevención eso es hacerlo en preextinción. Invertir en prevención es evitar que el incendio propague en alta intensidad y eso es gestión forestal. Hay que separar las dos cosas. La gestión permite reducir la cantidad de energía emitida por estos incendios, lo que supone para nosotros una oportunidad de extinción.
También tenemos que analizar la parte de culpa que tenemos los servicios forestales porque cuando el político ha preguntado qué necesitáis para apagar incendios hemos dicho medios de extinción. Ahora le decimos que no podemos y la sociedad pensará que no somos buenos en nuestro trabajo.
¿Qué es necesario para cambiar ese enfoque?
Educar a la sociedad en ecología forestal. Tiene que entender que un bosque no es un decorado, es un ecosistema vivo que evoluciona y cambia constantemente. Tiene que entender que no puede mantener el bosque viejo de toda la vida, que ese bosque va a morir y vendrá otro bosque parecido pero diferente.
¿Cuáles de estas actuaciones de prevención o preextinción que siguen siendo imprescindibles para los dispositivos de extinción?
Mantener los accesos es básico y también mantener la autoprotección de las zonas en interfaz. Si esto no se hace tendremos que desviar recursos para proteger esas zonas y abandonaremos el monte. Esto es un tema peliagudo porque no puede ser que el dinero de gestión forestal vaya a autoprotección de viviendas. Sus propietarios tienen que encargarse de autoprotegerse. Si no lo hacen así, son personas que están segando la protección del resto frente al riesgo de incendios.
El dispositivo de extinción no puede ser un sistema de extinción sesgado hacia el capital, debe ser un servicio público que busca el bien común.
Cuando se menciona el fuego prescrito como una de las herramientas para ese nuevo enfoque de la prevención (en el que los GRAF han sido un referente) ¿hasta qué punto las quemas prescritas pueden producir ese cambio cualitativo o cuantitativo que la prevención necesita en la gestión de los combustibles?
Digamos que es una vacuna contra los grandes incendios. Otra cosa es que la podamos aplicar a gran escala. La cuestión es que o vacunamos una superficie alta frente a incendios o no nos va a servir. El problema es la cantidad de fuego prescrito que podemos utilizar, hay muchas zonas protegidas y el mundo de la biodiversidad que no lo entiende. Llevamos 25 años de programas de quemas en Cataluña y estamos por debajo de lo que deberíamos haber hecho.
Frente a los reacios a utilizar las quemas prescritas están los que consideran que se puede utilizar muy fácilmente, con frecuencia y con efectos siempre positivos
Años de experiencia nos ha permitido observar que cuando quemas en invierno consigues efectos diferentes a cuando lo haces en verano. En invierno favorecemos las rebrotadoras, en verano favorecemos los bancos de semilla. Una quema de invierno en una ladera del Pirineo pierde efecto en cinco años, si la hacemos en verano dura veinte. Es debido al momento fenológico de las plantas. En verano eliminas las reservas que pueden acumular las rebrotadoras, con lo cual favoreces pasto y zonas adehesadas. El ecosistema está acostumbrado a quemar en la época de incendios, cuando introduces el fuego en otra época, más segura para quemar, favoreces otros efectos sobre el ecosistema. Hay que tener en cuenta muchas variables.
Qué problemas hay para que las quemas se conviertan en una solución más importante?
Las quemas prescritas tienen dos problemas: la capacidad de producir la cantidad que sería necesaria, que también la tienen los americanos y los australianos, y la necesidad de llevarlas al periodo natural de los incendios.
Las quemas son una herramienta más que pueden tener una gran utilidad, pero hay que saber gestionar incendios en verano. Lo ideal sería transformar incendios de alta intensidad en incendios de baja intensidad, pero estamos lejos de lograrlo.
¿Qué relación existe entre el mundo de la extinción de incendios y el de la ciencia forestal?
El mundo de los incendios ha crecido estos años y ha dejado de ser un peón que aplica conocimientos para ser una parte de la investigación. Nuestros cinco mil bomberos de Cataluña son cinco mil sensores recogiendo datos para esa investigación. Nos hemos convertido en parte del laboratorio de investigación. Por otra parte, nuestra gente de extinción ha entrado mucho en el de la investigación, son campos muy conectados.
Pero, aún así, quiero destacar que el mundo de la extinción anda solo por ahí delante y no es extraño que el mundo científico discuta lo que describes que has observado. La ciencia está para dar explicación a lo que sucede en el mundo, no para discutir incluso lo que has visto y cuestionar que sea real. Lo vimos en el incendio de Pedrograo donde nos discutían las velocidades de avance del incendio. Otra cosa es que la ciencia no pueda explicarlo, pero debería utilizar la información de nuestra experiencia.
¿Qué campos científicos considera que serán los más necesarios para los equipos de extinción en los próximos años?
Por un lado, el factor humano y la gestión de incertidumbre, saber cómo nuestra sociedad tiene capacidad de absorber el impacto de los incendios masivos que vamos a tener. Las decisiones que vamos a tomar están muy ligadas a la aceptación social y la forma que tenemos de comunicar para que la sociedad lo acepte. Esto es lo que nos va a permitir tener margen de maniobra.
Por otro lado, necesitamos modelos de simulación físicos nuevos, estamos trabajando con los modelos de los años 70. Otra cuestión es la certificación del mundo científico de que el incendio no es malo per sé, que es una cuestión de intensidad y momento fenológico, un proceso natural de reciclaje de nutrientes, de favorecer evolución del ecosistema, resiliencia y adaptación.
La línea de más conocimiento de la física del comportamiento del fuego y la aceptación del fuego en el mundo de la ecología como un proceso natural son las dos cosas que más están ayudando a evolucionar.
¿Cómo ayuda a la lucha contra los incendios categorizar los incendios en generaciones?
Como todo lo que esté mal usado puede generar confusión. Lo inventamos nosotros en 2002 para explicarle a nuestros políticos cómo estaban evolucionando los incendios. Creamos un concepto simplificado para explicar muchos conceptos complejos y al final tuvo fortuna y se viralizó. Lo de la sexta generación es porque vimos cosas nuevas en Chile y Portugal: el cambio climático está provocando unas intensidades nuevas que provocan tormentas de fuego. Es un salto de intensidad. Lo que sucede es que entre la prensa y los políticos parece que hay una carrera para ver quién tiene el incendio más grave. Cuando oyes al presidente de Estados Unidos hablar de incendios de sexta generación dices ¿pero, qué hemos hecho?
¿Habrá incendio de séptima generación?
En estos momentos mi mente no da para imaginar más elementos que nos lleven a otra generación, yo creo que estamos en el tope. Lo que vamos a ver es una reducción de estos incendios hacia la cuarta o tercera generación en la medida en que nuestros ecosistemas vayan adaptándose al cambio climático, sea la adaptación de forma brusca o controlada.
¿Unos premios como los Batefuegos de Oro o cualquier otro tipo de visibilización ante la sociedad de los profesionales que luchan contra los incendios forestales aporta valor al colectivo y a lo que hace?
Evidentemente que tiene valor, es un reconocimiento a lo que estás haciendo y es una motivación para las nuevas generaciones. Tenemos un problema grave de captación de talento y necesitamos talento en el mundo forestal en general. Si reconoces al personal le estás diciendo no estás solo, no es tu manía, hay una comunidad que se respeta a sí misma, se reconoce su valor, y tiene capacidad para presentarse delante de la sociedad. Esto tiene un valor intangible que a lo mejor no vemos ahora pero que acabaremos notándolo.
El ingeniero forestal cree que el abandono del mundo rural favorece los incendios y aboga por realizar quemas controladas en invierno como elemento de prevención y para formar al personal con fuego real
Cada verano, el fuego arrasa con decenas de montes y bosques en España; este año se han quemado ya 170.000 hectáreas forestales. Pero también puede servir para limpiar el monte a través de las quemas controladas. Lo sabe bien Ferran Dalmau-Rovira (Carcaixent, Valencia; 44 años), ingeniero forestal e instructor en cursos de quemas de la Escuela Nacional de Protección Civil, donde forma al personal con incendios controlados para el desarrollo de sus operaciones reales en incendios forestales. “El fuego es un muy buen servidor, pero muy mal amo”, resume. Este experto, que dirige la consultora Medi XXI GSA —que asesora a administraciones y entidades privadas sobre gestión ambiental—, cree que el abandono del mundo rural favorece los fuegos y pide al Estado destinar más recursos para frenar la despoblación
Pregunta. ¿A qué se debe la oleada de incendios en España?
Respuesta. En España queda un 20% de población rural y la sociedad urbana solo se acuerda del campo en verano, cuando ve humo en el monte. El incendio forestal es el síntoma de una enfermedad mucho más grave: nuestro modelo de relación con el sistema natural que nos sustenta. Los fuegos son la consecuencia de habernos desentendido del medio natural durante décadas. Los incendios de hoy empezaron hace años, cuando la gente abandonó las casas de los pueblos para irse a la ciudad. España es uno de los países más forestales de la UE, junto con los países nórdicos: la superficie forestal es el 55% del territorio. La gente cree que estamos perdiendo masa forestal y es falso.
P. ¿La despoblación causa incendios?
R. Sí. Hicimos un informe para Greenpeace que muestra cómo el abandono de los pueblos ha afectado a los incendios forestales. Se han abandonado muchas hectáreas de cultivos, y ahora son zonas con rastrojos y matorrales que arden con facilidad, y no se están gestionando. Hasta que nace un bosque maduro pasan décadas.
Imagen: OSBO
P. ¿Los incendios en España se están haciendo más grandes?
R. Según los datos de Transición Ecológica, de 2009 a 2018 hubo de media 12.182 fuegos, de los cuales unos 8.000 son conatos (los que queman menos de una hectárea) y unos 4.000 son incendios (más grandes). En 2019, último año prepandemia, 10.883 fuegos, de los que 7.290 se apagaron en fase de conato. Pero el incendio que se apaga no es noticia. Somos muy buenos apagando incendios, así que el número de incendios va a la baja. El problema está en los grandes incendios forestales, los que superan las 500 hectáreas. En 2019 tuvimos 14 grandes incendios, pero fueron responsables del 34% de la superficie quemada ese año. Este año llevamos ya 43 grandes incendios. Se producen con alta temperatura y humedad muy baja.
P. ¿Por qué ocurre esto?
R. Hemos roto la cadena trófica: las plantas hacen la fotosíntesis y convierten la energía en biomasa vegetal, luego los herbívoros se comen esa vegetación y los carnívoros a estos. Pero como hemos abandonado el campo, la cadena se ha roto y acumula energía de forma desorbitada. Además, la quema de combustibles fósiles ha movilizado mucha energía, y se está traduciendo en un incremento mundial de los rayos en un 12%, así que la probabilidad de que un rayo toque el suelo y provoque un incendio es mayor. El año pasado en la Columbia Británica (Canadá) hubo 710.000 rayos en 15 horas, de los cuales unos 112.000 tocaron suelo y provocaron 130 incendios forestales simultáneos. Y eso es imposible de apagar.
P. ¿Influye el cambio climático?
R. Sí. El cambio climático implica un cambio de vegetación. Muchos bosques de los que conocemos en la Península Ibérica van a desaparecer, porque nacieron en unas condiciones ambientales que ya no existen, y van a morir por fuego, por sequía o por plagas. Además, corremos un riesgo brutal de desertificación. Según la FAO, un centímetro de suelo fértil tarda mil años en formarse, y si perdemos ese suelo perdemos la posibilidad de vegetación.
P. ¿Hay suficientes medios de extinción en España?
R. España tiene en proporción más medios aéreos que EEUU (9,7 aeronaves por millón de hectáreas frente a 2,75). Pero hay comunidades que no tienen suficientes medios, con el trabajo de extinción precarizado y tienen pedir siempre ayuda al Estado. Según los últimos datos de la Asociación Española de Empresas Forestales, en 2018 se invertía en España de media 35,38 euros por hectárea; las comunidades que menos invierten son Aragón (14,64) y Castilla y León (17,43). En total son 21,02 euros por habitante, de los cuales solo 3,25 es en prevención. El gran vampiro de la de la del sector forestal es la extinción de incendios. Pero ya estamos en un punto en el que por más camiones y aviones que compres no vas a conseguir mejores resultados.
P. ¿Esto tiene una parte negativa?
R. Nuestros ecosistemas están adaptados a un régimen de incendios naturales, por ejemplo por rayos. Pero ahora se apagan y el combustible se acumula. Así que se da la paradoja de la extinción: a medida que somos más eficientes apagando incendios, favorecemos la aparición de grandes incendios, porque todo lo que no se quema de forma natural se quemará cuando llegue un incendio más grande. Es igual que los terremotos: puede haber uno muy grande o muchos pequeños.
P. ¿Los ciudadanos tienen responsabilidad?
R. Sí. Que un agricultor decida cosechar en horario prohibido no es culpa de ningún político. O el señor que se pone a cortar con la radial al lado de un campo de hierba seca. Ha pasado muchas veces. Además, en 2018 hicimos un estudio donde comprobamos que el 80% de los municipios españoles con obligación de tener un plan de incendios no lo tenían ni redactado.
P. ¿Qué pasa si llueve en terreno quemado?
R. Todo está relacionado. Hay un ciclo del agua, que se evapora desde los océanos, forma nubes y se precipita en forma de lluvia. Cuando cae a la tierra, si hay un bosque en buenas condiciones, el 90% de esa agua se filtra a los acuíferos y el 10% se convierte en escorrentía, es decir, riadas. Pero el terreno se quema se invierten los porcentajes y el 90% del agua se convierte en riada y provoca daños. Nosotros trabajamos la silvicultura ecohidrológica, una forma de gestión forestal de los bosques que pone el foco en el estado de la vegetación y su relación con el agua. Y hemos comprobado que tan malo es que no haya bosque como que esté hiperdensificado, eso puede reducir hasta un 59% el agua que llega a los ríos.
P. ¿Qué herramientas forestales pueden ayudar en esto?
R. Hay que mejorar el aprovechamiento de masas forestales, tanto para producción (corcho, madera…) como para conservación. Otra herramienta son las quemas prescritas, fuegos provocados para eliminar biomasa muerta, que se pueden hacer en invierno o incluso en verano si hay buenas condiciones. Esto tiene ventajas: formas al personal de extinción con fuego real, los bomberos llegan antes de que empiece el incendio y puedes elegir si quieres el fuego vaya rápido o despacio. Las comunidades que más quemas están haciendo son Canarias y Cataluña.
P. ¿Tiene sentido mantener operativos solo de junio a septiembre?
R. Hay una desestacionalización del riesgo. Los incendios no se apagan en invierno, sino cuando se producen, pero en invierno se pueden hacer quemas prescritas y gestión forestal. Y para eso hace falta gente. Como muchos servicios forestales son precarios y trabajan pocos meses, mucha gente cambia de trabajo en cuanto puede y se pierde su experiencia.
P. ¿Se están aprovechando bien los bosques?
R. En los años 70, en los montes españoles había 450 millones de metros cúbicos de volumen de madera. En 2010 esa cifra casi había llegado a los 1.000 millones de metros cúbicos. Antes la gente se calentaba con biomasa, es decir, leña; ahora se calientan con gasóil o electricidad. Los troncos de los árboles no suelen arder, pero es un dato que muestra cómo la energía vale dinero. Tenemos energía en los bosques, pero estamos hablando de gasoductos.
P. ¿Qué podemos hacer en la España rural?
R. En España hay 27,6 millones de hectáreas, de las que 20,2 son privadas. Y no solo terratenientes: hay muchos minifundios que la gente no puede gestionar. El 82% de los municipios en España son rurales y representan el 84% de la superficie, pero reciben muy poco dinero: no tienen centros de salud, oferta cultural ni buena conexión a Internet. Sin eso es difícil que la gente deje la ciudad y se vuelva al campo, y menos a trabajar en el sector primario. Un 61% de los pueblos no llega a mil habitantes. Hay una relación estrecha entre la emergencia climática y la emergencia demográfica. El segundo problema es que España es un país eminentemente forestal donde el 72% de las hectáreas forestales (que representan el 55% del territorio) no tiene un plan de ordenación, es decir, que no tiene gestión, lo que incrementa el riesgo de incendio. El Estado tiene que mandar recursos hacia los sectores forestal y agrícola y no abandonar la economía rural. Cada año se abandonan 64.500 hectáreas de actividad primaria.
P. ¿La agricultura y el pastoreo son políticas contra los incendios?
R. Sí. Los incendios forestales y su relación con el cambio climático son un problema complejo con muchas variables. Hacen falta soluciones multivariables de impulso a la economía rural, gestión forestal, políticas contra la despoblación… En 2002 había en España casi 18 millones de hectáreas de cultivo; en 2017 se había perdido un millón. A inicios del siglo XXI teníamos 9,4 millones de hectáreas de pastos y en 15 años se han perdido dos millones. Todo ese territorio no es bosque, se puede quemar fácilmente. Y sin población no se puede gestionar. Un territorio despoblado y abandonado es un territorio altamente inflamable y muy vulnerable a la desertificación. Nos vamos a tener que plantear la creación de nuevas comunidades rurales resilientes que trabajen en el sector primario. Y, por ejemplo, pagar a los agricultores una renta complementaria por servicios ambientales de gestión del territorio, e impulsar la ganadería extensiva, que protege frente a los incendios. Luego hay gente que se cree que declarando un parque natural ya no se va a quemar, pero la protección sin inversión en gestión no sirve para nada. Este verano se ha quemado parte de Monfragüe y de Guadarrama. Todo lo que no gestionemos nosotros será gestionado por el fuego y seguramente contra nosotros.
P. ¿Qué hacer con las zonas que ya se han quemado?
R. Lo primero, ver cómo se regeneran y ayudar en esa regeneración, y lo segundo, hacer diques de laminación de avenidas y otras obras de emergencia para proteger el suelo. El incendio forestal no se acaba cuando se apaga, sino que tiene consecuencias durante muchos años después. Solo en el tratamiento, recogida y distribución de biomasa se podrían crear 25.000 puestos de trabajo directos con los que ahorranos importar 20 millones de barriles de petróleo al año. Se podrían sustituir calderas de gasóil por calderas de biomasa. Muchos de los árboles quemados siguen teniendo valor energético. España gasta más en fútbol o en política militar que en desarrollo rural o prevención de incendios forestales.
Madrid, 9 de agosto de 2022.- El Colegio Oficial de Ingenieros de Montes ha valorado hoy el Real Decreto Ley aprobado por el Gobierno el pasado día 1 de agosto, que comporta una serie de modificaciones en la vigente Ley de Montes.
El COIM considera que las medidas incluidas se restringen al ámbito del operativo de extinción de incendios, incluyendo la vigilancia y prevención estricta, modificando la legislación aplicable. En este sentido, el Colegio no entra en la oportunidad de estas, en general justificables, sino en el procedimiento para su aprobación que modifica el habitual realizado hasta la fecha en base a un previo consenso alcanzado dentro de los órganos de coordinación existentes entre el Gobierno y las CC.AA., titulares de la mayor parte de competencias afectadas.
Para el COIM, la posible y necesaria mejora de su contenido debería ser abordada en el trámite parlamentario de convalidación en el caso de que se acordara su trámite como proyecto de Ley ordinaria.
El Colegio Oficial de Ingenieros de Montes recuerda los elevados riesgos que supone eliminar los planes de incendios en zonas de alto riesgo y elegir que los planes anuales cubran todo el territorio de una CC.AA., ya que se corre el peligro de una rutinaria reiteración de estos. Además, añade que deberían ser las CC.AA. quienes evalúen la idoneidad de un modelo único de emergencias en un país tan diverso como el nuestro.
El COIM también considera que el verdadero problema de esta norma no se refiere a lo relacionado con la extinción, sino a las omisiones del Real Decreto: esto es, no abordar el problema que supone el estado de excesiva densidad por abandono de los montes, incluyendo las zonas periféricas de los mismos tanto de terrenos agrícolas abandonados como de interfaz urbano-forestal. También recuerda que el reto es demasiado serio y complejo para ser condicionado por demandas a corto plazo de determinados colectivos y por su potencial dimensión electoral.
Desde hace más de una década, ha ido emergiendo y consolidándose una convergencia entre los especialistas en incendios referida a que no hay que reforzar la desproporcionada atención que se presta a la extinción frente al estado de manifiesto abandono de los montes en buena parte de nuestro país. Para el COIM, las políticas que solo invierten en represión (incendios, salud, seguridad) acaban fracasando al no abordar el problema de fondo. Y abordarlo es lo que caracteriza precisamente a políticas progresivas, de largo alcance frente a las meramente reactivas. El Colegio afirma que esta reflexión es compartida en sectores mucho más amplios de nuestra sociedad, como se puso de manifiesto en el pasado 8ª Congreso Forestal Español organizado por la Sociedad Española de Ciencias Forestales.
El Colegio Oficial de Ingenieros de Montes asegura que, en el caso de nuestro país, además de los medios que ya tenemos para extinguir los incendios, necesitamos modificar la estructura de nuestros montes para hacerlos mucho más resilientes. Así podremos extinguir los incendios, evitando situaciones explosivas y facilitando su restauración posterior. Para ello, el COIM afirma que se requiere de una prevención que vaya mucho más allá de la actual, apenas limitada a actuaciones lineales (cortafuegos), mantenimiento de los accesos, depósitos de agua y vigilancia.
Abordar ese reto de transformación de las masas forestales, tras décadas de abandono, requiere de un análisis mucho más sereno, sosegado y participativo. En este sentido, el COIM destaca que es necesario trabajar sobre los siguientes puntos:
Complementar el principio de precaución ambiental, que provoca -en un creciente número de casos- la parálisis de toda gestión forestal, con el riesgo que supone no actuar
Entender que la recuperación de la gestión forestal en nuestro territorio es estratégica para conseguir domar el creciente riesgo de incendios catastróficos que, en sus fases álgidas, no pueden ser abordados por ningún medio de extinción existente.
Abordar la asignatura pendiente de la financiación forestal por su peculiar naturaleza y gran extensión territorial y que actualmente apenas dispone de unos recursos marginales (11 €/ha/año) frente a la agricultura (400 €/ha/año) pese a que los bosques generan muchos más servicios ambientales y se ubican en las zonas con más riesgo de despoblación. La base de los recursos de las CC.AA., el PIB, y su relación con su riqueza de bosques, se sitúa en una relación 1/71 entre las CC.AA. más extremas.
Abordar la financiación de los servicios ambientales que proporcionan los bosques y que suponen la justificación de un excepcional grado de intervencionismo difícilmente comparable y para la que existe base legal (Artículo 65 Ley de Montes, Disposición final 7ª, Ley de Cambio Climático y transición energética, ampliar el principio de plena reversión de costes a los servicios en la Directiva Marco de Aguas, entre otras). El plazo previsto en el caso de la Ley de Cambio Climático expiró en el pasado mes de mayo.
Abordar también el minifundio imperante en la propiedad forestal que permita la gestión de extensas áreas en el Noroeste y zona Mediterránea, especialmente en los límites de los montes con otros usos del suelo.
Priorizar las primas de la PAC para cultivos poco combustibles (vid, frutales) que generen mosaicos de zonas libres de vegetación estratégicamente situados para el trabajo de los equipos de extinción en caso de incendio.
Por último, abordar de forma prioritaria una regulación de la interfaz-urbano forestal incluyendo la coordinación con el urbanismo y las obligaciones de los titulares de los terrenos urbanos afectados.
El Colegio Oficial de Ingenieros de Montes concluye que esta mayor resiliencia será útil para la lucha contra los incendios y para mejorar su resistencia a los extremos del cambio global. Además, también mejorarán los caudales hídricos, la capacidad pastable y la producción de carne de calidad carbono-neutral, la biodiversidad y el paisaje.
Por otra parte, estaremos contribuyendo a generar empleo rural, a luchar contra la despoblación y a disponer de energía renovable, lo que nos permitiría ser mucho menos vulnerables ante crisis de suministro como la actual.