El Gobierno autoriza actuaciones de emergencia para mitigar el riesgo hidrológico de los terrenos afectados por el incendio forestal de Sierra Bermeja II (Málaga)
El Heraldo de Aragón ha publicado recientemente esta entrevista con Ignacio Pérez-Soba, doctor Ingeniero de Montes, decano del Colegio de Ingenieros de Montes de Aragón y funcionario del Cuerpo de Ingenieros de Montes de la DGA. En dicha entrevista, aporta su visión sobre la gestión forestal en Aragón y analiza las razones de los últimos grandes incendios en un verano catastrófico para dicha Comunidad.
Las repoblaciones, cuando sean necesarias, deben realizarse con especies que puedan soportar el clima que viene y gestionarse correctamente para evitar que el bosque vuelva a arder.
Europa está sumida en una de las peores sequías registradas hasta la fecha mientras los incendios se ceban con sus debilitados bosques.
Los matorrales conforman el ecosistema antrópico por excelencia en el sur del continente (aun cuando algunos puedan ser naturales). Fueron forjados con el fuego que renovaba el pasto para la Mesta, con la sobreexplotación al tratar de sostener a un imperio naval o con los intereses de la propiedad privada en las desamortizaciones, según el país.
Aunque esta tendencia se ha revertido en las últimas décadas y la superficie forestal ha aumentado, la sequía y los incendios incrementan el potencial para un nuevo episodio de deforestación y matorralización generalizada.
Estos ecosistemas pueden ser fuente de biodiversidad, pero la matorralización es reconocida como una de las principales amenazas para la amortiguación climática que nos aportan los bosques, desde el Amazonas hasta el Mediterráneo. No solo disminuye la asimilación de carbono en los matorrales, sino que también lo hace la lluvia en zonas de influencia convectiva y se altera el balance energético, amplificando el cambio climático.
¿Cómo podemos evitar la deforestación ahora que hemos entrado en la era de los megaincendios?
Autoría: Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida
Europa está sumida en una de las peores sequías registradas hasta la fecha mientras los incendios se ceban con sus debilitados bosques.
Los matorrales conforman el ecosistema antrópico por excelencia en el sur del continente (aun cuando algunos puedan ser naturales). Fueron forjados con el fuego que renovaba el pasto para la Mesta, con la sobreexplotación al tratar de sostener a un imperio naval o con los intereses de la propiedad privada en las desamortizaciones, según el país.
Aunque esta tendencia se ha revertido en las últimas décadas y la superficie forestal ha aumentado, la sequía y los incendios incrementan el potencial para un nuevo episodio de deforestación y matorralización generalizada.
Estos ecosistemas pueden ser fuente de biodiversidad, pero la matorralización es reconocida como una de las principales amenazas para la amortiguación climática que nos aportan los bosques, desde el Amazonas hasta el Mediterráneo. No solo disminuye la asimilación de carbono en los matorrales, sino que también lo hace la lluvia en zonas de influencia convectiva y se altera el balance energético, amplificando el cambio climático.
¿Cómo podemos evitar la deforestación ahora que hemos entrado en la era de los megaincendios?
Restauraciones que miran al pasado
En primer lugar, debemos aclarar qué tipo de bosque queremos restaurar: ¿el ecosistema de antes del incendio o uno adaptado al clima futuro? Y, de elegir esto último, ¿a qué futuro? ¿Al del año 2050, 2100 o a otro todavía más lejano?
La restauración forestal siempre ha mirado atrás: buscaba establecer el tipo de bosque más maduro que fuera posible, en base al suelo disponible y al clima pasado. La propia palabra restaurar indica recuperar o volver a poner en el estado que antes tenía.
Pero en un escenario de clima cambiante, la reencarnación melancólica de un pasado que no volverá carece de sentido. Tampoco lo tiene volver a crear los ecosistemas que nos han llevado a la situación actual. ¿Qué podemos hacer entonces?
¿Repoblar o no repoblar?
Los incendios llevan 420 millones de años en la Tierra y la mayoría de las especies logran sobrevivir en el régimen de incendios al que están adaptadas.
En ocasiones, la repoblación será una necesidad urgente. Por ejemplo, cuando se ha quemado un bosque que está en la cabecera de una cuenca, en zonas con procesos erosivos importantes y donde haya problemas de corrimientos de tierras o de torrencialidad.
Pero cuando no haya urgencia, conviene dar una oportunidad a la regeneración natural y esperar unos años antes de actuar.
Especies resistentes al clima futuro
Se ha discutido mucho sobre si las repoblaciones deben ser con especies autóctonas o foráneas. Bajo un escenario de cambio climático este debate carece de sentido. Si plantamos las especies adaptadas al clima del pasado, corremos el riesgo de que mueran en unas pocas décadas. Por tanto, deberemos seleccionar las plantas adaptadas al clima por venir, que pueden ser especies que actualmente no crezcan en ese sitio, sino en otro más caluroso.
Para ello, disponemos de tres opciones diferentes. En primer lugar, deberemos echar mano de la variación intraespecífica. Esto es, para aquellas especies de distribución amplia, como lo son la mayoría de árboles, podemos seleccionar aquellas que procedan de una localidad más calurosa.
En segundo lugar, nos podemos plantear la sustitución de especies, como el carballo por la encina, por ejemplo. Este proceso se conoce como migración asistida.
Las plantaciones con especies foráneas, como los eucaliptos, también son una opción adecuada para la restauración de zonas agrícolas y baldíos, ya que, aparte de aportar cierto rendimiento económico que favorece a la estabilización de la población rural, se aumenta la fijación de carbono y se mejora la calidad de los suelos. Así se desprende de las conclusiones del mayor estudio global realizado hasta la fecha.
Las repoblaciones con eucaliptos también pueden servir de plantas nodrizas. Esto es, aportan sombra y mejoran las condiciones edáficas para la regeneración de árboles característicos de estadíos maduros que son más exigentes que el frugal árbol australiano. La literatura ecológica lleva tiempo pidiendo que dejemos de demonizar a los eucaliptos y cabe recordar que, en contra de la opinión popular, estos bosques no arden más que otros tipos de vegetación.
En tercer lugar, podemos plantearnos el uso de árboles transgénicos, que vayan a soportar mejor la aridez. En nuestro laboratorio, por ejemplo, hemos desarrollado variedades de chopo que resisten mejor la sequía y la salinidad bajo condiciones de escasa fertilidad.
Los transgénicos se han criticado porque pueden contaminar el polen de los árboles no modificados genéticamente. Pero los que hemos desarrollado son estériles, por lo que son totalmente seguros desde un punto de vista ecológico. Por desgracia, la legislación actual está a años luz de la ciencia y todavía no permite este tipo de actuaciones, por lo menos en Europa.
Gestionar la regeneración (natural o artificial)
Incluso cuando apostamos por la regeneración natural, nos enfrentamos al mismo dilema del clima futuro. Tras el terrible incendio de Guadalajara (España) en 2005, por ejemplo, los robles, que son capaces de rebrotar, se recuperaron antes que los pinos, que carecen de esa facultad.
Si un incendio se vuelve a producir, es probable que los pinos se extingan de la zona, ya que no son capaces de soportar múltiples incendios, pero el roble sobrevivirá. Ahora bien, los modelos nos indican que el calor y la sequía que habrá en esa zona en unas décadas estará más allá del límite tolerable para los robles que, en consecuencia, sucumbirán frente a estas condiciones.
Los incendios recurrentes se llevarán por delante a los pinos y el cambio climático a los robles en zonas como la del incendio de Guadalajara (aunque el ejemplo es extensible a otras zonas). Por tanto, deberemos llevar a cabo diferentes actuaciones de gestión para preparar ese bosque ante el clima futuro: actuaciones de reducción de combustible como las quemas prescritas para que los incendios sean menos dañinos, claras para disminuir la competencia entre árboles y, si fuera necesario, plantaciones siguiendo alguna de las tres opciones antes planteadas.
Cuando decidamos repoblar debemos tener claro que es como tener un hijo: un compromiso que se establece durante muchos años y al que deberemos mantener y asignar recursos económicos durante 20 años, o más, para asegurar su correcto desarrollo. Plantar un bosque y olvidarse de él es como no volver a preocuparse del niño: puede comprometer su futuro. En el caso de las repoblaciones, porque estaremos plantando los fuegos del futuro: acabarán ardiendo en incendios de alta intensidad debido a la elevada carga de combustible.
Actualmente, vivimos de espaldas al cambio climático. No estamos preparando nuestros ecosistemas para la sequía ni para el fuego y, por tanto, estamos por la senda de la matorralización tras los megaincendios.
Los trabajos se han adjudicado a cuatro empresas locales por un importe total de dos millones de euros y tendrán una duración estimada de siete meses
Las actuaciones se centran en estabilizar los suelos frente al peligro de erosión por lluvias y en recuperar la integridad de los ecosistemas afectados
Este incendio forestal es el de mayor superficie quemada de la historia de Castilla y León, y uno de los más graves de la historia de España
La zona quemada comprende 24.737,95 hectáreas zonas de alto valor ecológico y, de ellas, 15.114,88 hectáreas de superficie forestal arbolada.
El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) ha autorizado la adjudicación de los trabajos de restauración forestal de emergencia en el área afectada por el incendio de la Sierra de la Culebra (Zamora), el de mayor superficie quemada de la historia de Castilla y León, y uno de los más grandes de la historia de España.
Así, la zona quemada comprende 24.737,95 hectáreas zonas de alto valor ecológico y 15.114,88 hectáreas de ellas de superficie forestal arbolada. El fuego ha afectado a importantes enclaves de la Red Natura 2000, como son las Zonas de Especial Conservación de las Lagunas de Tera y Vidríales, la Sierra de la Culebra, la Riberas del Río Aliste y afluentes y las Riberas del Río Tera y afluentes. También se han visto dañados 15 hábitats de interés comunitario diferentes, de los cuales 3 son considerados como prioritarios.
Por otro lado, también se han visto afectadas 16.853 ha dentro de la Reserva Regional de Caza de la Sierra de la Culebra, de gran importancia económica para la zona.
El ingeniero forestal cree que el abandono del mundo rural favorece los incendios y aboga por realizar quemas controladas en invierno como elemento de prevención y para formar al personal con fuego real
Cada verano, el fuego arrasa con decenas de montes y bosques en España; este año se han quemado ya 170.000 hectáreas forestales. Pero también puede servir para limpiar el monte a través de las quemas controladas. Lo sabe bien Ferran Dalmau-Rovira (Carcaixent, Valencia; 44 años), ingeniero forestal e instructor en cursos de quemas de la Escuela Nacional de Protección Civil, donde forma al personal con incendios controlados para el desarrollo de sus operaciones reales en incendios forestales. “El fuego es un muy buen servidor, pero muy mal amo”, resume. Este experto, que dirige la consultora Medi XXI GSA —que asesora a administraciones y entidades privadas sobre gestión ambiental—, cree que el abandono del mundo rural favorece los fuegos y pide al Estado destinar más recursos para frenar la despoblación
Pregunta. ¿A qué se debe la oleada de incendios en España?
Respuesta. En España queda un 20% de población rural y la sociedad urbana solo se acuerda del campo en verano, cuando ve humo en el monte. El incendio forestal es el síntoma de una enfermedad mucho más grave: nuestro modelo de relación con el sistema natural que nos sustenta. Los fuegos son la consecuencia de habernos desentendido del medio natural durante décadas. Los incendios de hoy empezaron hace años, cuando la gente abandonó las casas de los pueblos para irse a la ciudad. España es uno de los países más forestales de la UE, junto con los países nórdicos: la superficie forestal es el 55% del territorio. La gente cree que estamos perdiendo masa forestal y es falso.
P. ¿La despoblación causa incendios?
R. Sí. Hicimos un informe para Greenpeace que muestra cómo el abandono de los pueblos ha afectado a los incendios forestales. Se han abandonado muchas hectáreas de cultivos, y ahora son zonas con rastrojos y matorrales que arden con facilidad, y no se están gestionando. Hasta que nace un bosque maduro pasan décadas.
Imagen: OSBO
P. ¿Los incendios en España se están haciendo más grandes?
R. Según los datos de Transición Ecológica, de 2009 a 2018 hubo de media 12.182 fuegos, de los cuales unos 8.000 son conatos (los que queman menos de una hectárea) y unos 4.000 son incendios (más grandes). En 2019, último año prepandemia, 10.883 fuegos, de los que 7.290 se apagaron en fase de conato. Pero el incendio que se apaga no es noticia. Somos muy buenos apagando incendios, así que el número de incendios va a la baja. El problema está en los grandes incendios forestales, los que superan las 500 hectáreas. En 2019 tuvimos 14 grandes incendios, pero fueron responsables del 34% de la superficie quemada ese año. Este año llevamos ya 43 grandes incendios. Se producen con alta temperatura y humedad muy baja.
P. ¿Por qué ocurre esto?
R. Hemos roto la cadena trófica: las plantas hacen la fotosíntesis y convierten la energía en biomasa vegetal, luego los herbívoros se comen esa vegetación y los carnívoros a estos. Pero como hemos abandonado el campo, la cadena se ha roto y acumula energía de forma desorbitada. Además, la quema de combustibles fósiles ha movilizado mucha energía, y se está traduciendo en un incremento mundial de los rayos en un 12%, así que la probabilidad de que un rayo toque el suelo y provoque un incendio es mayor. El año pasado en la Columbia Británica (Canadá) hubo 710.000 rayos en 15 horas, de los cuales unos 112.000 tocaron suelo y provocaron 130 incendios forestales simultáneos. Y eso es imposible de apagar.
P. ¿Influye el cambio climático?
R. Sí. El cambio climático implica un cambio de vegetación. Muchos bosques de los que conocemos en la Península Ibérica van a desaparecer, porque nacieron en unas condiciones ambientales que ya no existen, y van a morir por fuego, por sequía o por plagas. Además, corremos un riesgo brutal de desertificación. Según la FAO, un centímetro de suelo fértil tarda mil años en formarse, y si perdemos ese suelo perdemos la posibilidad de vegetación.
P. ¿Hay suficientes medios de extinción en España?
R. España tiene en proporción más medios aéreos que EEUU (9,7 aeronaves por millón de hectáreas frente a 2,75). Pero hay comunidades que no tienen suficientes medios, con el trabajo de extinción precarizado y tienen pedir siempre ayuda al Estado. Según los últimos datos de la Asociación Española de Empresas Forestales, en 2018 se invertía en España de media 35,38 euros por hectárea; las comunidades que menos invierten son Aragón (14,64) y Castilla y León (17,43). En total son 21,02 euros por habitante, de los cuales solo 3,25 es en prevención. El gran vampiro de la de la del sector forestal es la extinción de incendios. Pero ya estamos en un punto en el que por más camiones y aviones que compres no vas a conseguir mejores resultados.
P. ¿Esto tiene una parte negativa?
R. Nuestros ecosistemas están adaptados a un régimen de incendios naturales, por ejemplo por rayos. Pero ahora se apagan y el combustible se acumula. Así que se da la paradoja de la extinción: a medida que somos más eficientes apagando incendios, favorecemos la aparición de grandes incendios, porque todo lo que no se quema de forma natural se quemará cuando llegue un incendio más grande. Es igual que los terremotos: puede haber uno muy grande o muchos pequeños.
P. ¿Los ciudadanos tienen responsabilidad?
R. Sí. Que un agricultor decida cosechar en horario prohibido no es culpa de ningún político. O el señor que se pone a cortar con la radial al lado de un campo de hierba seca. Ha pasado muchas veces. Además, en 2018 hicimos un estudio donde comprobamos que el 80% de los municipios españoles con obligación de tener un plan de incendios no lo tenían ni redactado.
P. ¿Qué pasa si llueve en terreno quemado?
R. Todo está relacionado. Hay un ciclo del agua, que se evapora desde los océanos, forma nubes y se precipita en forma de lluvia. Cuando cae a la tierra, si hay un bosque en buenas condiciones, el 90% de esa agua se filtra a los acuíferos y el 10% se convierte en escorrentía, es decir, riadas. Pero el terreno se quema se invierten los porcentajes y el 90% del agua se convierte en riada y provoca daños. Nosotros trabajamos la silvicultura ecohidrológica, una forma de gestión forestal de los bosques que pone el foco en el estado de la vegetación y su relación con el agua. Y hemos comprobado que tan malo es que no haya bosque como que esté hiperdensificado, eso puede reducir hasta un 59% el agua que llega a los ríos.
P. ¿Qué herramientas forestales pueden ayudar en esto?
R. Hay que mejorar el aprovechamiento de masas forestales, tanto para producción (corcho, madera…) como para conservación. Otra herramienta son las quemas prescritas, fuegos provocados para eliminar biomasa muerta, que se pueden hacer en invierno o incluso en verano si hay buenas condiciones. Esto tiene ventajas: formas al personal de extinción con fuego real, los bomberos llegan antes de que empiece el incendio y puedes elegir si quieres el fuego vaya rápido o despacio. Las comunidades que más quemas están haciendo son Canarias y Cataluña.
P. ¿Tiene sentido mantener operativos solo de junio a septiembre?
R. Hay una desestacionalización del riesgo. Los incendios no se apagan en invierno, sino cuando se producen, pero en invierno se pueden hacer quemas prescritas y gestión forestal. Y para eso hace falta gente. Como muchos servicios forestales son precarios y trabajan pocos meses, mucha gente cambia de trabajo en cuanto puede y se pierde su experiencia.
P. ¿Se están aprovechando bien los bosques?
R. En los años 70, en los montes españoles había 450 millones de metros cúbicos de volumen de madera. En 2010 esa cifra casi había llegado a los 1.000 millones de metros cúbicos. Antes la gente se calentaba con biomasa, es decir, leña; ahora se calientan con gasóil o electricidad. Los troncos de los árboles no suelen arder, pero es un dato que muestra cómo la energía vale dinero. Tenemos energía en los bosques, pero estamos hablando de gasoductos.
P. ¿Qué podemos hacer en la España rural?
R. En España hay 27,6 millones de hectáreas, de las que 20,2 son privadas. Y no solo terratenientes: hay muchos minifundios que la gente no puede gestionar. El 82% de los municipios en España son rurales y representan el 84% de la superficie, pero reciben muy poco dinero: no tienen centros de salud, oferta cultural ni buena conexión a Internet. Sin eso es difícil que la gente deje la ciudad y se vuelva al campo, y menos a trabajar en el sector primario. Un 61% de los pueblos no llega a mil habitantes. Hay una relación estrecha entre la emergencia climática y la emergencia demográfica. El segundo problema es que España es un país eminentemente forestal donde el 72% de las hectáreas forestales (que representan el 55% del territorio) no tiene un plan de ordenación, es decir, que no tiene gestión, lo que incrementa el riesgo de incendio. El Estado tiene que mandar recursos hacia los sectores forestal y agrícola y no abandonar la economía rural. Cada año se abandonan 64.500 hectáreas de actividad primaria.
P. ¿La agricultura y el pastoreo son políticas contra los incendios?
R. Sí. Los incendios forestales y su relación con el cambio climático son un problema complejo con muchas variables. Hacen falta soluciones multivariables de impulso a la economía rural, gestión forestal, políticas contra la despoblación… En 2002 había en España casi 18 millones de hectáreas de cultivo; en 2017 se había perdido un millón. A inicios del siglo XXI teníamos 9,4 millones de hectáreas de pastos y en 15 años se han perdido dos millones. Todo ese territorio no es bosque, se puede quemar fácilmente. Y sin población no se puede gestionar. Un territorio despoblado y abandonado es un territorio altamente inflamable y muy vulnerable a la desertificación. Nos vamos a tener que plantear la creación de nuevas comunidades rurales resilientes que trabajen en el sector primario. Y, por ejemplo, pagar a los agricultores una renta complementaria por servicios ambientales de gestión del territorio, e impulsar la ganadería extensiva, que protege frente a los incendios. Luego hay gente que se cree que declarando un parque natural ya no se va a quemar, pero la protección sin inversión en gestión no sirve para nada. Este verano se ha quemado parte de Monfragüe y de Guadarrama. Todo lo que no gestionemos nosotros será gestionado por el fuego y seguramente contra nosotros.
P. ¿Qué hacer con las zonas que ya se han quemado?
R. Lo primero, ver cómo se regeneran y ayudar en esa regeneración, y lo segundo, hacer diques de laminación de avenidas y otras obras de emergencia para proteger el suelo. El incendio forestal no se acaba cuando se apaga, sino que tiene consecuencias durante muchos años después. Solo en el tratamiento, recogida y distribución de biomasa se podrían crear 25.000 puestos de trabajo directos con los que ahorranos importar 20 millones de barriles de petróleo al año. Se podrían sustituir calderas de gasóil por calderas de biomasa. Muchos de los árboles quemados siguen teniendo valor energético. España gasta más en fútbol o en política militar que en desarrollo rural o prevención de incendios forestales.